A Ester Quintana le costó un ojo manifestarse durante la huelga general del 14N en Barcelona. Desde entonces, España se ha llenado de reinas y reyes tuertos en un intento de callar a idealistas que terminan con cuencas vacías. El caso de Ester convirtió los parches en un símbolo de hastío contra la brutalidad humana. Política también, pero primero humana. Detrás de las escopetas lanzapelotas hay siempre un uniforme blindado que protege -y esconde- a una persona. La impunidad judicial no tiene nada que ver con los remordimientos que se sientan todos los días a la mesa o se miran por las mañanas al espejo. Ni con la falta de ellos.
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