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Terry Gilliam acudirá a Cannes a pesar de haber sufrido un derrame cerebral

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La hospitalización del director Terry Gilliam ponía en duda su presencia en el Festival Internacional de Cine de Cannes para presentar su película El hombre que mató a Don Quijote, pero el británico  ha confirmado su asistencia. El filme agranda así su etiqueta de "proyecto maldito" después de veinte años de esfuerzo por llegar a las salas.

En un principio se pronosticó que el ex-Monty Phyton no acudiría, ya que según confirmaron varios medios franceses, sufrió un "accidente vascular cerebral" el pasado fin de semana y no se sabía si se recuperaría a tiempo para realizar el viaje. Finalmente ha confirmado que sí, por lo que estará apoyando la todavía pendiente presentación de su película.

Estaba previsto que El hombre que mató a Don Quijote clausurara el Festival y fuera proyectada tras la entrega de premios del 19 de mayo, pero dependerá de la decisión del tribunal de París que el lunes recibió una demanda para prohibir la proyección de la película interpuesta por un productor que dice poseer los derechos de la cinta. La emisión del veredicto está prevista para esta tarde. 

El abogado de Gilliam dijo que esperaba que la demanda fuera denegada. "Es hora de que se vea la película. El mayor deseo de Terry Gilliam es que el filme pueda llegar al público", dijo Benjamin Sarfati a los periodistas fuera de los juzgados. Paulo Branco, que interpuso la demanda, dijo: "El conflicto con Terry Gilliam es mucho más profundo de lo que se ha dicho hoy, que es simplemente una cuestión de dinero. No es eso".

La película lleva desde el año 2000 condenada por falta de presupuesto, tifones, destrozos en el sonido ambiente y enfermedades de los protagonistas, a la que se suma ahora la de su director. 

El creador de títulos como El Rey pescador, 12 monos, Brasil, Miedo o Asco en Las Vegas, dirige el filme inspirado en el legendario protagonista literario de Miguel de Cervantes. El hombre que mató a Don Quijote está protagonizada por Adam Driver y Jonathan Pryce, que ha colaborado anteriormente con Gilliam y da vida al hidalgo. Completan el reparto Stellan Skarsgard, Olga Kurylenko, Joana Ribeiro, Óscar Jaenada, Jordi Mollá, Sergi López y Rossy de Palma.


Desaparece la armadura original de Iron Man, valorada en 320.000 dólares

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En la primera película de Iron Man (2008), el multimillonario Tony Stark consigue crear un traje blindado con la tecnología más puntera para enfrentarse a sus enemigos. Se trata del modelo Mark III, equipado con casco, peto, brazos y piernas, un conjunto valorado en 320.000 dólares que permanecía guardado en un almacén de accesorios de cine hasta que el pasado martes denunciaron su desaparición. 

Según informa la cadena CBS, el Departamento de Policía de Los Ángeles asegura que la pieza de coleccionista fue vista por última vez en febrero en la instalación de Pacoima (un barrio local), donde se creía que estaba hasta la reciente revisión. Por tanto, podría estar desaparecida desde hace días o desde hace meses.

Entre los motivos, considera la cadena, está "el fervor de Marvel visto en los últimos años". Aunque los cuerpos de seguridad se encuentran investigando el caso, todavía no hay pistas de la icónica armadura color oro y carmesí. A menudo, como ocurrió con El Señor de los anillos, los objetos cinematográficos son subastados por grandes sumas de dinero. Especialmente, si como ocurre con Iron Man, estos son codiciados por millones de fans. 

15 películas de Cannes 2018 a las que echar el ojo si no estás en la Costa Azul

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Pocos son los afortunados que podrán pasearse estos días por La Croisette, disfrutar del sol de la Costa Azul y de los estrenos más sonados de las próximas temporadas. La mayoría nos tendremos que conformar con las píldoras que se escapan de la 71 edición del festival de Cannes y que llegan en forma de aplausos, abucheos o críticas a las películas proyectadas en la mayor cita mundial del séptimo arte.

A estos ecos, además de la anacrónica polémica sobre Netflix y la prohibición de los selfies en la alfombra roja, se suman los esperados regresos de anteriores ganadores de la Palma de Oro, de otros que fueron vetados por proclamarse "nazis" e incluso de directores malditos. Nombres como Koreeda, Farhadi, Godard, Von Trier y Spike Lee se verán las caras durante esta semana hasta que el 19 de mayo se dé a conocer el palmarés de nuevos vencedores. A continuación, un breve aperitivo de lo que está por venir. 

Le livre d'image, Jean-Luc Godard

Godard encabeza la parte más visible de esta 71 edición del festival de Cannes. Para empezar, su Pierrot le fou empapela cada esquina de la Croisette con el beso entre Anna Karina y Belmondo del cartel. Pero el cineasta de 87 años también compite en la sección oficial con una película en la que lleva trabajando desde 2015. Tanto el tráiler como su sinopsis son un misterio críptico, pero el productor Vincent Maragall adelantó en una entrevista que "se trata de una reflexión sobre el mundo árabe de hoy en día, entre otros muchos temas de importancia para la humanidad".

The house that Jack built, Lars Von Trier

El danés rebelde regresa a Cannes después de haber sido vetado como persona non grata cuando se declaró "nazi" durante la presentación de Melancolía, en 2011. Sus preferencias fascistas parecen haber quedado atrás, pero aún resuena la acusación de acoso sexual por parte de la cantante Björk cuando trabajaron en Dancer in the dark. El ganador de la Palma de Oro precisamente por esa cinta, presenta estos días "una película sobre un asesino en serie (Matt Dillon) como nunca se ha visto", según sus productores.

Everybody knows, Asghar Farhadi

El ganador de dos premios Oscar por Nader y Simin: una separación y El viajante inaugura el festival con una pareja familiar para el público español (y mundial). Es la primera vez que un iraní abre Cannes, aunque este sea su cartel más internacional con Javier Bardem y Penélope Cruz a la cabeza. De nuevo, Farhadi se decanta por los problemas maritales que tan bien sabe plasmar sobre la pantalla.

Blackkklasman, Spike Lee

El estadounidense no ha tenido una gran presencia en el festival más prestigioso del mundo desde la primera década de su carrera, hace veinte años. Ahora regresa con una historia real tan sugerente como cualquier ficción: las peripecias de un detective negro de Colorado que se coló en el Ku Klux Klan (KKK). Encabezan el reparto Adam Driver, Laura Harrier y el hijo de Denzel Washington, John David Washington. 

The wild pear tree, Nuri Bilge Ceylan

El director turco es considerado toda una eminencia en la Croisette, y sus películas han sido una buena carta de presentación para ello. Ganó la Palma de Oro en 2014 con Winter Sleep, el Gran Premio del Jurado en 2003 y 2011 con Lejano y Érase una vez en Anatolia, y el de Mejor Director en 2008 por Tres monos. En su nueva cinta habla de los lazos sanguíneos y sociales que heredamos de nuestros progenitores y que nos atrapan de alguna forma. Como a Sinan el protagonista, un escritor que se ve ahogado en su pueblo natal por el mar de deudas de su padre.

Ash is the purest white, Jia Zhangke

Es una de las grandes favoritas de la sección oficial. Su artífice, además, es el cineasta chino más aplaudido del momento gracias a cintas, como la anterior Más alla de las montañas, en las que ofrece una panorámica perspicaz sobre los cambios de su país. En esta ocasión vuelve a sumergirse en la China más pobre e industrial para relatar la historia de amor entre una bailarina y un gángster diferente.

Under the silver lake, David Robert Mitchell

Con tres películas en su haber, se entiende que esta sea la primera vez que Mitchell compite en Cannes. Sin embargo, no todos los debutantes pueden presumir de causar la expectación que está levantando su nuevo filme. Protagonizado por un cabeza de cartel masculino bastante comercial (Andrew Garfield) y la nieta más mayor de Elvis Presley (Riley Keough), este thriller aborda una serie de extraños asesinatos ocurridos en Los Angeles.

Three faces, Jafar Panahi

Han pasado veinte años desde que Jafar Panahi fuese arrestado y condenado a vivir bajo arresto domiciliario con su mujer en Teherán, pero nada ha impedido que siga lanzando películas. Esta es su primera participación en Cannes y todos los medios le están prestando la digna atención que se merece como ganador de la Berlinale y del León de Oro en Venecia con anteriores títulos. Debido al veto impuesto en su país, no existe apenas información sobre la cinta que presenta esta vez. 

Cold War, Pawel Pawlikoski

También es la primera vez del cineasta polaco compitiendo por la Palma de Oro, algo nada desdeñable después de haber arrasado mundialmente con su anterior película, Ida. Ganador del Oscar en 2017, Pawlikoski respeta de nuevo aquella famosa estética monocolor en este drama de época. Ambientada en la Polonia comunista de los años 60, retrata un romance atípico entre dos jóvenes desacostumbrados a amar.

Shoplifters, Hirokazu Kore-eda

Y de los debutantes pasamos a un nombre habitual en el festival de Cannes. Koreeda es tan prolífico que casi le da tiempo a estar en distintos festivales a la vez con cintas diferentes. Apenas unos meses después de estrenar El tercer asesinato en Venecia, el japonés vuelve a Francia con uno de sus distintivos dramas familiares. Esta vez, una niña fugitiva es acogida en una casa no mucho más pudiente que sobrevive a base de hurtos. Los críticos aseguran que aún queda lejos de su obra maestra Nadie sabe

Long day's journey into night, Bi-Gan

Esta edición de Cannes se caracteriza por una potente presencia asiática. Y, aunque las viejas glorias son las grandes esperadas, no podemos dejar de mencionar al joven que removió todos los festivales con su primera y única película. Muchos calificaron en Locarno Kallie Blues como el vivo ejemplo de un debut sublime, así que la expectación es máxima con la historia de un hombre que regresa a su ciudad natal para encontrar a la mujer que ama. 

Dogman, Matteo Garrone

Garrone no es ningún principiante recogiendo galardones en el escenario de la Croisette. Con Gomorrah y Reality, se hizo con el Gran Premio del Jurado, aunque su "ridícula" (según la crítica) Cuento de cuentos se fue de vacío en 2015. Ahora regresa con un western urbano ambientado en la periferia de Roma en los años 80. El protagonista desdobla sobre la gran pantalla el personaje real de Pietro de Negri, un peluquero de perros que torturó durante horas a un exboxeador bajo los efectos de la cocaína.

Petra, Jaime Rosales

Encabezada por Bárbara Lennie, esta cinta se presenta dentro de la Quincena de Realizadores como "la mejor película de Rosales que muestra una imagen de España y de Cataluña inédita". Actriz y director colaboran de nuevo después de Las horas del día para meterse de lleno en el viaje iniciático de una mujer que pretende encontrar a su padre tras la muerte de su madre. 

Pájaros de verano, Ciro Guerra y Cristina Gallego

La anterior película de Guerra alcanzó la meca del cine en los Oscar de 2016, aunque El abrazo de la serpiente no logró superar a la aclamada El hijo de Saúl. El director colombiano comparte ahora rótulos con Cristina Gallego para llevar al cine la historia de una familia indígena que lideró el tráfico de drogas en La Guajira en los años 70. El director artístico de la Quincena de Realizadores la ha comparado nada más y nada menos que con un clásico a la altura de El Padrino

El hombre que mató a Don Quijote, Terry Gilliam

Y no podía faltar la encargada de clausurar la 71 edición de Cannes. El proyecto maldito de el ex-Monty Phyton acaba de recibir luz verde del tribunal de París para proyectarse al final de esta fiesta del cine. Han sido casi veinte años de infortunios que parecen no acabarse nunca (desde la demanda del productor que asegura poseer los derechos hasta el último derrame cerebral de Gilliam) y que al menos le darán la oportunidad de ver su película sobre una pantalla gigante. Crucemos los dedos para que no acontezca nada nuevo antes del 19 de mayo.

'Karate Kid' vuelve 34 años después para "dar cera, pulir cera" en una webserie, y es buena

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Barney Stinson, personaje de Cómo conocí a vuestra madre, consideraba que la estrella de Karate Kid era en realidad el villano de "la película con el final más trágico de la historia". Para él, Daniel LaRusso es "un escuálido perdedor de Nueva Jersey" que se hizo con el All-Valley Karate Tournament de 1984 gracias a una patada ilegal, la realizada con la mítica "técnica de la grulla". De esa misma premisa parece partir Cobra Kai, una serie centrada en el antagonista del filme original 34 años después de una derrota que le sigue atormentando.

Esta vez el protagonista es Johnny Lawrence (William Zabka), a quien el tiempo no parece haber tratado muy bien. Vive en los suburbios de California, desayuna cerveza, almuerza comida basura, se dedica a desatrancar cañerías y está separado de su hijo. Además, continúa martirizándose con unas rencillas que no puede olvidar y tienen nombre propio: Daniel LaRusso (Ralph Macchio).

El aprendiz del señor Miyagi es la completa antítesis del motociclista de los Cobra Kai, como el yin y el yang. Daniel-san parece haber aprendido bien la lección de "dar cera, pulir cera" y ahora utiliza su pasado como karateca triunfador para promocionar una gran cadena de concesionarios de la que es propietario. "Autogrupo LaRusso. Pateamos a la competencia", dice el eslogan de su anuncio en televisión al que Lawrence, borracho en su casa, lanza una botella.

La serie distribuida por YouTube Red llega en plena fiebre por el reboot de clásicos que triunfaron hace décadas. Embrujadas, Sabrina, Las chicas Gilmore… Todas ellas utilizan una poderosa herramienta empleada por series actuales como Stranger Things: la nostalgia. Cobra Kai juega precisamente con ese elemento, con el de una generación que creció imitando las lecciones aprendidas por "Daniel-san" y tarareando la canción You're The Best Around.

Esta secuela bebe directamente de su pasado, algo que a través de flashbacks o música ochentera muestra sin tapujos. Pero lo que parece una virtud puede convertirse en una barrera: aquellos que no disfrutaron de Karate Kid, ya sea por edad o gustos cinematográficos, probablemente no encuentren tan atractiva esta nueva entrega. Los que sí lo hicieron, celebrarán la vuelta de un elenco en el que se encuentra Robert Mark Kamen, guionista del largometraje original.

"Golpea primero, golpea fuerte, sin piedad"

Johnny Lawrence es un personaje anclado en otro tiempo, y no solo por la constante alusión al torneo del 84. Es un machista, homófobo y xenófobo que representa la testosterona impregnada en viejas películas de artes marciales. Aquellas en las que, como ocurría en Karate Kid, "luchaban" por la chica.

"Hey", dice el protagonista mientras se levanta las gafas de sol para intentar seducir a una deportista. "Demente", le contesta ella mientras sigue con su rutina. El exluchador ha pasado de entrenarse para hacerse un hueco entre la élite a pelear con jóvenes que arañan su monovolumen anticuado. Es un antihéroe venido a menos, alguien que cree en la cilindrada del motor y las chupas de cuero como definición de su personalidad.

Lawrence termina sintiendo nuevamente la llamada de las artes marciales. Después de tener varios encontronazos inesperados con LaRusso, al que a pesar de todo no puede evitar, el líder de Cobra Kai toma como pupilo a un niño recién llegado a su barrio para crear un nuevo dojo. El mantra sigue siendo el mismo que aprendió de su sensei: "Golpea primero, golpea fuerte, sin piedad". Pero Miguel, su alumno, no parece compartir aquella filosofía.

"Golpea primero es sobre ser agresivo. Si no eres agresivo, entonces eres un marica, y no quieres ser un marica, quieres tener pelotas", aconseja el experto en kárate, a lo que su alumno pregunta: "¿No crees que encasillas los géneros?". Ante una cuestión para la que no tiene réplica, quizá porque nunca se la ha planteado, propone "dejar de quejarse como una niñita y hacer 50 flexiones con los puños".

Cobra Kai no solo aprovecha el legado de Karate Kid como caramelo. También es consciente de las limitaciones y logra reírse de sí misma resaltando momentos que fueron míticos y ahora resultan ridículos. Incluso LaRusso, que parece el triunfador de esta secuela, acaba siendo una parodia de su personaje: regala un bonsái a cada cliente de su concesionario. Tampoco él puede abandonar el tatami que ya no pisa.

No hay un solo Karate Kid

Star Wars: Los últimos Jedi  lanzó un mensaje a los aficionados de la franquicia: cualquiera puede defender la paz sin necesidad de ser el elegido. La "fuerza" ya no está ligada a las élites, ni a los "hijos de", sino a la gente corriente. Cobra Kai, en cierto modo, arroja la misma idea.  

Johnny Lawrence pretende recuperar a los viejos Cobra Kai, pero en un contexto donde todo es diferente, incluidos sus aprendices. De hecho, son estos los que a veces dan lecciones a personajes antiguos sobre temas que van más allá de las patadas y los puñetazos. Lejos quedó aquella época en la que un maestro ancestral elegía al futuro genio de las artes marciales, a aquel capaz de luchar contra cualquier tipo de inclemencia.

Cobra Kai incide más sobre aspectos mundanos, como pagar por el reacondicionamiento de un viejo dojo. También en los humanos, como Miguel y sus problemas con el asma para hacer deporte. Porque, al final, pese a sus diferencias, todos pueden llegar a ser el próximo Karate Kid.

'Experimento Stuka': los bombardeos de precisión que Hitler ensayó en la Guerra Civil española

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Cuando la historia se escribe en tiempos de dictadura, el relato se hace al gusto del régimen. Y a la vista está, según muestran Pepe Andreu y Rafa Molés en su documental Experimento Stuka, que a las dictaduras también les gustan los relatos absurdos, por muy grotescos que sean.

Así, en el pequeño municipio valenciano de Benassal, hasta hace muy poco, el único monumento que existía a una víctima de la Guerra Civil española era el dedicado a un soldado alemán. Alfred Simon se llamaba el militar. Era un integrante de la Legión Cóndor, enviada a España por Hitler para ayudar a Franco en la Guerra Civil.

A Simon se le tenía por un héroe que había muerto tratando de desactivar una bomba en Benassal. Sin embargo, honrar su memoria era una herencia de la historia falseada por el franquismo. En realidad, Simon murió desactivando una bomba que la propia Legión Cóndor había lanzado en ese pueblo del Alto Maestrazgo en unos misteriosos bombardeos ocurridos en la primavera de 1938 sobre cuatro pueblos de esa comarca. Costaron la vida a más de 40 personas en Albocàsser, Ares del Maestrat, Benassal y Vilar de Canes, los pueblos atacados.

Experimento Stuka, un documental estrenado hace unos días en el festival internacional Docs València, cuenta la historia de lo realmente ocurrido en esos ataques, una verdad revelada gracias al trabajo del Grupo de Recuperación de la Memoria Histórica de Benassal y del docente e investigador Óscar Vives. Fue el afán por saber de Vives, profesor de Física en la Universidad de Valencia que perdió a tres miembros de su familia en los ataques a Benassal, lo que llevó a descubrir los verdaderos motivos de esos bombardeos. Vives encontró la clave en documentos de la Alemania nazi guardados en un archivo militar de Friburgo.

"La historia estaba en un nivel de absurdo absoluto", cuenta Rafa Molés, co-director del largometraje Experimento Stuka. "Se le hizo un monumento porque vino a ayudarnos y porque perdió su vida intentando ayudarnos, intentando que la bomba no afectara al pueblo", abunda. Esa era la historia oficial hasta que las investigaciones de Vives y compañía dieron con los documentos de Friburgo que señalaban que en realidad "el soldado de la Legión Cóndor había muerto por una bomba que los propios alemanes habían lanzado".

Vives encontró en el archivo militar de esa ciudad alemana una detallada descripción de aquellos bombardeos. Durante ochenta años los ataques habían sido un misterio porque, entre otras cosas, nadie había dado con esa documentación. Además, los municipios atacados estaban desprovistos de importancia estratégica. Allí no había soldados. Eran pueblos del interior de Castelló en zona republicana que vivían de trabajar el campo y del ganado.

Los lugareños llegan a describir una de esas poblaciones como "un pueblo de no más de tres calles". Es más, en esos ataques se tuvieron siempre como objetivos las iglesias y las casas del centro, "zonas donde vivía la gente con más dinero", según Molés. Esa era la población más afín a la causa de los golpistas. 

Que aquellos fueran los objetivos de los bombardeos dio lugar a que se considerara responsables de los ataques al bando republicano. A lo ocurrido en Albocàsser, donde una docena de bombas dejaron seis muertos y muchos hogares deshechos, la propaganda del bando sublevado se referiría en sus publicaciones como "las ruinas que dejaron los rojos". Mentira. Franco y los suyos atribuyeron aquellos destrozos al bando republicano sin saber que fueron resultado de las experimentaciones armamentísticas alemanas en España.

La presencia de la Legión Cóndor brindó la oportunidad a la Alemania nazi de innovar y desarrollar el avión Junker 87, un bombardero de precisión más conocido como Stuka. Este modelo no habría existido de no ser por el apoyo aéreo que en su día los nazis prestaron al bando sublevado.

Bombas de 500 kilos contra población civil

"Al llegar a España, los alemanes se dan cuenta de que pueden experimentar. Tienen un prototipo de un avión que necesitan probar [el Stuka, ndlr.], en especial para destruir los edificios más robustos como casas e iglesias, y por eso se eligen esos cuatro pueblos", expone Rafa Molés. En su funcionamiento, los Stuka se lanzan desde gran altura sobre su objetivo para poder liberar una bomba que acierta sobre un objetivo muy preciso. "Originalmente se planea que esos aviones sirvan para cortar carreteras, vías de tren, puentes, destruir baterías antiaéreas, siempre algo muy concreto", aclara Molés.

Los bombardeos del Alto Mestrazgo "ocurren en mayo del 38, cuando el avión hace apenas un mes que ha llegado a España, desmontado y escondido, mientras que la Guerra Civil está muy avanzada - apenas duraría un año más - y los alemanes se temen que puedan enviarlos a casa porque quizá Franco ya no los necesite para acabar la guerra", incide el responsable de Experimento Stuka.

Él entiende que hubo prisa entre los militares alemanes para desarrollar sus experimentos con los Stuka. De ahí que decidieran, por ejemplo, probarlos con bombas de 500 kilos en lugar de 250 kilos para los que se supone estaban diseñados. En consecuencia, también decidieron prescindir en esos ataques del copiloto, "el que maneja la ametralladora del avión", según Molés. Albocàsser, Ares del Maestrat, Benassal y Vilar de Canes eran, además, objetivos muy fáciles. No había presencia del enemigo por la que preocuparse y estaban muy cerca del aeródromo de la Sénia, una base de la Legión Cóndor.

Los bombardeos se hicieron de espaldas a Franco, según da a entender Molés. "En el momento de los bombardeos Franco sabe que va a ganar la guerra y que tendrá que lidiar con las potencias internacionales, no quiere mala prensa y eso influye en el secretismo con el que los alemanes llevan a cabo esta operación", explica el codirector de Experimento Stuka. Alude a la "mala fama" que acarreó a Franco un bombardeo como el de Gernika, un tipo de ataque aéreo sobre población civil donde se apostó por la destrucción total de la ciudad. 

Los Stuka, herramientas de Hitler 

Después de aquel bombardeo del 26 de abril de 1937 que inmortalizara brillantemente Pablo Picasso, "Franco dio una orden explícita para que no se hiciera más este tipo de bombardeos", recuerda Molés. 

Tras la destrucción de Gernika, "Franco llegó a pedir en abril de 1938 que la Legión Cóndor dejara de bombardear a población civil, incluso si se nombraba a un pueblo, ordenaban que no se bombardeara el centro, sino alrededor". Sin embargo, el barón Wolfram von Richthofen, responsable de la Legión Cóndor tenía otros planes de desarrollo armamentístico. Y los ejecutó a costa de los habitantes de Albocàsser, Ares del Maestrat, Benassal y Vilar de Canes.

"La efectividad de los aviones probada en España es tal que luego se fabricarían miles y miles de esos aparatos. Hitler los utilizó especialmente en la primera mitad de la II Guerra Mundial. El experimento les fue bien", mantiene Molés. No se puede decir lo mismo del relato impuesto por el franquismo sobre lo ocurrido en Albocàsser, Ares del Maestrat, Benassal y Vilar de Canes. 

Gracias a las investigaciones de Vives y compañía, narradas en el acertado documental de Pepe Andreu y Rafa Molés, ahora en Benassal ha dejado de existir el memorial dedicado a Alfred Simon, el soldado de la Legión Cóndor muerto. "Ese monumento al verdugo ya no existe, ahora lo hay para todas las víctimas reales de los bombardeos, ya fueran de izquierdas o de derechas", concluye Molés.

'Maria by Callas': el triunfo de la soledad

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"Ningún artista de verdad podría ser feliz." Son palabras de Maria Callas pero no sabemos si de la diva o de la civil. Maria by Callas, como su título indica, pretende revelar la persona al trasluz de la artista. Lo hace con bártulos de documental, lejos de la hagiografía y trazando someramente la novela de una vida que tal vez no fue una tragedia griega, pero que empezó en una infancia sometida y terminó en la soledad de la cumbre.

Tiempo era tiempo

Para los legos, las sorpresas empiezan pronto, cuando se nos recuerda que Ana Maria Anna Cecilia Sophia Kalogeropoulos, más conocida como Maria Callas, nació en Nueva York. Años después renunciaría a la nacionalidad norteamericana para acogerse a la griega, que invalidaba su matrimonio anterior, y casarse así con Aristóteles Onassis, el único y tan doloroso amor de su vida. "Haz conmigo lo que quieras", le escribirá en algún momento.

Por lo demás, Maria by Callas es un documental embelesado que no somete a su personaje a ningún grado, que trae la pasión puesta de casa y que no se distrae sobre la marcha en hallazgos o revisiones que valgan. Aquí el motor es el fetichismo y las piezas cobradas son imágenes de archivo, muchas de ellas inéditas, en las que podemos ver a Visconti dirigiendo a la soprano en La vestale en 1954, a Pasolini haciendo lo propio durante el rodaje de Medea en 1969, el primer y último largometraje de la cantante, y a multitud de ilustres acudiendo a estrenos, de Jean Cocteau a Grace Kelly pasando por Catherine Deneuve, Silvana Mangano o la reina de Inglaterra.

El documental da la época en su capitulado, que consiste en la imagen recurrente del astro apeándose de aviones en aeropuertos de todo el mundo. El resto son fotografías y fragmentos recuperados de metraje, pasajes en ocasiones tintados, con ese aspecto de sueño que cobra el celuloide coloreado, así como putrefactas grabaciones magnetoscópicas en estudios de televisión. Es el caso de una inspirada entrevista que la artista mantuvo en 1970 con David Frost y que hilvana la película.

El retrato de Maria Callas podría desprenderse de su mirada parlante a través de todas esas imágenes, pero Fanny Ardant, que en 2002 la había interpretado en la película de Franco Zeffirelli Callas Forever, retoma la leyenda y le pone voz para leer pasajes de su correspondencia privada.

El amor es un pájaro rebelde

El primer problema de la ópera son sus exégetas, para los que no hay justificación posible. El segundo es la ópera misma, que a los no iniciados nos parece un enclave donde el arte se emparenta al deporte. Una disciplina del canto que parece fundarse en lo atlético y donde cualquier posibilidad de acercamiento se ve abrumada por el colosalismo del artificio. El problema último, sobra decirlo, es nuestro.

El cometido de Maria by Callas está muy lejos del proselitismo, pero la película es también un musical melancólico que elige ilustrar cada episodio y reposar cada reflexión de la diva en uno de sus grandes éxitos. Arias de Madame Butterfly, de Norma, de la Traviata o de Carmen, piezas que en boca de Maria Callas ayudan a los profanos a vislumbrar el enorme talento y nos sitúan cerca de intuir el prodigio inexplicable.

Los iniciados al bel canto, esos sí, tienen frente a sí dos horas de festival, un banquete de proporciones épicas, mientras los mitómanos y afectos al papel cuché gozarán el melodrama de una mujer cuyo deseo era tener hijos y fundar una familia, pero que se sintió obligada por su madre y luego por su marido a seguir otro camino. "Yo creía que cuando conociera a un hombre al que amara no necesitaría cantar", dice en algún momento no sabemos si Maria o la Callas, en ambos casos un personaje tan íntegro como conmovedor en sus convicciones.

Muere Margot Kidder, la Lois Lane de 'Superman'

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Margot Kidder, la actriz canadiense que interpretó a Lois Lane en Superman (1978), murió este domingo en Livingston (Montana) a los 69 años, según ha adelantado el portal TMZ.

La intérprete se encontraba en su casa cuando falleció, según un portavoz de la funeraria Franzen-Davis, pero no se ha dado a conocer la causa de la muerte.

Kidder encarnó también a Lois Lane en las tres secuelas de Superman, siempre junto a Christopher Reeve, el actor que dio vida al hombre de acero.

La artista sufrió durante años un fuerte trastorno bipolar que le llevó incluso a pasar una temporada sin hogar en 1996. Kidder se erigió después en una activista por la concienciación sobre las enfermedades mentales.

Su carrera como actriz, a pesar del paso de los años, nunca se detuvo y no dudó en aceptar papeles pequeños en series de televisión y películas de todo tipo. Entre sus trabajos más conocidos se cuentan La morada del miedo, Willie & Phil (Una almohada para tres) (1980) y Maverick (1994).

La primera actriz en encarnar a la periodista Lois Lane fue Noel Neill en la serie de televisión sobre Superman de la década de 1940. Después de que Kidder inmortalizara el personaje en el cine, fue Teri Hatcher quien tomó el testigo en la serie de televisión de la década de 1990.

En la cinta Superman Returns: El regreso (2006), el personaje lo interpretó la actriz Kate Bosworth. En la actualidad es la actriz Amy Adams quien la encarna en las adaptaciones del universo de DC Comics.

El creador de 'Hannibal', contra el tráiler de 'Bohemian Rhapsody' por silenciar la homosexualidad y el sida

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Los más de cuatro millones y medio de visualizaciones del tráiler de la película Bohemian Rhapsody en YouTube en un sólo día demuestran la gran expectación y revuelo que ha causado el adelanto de la película protagonizada por Rami Malek.

Su distribuidora, 20th Century Fox, define  el film como una celebración de la música de Queen y de su cantante Freddie Mercury. Sin embargo, ni el tráiler ni su descripción han tenido la respuesta que esperaban. En seguida han surgido algunas críticas como la formulada por Bryan Fuller, creador de series como Hannibal o Pushing Daisies, que arremetió en su cuenta de Twitter contra este avance. El productor denuncia la invisibilización del sida que terminó con la vida del cantante en 1991 y sus relaciones con hombres, mientras que sí que deja ver su atracción por las mujeres. 

En otro tuit dirigido a 20th Century Fox, Fuller critica su sinopsis por señalar que el filme incluye la actuación de Freddie Mercury en un concierto de 1985 en un momento en el que luchaba contra "una enfermedad que amenazaba su vida", sin mencionar que esta enfermedad era el sida. "Hacedlo mejor", les contestó. Incluía en su mensaje el hashtag #HETWASHING, haciendo referencia al heterosexual washing - lavado heterosexual -  usando el término que define la modificación de un contenido para alcanzar un mayor público, como los casos en los que personajes negros han sido interpretados por actores blancos. 

Un usuario de la red social contestaba reafirmando esta idea de silenciar el nombre de la enfermedad como señal de miedo e ignorancia, y que este silencio equivale a la muerte. La ilustración pertenece al grupo de acción ACT UP que, precisamente este año, ha sido protagonista de otra película, esta vez francesa y ganadora del Gran Premio del Jurado en el pasado Festival de Cannes 120 pulsaciones por minuto, de Robin Campillo.

Entre los comentarios negativos, se enfatiza cómo el tráiler podría augurar una producción que ofrezca una imagen equivocada del cantante para aquellos que no conocen realmente su historia. Por el momento, la distribuidora no ha emitido respuesta alguna ante las críticas.

Esta no ha sido la única polémica que ha acompañado la producción de la película. En 2010, se confirmó, como recogió The Guardian, a Sacha Baron Cohen como el elegido para dar vida a Mercury en el biopic sobre el cantante. Tres años después, el actor abandonó el proyecto debido a diferencias creativas, como también expuso el medio inglés.

En la promoción de la película Agente contrainteligente, visitó el programa de Howard Stern, donde explicó no haber estado de acuerdo con el planteamiento de la película en la que pretendían que Freddie Mercury muriera en la mitad para contar después qué pasó con el resto de la banda.

Posteriormente, nombres como Daniel Radcliffe o Dominic Cooper se rumorearon como posibles sustitutos, pero nunca hubo confirmación oficial. En diciembre de 2013 se anunció que Ben Whishaw interpretaría al cantante y Dexter Fletcher sería el director. Así lo publicó BBC News. Meses más tarde, el actor abandonó el proyecto de nuevo por diferencias creativas.

En diciembre de 2016 Brian Singer tomó el relevo como cineasta y Rami Malek fue elegido como nuevo candidato a dar vida a Mercury. El 30 de agosto Singer compartió la primera imagen del set de rodaje pero a finales de año se dio a conocer por medio de un comunicado que el director había sido apartado del filme por “comportamientos no profesionales” y sus recurrentes enfrentamientos con el protagonista. Horas después Singer respondió aclarando que Fox no permitió que tuviera tiempo para visitar a uno e sus padres que estaba enfermo.

Finalmente, como anunció Indie Wire, Dexter Fletcher regresó para ser el nuevo director y quien definitivamente aparece como tal en los créditos de la película. Ben Hardy, Joseph Mazzello, Allen Leech y Lucy Boynton son quienes completan el reparto.

En España, habrá que esperar hasta el 31 de octubre para el estreno del biopic de Freddie Mercury que, de momento, ha sido presentado con polémica. 


20 años de 'El gran Lebowski' en seis grandes lecciones de El Nota

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Hay pocas películas que tengan su propia religión. La Fuerza y los avatares propios de La Guerra de las Galaxias inspiraron el Jediismo, una autodenominada religión que en 2001 apareció como credo alternativo que representaba al 0,7% de la población del censo de Inglaterra. La estética ciberpunk y el subtexto mesiánico del Matrix de las hermanas Wachowski generó el culto del Matrixismo. Pero no hay ninguna como la de El gran Lebowski: el Dudaísmo. Se trata de una 'religión' con convención anual y cientos de miles de fans en Estados Unidos, que intenta pregonar las enseñanzas de El Nota -The Dude en la versión original-.

A principios de los noventa, los cambios en la configuración del antes conocido como sistema de estudios de Hollywood propició dos vertientes acusadas en sus realizadores más destacados: la madura asimilación de las leyes del gran espectáculo de Spielberg, James Cameron e incluso Scorsese, y la libertad poética con la que David Lynch, Jim Jarmusch y los hermanos Coen trabajaban por aquel entonces. Estos últimos, responsables de una suerte de lectura posmoderna de la historia norteamericana a través de la misma industria de los sueños en Barton Fink, el hampa con Muerte entre las flores, el capitalismo corporativo en El gran salto y el ruralismo en Fargo.

Con El gran Lebowski reinterpretaron su herencia del noir en una suerte de comedia surrealista que arranca con un malentendido: dos matones confunden a El Nota –fantástico Jeff Bridges- con alguien, como a de Cary Grant en Con la muerte en los talones. Después de meterle la cabeza en el inodoro y de miccionar en su alfombra El Nota reclamará a ese alguien -un millonario filántropo-, una alfombra nueva. Sin embargo, pronto se verá envuelto en una maraña de entuertos muy parecidos a los de Humphrey Bogart en El sueño eterno, que le complicarán la vida sobremanera.

Solo que él no es Philip Marlowe, ni Sam Spade. Ni siquiera es el gran Lebowski. Él es El Nota. Puedes llamarle Nota, Su Notísima, el Noti o el Notarino, pero él solo quería justicia por una alfombra meada que daba ambiente a la habitación. Y sin embargo, su forma de afrontar los avatares de la vida, superando las adversidades de una enrevesadísima trama llena de engaños, secuestros y una estricta dieta de drogas y alcohol, ha inspirado tratados de filosofíareinterpretaciones del taoísmo que llevarían al Dudaísmo.

Su filosofía sigue muy viva veinte años después, de la misma forma que El gran Lebowski -como film-, sigue sin envejecer lo más mínimo. ¿Cuál es su secreto?

Acepta el sinsentido de la vida

La vida es simple hasta que deja de serlo. Un buen día estás en pijama comprando leche en el supermercado, tranquilamente, hasta que llegas a casa y dos matones te dan una paliza y te exigen un dinero que no tienes porque te confunden con alguien que sí. De pronto, te ves haciendo de intermediario en un intercambio para solucionar el supuesto secuestro de la mujer de ese alguien, pero sale mal y te quedas con el dinero que iba a salvar a la persona secuestrada. Y luego te roban el coche en el que tenías la pasta y, para colmo, cuando la policía lo encuentra solo te han dejado cintas de los Creedence.

Además, resulta que la hija de la persona con la que te confundieron te quiere pagar por recuperar ese dinero que no tienes, y que se supone que tiene un chaval que catea un curso en el instituto y te robó el coche una noche de fiesta. Pero el chaval no suelta prenda sobre dónde ha escondido el dinero y andan detrás de ti tres alemanes muy agresivos que graban películas porno y que exigen el dinero que no les diste en el intercambio. Y tú no tienes ni idea de nada y te sientes desgraciado porque todo te pasa a ti. Pero, ¿qué sentido tiene?

Según nuestros ilustres académicos de la lengua, un sinsentido es una cosa absurda que no tiene explicación. Y todo lo que le pasa a El Nota no tiene explicación, como tampoco la tiene cómo se resuelven cada uno de los conflictos en los que se ve envuelto. Pero él acepta, como lo hace siempre, que es incapaz de solucionar todos los problemas en los que se ve envuelto.

Acepta que vive en un sinsentido perpetuo, como su mera existencia, y se deja llevar sin calentarse la cabeza, sin culparse a sí mismo. "Había muchas cosas del Nota que no tenían mucho sentido para mí", nos dice el narrador de esta historia, imagen del vaquero texano por excelencia interpretado por Sam Elliott. Un narrador omnisciente que casi parece una deidad absurda y que nos sitúa en la aceptación de lo desconocido, del sinsentido.

No te fíes de Los Ángeles

"Y lo mismo pienso de la ciudad donde vivía", sigue el personaje de Elliott. "Tal vez sea esa la razón por la que aquel condenado lugar me pareció tan interesante. Lo llaman la ciudad de Los Ángeles, pero a mí no dio esa impresión", comenta quien nos está guiando por este laberinto surreal.

Los Ángeles es el escenario por excelencia del noir autoconsciente surgido de un Hollywood al que le gustaba mirarse el ombligo. Allí vimos sucederse El sueño eterno de Howard Hawks, el Testigo accidental de Richard Fleischer, la Gardenia azul y Los sobornados de Fritz Lang, hasta la Perdición de Billy Wilder. Es el hogar del Marlowe de Raymond Chandler. Incluso fue allí dónde conocimos a Doc Sportello, el intrépido y colocado detective interpretado por Joaquin Phoenix en Puro Vicio, hermana sentimental de El gran Lebowski.

Es, en definitiva, la quintaesencia del sueño americano que esconde una farsa de cartón piedra y neón a la que es mejor tratar con cuidado. "Supe que estaba llegando a Los Ángeles por el olor. Olía a rancio y a viejo, como una sala de estar que lleva demasiado tiempo cerrada", escribía Raymond Chandler en una de las aventuras más desconocidas del detective Phillip Marlowe, La hermana pequeña. "Pero las luces de colores daban el pego. Eran unas luces preciosas. Deberían hacerle un monumento al tío que inventó las luces de neón. De mármol macizo y quince pisos de altura. He aquí un individuo que de verdad hizo algo a partir de la nada". 

Hay otras formas de combatir el poder

Cuando El Nota va a pedirle al Lebowski rico, la persona con la que le han confundido, que le compense por haber recibido una paliza y una micción en su nombre, lo que está haciendo es protestar. Reclamar sus derechos y hacerle saber que se sintió oprimido por culpa suya. Sin embargo, su exigencia cae en saco roto cuando se la plantea a un hombre conservador que combatió en la Guerra de Corea y que representa, en manos de los geniales Coen, el resurgir republicano de Nixon y compañía tras los sesenta, adiós político figurativo al movimiento hippie.

"No puedo resolverle sus problemas. Solo usted puede. Su revolución ha terminado, señor Lebowski. Mis condolencias: los parias perdieron. ¡Los parias perderán siempre!", le gritará enloquecido Jeff Lebowski, mientras le asegura que no piensa recompensarle por haber sufrido una agresión.

¿La solución? El Nota opta por algo que aquí conocemos bien: la picaresca. Esta puede y debe ser otra forma de rebelión en manos de quien se siente explotado, de quien se ha quedado sin recursos. Porque discutir con el poder, a veces, no tiene demasiado sentido. Pero jugársela con inteligencia y perspicacia sí.

No tengas miedo al feminismo

"¿Le incomódan las formas femeninas, señor Lebowski?", le pregunta Maude, el personaje interpretado genialmente por Julianne Moore. Alguien que se declara feminista y que resulta ser la persona más inteligente y racional de todo el plantel de necios y tarados que copa el universo de El gran Lebowski. "Mi arte ha sido descrito como fuertemente vaginal, lo cual molesta algunos hombres. La misma palabra incomoda a algunos: vagina. No les gusta oírla y no se atreven a decirla. Mientras que sin inmutarse lo más mínimo hablan de su polla, de su rabo o de su tranca", reflexiona Maude.

De hecho, hay quien ha interpretado El gran Lebowski como una alegoría del miedo a la pérdida de autoridad y privilegio masculinos: a la castración psicológica. Referencias falocéntricas no faltan: desde amenazas de robos de tranca variadas al mítico "nadie le toca los huevos a Jesús", pasando por sueños con los que Freud se pondría las botas.

La artista Keely Julietta analizaba en un interesantísimo videoensayo cómo El Nota de los hermanos Coen explora diversas teorías propias de Jacques Lacan, según las cuáles el motor del desarrollo de este film sería la transición de la complacencia infantil a un mundo insatisfactorio adulto lleno de tóxicas representaciones simbólicas de la masculinidad.

Rodeado exclusivamente de hombres, y dejándose contaminar por personas absolutamente tóxicas como su amigo Walter -un excombatiente del Vietnam propenso a la violencia interpretado magistralmente por John Goodman-, El Nota no hace más que meter la pata. Sólo cuando abra su mente y se deje contaminar por ideas femeninistas de su partenaire, alcanzará a vislumbrar y resolver claro el asunto en el que está metido. Y encontrará el balance entre sus escasas virtudes y abundantes defectos para aceptarse a sí mismo.

Acepta que nunca serás un héroe

Más allá de una reinterpretación de los códigos del noir que los Coen también harían en Fargo y en El hombre que nunca estuvo allí, existe otra línea discursiva en su cine: muchos de sus films son diálogos y subversiones del monomito del viaje del héroe propuesto por Joseph Campbell.

Unas veces desde la ironía como esa bastarda lectura de la Odisea de Homero que es Oh Brother!, otras desde la alucinación como el mito de Orfeo en Barton Fink, y otras desde la seriedad y emoción como el Sísifo que protagoniza A propósito de Llewyn Davis. El gran Lebowski, en ambas líneas de discusión, es un falso culpable hitchcockiano pero también un héroe más o menos trágico. Porque según el narrador de Sam Eliott: "A veces hay un hombre. No diré un héroe porque qué es un héroe. Pero a veces hay un hombre… que es el hombre de ese momento y ese lugar. Está en su sitio".

Ese es El Nota, alguien que simplemente está pero que sabe que con su presencia altera lo que le rodea. Acepta el principio de incertidumbre asimilando que nada se puede predecir porque al vivirlo introducimos una variable de indeterminación que lo cambia todo. Porque si aceptamos que nunca seremos héroes, que ni nuestro devenir está escrito desde hace siglos ni podemos cambiarlo, podremos ser libres para protagonizar nuestras historias.

Relájate y aguanta

No son pocas las similitudes entre ciertas filosofías zen y lecturas del budismo con el pensamiento vital de El Nota. Rusos blancos y boleras a parte, la actitud del personaje de Jeff Bridges también se vehicula mediante su forma de enfrentar los problemas. De aceptar que no lo puede entender todo -"Lo creo porque es confuso", diría Arrabal-, y que no puede cambiar a los demás – "Bueno, esa es tu opinión" es una de sus frases fetiche-, pero puede aceptar lo que vive tal como viene. Aunque eso le suponga problemas.

En The Dude and the Zen Master, un libro escrito a cuatro manos por el propio Jeff Bridges y maestro budista Bernie Glassman, leíamos que "una de las primeras enseñanzas del Buda es que vivir es sufrir". Sin embargo, según Glessman "no se refería sólo a aspectos dolorosos, traumáticos, sino a algo más básico. No importa lo buenos y felices que seamos, hay pequeños lances cotidianos que trastocan nuestra vida lo suficiente como para cabrearnos o deprimirnos. Por eso la película empieza con el sufrimiento de El Nota al ver que alguien ha orinado en su alfombra". Sin resignarse a la aceptación mansa, El Nota no lucha contra las adversidades: las surfea. "El Nota aguanta", dirá en su última línea de la película.

Veinte años después, el actor que daba vida al Lebowski millonario, David Huddleston, ha fallecido. También lo ha hecho su ayudante interpretado por Philip Seymour Hoffman, así como el hombre que metía a nuestro protagonista en más de un problema, Ben Gazzara. Sin embargo, la historia de El Nota sigue más viva que nunca: el culto que se le profesa reúne a miles de personas anualmente en el Lebowskifest, se siguen publicando libros sobre los Coen, y este año veremos un spin-off del film centrado en la figura de Jesús Quintana, el genial personaje de John Turturro, que la protagonizará y dirigirá. El gran Lebowski sigue aguantando lo que le venga, tomándose los problemas con filosofía, vestido de aquella manera y con un ruso blanco en la mano.

Porque hay muchos entuertos que no tienen solución, pero Nota no hay más que uno.

La estación de Sol del metro de Madrid ahora se llama Han Sol-o

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La campaña para el próximo spin-off del contrabandista más buscado asalta el metro de Madrid. Star Wars España ha publicado un vídeo donde Chewbacca anuncia que la parada de Sol, una de las más representativas de la capital, pasará a llamarse Han Sol-o hasta el 1 de junio en alusión al protagonista del filme, antes encarnado por Harrison Ford y ahora por Alden Ehrenreich.

"Próxima estación: una galaxia muy, muy lejana. SOL es ahora Han SOLo", publican en la cuenta de Twitter oficial de la franquicia de Walt Disney, donde adjuntan el vídeo de una campaña a la que también se suma Metro de Madrid. 

Ante la preocupación de un usuario, que cuestionaba el despiste que podría causar a turistas extranjeros, la empresa pública de transportes aclara que "se mantiene la información de la estación en toda la señalética implementada" y que "la publicitaria es complementaria y ha sido añadida temporalmente en algunas lamas".

Pero no es la primera vez que modifica su apodo. Previamente, gracias a una aportación económica de un millón de euros anuales, esta se llamó Vodafone Sol durante tres años hasta 2016. De hecho, Pedro Rollán, el consejero de Transportes, Infraestructuras y Vivienda, descartó que continuara el patrocinio con la compañía telefónica. Sin embargo, no mencionó nada de Disney.

La ilusión musical: cuando las canciones giran al son visual de Edgar Wright

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No existe el silencio en el cine de Edgar Wright. La imagen alberga en sus confines un collage de sonidos que, aunque en apariencia se proyecten en múltiples direcciones, operan como partitura en la sombra de la narración. Lo visual se subordina a lo auditivo en un mundo regido por la música. O al menos, por la musicalidad que puede extraerse de sus logros.

No cuesta, en ese sentido, extraer la cadencia común que comparten Spaced, la sitcom que esbozó el tono que tomaría el realizador británico en adelante, y Baby Driver, su celebrado primer gran proyecto en Hollywood, por más que las separen casi dos décadas y un considerable diferencia presupuestaria. De la escena en la que el ravero Tyres (Michael Smiley) orquesta un ritmo bailable con el conjunto de ruidos que se producen a su alrededor; pasamos a la orfebrería rítmica que implica replicar el Tequila de The Champs con los disparos en un tiroteo. La misma idea compositiva se estiliza a fuerza de repetición.

De igual modo que sus diálogos se nutren de las rimas, mediante paráfrasis y homofonías, su narrativa se construye sobre este obstinato transversal: el ritmo lo mueve todo.

Parece lógico que el género del vídeo musical se determine como idóneo para la afinación de este harmonioso régimen que Wright impone a su puesta en escena. Como hiciera Tony Scott, uno de sus referentes más evidentes, el responsable de Zombies Party ha encontrado en las artesanías publicitarias un campo para experimentar con las formas que debían adoptar sus películas. No en vano, fue un clip para el dúo de electrónica Mint Royale, Blue Song en 2003, el que sirvió como anacrusa de lo que 14 años después acabaría siendo Baby Driver.

Colors, el corte que da nombre al decimotercer álbum de Beck, obtuvo esta primavera un tratamiento audiovisual a cargo de Wright, en lo que supuso su segundo encargo después de hacer de Ansel Elgort su trasunto al volante en el filme de persecuciones (el anterior fue el spot Choose Go para Nike). Rodado en estudio durante dos semanas a mitad de marzo y estrenado tras una intensiva labor de postproducción a finales del mismo mes en Apple Music, esta pieza suena como una perfecta culminación del estilo de su director, amén de una impropia entrada en la escena del videoclip contemporáneo.

Mientras la demanda de éxito homogeneiza las estéticas como simple escaparate del producto, Colors se esmera con impulso compulsivo en crear imágenes distintivas partiendo de la materia prima sonora, sabiendo leer en la clave correspondiente.

Un pentagrama sin fusas, solo redondas

La cartera de videoclips de Edgar Wright no es particularmente prolífica; al contrario, su productividad se aleja de la de popes coetáneos como Spike Jonze o Michel Gondry. Él mismo criba en su currículo sus primeras aproximaciones al género, alumbradas en los noventa y difíciles de rastrear aun en el incuantificable catálogo virtual de internet. Hay que girar la bobina hasta 2001, un año clave pues marca el final de Spaced, su primera pica con filo autoral en su filmografía, para dar con trabajos documentados.

El catálogo de artistas que disponen de sus servicios tampoco es extenso. A menudo estamos ante solistas y grupos con los que Wright mantiene una relación colaborativa más o menos continuada. El de Beck es el ejemplo más evidente: el compositor que triunfara proclamándose un perdedor (Loser) en 1995 arrimó el hombro en la banda sonora de Scott Pilgrim contra el mundo en 2009 y cedería luego un tema indispensable a la lista de reproducción que vertebra la trama de Baby Driver, Debra.

Nos encontramos así con apenas una decena de cortos musicales entre 2001 y 2018, si bien todos ellos resultan ciertamente personales en su ejecución. En mayor o menor medida, evidencian la importancia de la concienzuda conjunción de imagen y sonido, y marcan la evolución y refinamiento de un discurso coherente y sostenido.

Las coreografías del movimiento y la cámara armonizan un ideal de realidad. Los comparecientes en el plano respiran y se mueven en base a una cadencia controlada, como marionetas del compás. Danzan más que viven, o viven porque danzan, puesto que la música prefigura la existencia. En After Hours (2002) del cuarteto The Bluetones, una docena de niños emulan a los gánsteres de cine, remedando los tics de los adultos a lo largo de una larga toma única. En la ya aludida Blue Song, un conductor de atracos con la cara de Noel Fielding calcula el tiempo para el golpe en base a esa canción.

Esta percepción de lo real se ajusta a acordes no solo melódicos. Así como Zombies Party, Arma fatal y Bienvenidos al fin del mundo proponen recontextualizaciones de los tropos del terror, el policíaco y la ciencia ficción en entornos cotidianos, estas píldoras resignifican estéticas muy reconocibles partiendo de la pista como eje.

En manos de este archivista de mil y una cinematografías, la cita se torna indispensable para dar altavoz a la propia identidad: su interpretación de Psychosis Safari, tercer single del disco debut del Eighties Matchbox B-Line Disaster, subraya la afinidad del psychobilly por el cine de terror clásico, aludiendo incluso al efímero reclamo que fuera el 3-D a raíz de cintas como Los crímenes del museo de cera; After Hours se concibe como una réplica a/de Bugsy Malone, intuyendo ciertas notas comunes entre el sandunguero éxito de la agrupación de britpop y la composición orquestada por Paul Williams para el primer largometraje de Alan Parker.

Aunque si ha de resaltarse un cortometraje sobre el resto será el segundo que dirige para la excomponente Ash Charlotte Hatherley, bajo el contundente título Bastardo (el primero sería Summer). El guitarreo juvenil y la trova narrativa se representa en forma de fotonovela, expresando cada verso sobre una sucesión imposible de viñetas, fotografías y bocadillos. Lo hace huyendo del estatismo en el que podría caer una planificación tan milimétrica, con un montaje de tempo acelerado, combinación de paneos y rapidísimos cortes que apenas se abarcan la extensión de una sola sílaba.

Casi podría entenderse este abrumador y divertido clip como un primer ensayo artesanal sobre la hibridación entre los lenguajes del tebeo y el vídeo, que confluirán con pasmosa fluidez en su adaptación posterior de Scott Pilgrim contra el mundo. De nuevo, una película narrada desde una perspectiva procesada a partir de la saturación de referentes con la que se han criado los tardoadolescentes de los dosmil.

La personalidad sinestésica

Precisamente en el último filme mencionado, Wright sella su asociación creativa con el director de fotografía Bill Pope, con quien repite en Bienvenidos al fin del mundo y Baby Driver, así como en el clip Gust of Wind para Pharrell Williams y en Colors. Una asociación determinante para que el director corone la cima del estilo sobre el que venía experimentando. Porque si su concepción del montaje –tanto externo como interno- de la imagen había sido el timbre que identificaba su voz como creador, el uso que hace del color sube progresivos tonos en su discurso, agudizándolo.

El vídeo que le comisiona el otrora N*E*R*D para publicitar su segunda referencia en solitario, G I R L, viene caracterizado por los mismos rasgos comentados. Tanto las danzarinas que rodean al rapero y a los tótems que simbolizan a Daft Punk como el otoñal escenario emplazan a recordar la poética del movimiento fotografiada por Zhang Yimou en Hero. Estos elementos, cabe decir, se disponen con una mayor sobriedad, y lo hacen con una paleta cromática mucho más codificada: rojo y ocre y blanco. Del equilibrio de sus fuerzas se obtiene un vaporosa sensación de serenidad –casi como una ráfaga de viento- adecuada a un medio tiempo como este.

De nuevo, este videoclip intachable para Pharrell parece una práctica sobre lo que lleva al extremo en el que le encomienda Beck algo más de tres años después. Si consideramos los anteriores ejemplos como sucesivos borradores, este se presenta como el culmen de su estudio.

En Colors, el cantante y la actriz Alison Brie, ambos en escala de grises, ejercen de voces principales que marcan el ritmo de un cuerpo de baile pintado de azul y amarillo. En el universo planteado, el contraste entre la viveza de dichos pigmentos se acentúa en la ausencia del resto (salvo pequeñas fugas, en los labios rojos de ella y la vistosa flor en la solapa de él) y se potencia en la edición (150 planos picados en 4 minutos y 23 segundos) y la planificación hasta adquirir un tinte sinestésico.

De nuevo, Wright efectúa una lectura connotativa del material y hace literal el lema del estribillo: "Mira los colores, haz los colores, siente los colores". En este caso, lo logra con una geométrica coreografía (diseñada por Ryan Heffington) que remite, una vez más, a un referente preciso, Busby Berkeley (no en vano, la propia vestimenta del dúo estelar los transforma en émulos de Dick Powell y Ruby Keeler); y una puesta en escena que diríase cerca de la abstracción de La montaña sagrada de Alejandro Jodorowsky.

La remezcla de estas capas, la simetría del plano, los calculados movimientos de la danza y cámara, la intensa temperatura cromática y las sincopadas transiciones funcionan como una representación visual de la propia música a la que acompaña. Estamos así ante una experiencia sensorial intensa, inmersiva. Incluso alquímica, pues no hace sino visualizar el sonido, darle forma.

Lo visual existe por mandato de lo audible. El filarmónico Edgar Wright no entiende una cosa sin la otra. De ahí que en su corpus la ligadura se haga tan patente y sus largometrajes impongan un ritmo tan rotundo. De ahí también que sus videoclips resulten igual de sustanciosos. En casos como el de Colors, este género a priori publicitario, adyacente, asume autonomía precisamente por entender las relaciones entre lo que contemplamos y escuchamos.

Fotografía, corte, movimiento y ambientes se conjugan para crear una ilusión musical. De ahí que no exista el silencio en la obra de Edgar Wright. Aunque no haya necesariamente música, se siente igual.

'Deadpool 2': asesino busca venganza y encuentra familia

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Dejando al margen el éxito sostenido de Marvel Studios, Wonder Woman y Deadpool han sido las sensaciones del cine superheroico reciente. La primera ha mostrado que guiñar el ojo a los feminismos pop puede contribuir al éxito comercial, crítico y mediático de un filme. La segunda ha influído en la industria al evidenciar que una calificación restrictiva no necesariamente lastra la taquilla de un blockbuster. Se ha reabierto la puerta a las imágenes de violencia gráfica, expandiendo el pulcro modelo de cómic cinematográfico, caracterizado por la violencia sin sangre y la ausencia de sexualidad, que se estableció mediante filmes como Los Vengadores.

Los responsables de Logan siguieron ese camino con algunos tonos crepusculares, intentando aportar un mayor aspecto de madurez a su propuesta. Deadpool 2, a su manera, intenta algo parecido aunque siga siendo una mascletá de humor escatológico, referencias freaks o metalingüísticas y violencia extrema y carnavalesca. Los efectos digitales, de nuevo, no solo sirven para apabullar sino también para provocar perplejidad o un cierto asco.

Quizá el valor del diptico Deadpool es que ha convertido un material más propio de la serie B, por sus inclinaciones autoparódicas, en un gran espectáculo. El cómic post-tarantiniano y cruel de Kick ass se fusiona con bromas groseras de comedia adolescente escatológica, y todo ello acontece dentro de un escenario relevante de la cultura freak: el mundo de los mutantes de Marvel Comics. Para más de uno, se trata de un sueño hecho realidad.

Si la sorpresa de la primera entrega podía ser difícil de repetir, la broma puede seguir funcionando por acumulación de personajes y tramas. La atención del público sigue centrada en el show del protagonista, pero este comparte protagonismo con nuevos colaboradores superheroicos. Además, se conserva a los pintorescos secundarios cómicos presentados en la primera entrega.

No faltan los viajes en el tiempo al estilo de Terminator y la formación algo accidentada (nunca mejor dicho) de un supergrupo... En otra voladura controlada de las convenciones del género, una posible historia de venganza se liquida en apenas unos minutos y con un objetivo final algo inusual. El carrusel de idas y venidas, disparos y chistes a costa del dubstep puede resultar trepidante. ¿Mision cumplida de David Leitch (John Wick) y compañía? A cada espectador le corresponderá decidir si la respuesta es afirmativa o si, recogiendo un chascarrillo del antihéroe, se trata de una misión cumplida... como la de George W. Bush en Irak.

Ambigüedad en el mundo de las guerras culturales

Tras el estreno de Deadpool se generaron algunos sorprendentes entusiasmos. El protagonista fue considerado el primer protagonista queer del blockbuster superheroico, aunque su conducta parecía muy convencional. El personaje remitía sobre todo al estereotipo de adolescente de hormonas desatadas y lenguaje soez, falocéntrico y pajillero, característico de ciertas teen movies. Si las nuevas masculinidades fueran eso, tendrían bastante poco de nuevas y no pasarían de ser un efecto colateral de la peterpanización general de la cultura pop.

Con todo, Deadpool incorporaba alguna escena interesante. ¿Cuántas veces se ha visto a un héroe (o antihéroe) masculino de acción siendo sodomizado por su mujer? La escena se representaba como un gag, facilitando la risita tranquilizadora del espectador incómodo. Con todo, no dejaba de escenificar una pequeña infiltración dentro de un producto mainstream.

El filósofo Slavoj Zizek escribió sobre las conexiones entre el Bane de El caballero oscuro: la leyenda renace y el movimiento Occupy Wall Street, afirmando que “lo que importa no es un juicio negativo sobre algo, sino el mero hecho de que ese algo sea mencionado”. Con sus jóvenes heroínas lesbianas y su malvado que condena a las personas por ser diferentes, Deadpool 2 parece mimetizarse con el Hollywood pro-diversidad. Aún así, no deja de moverse en la ambigüedad: dispara bromas sobre lenguaje andrócentrico y sexualidades que podrán ser reídas, a la vez, como guiños por parte de feministas o defensores de la libertad sexual, y como mofas por parte de machistas y homófobos.

La otra familia de un asesino en redención

El neoliberalismo como sistema de vida ha contribuido a debilitar las relaciones humanas, al dibujar el mundo como un lugar de competencia y lucha a lo Battle royale. El Hollywood reciente suele incorporar un gran asterisco a todo ello: la familia, y con ella el amor romántico orientado a la reproducción, son el gran (y quizá único) refugio donde tejer vínculos no condicionados por la competitividad. De ahí lo terrorífico de las invasiones domésticas acometidas por asesinos humanos (Tú eres el siguiente, La noche de las bestias) o por fantasmas y demonios (Insidious, Expediente Warren), porque ya no hay lugar donde esconderse.

Bajo sus capas de presunta transgresión, Deadpool seguía el camino convencional al mostrarnos el romance del antihéroe. Su secuela envía estímulos contradictorios. Las escenas del protagonista y su pareja, extrañamente melodramáticas, pueden proyectar el elogio de una normalidad concebida de manera estrecha: la vida orientada al matrimonio con vocación reproductiva. En paralelo, se plantea un periplo característico de las narrativas conservadoras: el camino de redención de pecados previos.

En paralelo, los responsables del filme ensayan una expansión del concepto de familia. “Family is not an “f” word”, afirma el protagonista, pero su posición no es un repliegue en la consanguinidad y el amor romántico-procreador. Se defienden los vínculos escogidos. Y, a diferencia de lo visto en otra comedia de acción posmoderna como Zombieland, no hace falta que tenga lugar un apocalipsis para ello. En algunos momentos, la masacre está salpicada de una ternura casi naïf y también algo autoparódica.

Podemos pensar que el encarecimiento del presupuesto respecto a la primera entrega favorece que, como dice el mismo Deadpool, la secuela sea una "película familiar". Sea como sea, el asesino a sueldo ha comenzado a madurar, a dejar atrás su rebeldía infantiloide. Matiza su justicierismo homicida (incluso refrena las tendencias vengativas del recién llegado Cable) y sus burlas del código ético de los X-Men. En el primer filme, esta ridiculización del buenismo se representaba como transgresora a pesar de la hegemonía de los discuros de mano dura.

Si asumimos con optimismo infatigable el apunte zizekiano sobre El caballero oscuro: la leyenda renace, Deadpool 2 puede aportar algo positivo dentro de las denominadas guerras culturales. Aunque no estemos en ningún caso ante una obra heroicamente militante, sino ante una coctelera de referencias, guiños y contradicciones con trasfondos algo inquietantes. Como su mismo protagonista.

Un Festival de Cannes feminista clausura su primera edición post Weinstein

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La elección de Cate Blanchett como presidenta del jurado había marcado el tono al Festival de Cannes 2018 antes de su inicio, y su clausura hoy confirmó que en un certamen donde el productor Harvey Weinstein era un habitual, este ha pasado página. La actriz australiana, bandera del movimiento feminista surgido en esa industria tras las denuncias contra Weinstein por abuso sexual, personificó el cambio en un año en que ganó la Palma de Oro el japonés Hirokazu Kore-eda por "Shoplifters".

Pero fue la directora italiana Asia Argento, la primera en delatarle oficialmente, quien dio la cara con más fuerza, al recordar que en 1997 fue violada por él en Cannes. Argento apostó durante la ceremonia de clausura porque Weinstein nunca más sería bienvenido allí, aunque advirtió de que "hoy se siguen sentando entre nosotros otros que han tenido un comportamiento indigno con las mujeres". "Sabéis quiénes sois. Y, lo más importante, nosotras lo sabemos, y no vamos a permitiros vivir en la impunidad", señaló la directora italiana.

El festival se había prometido ser "ejemplar" y lo dejó claro también con un folleto que recordó a los acreditados que el acoso está penado por ley y una línea telefónica abierta para denunciar abusos. En un Cannes reivindicativo, la foto con la que se recordará esta 71 edición estuvo protagonizada por 82 mujeres, representantes en la alfombra roja de las 82 directoras que han competido hasta ahora, frente a los 1.688 realizadores que han optado a premio.

Un año de símbolos

Los símbolos fueron importantes en un año escaso de estrellas y la imagen de la también jurado Kristen Stewart descalzándose al subir al Palacio de Festivales fue leída como una denuncia contra la obligación de llevar tacones a los estrenos. Esa alfombra roja, plataforma de la causa feminista, fue inaugurada por Penélope Cruz y Javier Bardem, protagonistas de "Todos lo saben", con la que el iraní Asghar Farhadi se fue de vacío.

Martin Scorsese, premio honorífico de la Quincena de Realizadores, o John Travolta, que ofreció una clase magistral, fueron otros nombres que acapararon la atención, al igual que el director de "Black Panther", Ryan Coogler, que invitó a su charla a un nutrido grupo de estudiantes de cine negros. Junto a ellos, el reparto de "Solo: Una historia de Star Wars" escoltado por los soldados imperiales, pero si en el certamen no hubo mucha más dosis de fantasía, esta tampoco sobró en el resto de la Croisette, otrora copada de publicidad de grandes producciones.

La presentación comercial de "Hotel Transylvania 3: Unas vacaciones monstruosas" y las protagonistas de la futura película de espionaje "555", con Cruz y Jessica Chastain entre ellas, suplieron parte de esa ausencia. Medio siglo después de las protestas estudiantiles en París, que por solidaridad de algunos cineastas acabaron cancelando la edición de aquel, en Cannes reapareció uno de los directores más comprometidos de entonces: Jean-Luc Godard.

Con "Le livre d'image", Palma de Oro especial, ofreció una propuesta más artística y filosófica que cinematográfica, y marcó historia también al protagonizar a distancia una conferencia de prensa por teléfono móvil. El papa Francisco fue otro protagonista virtual, en su caso mediante el documental "El papa Francisco: Un hombre de palabra", con el que Wim Wenders acerca al público su mensaje ecologista y de fraternidad.

Y en plena apuesta por filmes de alto contenido político y anticapitalista y por la renovación, con ocho cineastas nuevos en la competición oficial, la atención se desvió también hacia la polémica por excelencia de esta edición, en manos de Terry Gilliam y de su exproductor, Paulo Branco.

Tribunales mediante, Cannes pudo proyectar en la clausura "El hombre que mató a Don Quijote", víctima de un reguero de vicisitudes desde que fue ideado hace dos décadas.

Conciliador llegó en cambio el danés Lars Von Trier, persona non grata desde 2011 por sus declaraciones de apoyo a Hitler, y al que el festival perdonó con "The House that Jack Built" fuera de competición. Polémica fue además la ausencia del iraní Jafar Panahi y del ruso Kirill Serebrennikov por problemas con la justicia de sus países, y reivindicativo el estreno de "Rafiki", vetada en Kenia por su temática homosexual.

España y Latinoamérica

Una temática también defendida por la española "Carmen y Lola", filme de amor entre dos adolescentes gitanas dirigido por Arantxa Echevarría y proyectado en la Quincena, sección paralela de Cannes que ganó el franco-argentino Gaspar Noé con "Clímax". El cine iberoamericano logró también un premio la sección oficial Una Cierta Mirada, con la distinción otorgada a "Chuva é cantoria na aldeia dos mortos", de la brasileña Renée Nader Messora y el portugués João Salaviza.

La adaptación de 'Fahrenheit 451' con la que Bradbury tendría pesadillas

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Hay veces que la historia de la literatura convierte algo insignificante, en algo que lo cambia todo. En la primavera de 1950, a Ray Bradbury le costó exactamente nueve dólares y ochenta centavos en monedas de diez, redondear el concepto de lo que se entendía por distopía. Construía entonces, aunque él no lo sabía, la tercera obra fundamental de lo que más tarde sería una especie de trinidad para el género. Esa que forman Un mundo feliz de Aldous Huxley, 1984 de George Orwell y Fahrenheit 451, la que nos ocupa.

Por aquel entonces, Bradbury pasaba ciertos aprietos económicos que le impedían reparar su máquina de escribir, mucho menos alquilar un despacho. Así que buscando algún sitio en el que poder desempeñar su labor dio con la sala de mecanografía del sótano de la biblioteca de la Universidad de California, en Los Ángeles. Allí descansaban unas cuantas Remington y Underwood que se alquilaban a diez centavos la media hora. Uno insertaba la moneda y entonces un contador empezaba una cuenta atrás durante la cuál tenías que escribir lo que pudieses. Así, en nueve días Bradbury escribió como un loco un relato llamado El bombero, que se publicó en 1953 con el nombre de Fahrenheit 451, una de las novelas de ciencia ficción más influyentes de la historia.

65 años después, HBO estrena una de las pocas adaptaciones cinematográficas que se han hecho de la historia de Bradbury. Un relato ciertamente difícil de adaptar que dirige Ramin Bahrani, con Michael Shannon y Michael B. Jordan a la cabeza. Intento de actualización de un mito que merecía algo mejor. 

Bradbury en la era de la posverdad

Acercarse a un clásico literario para adaptarlo al lenguaje audiovisual siempre resulta conflictivo. Fahrenheit 451  no es una excepción así que se asume que en el proceso de adaptación puede pasar cualquier cosa porque sacrificar tramas, personajes y discursos es algo necesario. Si además, como realizador, tienes pocos espejos en los que mirarte, el problema se agrava. Y si uno de estos constituye a su vez otro clásico en su terreno -como lo es la adaptación del 66 que filmó François Truffaut-, la empresa resulta casi imposible.

Es justo reconocer que Ramin Bahrani se ha tirado a la piscina con la adaptación Fahrenheit 451 que acaba de estrenar HBO. El realizador venía del terreno indie norteamericano, con un nombre hecho en los Independent Spirit Awards y en los Gotham y una presencia como voz de los males urbanos de los Estados Unidos post 11-S.

En Un café en cualquier esquina había conseguido un sencillo pero eficaz drama social en torno a la falta de futuro del inmigrante en la tierra de las oportunidades. Y en Chop Shop ampliaba su crítica con el relato de dos hermanos obligados a explotarse desde muy jóvenes para hacer frente a la realidad económica de Queens. Podíamos pensar que su nuevo film iba a ser capaz de ofrecer cierta lectura interesante de un texto tan político y debatible como el de Bradbury.

La historia original es harto conocida: en una sociedad distópica en la que el control de la información es absoluta, los libros están prohibidos y Guy Montag, el protagonista, se encarga de buscarlos y quemarlos. Forma parte del cuerpo de bomberos de la ciudad, que busca mantener la paz haciendo que arda en llamas todo aquello que pueda perturbarla. Un día, Montag conoce a Clarisse McClellan, una joven que le hará preguntarse por qué hace lo que hace.

Hasta aquí, la película de Ramin Bahrani se mantiene fiel al texto original. Pero más allá de su premisa, la adaptación que propone busca legítimamente reinterpretarlo en clave actual. De hecho, durante sus primeros compases, la película parece querer trazar una metáfora en torno al odio y su propagación digital en tiempos de la posverdad de Trump. Pero pronto, demasiado pronto, se pierde entre reescrituras tecnófobas y pesadillas de la ciencia ficción más ramplona, cayendo en recursos narrativos del cine de acción de bajo fuste.

Tecnofobia para masas

En esta ocasión, Guy Montag no es un funcionario oprimido y depresivo sino una estrella de televisión. En este Fahrenheit 451 el cuerpo de bomberos que provoca incendios en lugar de apagarlos protagoniza una suerte de reality show que triunfa en redes sociales y en las pantallas omnipresentes de la ciudad.

Para modernizar la novela de Bradbury, Bahrani nos presenta una sociedad en la que los medios de comunicación han lavado el cerebro a la población para que odie a los ‘rebeldes’, lectores de libros y pensadores por sí mismos. De ahí que, dispuestos a soltar su bilis, a todo el mundo le encante ver el programa en el que se cazan rebeldes como si fuese perros y se les castigue por serlo. Programa, además, en el que el espectador puede participar en directo enviando mensajes en forma de emoji. En este mundo, Internet se llama Nueve, Siri se llama Yuxie y abundan las alegorías del mundo de hoy, cuanto menos, poco sutiles.

Si el texto de Bradbury abría puertas a la especulación en un mundo en el que se vive una especie de dictadura de lo políticamente correcto, pues subyacía la discutible idea de que habían sido minorías oprimidas las que habían empezado a quemar libros  -ya fuere por temas de religión, raza o género-, aquí no hay lugar para la imaginación. No hay espacio para subtextos. Ni siquiera para la inteligencia: donde antes se memorizaban libros por amor a las letras, ahora esta memoria es un virus descargable en el ADN que se puede eliminar en un chasquido. Todo en este Fahrenheit 451 se enmarca dentro de un discurso tecnófobo más bien perezoso.

Tu asistente virtual te espía, las redes sociales sacan lo peor de ti, vives alienado y tu identidad es una tapadera de tus traumas... son algunos de los discursos con los que Bahrani pretende acercarse a una generación que, realmente, ya se ha visto interpelada por debates propuestos en ficciones más inteligentes. Black Mirror, Her, Nunca me abandones, Perfect Sense, El congreso, Ex Machina, Sense 8 o Doctor Who serían solo algunas que nos vendrían a la cabeza sin pensarlo demasiado.

Y si teníamos la esperanza de que, habiendo fracasado en su intento por apelar al espectador actual, la película podría recompensarnos en lo formal… nos equivocamos. Baste decir que en su retrato futurista, en términos de puesta en escena, las ideas originales brillan por su ausencia entre pantallas ardiendo y paletas de colores expropiadas de Blade Runner 2049.

Tampoco acompaña un reparto desaprovechado: la Clarisse McClellan de Sofia Boutella no es la de Julie Christie, ni Michael B. Jordan tiene la capacidad hipnótica del extraño rostro de Oskar Werner en la versión de Truffaut. Peor es el caso de Michael Shannon, uno de los mejores talentos del panorama actoral hollywoodiense capaz de hacer suyas películas como Animales Nocturnos o Take Shelter, pero cuyo capitán Beatty se nos presenta como la versión descafeinada del villano lleno de rabia y miedo de La forma del agua.

HBO se apunta con Fahrenheit 451 el tanto de haber modernizado un clásico, revalorizando tanto el texto de Bradbury como el film de Truffaut. Así que, pensándolo bien, si ha servido para eso bienvenida sea esta adaptación.

'Soy una prueba', el triángulo de las bermudas de las violaciones está en EEUU

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He aquí un estudio sobre una violación grupal. La víctima estaba congelada mientras los agresores se turnaban para abusar sexualmente de ella, una y otra vez. Su cuerpo hizo lo que debía para intentar mantenerla con vida. Más tarde, fue al hospital y allí utilizaron un kit postviolación. La víctima presentó una denuncia inicial ante un agente de policía, y este decidió rechazar el kit. Dijo que era una chapuza, lo marcó como "sin pruebas" y cerro el caso allí mismo para siempre.

Poco después le entrevisté y le pregunté que por qué . Esta fue su respuesta: "Si se quedó ahí tirada, será porque querría hacerlo. A nadie le gusta que le pase un tren por encima, pero ella permaneció tumbada, así que debía de desearlo". 

- Rebecca Campbell, psicóloga de conductas policiales de Michigan.

Cuando un tiburón se encuentra con la aleta dorsal hacia abajo, sufre lo que se llama inmovilidad tónica. La vulnerabilidad y la amenaza es tal, que en su cerebro domina el circuito del miedo. Los psicólogos empezaron a identificar esta conducta fuera del fondo marino en dos escenarios: los conflictos armados y las agresiones sexuales. En las segundas se bautizó como "parálisis inducida por violación" y, aunque afecta a un alto porcentaje de víctimas, el sistema suele confundirlo con sexo consentido.

En Estados Unidos hay numerosos casos de violación resueltos como el del comienzo, pero son incluso más los que acumulan polvo en comisarias y edificios abandonados. Precisamente en uno de esos comienza Soy una prueba, el impactante documental de HBO que pone contra el paredón al servicio sanitario, a los cuerpos de seguridad y al sistema judicial del país.

El título hace referencia a las muestras que toman los sanitarios de las víctimas que se animan a denunciar. Saliva, sangre, vello púbico, fluido vaginal y fotografías. Todo esto se introduce en una anodina caja de cartón, que allí se conoce como rape kit (kit de violación), y se envía a un laboratorio para que contrasten la información con la de otras agresiones denunciadas. ¿El problema? La segunda mitad del proceso simplemente no ocurre.

Se calcula que hay 400.000 rape kits sin analizar en todo el país formando columnas de impunidad. Un triángulo de las bermudas que se traga los pedazos anatómicos de esas mujeres mientras ellas intentan recomponer los emocionales en su día a día. "Te pasas toda tu vida escuchando que hay que contar cuando alguien te pone una mano encima, lo haces, ¿y no ocurre nada?", dice una de las víctimas.

La otra acepción del título se refiere a la figura de la mujer atacada y denunciante en sí misma. "No soy solo un kit. Soy una persona", espeta Erika, una de las cuatro sobre las que pivota la narración de Soy una prueba. Son tomadas como pruebas judiciales porque su relato afecta a la condena, y si no se muestran tan consternadas, llorosas y quebradas como el sistema espera, entonces no son una prueba lo suficientemente fiable. Si además son negras y/o pobres, el desenlace es aún peor.

Mujer, negra y pobre: al almacén

El documental no se centra en un estado ni una ciudad en concreto, sin embargo, hay un sitio cuyas horrendas imágenes se hacen protagonistas. En las afueras de Detroit, capital quebrada de la industria automovilística y sumidero de pobreza, racismo y violencia, hay una nave semiderruida en cuyo interior descansan más de 10.000 kits de violación sin abrir. 

"Me quedé anonadada con que hubiese tantísimos rape kits en ese enorme almacén abandonado, con las ventanas rotas y con bandadas de pájaros volando alrededor", dice Kim Worthy, la fiscal del condado de Wayne (Michigan) y una de las figuras más combativas contra esta negligencia pública. "Cuando me recuperé del susto inicial, no me sorprendió. A nadie le importan una mierda las mujeres de este país", sostiene la letrada un poco después.

Una de ellas fue Erika, violada en 2002 por un amigo de su novio en la fiesta de su 21 cumpleaños. Ahora tiene tres hijas y, antes de acceder a participar en el documental, había mantenido doce años en secreto lo que ocurrió aquella noche. No solo recibió un trato racista del policía que la atendió, sino que en su informe escribieron que no fue violación al haber sido perpetrada por alguien conocido. 

"Hablamos de mujeres pobres y negras. Se notaba que no creían a las víctimas, que no creían que mereciesen su atención. Leímos informes policiales donde se referían a ellas como putas, busconas o zorras. Para ellos no había agresión sexual, así que no iban a invertir el poco dinero del que disponían en investigar esos kits", explica la experta en psicología policial de la universidad de Michigan, Rebecca Campbell.

Erika no es solo una caja de cartón con pelo y saliva, pero sí es uno de los 10.000 kits que hoy son pasto de los cuervos de Detroit. Y más allá de mostrar esta desoladora imagen y el agotamiento psicológico de quien espera una justicia que nunca llega, Soy una prueba se guarda en la manga una conclusión aún peor (o mejor, según se mire). 

Violadores en serie y en libertad

Helena y Amberly fueron violadas por el mismo hombre con un año de diferencia. Un camionero con melena y una decena de tatuajes penitenciarios que atacaba a sus víctimas en aparcamientos y gasolineras. La primera tenía 17 años, estuvo diez horas secuestrada a punta de navaja y fue agredida en múltiples ocasiones en ese tiempo. Ahora Helena es una aguerrida activista que trabaja para crear conciencia sobre los asaltos sexuales.

La segunda fue raptada durante dos horas en 1998, pero el trauma derivado de ese encuentro le arrojó al infierno de las drogas y a cometer varios intentos de suicidio.

Soy una prueba no solo demuestra la tara de seguridad que conlleva que el kit de Helena no fuese analizado para evitar la violación de Amberly. Sino que pone de manifiesto las múltiples formas en las que una mujer puede afrontar el trauma. No quieren ser heroínas, ni portavoces de las supervivientes, solo quieren una justicia que salvaría a otras muchas en un país donde una persona es asaltada sexualmente cada dos minutos. Donde hay centenares de violadores en serie: solo en Cleveland, de 1.735 denuncias, 736 eran de agresores en serie.

Este hecho pretende ser un destello de optimismo en el oscuro tono general del documental. Si el sistema se pone las pilas, los kits lanzarán las pistas suficientes como para atrapar a buena parte de los perpetradores, muchos reincidentes. "La justicia debería ser mejor que los delincuentes", asevera Helena.

No hay un final feliz ni una senda clara de que las cosas vayan a mejorar a partir de ahora, pero Soy una prueba otorga a las víctimas el tiempo que no les dedicaron en las comisarias o en los laboratorios. Y eso sí que suena revolucionario.


Ocho intentos fallidos: la literatura de Philip Roth en el cine

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En el cuarto episodio de la temporada con la que dijimos adiós a Mad Men, una de las series más influyentes del siglo XXI, el eterno Don Draper interpretado por Jon Hamm se recostaba en su sofá para leer El lamento de Portnoy de Philip Roth. Sabido es que en aquella serie no había absolutamente nada casual y que cualquier elemento de puesta en escena o minúsculo atrezzo tenía un alcance simbólico. Esta lectura también: era el reflejo freudiano de un personaje  buscando consuelo de su situación profesional y sentimental en la historia de un obseso sexual.

Se trata solo de un pequeño ejemplo pues la influencia de Philip Roth en la ficción audiovisual es extensísima y difícilmente rastreable, en tanto que su literatura lo ha sido para la psique norteamericana. Son muchos los creadores en los que Roth plantó una semilla que llega hasta nuestros días. El último en sumarse a reivindicar su herencia fue David Simon: el creador de The Wire confirmaba en enero estar preparando una mini serie de seis episodios basada en La conjura contra América, novela en la que Roth narraba la historia de su familia a la par que analizaba la huella de las políticas antisemitas de Charles Lindbergh en su camino hacia la Casa Blanca en 1940.

Tal vez sea Simon la primera persona en romper la maldición que pesa sobre la obra de Roth en el audiovisual. El cine también se ha asomado en múltiples ocasiones a la literatura del ganador del Pulitzer y eterno candidato al Nobel, que fallecía este miércoles 22 de marzo. Pero casi nunca lo ha hecho con buen atino. Philip Roth parece haberse ido dejando una estela de autor cuya habilidad literaria respiraba un aliento inadaptable.

Battle of Blood Island

En 1960, un realizador prácticamente desconocido llamado Joel Rapp estrenó una película bélica de bajo presupuesto que pasaría a la historia como la primera adaptación de un texto de Philip Roth. Se trataba de un relato corto inédito llamado Expect the Vandals que narraba la historia de dos soldados estadounidenses condenados a entenderse tras convertirse en los únicos supervivientes de su escuadrón, arrasado en una isla japonesa en plena Segunda Guerra Mundial.

Aquella primera aproximación entre la obra del futuro Pulitzer y el séptimo arte, resultó ser una película de aire propagandístico sin ambages en su discurso sobre la necesidad de limar asperezas para hacer frente a un enemigo común. Filmgroup la estrenó como parte de un programa de doble sesión junto con otra película bélica de bajo fuste llamada Ski Troop Attack, dirigida por Roger Corman –el mítico productor y director estadounidense de serie b-. Corman, de hecho, aparecía en un pequeño papel la película basada en la historia de Roth.

Complicidad sexual

Adaptación de la novela corta Goodbye, Columbus, y primer libro del autor publicado en 1960 que le valió el National Book Award, amén de cierta controversia entre la comunidad judía. Narraba la historia de Neil Klugman, un joven de clase obrera que trabaja en una biblioteca pública y vivía con su tía. Un día conocía a Brenda Patimkin, una joven de adinerada familia judía por la que sentiría una fuerte atracción. Juntos mantendrían una relación lastrada por el clasismo y la limitada libertad sexual de su entorno.

La película, una comedia dramática sin demasiadas aspiraciones, abandonaba la sátira de la primera persona utilizada por Roth, para narrar un desencuentro amoroso que conectase con el público adolescente. Cierto es que existía una voluntad de limar, cuando no desestimar, la ácida visión del texto sobre la juventud judía norteamericana y sus contradicciones, pues trasladaba su acción al Bronx y reducía las asperezas entre sus protagonistas a una diferencia de clase. Aunque Roth rehuía de ella, esta película dirigida por Larry Peerce estuvo nominada al Oscar a Mejor guión adaptado, y sería el debut de Ali McGraw, que poco después saltaría a la fama como la Jenny de Love Story.

Portnoy’s Complaint

Adaptación de la novela homónima, El lamento de Portnoy -esa novela que le daba por leer a Don Draper-, nos mete de lleno en los recuerdos de Alexander Portnoy durante sus visitas al psicoanalista. En ellas, el protagonista desvelaba con total sinceridad sus filias sexuales, problemas con el género femenino, la cara oculta de su propia masculinidad y cómo todo ello estaba influenciado por la tradición y psicología judías.

El propio Roth renegaba de las películas hasta ahora mencionadas por menospreciar su narrativa afilada en pos de un acercamiento al gran público. Esta no es la excepción. "Los monólogos de los antihéroes narcisistas de Roth se preocupan por el desorden del deseo sexual masculino, la competitividad intelectual, el envejecimiento del cuerpo y la reflexión sobre la figura del autor. Y ninguno de estos constituye el material dramático habitual de sus películas en Hollywood", decía el crítico Akiva Gottlieb en un interesante artículo en Los Angeles Times. Mucho menos esta comedia, que quiso emular a películas como Todo lo que siempre quiso saber sobre el sexo y nunca se atrevió a preguntar de Woody Allen o ¿Qué me pasa doctor? de Peter Bogdanovich, sin conseguirlo.

La mancha humana

La mancha humana es la tercera parte de la llamada Trilogía estadounidense. Contaba la historia de Coleman Silk, un profesor universitario que se enamoraba de Faunia, una mujer maltratada por su ex marido. Cuando el ex en cuestión reaparecía, el alcance del triángulo de relaciones empezaba a explorar la psique norteamericana en torno las heridas de Vietnam, el prejuicio racial y el trauma no superado.

Tres décadas después de la desastrosa adaptación de El lamento de Portnoy, el séptimo arte se volvió a asomar a la literatura de Philip Roth de la mano de Robert Benton –el director de Kramer contra Kramer-, en una película protagonizada por Anthony Hopkins, Nicole Kidman y Ed Harris. Sin embargo, lo que era una reflexión política sobre el papel, se convertía en un thriller de celos y traiciones en pantalla. Amén de dejar de lado su lectura racial: Coleman Silk era un hombre negro, grande y ex boxeador de ascendencia judía, que un poco de whitewashing convirtió en Anthony Hopkins. Alguien que obviamente, no parece no cuadrar con la descripción.

Elegy

Basada en la novela El animal moribundo, que recuperaba al personaje de David Kepesh 25 años después su última aparición, narraba el romance entre un sexagenario crítico televisivo y una cubana hija de un matrimonio de ricos exiliados cubanos. Habíamos conocido a Kepesh en 1972 con El pecho, un homenaje alucinado a Kafka que convertía al protagonista en un seno femenino de 70 kilos, y volvimos a encontrarnos con él en El profesor del deseo, una novela que ya exploraba las filias sexuales que seguiría explotando en esta historia.

Esta vez, la encargada de adaptar la obra de Roth era Isabel Coixet, que conseguía traducir hábilmente en imágenes ciertas reflexiones de El animal moribundo en torno al sexo en la vejez y la intelectualización de lo carnal. Sin embargo, se embarraba en un desarrollo lastrado por su omisión del trasfondo de todos sus personajes. Aquello hacía que la química entre Penélope Cruz y Ben Kingsley brillase por su ausencia, y que los problemas de este último con Peter Sarsgaard –su hijo en la ficción-, resultasen del todo incomprensibles. Otra prueba de que la narrativa trufada de digresiones sobre el carácter y la psicología social de Philip Roth sigue sin haber encontrado nadie que las encarne.

La sombra del actor

Esto último volvió a intentarlo Al Pacino interpretando a Simon Axler en La sombra del actor, adaptación de La humillación de Philip Roth que narra la depresión de un consagrado actor al perder su capacidad de actuar, y cómo empieza a superarla gracias a su relación con una joven lesbiana interpretada por Greta Gerwig. Una película absolutamente irregular que conseguía captar la atmósfera decadente de Roth e incluso convertir a Pacino en un trasunto del autor, pero reducía todo aquello en una broma intrascendente.

Tras las cámaras estaba Barry Levinson, el responsable de títolos como Good Morning Vietnam, Rain Man o Sleepers cuyo cine no ha sido capaz de remontar el siglo XXI a pesar de haber estrenado nada menos que diez largometrajes durante los últimos años. Su último trabajo, Paterno, volvía a unirle con Al Pacino.

Indignación

Adaptación de la novela homónima de Roth ambientada en el Ohio de los cincuenta con la guerra de Corea como trasfondo. Narra el viaje emocional de Marcus Messner, un joven judío que ha llegado a la universidad gracias al esfuerzo de su padre, un carnicero de barrio obrero obsesionado con los peligros del mundo. Una vez emprenda el curso, empezará a tener que lidiar con el antisemitismo y la falta de obortunidades de su entorno.

La culpa, en esta ocasión, parece recaer en James Schamus, autor de muchos de los guiones de las películas de Ang Lee que debutaba tras las cámaras adaptando una aparentemente sencilla novela. Sin embargo, según Leo Robson "la película se desarrolla como sucesión de diálogos tensos y socarronamente cómicos". Para el periodista del The New Yorker: "Schamus abandona la propuesta central de la novela: Marcus cuenta su historia a partir de una neblina de morfina que confunde con el más allá, y eso dota a sus experiencias de cierta reflexión en torno al funcionamiento del destino". Algo que sustituyendo por una excesivamente presente voz en off, convirtía la película en una propuesta mucho más vacua que su precedente literario.

Pastoral Americana

La última de las adaptaciones al cine de las novela del gran autor norteamericano suponía el debut tras las cámaras del siempre correcto Ewan McGregor. Pero la responsabilidad era demasiado grande: Pastoral Americana era la primera novela de la llamada Trilogía estadounidense, también la que le valió el Pulitzer y una novela de culto que mucho consideran como el mejor retrato de la decadencia de los valores nacionales norteamericanos antes del 11-S.

Sin embargo, lo que era un brutal retrato social de los Estados Unidos de los setenta y sus problemas económicos, políticos y raciales, se convirtió en un confuso drama familiar a medio gas. Bien es cierto que McGregor supo captar la lectura entre líneas sobre la destrucción de la idea de self-made man, pero no consiguió crear una película que acariciase siquiera el alcance de una de las más celebradas novelas de Roth.

Weinstein quedará en libertad vigilada con una fianza de un millón de dólares

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Un juez de Nueva York ha impuesto este viernes una fianza de un millón de dólares en efectivo al productor de Hollywood Harvey Weinstein, que además tendrá que portar un dispositivo de localización para salir de prisión. 

Weinstein, que se entregó este viernes en una comisaría de Nueva York y se enfrenta a cargos de violación y abusos sexuales, entre otros, tendrá que entregar su pasaporte y sus viajes estarán limitados. La fiscalía del distrito de Manhattan informó de que el magnate está a acusado de violación en primer y tercer grados por incidentes que afectaron a dos mujeres en 2013 y 2004. Pero, como es frecuente en estas causas, la no facilitaron la identidad de las supuestas víctimas.

Como informa The New York Times, Benjamin Brafman, el abogado del productor, negó hacer ningún comentario al respecto y en el pasado negó cualquier acusación de "sexo no consensuado". La imagen del acusado entrando en la estación de policía, según el medio inglés, se produjo a las siete y media de la mañana con un Weinstein de "rostro taciturno", "rodeado de varios agentes de investigación" y portando tres grandes libros bajo el brazo.

Esta vez, los múltiples reporteros no estaban para documentar la alfombra roja por la que Weistein desfiló durante décadas. Como apunta el periódico neoyorquino, el magnate miró hacia arriba "sin decir una palabra" mientras un grupo de periodistas gritaban su nombre. Tras las revelaciones de The New York Times y The New Yorker, nada ha sido igual para el magnate ni para la industria de Hollywood

Agnès "Primera" Varda, la cineasta pionera por naturaleza

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"Me llamaban la abuela de la Nouvelle Vague, pero ahora digo que soy su dinosaurio". La cineasta belga Agnès Varda demostraba mantener intacto su sentido del humor a sus 89 años al recibir el Premio Donostia en el pasado Festival de San Sebastián. No ha sido el único tributo que ha recibido este año.

En marzo, la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood le concedió el Oscar honorífico, convirtiéndose así en la primera directora en hacerse con el prestigioso galardón. Subió a recibirlo bailando, y se metió a todos en el bolsillo cuando confesó que "soy un poco tímida, pero me encanta escuchar todas estas lindas palabras sobre mí". 

También ha estado en el festival de Cannes, donde presentó fuera de competición su documental Caras y lugares, que esta semana llega por fin a nuestras salas. En este mismo certamen, pero tres años antes, se alzó con la Palma de Oro honorífica, de nuevo convirtiéndose en la primera mujer en hacerlo. Hasta entonces, solamente la habían recibido Woody Allen en 2002, Clint Eastwood en 2009 y Bernardo Bertolucci en 2011.

Rompiendo techos de cristal desde la década de los 50

Bien podría haberse apellidado "Pionera" la cineasta y fotógrafa belga, pues también lo fue de la nouvelle vague y del cine feminista. Muchos identificarán en seguida a François Truffaut, Jean-Luc Godard o Claude Chabrol como los grandes referentes del movimiento francés de finales de los 50. Pero antes de que ellos filmaran Los 400 golpes (1959), Al final de la escapada (1960) o El bello Sergio (1958), Agnès Varda ya había rodado en 1954 su ópera prima La Pointre Courte, auténtica precursora estilística del movimiento.

En ella se combinan el retrato puramente neorrealista de la zona del suroeste de Francia con la triste historia de una pareja que debe decidir si seguir o no juntos.

La directora, hija de padre griego y madre francesa, había estudiado Historia del Arte en la École du Louvre antes de conseguir trabajo como fotógrafa oficial del Teatro Nacional Popular. Claramente interesada en la fotografía, no dio el salto al cine hasta que pasó unos días grabando la pequeña ciudad pesquera de Séte en el barrio La Pointe Courte, que coincide con el título de su debut.

Allí recogió imágenes para un amigo con una enfermedad terminal que no podía visitar por sí solo la zona. Fue entonces cuando decidió que debía y podía hacer una película. La primera de una trayectoria de más de seis décadas.

Entre ficción y documentales

Agnès Varda comenzó a hacer cine en una época y en un movimiento en el que la representación femenina quedaba prácticamente relegada a la de ser la musa del director. Además de ser precursora del cine feminista, también lo fue en la apertura de la dirección cinematográfica a las mujeres: "Les sugerí que estudiasen cine. Les dije, salid de las cocinas, de vuestras casas, haceos con las herramientas para hacer películas".

Su filmografía la habitan películas de ficción, documentales y numerosos cortos. Los relatos sobre la vida de personas cotidianas caracterizan su obra, al tiempo que adquieren valor y magnetismo por su habilidosa puesta en escena y su dominio del pulso narrativo.

Así lo demostró igualmente en su segunda película, Cléo de 5 á 7 (1961). Con ella se ganó el reconocimiento internacional y fue nominada a la Palma de Oro en Cannes. En sus dos siguientes cintas La felicidad (1965) y Las criaturas (1966) pareció contagiarse del espíritu optimista del Mayo del 68.

En su posterior documental Daguerréotypes, de 1975, recogió el transitar de la calle Daguerre, en París, donde ha vivido durante décadas. Sus habitantes, pequeños comerciantes y artesanos sirven como reflejo de la vida en Francia en este homenaje a la cotidianidad de las ciudades.

Lo personal es político

La cineasta ha sido prolífica en la realización de cortometrajes. En 1975 presentó el filme Respuestas de mujeres: nuestro cuerpo, nuestro sexo. Ese año fue designado como el Año de la Mujer por la ONU. Para celebrarlo, el canal francés Antenne 2 invitó a siete cineastas a realizar cortometrajes de siete minutos en los que se respondiera a la pregunta: ¿qué es ser mujer? Agnès Varda fue una de ellas.

En su pieza, son ellas quienes toman la palabra mirando a cámara, contestando, entre otra afirmaciones: "Ser mujer es vivir en el cuerpo de una mujer. Nuestra forma y características físicas son parte de nuestra estructura corporal, no puntos aislados que resaltan nuestra sexualidad como objeto de goce masculino. Ser mujer también es tener una cabeza de una mujer".

Los siete minutos de discurso abordan las preocupaciones de las mujeres de entonces, con sus cuestionamientos sobre sus cuerpos, sexualidad, maternidad o deseo. Y, paradojicamente, se corresponden con las de hoy. Reclama en su final: "si la mujer se reinventa, entonces el amor tendrá que ser reinventado".

La directora situó su siguiente película Una canta y la otra no (1976) en el mismo contexto feminista, que estaba en auge en Francia. En ella se cuenta la relación entre dos amigas en los años que transcurren desde 1962 a 1979.

Otra de sus obras más destacadas es Sin techo ni ley, de 1985, con la que se alzó con el León de Oro del Festival de Venecia. En forma de flashback, se muestran los últimos días de la vida de una vagabunda.

El también cineasta Jacques Demy, fue su esposo desde 1962 hasta que, en 1990, falleció por sida. La directora le rindió homenaje en las películas Jacquot de Nantes (1991), en la que relató su infancia y su amor por el teatro y el cine; Les Demoiselles ont eu 25 ans (1993) y L'Universe de Jacques Demy (1995).

La última ha sido considerada como el mejor homenaje posible al director, ya que de las decenas de tributos que llevaron a cabo otros admiradores, nadie consiguió retratar su figura de forma tan fiel como Varda. En él combina los mejores momentos de la carrera del artista con testimonios de actores que trabajaron a sus órdenes.

La curiosidad no tiene edad

El documental Los espigadores y la espigadora recoge a un amplio grupo de personas que recuperan la tradición de espigar y con los que ella misma se compara a la hora de recolectar imágenes. Podría pensarse que, en un mundo industrializado, nadie se agacha entre los campos a recoger los frutos de una cosecha, pero la película demuestra lo contrario.

Hay entre los recolectores gitanos que por necesidad toman objetos desechados. Igualmente en las grandes ciudades persisten aquellos que buscan entre la basura lo que podría convertirse en su comida del día. Los que recolectan recuerdos tienen también cabida en el documental. Dos años después, en 2002, recuperó a los mismos protagonistas para ver cómo había cambiado sus vidas desde entonces.

Finalmente, en 2008, abrió sus puertas de forma definitiva con otro documental, Las playas de Agnès. Un relato autobiográfico en el que reconstruye su pasado al tiempo que camina por las playas de Francia. Mediante el humor, invita al espectador a compartir sus grandes emociones, ansiedades y desgracias de toda una vida.

Caras y lugares, su última captura de vida

El documental Caras y lugares ha sido su última píldora de vida recogida en forma de cine. Esta vez, junto al icónico muralista y fotógrafo JR. El segundo visitó a la directora en su domicilio de la calle Daguerre y, fruto del encuentro, decidieron que debían trabajar juntos. El filme es el resultado del viaje por la Francia rural en el que nació una tierna amistad.

A bordo de una furgoneta mágica que imprime fotografías de gran formato, veteranía y juventud se unen para retratar la vida de trabajadores, granjeros y aldeanos. Una película-experiencia en la que las mujeres están muy presentes, y en la que la propia cámara y, por ende el espectador, establece su propia relación con los sujetos a los que filman. Un collage con el que fueron nominados al Oscar al mejor documental, que terminó llevándose Ícaro.

Sin embargo, la directora no pudo acudir a Los Ángeles a posar en la foto de familia con el resto de nominados. Fruto de su gran sentido del humor, decidió enviar retratos suyos a tamaño natural. Meryl Streep, Greta Gerwig o Guillermo del Toro fueron algunos de los artistas que se sumaron al guiño humorístico y posaron con ellos.

Pionera de la nouvelle vague, del cine feminista, de la Palma de Oro y el Oscar Honorífico. Dada la vitalidad, energía, ternura y curiosidad de Agnès Varda parece lógico plantearse que, a sus 89 años, aún le queda tiempo para ser la primera en lograr un nuevo hito. De momento, habrá que conformarse con disfrutar con su última muestra de carisma y de amor por el cine en Caras y lugares.

'Han Solo: una historia de Star Wars', western espacial sin pretensiones

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A menudo, las películas que vemos, las que nos transportan a galaxias muy muy lejanas o muy muy cercanas, no son exactamente las de las directoras o directores cuyo nombre brilla en carteles y tráilers. Más bien son películas de quienes siguen en la sombra, sentados en despachos en los que los estudios de mercado y datos de previsión deciden qué es lo mejor para sus películas.

De ahí que a veces veamos films con ribetes de múltiples realizadores. Pedazos de escenas, diálogos o diseños de personajes que conforman películas a partir de material muerto, como si fueran la bestia que creó Mary Shelley y su amigo el doctor Frankenstein. A muchos, por poner un ejemplo, nos duele recordar escenas de El Hobbit: Un viaje inesperado, pues seguimos imaginando qué podría haber hecho el hoy oscarizado Guillermo del Toro con semejante material. Su abandono por retrasos en la producción volvió a sentar en la silla del director a Peter Jackson y el resultado se resintió sobremanera.

Disney, por su parte, parece haberse acostumbrado a echar a realizadores en los que supuestamente confiaba para sustituirlos por alguien que sepa acatar las órdenes de sus ejecutivos de cuentas. Así echaron, sin levantar demasiada polvareda,  a Colin Trevorrow del episodio IX de Star Wars que finalmente dirigirá J.J. Abrams. De la misma forma fueron despedidos del film que nos ocupa Phil Lord y Chris Miller –responsables de comedias con más enjundia de la esperada como Infiltrados en clase o La LEGO película-, para ser sustituidos por Ron Howard.

Ante tanto baile de nombres tras las cámaras, Han Solo: una historia de Star Wars se adivina entretenida y funcional pero confusa en sus objetivos. Combinación frankensteiniana de sensibilidades y formas de hacer distintas, que dejan al proyecto en tierra de nadie.

Aventura galáctica sin sorpresas

Sería demasiado osado afirmar que Ron Howard es uno de los realizadores más solventes pero menos creativos del Hollywood contemporáneo. Al fin y al cabo, su cine marcó algunos de los despuntes del entretenimiento más encomiable de los ochenta con Willow, Un, dos, tres…¡Splash! o la moderadamente sentimentaloide Cocoon.

Sin embargo, desde entonces se asentó como director de oficio que sin demasiado esfuerzo y conociendo los intríngulis de la industria, estrenaba películas tibias cada dos años. En los últimos tres lustros ha estrenado las tres aventuras de Tom Hanks como el Robert Langdon de Dan Brown en el cine, Cinderella Man, Desapariciones, ¡Qué dilema! o En el corazón del mar. Todas obras que, con sus más y sus menos, cumplen con su papeleta pero aportan poco más.

De ahí, que haya trascendido su imagen de jornalero de lujo al servicio de los estudios, como bromeaban Los Simpson. Artesano a la antigua usanza que entiende el cine como el entretenimiento que era en el siglo pasado, sin pretender imprimir en él una huella indeleble, sorpresiva o inesperada.

Han Solo: una historia de Star Wars se nos muestra, por tanto, consecuente con su carrera. Es decididamente vintage y remite a los títulos ochenteros de Howard, con cameo de Warwick Davis incluído, pero también es una película de aventuras espaciales sin más que podría haberse hecho hace diez años y en la que casi nadie reparará de aquí a diez más. Por eso todo funciona y nada sorprende.

Mención aparte merecería el tratamiento de sus personajes. Si bien Alden Ehrenreich no tiene el carisma de Harrison Ford -aunque tampoco es que este tuviese muchos registros y talento desbordante -, su actuación no disimula su esfuerzo para estar a la altura. Acepta el reto de interpretar a un canalla que en el fondo es un buen tipo, y cumple con lo que se propone.

Lo secundan el engreído gañán de Lando Calrissian interpretado por Donald Glover, y el personaje de mentor sin moral de Woody Harrelson. Aunque la película ofrece desarrollos más discutibles a Emilia Clarke y, sobre todo, al sonrojante villano que interpreta Paul Bettany.

Con todo, su desarrollo se limita a ser una aventura sin freno, una escena de acción de dos horas llena de giros, robos, carreras, traiciones y algún tiro de bláster aquí y allá. Pero más allá del nervio no existen hallazgos narrativos ni visuales –como los que sí vimos en Star Wars: Los últimos Jedi-. Y sus bienintencionados conatos de comedia de acción weird –esa aparición exagerada de una criatura de aspecto lovecraftiano-, brillan lo justo para recordarnos qué hubieran podido hacer Lord y Miller, dos realizadores veinte años más jóvenes que Howard.

Adiós a la épica (por fin)

Sin embargo, todo lo dicho hasta ahora podría jugar a favor del film si libramos a la saga creada por George Lucas del peso supuestamente trascendental que tiene dentro de la cultura pop actual. Si vemos Han Solo: una historia de Star Wars con los ojos con los que analizamos cualquier blockbuster de temporada podríamos ver en él, sin demasiados problemas, un efectivo y poco pretencioso entretenimiento.

La película se desembaraza conscientemente de la épica del monomito presente en todos y cada uno de los episodios que conforman la saga. Pero también en los que no: baste recordar la forzada grandiosidad del tercer acto de un spin-off  tan barroco como Rogue One para darnos cuenta.

Por una vez, aquí no se juega el destino del universo. No hay batallas eternas entre el bien y el mal ni se dirimen debates ancestrales. Lo único que hay en juego, constantemente, es la supervivencia de cuatro buscavidas canallas, aventureros espaciales sin más movidos por el dinero y –como a la antigua usanza-, la amistad.

Si vamos a ver una película de Star Wars al año, como parece que así va a ser en el próximo lustro, la saga necesita transitar nuevos terrenos. Explorar planetas desconocidos y abrazar la diversidad galáctica sin miedo a equivocarse, a meter la pata, o a ofrecer productos más triviales. En este sentido, Han Solo es un agradecido verso suelto dentro de la épica de Star Wars.

'Corporate': cuando el primer factor de riesgo laboral son los Recursos Humanos

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Una cartela de apertura aclara que la película no está basada en hechos reales a la vez que nos garantiza que no hay nada ficticio en los procedimientos administrativos que se muestran en pantalla.

Los hechos tal vez no, pero la inspiración para Corporate, ópera prima del francés Nicolas Silhol, sí está tomada del enorme escándalo protagonizado por France Télécom, operadora de telefonía hoy conocida como Orange que a finales de la década pasada indujo al suicidio a un sinnúmero de sus trabajadores.

Crimen y castigo

Corporate, que empieza con las imágenes de un vídeo doméstico en el que varios empleados cuajan el corporativismo mientras comparten un brunch, una summer party o tal vez un afterwork, dedica su metraje a presentar el despliegue escalofriante de hipocresía del que es capaz toda gran empresa cuando se ve acorralada. Pero señala también la responsabilidad de cada uno de los individuos que se constituyen en cómplices a cambio de un salario.

Uno de esos personajes es Emilie, la ejecutiva ambiciosa y sin escrúpulos al frente del departamento de Recursos Humanos de una multinacional en la que el beneficio a cualquier precio es la consigna.

Entre sus tareas encomendadas está el crear condiciones adversas a los trabajadores prescindibles para que acaben por presentar su renuncia voluntaria, ahorrándole así a la empresa los gastos y las implicaciones legales, pero sobre todo el desgaste de imagen, que supondría un despido masivo. Cuando uno de esos trabajadores decida ejercer su derecho al suicidio en público, Emilie verá en riesgo no solo su puesto sino su porvenir.

Veintisiete letras perversas

Cualquier entorno donde se haga uso de la palabra proactivo está indicando que allí ha hecho nido el demonio. Proactivo, sinergia, zona de confort, branding personal, team building, gestión de las emociones, capacidad dinámica, ¡coaching! La cháchara empresarial tiende a servirse de eufemismos, incorpora anglicismos y acrónimos a manta y acuña expresiones carentes de sentido como astucias para anular a los individuos mientras los seduce y los hace sentir parte.

Durante una escena de desayuno familiar contaminada de cine yanqui, el hijo de Emilie recita de carrerilla un poema de Robert Desnos. Se trata de C’était un bon copain, un homenaje del poeta a un amigo muerto que se aprende en las escuelas francesas y que cautiva a los niños con su abundancia de juegos de palabras.

La cita no es gratuita: Corporate es una película sobre el lenguaje. Sobre su uso interesado (por otra parte el único que admite) y sobre aquellos individuos y organizaciones capaces de llevar al extremo las más abyectas prácticas de manipulación dialéctica.

La ética por montera

La película, que carece de discurso estético, flaquea en el ético y se pone algo didáctica en su último tercio, cuando se somete a los requerimientos del cine comercial y le ofrece la posibilidad de redención a su protagonista. Una cobarde psicópata en traje-chaqueta, víctima de un ataque de pánico que el guión, muy torpemente, trata de hacer pasar por toma de conciencia.

Corporate es pura demagogia filmada pero eso no invalida el retrato que hace de conductas y estereotipos rastreros no solo legitimados sino prestigiados por el sistema.

Se trata, en última instancia, de un thriller estacionario de planos y contraplanos al que tal vez le falta mundo y habilidad para construir en un único personaje a la víctima y al verdugo, pero que deja entrever que su primera intención era hablarnos de la destrucción de los individuos.Y no de aquellos que se quitan la vida sino de los que la entregan. De esos hombres y mujeres que justifican su vileza en el hecho de estar haciendo su trabajo y, lo que es peor, de estar haciéndolo bien.

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