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Spike Lee llama a luchar contra el racismo en los Oscar: "Quiero recordar el genocidio del pueblo negro"

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"Hace 400 años, tal día como hoy, empezó la esclavitud", ha empezado Spike Lee su discurso de agradecimiento por el Oscar a Mejor Guion Adaptado. "Quiero recordar a mis antecesores que vivieron el genocidio del pueblo negro. Porque hace mucho tiempo, robaban y maltrataban a nuestros antecesores. Mis abuelas me contaban estas historias. Mi bisuabuela era esclava, pero mi abuela me llevó a la universidad y consiguio que me licenciara en la Escuela de Cine de Nueva York. A ella le debo estar aquí".

"No olvidemos a quienes vivieron el genocidio de la población negra. A quienes construyeron este país. El amor y la sabiduría nos conecta con ellos", ha defendido el Lee. "Tenemos elecciones a la vuelta de la esquina. Estemos todos en el lado correcto de la historia", ha exclamado el realizador. "Entre el odio y el amor, hagamos lo correcto", ha dicho, haciendo referencia a su film Haz lo que debas de 1989.

Aunque en 2015 recibió el Oscar Honorífico, se trata del primer Oscar que gana el director de clásicos del cine contemporáneo como Haz lo que debas, Malcolm X o La última noche.

Infiltrado en el KKKlan partía con seis nominaciones incluyendo mejor película, director y montaje. Lee ha recogido el galardón junto a Charlie Wachtel, David Rabinowitz, y Kevin Willmott.

El cineasta, conocido por ser un influyente activista por los derechos de los afroamericanos, ya había llamado la atención en la alfombra roja por un vestuario con el que rendía homenaje al personaje de Radio Raheem interpretado por Bill Nunn en Haz lo que debas y al fallecido músico Prince. "My hermano Prince está mirando esta noche y cantando 'va a ser una noche hermosa'", había publicado Lee en su perfil de Instagram con una foto de su atuendo.


Cuarón se acuerda de las mujeres indígenas y las trabajadoras domésticas sin derechos en los Oscar

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"Gracias por reconocer a una película que se centra en una mujer indígena, una de las setenta millones de trabajadoras domésticas del mundo, muchas de ellas sin derechos laborales", ha dicho Alfonso Cuarón al recoger su segunda estatuilla por Roma, tras hacerse con el mismo premio, el de Mejor Dirección, en 2014 por Gravity.

"Nuestro trabajo como artistas es dirigir nuestra mirada a sitios donde los demás no miran. Y eso es especialmente importante en un tiempo en el que nos dicen que miremos hacia otro lado", ha defendido el cineasta mexicano, que no ha querido olvidarse de las dos actrices protagonistas del film: "Yalitza y Marina, gracias. Ellas son esta película".

Tanto Yalitza Aparicio como Marina de Tavira optaban a Mejor Actriz protagonista -la primera indígena en ser nominada- y Mejor Actriz de reparto por un film que sumaba diez nominaciones.

De todas las que optaba, se ha conformado con tres, que ha salido a recoger Cuarón personalmente: Mejor Película de habla no inglesa, Mejor Fotografía y Mejor Dirección.

Este último se lo ha entregado su compañero y amigo íntimo Guillermo del Toro, que hace apenas un año se hacía con 4 premios Oscar con La forma del agua incluyendo Mejor Dirección y Mejor Película. Un galardón, este último, que Cuarón ha perdido en manos de Green Book, la película de Peter Farrelly protagonizada por Viggo Mortensen y Mahershala Ali.

Los Oscar se acobardan con 'Roma' y premian la complacencia de 'Green Book'

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"Que quede claro que este año no hay presentador, no se va a dar un premio al filme más popular y México no va a pagar el muro". Meses antes de la gala, la Academia de Hollywood parecía haber perdido el norte anunciando varios despropósitos como la entrega de cuatro premios -menores- durante la publicidad o un absurdo tijeretazo a los números musicales. Mientras que algunos fueron enmendados en esta 91 edición de los Oscar, otros nuevos ocuparon su lugar.

Todo indicaba que, por segundo año consecutivo, México se iba a apoderar del gran premio, pero finalmente Green Book le comió la tostada a Roma. Es un movimiento prudente por parte de una Academia que ha preferido la ecuanimidad a la sorpresa en este último año. Porque los Oscar se han ido modernizando, pero no tanto como para darle el trozo grande del pastel a una plataforma de video on demand

Peter Farrelly subió junto a todo el equipo de Green Book a recoger el tercer y último galardón de su película, una buddy film complaciente de las que tanto gustan a los académicos norteamericanos. Un poco antes, las categorías de actor secundario -para Mahershala Ali- y de Guión original habían dejado migajas hacia un final previsible.

Por suerte, antes de que el letargo meciese al patio de butacas, Samuel L. Jackson le daba dos buenas noticias a Spike Lee: que los New York Nicks acababan de ganar y que Infiltrado en el KKKlan conseguía el premio a mejor Guión Adaptado. "Quiero recordar a mis antecesores que vivieron el genocidio del pueblo negro", empezó el cineasta agarrando su segundo Oscar (tras el honorífico) en más de cuarenta años de carrera.

"Tenemos elecciones a la vuelta de la esquina, por favor, estemos en el lado correcto de la historia", suplicó el realizador. "Entre el odio y el amor, hagamos lo correcto". Parece que los Oscar han optado por lo segundo ofreciendo una de las ediciones más diversas de los últimos años (y sin necesidad de hacer una campaña de marketing previa en forma de hashtag).

Cada vez que sonaba una palabra en español sobre el escenario del Dolby Theatre, Roma se afianzaba como la gran protagonista de la noche. Y, en nueve décadas de historia, nunca se ha escuchado tanto castellano como esta noche. Primero fue Javier Bardem, después Diego Luna y, por último, un tímido Cuarón recogiendo el galardón a Mejor director de las manos de su predecesor, compatriota y colega Guillermo del Toro.

"Gracias a los académicos por premiar una historia sobre una mujer indígena, una de las 70 millones en todo el mundo sin derechos y que siempre han sido relegadas en el cine", ha dicho tras agradecer por tercera vez a sus dos actrices protagonistas que se fueron de vacío: Yalitzia Aparicio y Marina de Tavira. Previamente, la historia de la empleada del hogar que le crió se había alzado con el premio a Mejor película de habla no inglesa y Mejor fotografía.

Aunque los viajes a México D.F han sido recurrentes, el otro destino favorito de los Oscar ha sido Wakanda. La nación afrofuturista de Black Panther ha copado la presencia en el escenario aunque solo fuese en las categorías técnicas. Hacía años que la comunidad afroamericana requería un cambio radical en los premios de cine más importantes del país, y por fin lo ha conseguido por encima de etiquetas vacías como Oscars So White

El vestuario, el montaje y la banda sonora de la película de Marvel es pura política. "Gracias por honrar a la realeza africana y al empoderamiento que las mujeres pueden liderar en pantalla", ha dicho la encargada de los impresionantes trajes de la película. Un testigo que ha recogido Spider-Man: un nuevo universo como la muestra de que una película infantil puede sembrar la semilla del cambio en las generaciones futuras. "El verdadero triunfo es que un niño diga que este héroe se parece a él", han afirmado los directores encargados del fenómeno.

También el primer Oscar a Regina King por su papel en la adaptación de una de las novelas más famosas de James Baldwin, El blues de Beale Street, sentaba las bases para el resto de la velada. 

Sin embargo, este espejismo de cuentas saldadas se rompía con Bohemian Rhapsody. Numéricamente, el biopic de Freddie Mercury ha sido la gran vencedora de la noche, teniendo en cuenta algunos absurdos como el premio al Mejor montaje. En el que no parecía haber duda fue en el de Rami Malek como Mejor actor protagonista por su mímesis del líder de Queen. 

"Supongo que no parecía ser la opción más obvia, pero espero que haya funcionado. Gracias por apoyar una película de un inmigrante homosexual que luchaba por sus sueños. Para mí ha sido algo realmente increíble, porque yo soy inmigrante e hijo de inmigrantes egipcios. Parte de mi historia también está en esta película", ha dicho el actor.

Minutos más tarde, Olivia Coleman se hacía con el Oscar en la categoría homóloga por su incómoda interpretación de Ana de Estuardo en La favorita. Con él, la británica se llevaba también la última esperanza de Glenn Close de hacerse con la estatuilla después de siete nominaciones. Ni siquiera le sirvió a la veterana actriz personificar un Oscar en sí misma con un traje dorado de veinte kilos.

Si algo ha demostrado esta gala, es que el cambio político no debe limitarse a unas cuantas palabras complacientes sobre el atril si después no se refleja en la alfombra roja o las nominaciones.

Quizá este año haya carecido de grandes discursos como los de Frances McDormand o Guillermo del Toro del año pasado, pero en la foto de familia -mayoritariamente blanca- han tenido cabida Roma, Wakanda, México, India, Harlem y Colorado. Y, como bien ha dicho el presentador Trevor Noah, ni Mel Gibson se puede resistir.

El documental que destapa las locuras de los terraplanistas

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2020 es el año elegido para la que, según los terraplanistas, será la "aventura más grande y audaz hasta la fecha". Un crucero zarpará con la intención de demostrar que la Tierra no es redonda, sino un gigantesco disco bordeado por una pared de hielo. Ni Polos ni forma circular. Como si fuera Juego de tronos, defienden la existencia de un colosal muro de 60 metros que nos separa del abismo. Los participantes en esta aventura ya se enfrenta un primer problema: las cartas náuticas están diseñadas con la curvatura del planeta en mente.

A pesar de que rebatir a Copérnico o Isaac Newton no parece algo demasiado propio de este siglo, la realidad es que una amplia comunidad continúa mirando con escepticismo teorías como la heliocéntrica o la gravitatoria. Tampoco se creen "lo de los dinosaurios" y aseguran que es todo una invención, a la vez que defienden que los humanos "no venimos de los monos". Son algunas de las locas afirmaciones que se pueden escuchar en el documental La Tierra es plana, dirigido por Daniel J. Clark y recientemente estrenado en Netflix.

El reportaje se adentra en una amplia comunidad norteamericana de terraplanistas que señalan a los gobiernos y a la NASA como principales artífices de este gran engaño. Pero sus seguidores, al contrario de lo que se podría pensar, no son un grupo reducido. Han ido sumando adeptos hasta organizar una Conferencia Internacional de Tierra Plana celebrada en Colorado en 2018.

La polémica ha llegado incluso al ministro y astronauta Pedro Duque, que fue cuestionado al respecto por un youtuber con más de 300.000 seguidores: "La gente cree que la Tierra es plana e inmóvil porque así lo indica el método científico y la simple observación. La Tierra bola, en cambio, está basada en teorías que jamás se han comprobado y en imágenes fraudulentas creadas por ordenador".

El político, protagonista de varias misiones al espacio exterior, terminó preguntándose con impotencia cómo se podría ayudar "a estos miles de personas a los que tienen engañados (y seguramente les sacan dinero)". Es ahí donde radican las fake news: cuesta mucho más desmontar una mentira que difundirla, por muy loca que sea.  

Es lo que también parece preguntarse el documental de Clark, que en lugar de cuestionar a los terraplanistas busca introducirse en sus vidas para intentar comprender cuál es el motor de su creencia. "Me hice terraplanista porque intenté desmentirlo. Todos hemos pasado eso", afirma Mark Sargent, protagonista del reportaje y uno de los principales líderes del movimiento.

Asegura que se pasó nueve meses investigando con "rigurosas" pruebas. Una de ellas, consistió en observar una página de vuelos en tiempo real para verificar si alguno cruzaba el océano Pacífico o Índico, pero pasaron las horas y "no encontró ninguno". Finalmente, decidió subir un vídeo para contar un hallazgo que acabaría viralizándose y convirtiéndole en una especie de gurú.

Según Sargent, el Sol y la Luna "no son más que luces en el cielo" y la Tierra no es "un globo girando a miles de kilómetros por hora", sino un gigante terrario como un plató de Hollywood comparable a la película El show de Truman. ¿Su prueba? Que si mira al horizonte puede distinguir otras ciudades: "Esos edificios que ves a lo lejos son de Seattle, si hubiera curvatura no los veríamos", asegura. Para él, un experto astrofísico como Neil deGrasse Tyson se ha convertido en "aquel que no debe ser nombrado", ya que les señaló como un movimiento antintelectual al límite de la civilización.

No es el único personaje peculiar. Nathan Thompson se dedica a botar pelotas de ping-pong sobre martillos con cuidado para que no caigan al suelo y, en sus ratos libres, a divulgar el terraplanismo. "Esta es la obra maestra de Edward Hendrie, La mayor mentira de la Tierra. Os voy a leer el índice brevemente", dice mientras conduce su coche sosteniendo el libro con una mano y el volante con la otra. El merchandising de lo que algunos consideran una doctrina tampoco se queda atrás. Fabricaron raquetas, relojes, mesas de café y, por su puesto, mapas artesanales con la Tierra en forma de disco. Incluso hay grupos de citas solo para terraplanistas.

El documental no escatima en contrastar sus teorías con los datos aportados por físicos, psicólogos e incluso astronautas como Scott Kelly, que vivió durante un año en el espacio. Sin embargo, aunque la evidente ironía de algunas situaciones resulta inevitable, no se usan las figuras de estos expertos para ridiculizar el discurso de los otros. "Nos cuesta no mirar con superioridad. A veces la única forma de cambiar la opinión de alguien es avergonzarlo, pero creo que ese debe ser el último recurso", considera el físico Spiros Michalakis.

Algunos de los terraplanistas son empujados al margen de la sociedad. Se divorcian, pierden amigos o dejan de hablarse con familiares, lo cual les deja doblemente aislados: si pierden la fe ya no les quedaría muchas otras opciones para relacionarse. No por ello, como apunta Kelly, hay que obviar el problema de quienes "intentan desacreditar principios científicos" y además divulgarlo al resto. Mark Sargent es consciente de la crítica, pero sigue una lógica común de los extremismos basada en el "es bueno que hablen, aunque lo hagan mal".

División dentro del propio tierraplanismo

El gurú de los terraplanistas explica que el movimiento está dividido en dos facciones: los que creen que el cielo está cubierto por una cúpula (la mayoritaria) y los que no. También existen guerras internas para desacreditar a algunos miembros como la de Matt Boylan, quien acusa a Sargent de estar en nómina por el gobierno en colaboración con Hollywood. Para participar en este documental llegó a pedir 5.000 dólares, el 12% del beneficio, el control creativo y que dijeran que su "enemigo" era un ejecutivo de Warner.

Otra que sufrió las consecuencias fue Patricia Steere, que se dedicaba a grabar programas de radio con miembros reconocidos de la comunidad. La acusaron de ser reptiliana, de beber su propia sangre e incluso de pertenecer a la CIA simplemente porque las siglas de la agencia coincidían con las tres últimas letras de su nombre. Todo encajaba.

Steere fue víctima de la misma lógica según la cual sostienen su teoría. En lugar de partir de una hipótesis y buscar pruebas para demostrar su veracidad, recopilan datos que sostengan su propio dogma. Es lo que se comprueba en los últimos minutos del reportaje. Probablemente, los más surrealistas y representativos de todo este pensamiento.

El denominado como "experimento de luz" consistía en instalar tres postes a nivel del mar y disparar un láser desde un extremo para comprobar la altura del terreno entre ambos. No obstante, la prueba falla porque a tanta distancia la luz se dispersa y el haz se hace demasiado grande como para usarlo de referencia. Lo intentan de nuevo, esta vez con dos paneles agujereados por el que debe pasar la luz de una linterna. Tiene sentido: si quien sostiene el foco al otro lado necesita elevarlo para compensar la curvatura, entonces la Tierra es redonda. Al final, es lo que ocurre. "Interesante, muy interesante", se limita a decir el terraplanista. Como era de esperar, el test no fue dado por válido.

En busca de la película perdida y "un pelín erótica" de Jess Franco

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"No considero que haya hecho buenas películas, solo he hecho unas películas más repugnantes que otras", confesó Jesús Franco al recoger el Goya de Honor en 2008. El director madrileño no compartía el criterio de la Academia ni de ningún otro que le reconociese como "el referente creativo y ejemplo vital para varias generaciones" que fue y sigue siendo.

Escuchándole hablar, no parece la misma figura de culto que trufó de pechos, orgías, terror y fantasía la historia de nuestro cine desde los márgenes. "Nunca me he creído digno de ningún homenaje", dijo el hombre que cuenta con 185 largometrajes en su haber y que sigue siendo celebrado, años después de su muerte en 2013, más allá de los circuitos del cine de cuarta división.

La última en sumarse ha sido la Filmoteca Española, que celebra sus treinta años de sede en el Cine Doré con la proyección especial de una cinta inédita de Jess Franco: Vaya luna de miel. El hallazgo supone un acontecimiento fantástico y a la vez lógico respecto a la naturaleza indómita de su creador.

Él, que improvisaba los rodajes y en ocasiones abandonaba los rollos de película a su suerte en los laboratorios, pudo olvidarse perfectamente de esta rareza que acabó en 1979. "Las latas que tiene la Filmoteca son de Fotofilm, que es un laboratorio donde Jesús dejaba muchas películas y a veces sin pagar los gastos. Y claro, si no pagabas, el laboratorio se quedaba las latas", explica Álex Mendíbil, especialista en la filmografía de Franco.

Todo ocurrió hace poco más de un año, cuando empezó a organizar unas sesiones dobles de películas de serie B que acumulaban polvo en los archivos de la Filmoteca. Había llegado a sus oídos que existía una versión inacabada de Jess Franco del relato de Edgar Allan Poe, El escarabajo de oro, en paradero desconocido, así que se decidió a tirar del hilo. 

Para su sorpresa, "estaba solo el negativo, pero vimos que la película tenía créditos y sonido en buen estado, que la habían titulado como Vaya luna de miel, y que se podía estrenar perfectamente". A Mendíbil no le costó convencer a los responsables de la Filmoteca del alcance de su descubrimiento, puesto que Jess Franco es ya un símbolo revalorizado en diversos países, como España, Francia o EEUU, donde se subastan cajas enteras con sus trabajos.

"Que una película de serie B se utilice para un acto como este, marca la diferencia frente a otras Filmotecas que solo se ocupan del canon de las películas oficialmente reconocidas", concede el historiador y cineasta. Mendíbil también aprovecha para tranquilizar a los jessfranquianos acérrimos asegurando que es una película "muy divertida y un pelín erótica, no mucho para lo que fue Jesús Franco". Pero, ¿de qué trata?

Prediciendo a Indiana Jones

Vaya luna de miel comienza con Lina Romay, actriz fetiche y esposa de Jess Franco, paseando su voluptuosidad por una playa valenciana. La joven seduce a Simón, un muchacho que se enamora inmediatamente, por lo que, en apenas dos secuencias, cambian la Costa Blanca por un destino tropical llamado Las Bananas para celebrar sus nupcias. Allí, la pareja será confundida con unos cazafortunas que buscan un yacimiento de oro, lo que dará rienda suelta a un cúmulo de situaciones pintorescas aliñadas con los clásicos desnudos de Franco. 

"Se adelanta, con unos medios absolutamente precarios, a Indiana Jones: en busca del arca perdida", dice Álex Mendíbil. "Una muestra más de ese carácter visionario que tenía Jesús: anticipó en los 80 una moda que iba a entrar en el cine comercial como un vendaval", celebra, recordando que Vaya luna de miel se terminó en 1979 y tiene el depósito legal fechado en 1980. La película de Spielberg se estrenó en 1981.

"La rodó justo antes de regresar a España y después de pasar una temporada en Francia y Suiza haciendo cine erótico", explica. Al acabar la dictadura, empezó a formar lo que los doctos reconocen como la francofamilia, "un grupo de gente pequeño con el que a partir de los 80 empieza a hacer muchas películas en muy poco tiempo". Entre sus miembros se encuentra el actor Antonio Mayans, el otro "muso" Franco, con el que compartió más de 74 rodajes icluyendo el de Vaya luna de miel

"Me llamó un viernes para comenzar a rodar un domingo en Elche. Con Jesús era siempre así", dice Mayans, que en la cinta inédita interpreta al villano. "Si os soy sincero, no tengo ni zorra idea de qué trata", confiesa entre risas. 

Al no ser especialmente experimental ni explícita, dentro de la idiosincrasia salvaje del director, el gran misterio continúa siendo por qué nunca se llegó a proyectar. "En los archivos de Filmoteca hay una factura que señala que en 1980 se mandó una copia a los cines Reyzabal de Barcelona, que era una cadena bastante importante. Pero no aparece ningún estreno en Barcelona en esa época, con lo que este sería el único estreno registrado", asegura Mendíbil.

Sumergirse en la filmografía de Jesús Franco hoy en día conlleva sus riesgos, puesto que su concepción del gore, el sexo y la fisionomía femenina ponen en jaque a los defensores de lo políticamente correcto. Así prefería él crear en el margen, lejos de las glamourosas galas de los Goya y de los reconocimientos del cine comercial. Por eso, más que nunca, hay que poner en marcha misiones como la de Mendíbil para recuperar sus películas perdidas (y también las encontradas).

'Bienvenidos a Marwen', así se alimenta una fantasía heterosexual vestida de moraleja

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El 8 de abril del 2000, Mark Hogancamp había bebido de más en un bar de Kingston, una pequeña ciudad del estado de Nueva York. Se encontraba en la barra del bar cuando cinco hombres empezaron a increparle. Él, ebrio, les plantó cara con tal suerte que a la salida le propiciaron una paliza que le dejó al borde de la muerte.

Tras nueve días en coma y un largo proceso de recuperación, Mark pudo volver a caminar pero su vida no volvería jamás a ser la que era. Sufría estres postraumático y una amnesia que había borrado por completo toda su vida adulta. No recordaba que había sido dibujante, que trabajaba en ilustraciones de cómics y revistas. No podía escribir, mucho menos volver a ser quien era.

Sin embargo, en el trauma descubrió una afición que devino en arte digno de las galerías más prestigiosas. Empezó a construir una maqueta a escala 1:6 de una ciudad ficticia llamada Marwen en el patio trasero de su casa. Un lugar asediado por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial y habitado por muñecas usualmente modeladas a imagen y semejanza de las mujeres que había conocido y que le habían ayudado. 

Hace casi una década, Jeff Malmberg rodó un documental sobre su historia llamado Marwencol, que se convirtió en un fenómeno en el circuito independiente norteamericano. Ahora, Robert Zemeckis -el director de Forrest Gump-, se inspira en aquella película para crear un drama irregular y extraño que no sabe muy bien qué quiere narrar ni qué discurso quiere sostener.

La eterna redención

Aparentemente Mark Hogancamp -a quien da vida un alicaído Steve Carell- es un hombre extremadamente reservado y tímido. Sale poco de casa, una vez al mes le traen las pastillas que debe tomar, no se relaciona demasiado con los demás y trabaja en la cocina de un bar del pueblo.

Sus vecinos ya se han acostumbrado a que siempre vaya acompañado de un Jeep de juguete con seis muñecos a bordo. Son los habitantes de Marwen: cinco son 'las mujeres de Marwen' y el sexto es el capitán Hoggie, un aventurero intrépido y decidido. Un Indiana Jones que combate a los nazis que quieren acabar con la ficticia población. Proyección del hombre que al verdadero Mark Hogancamp le gustaría ser. En Marwen es un héroe. En el mundo real un paria.

En el fondo, la historia del artista -que empezó a fotografíar a sus muñecos y cuyo trabajo ha rodado por galerías de medio mundo-, ofrece un material de base absolutamente excelente para un documental como el que rodó Jeff Malmberg. El arte como terapia, como forma de comprender y sintetizar la realidad y -lo más importante-, poder afrontarla... eran ingredientes suculentos para extraer de una historia curiosa, toda una lección vital. Suponemos que esto último es justamente lo que atrajo la atención de Robert Zemeckis.

No es difícil ver cómo Bienvenidos a Marwen conecta muchas de las constantes de su obra. El camino hacia la redención de un outsider como Mark, su aceptación social o la búsqueda de una forma de volver a conectar con los demás no se aleja demasiado de la evolución narrativa de Tom Hanks en Forrest Gump o Náufrago.

Tampoco la recreación incesante de una fantasía como la de El desafío, que narraba la historia de cómo el funambulista Philippe Petit recorrió sobre un cable la distancia que separaba las Torres Gemelas. Ni las consecuencias de una adicción y la superación de un trauma como el de Denzel Washington en El vuelo.

Sin embargo, Bienvenidos a Marwen transita muchas de las manías de su realizador sin quedarse con ninguna de ellas. Produce un abigarrado cóctel de texturas y tonos que, de tan poco sutil, termina por descolocar. Tan pronto saca a pasear al cineasta esteta de lo virtual de Beowulf  o Polar Express, como recurre a los más burdos juegos de montaje para acentuar un tic nervioso o los pechos de una mujer. De la misma forma que resucita el espíritu desenfadado y juvenil de Regreso al futuro, pero al minuto siguiente retratar a un hombre solitario y depresivo masturbándose ante su televisor.

Todo, sin mediar transición alguna entre tonos. En Bienvenidos a Marwen, Zemeckis opta por abrazar de forma equitativa el lacrimoso drama, la comedia romántica y la aventura de juguetes.

Ver a las mujeres como muñecas a tu servicio

Pero puede que lo que más llame la atención de Bienvenidos a Marwen no sea la extraña mezcla que define su naturaleza, sino el poco tacto con el que la aborda. Si uno se para a pensar, una lectura de género del último film de Zemeckis resulta, cuanto menos, perturbadora.

Quien construye este relato no tiene reparo alguno en abordar el mundo de muñecos de Mark Hogancamp como una fantasía heterosexual masculina en toda regla. Pero no una que resulte incómoda por las ideas que subyacen en ella, sino una que al realizador le genera simpatía. De ahí que decida hacer chanzas de un nivel más propio de cualquier American Pie -con chistes visuales de camisetas mojadas incluídos-, y disfrute haciendo que la cámara se recree en el retrato de cuerpos femeninos -los heteronormativos, claro-.

Cada 'mujer de Marwen' es la cosificación literal de una mujer de carne y hueso que rodea la vida del protagonista. Una es su compañera de trabajo, otra la dependienta de la tienda de juguetes, otra la que le lleva sus medicinas y otra la persona que le ayudó cuando estaba en rehabilitación.

Ninguna de ellas tiene el más mínimo desarrollo, ni el menor papel relevante en la trama. No esperemos -ni en el mundo de los juguetes ni fuera de él-, ningún personaje femenino mínimamente poliédrico. Todas ejerce un rol que no sea cuidar, ayudar y apoyar a Steve Carrell. Alimentando, además, una fantasía constante con la que ninguna de ellas parece albergar la menor duda. Ni siquiera cuando esto genere situaciones de verdadera incomodidad como el voyeurismo manifiesto o las peticiones de matrimonio a casi desconocidas.

Ponerse en sus tacones

Lo más insólito, dicho todo lo anterior, es que Zemeckis cree que puede convertir este relato mediado por una mirada absolutamente empapada de heterosexualidad, en una historia sobre la búsqueda de una indentidad no normativa.

Resulta que la causa principal por la que Mark Hogancamp recibió la paliza que le dejó en coma fue su afirmación pública de su gusto por vestir tacones. Aquello fue suficiente para encender a unos nazis homófobos que le agredieron al grito de 'marica'. El suyo es un claro caso de delito de odio. 

Sin embargo, Robert Zemeckis pretende construir con este elemento un relato sobre la búsqueda de nuevas masculinidades que hace aguas por todas partes. No es solo que su mirada como realizador evidencie sus carencias de discurso. Es que el mismo protagonista repite insistentemente mensajes de transfondo machista como que los tacones son 'la esencia de la mujer'.

Tampoco parece ser consciente de que parafernalia bélica que rodea a todas las fantasías del protagonista de Bienvenidos a Marwen es, también, una fantasía masculina de toda la vida. "La guerra se acopla como un guante a la masculinidad tradicional", decía Grayson Perry, y lo que imagina constantemente Mark Hogancamp se vincula de forma inherente con ella: soluciones a hostias, persecución de metas, vivencias al límite...

El retrato de Zemeckis no aborda la búsqueda de nuevas masculinidades, sino de la reafirmación de las mismas de siempre... con tacones. De hecho, si la juzgásemos por su discurso y altura de miras, Bienvenidos a Marwen  podría invocar fácilmente al fantasma de Dani Rovira vistiendo tacones para reivindicar el trabajo de la mujer en el cine, o aquel conocido que para defenderse de una acusación de homofobia contestaba que no, que él también tenía amigos gays.

'El cuervo': vuelve la película del 'Hitchcock francés' que fue odiada por nazis y comunistas

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Corría el año 1943. Después de una década trabajando de guionista y dialoguista, el francés Henri-Georges Clouzot (El salario del miedo) comenzaba a prosperar. Tras el éxito de El último de los seis, su adaptación de una novela de misterio escrita por Stanislas-André Steeman, pudo dirigir una nueva versión de otro libro del mismo autor: El asesino vive en el 21. Ambos eran filmes de intriga con mucho humor, reminiscentes de la referencial comedia de misterio La cena de los acusados.

Tras la buena acogida de su primer largometraje, Clouzot pudo elegir la temática de su nuevo filme. Para ello, escogió un viejo guion de Louis Chavance: El cuervo. Tras destacar con obras de talante ligero, el cineasta proponía una visión oscura y asfixiante de la Francia de provincias que se inspiraba en un suceso real: la proliferación de insidiosas cartas anónimas en una localidad francesa.

En la ficción, las comunicaciones tienen un blanco inicial en el arisco doctor Germain, a quien se acusa de practicar abortos y flirtear con mujeres casadas. Poco a poco, se revelan los secretos de más y más ciudadanos, cosa que provoca suicidios y un clima de sospecha general que germina en un conato de linchamiento y cínicos pactos.

Clouzot y compañía mostraban un panorama desolador. Entre los personajes de la narración aparece una enfermera que roba la morfina de un enfermo terminal o un contable que desfalca dinero... y que esquiva las represalias al conocer un secreto de su jefe. En este chantaje cruzado parece brotar una brizna de humor negro. Con todo, no hay espacios para la distensión. Se exploran temas muy incómodos: amoríos enfermizos, celos, odios, pánicos grupales y deseos de revancha.

Las situaciones se retratan con una cierta gelidez vigorizada por sus componentes de intriga (¿quién es El Cuervo?), aunque saber la autoría de las cartas pierde importancia ante la observación de cómo se socava la convivencia comunitaria. También se despliega un amor a cuatro bandas enrarecido por bloqueos emocionales, obsesiones y frustraciones. Clouzot y compañía reservan algún golpe transgesor: una de las dos amantes de Germain sería un prototipo de mujer perniciosa para el régimen fascista de Vichy, por lasciva y sensual, pero acaba resultando uno de los personajes más sinceros dentro de la hipocresía general.

El realizador pone en imágenes este perturbador despliegue de historias mediante un atractivo dispositivo visual. La sombra del expresionismo comparece a través de la reformulación pop que emprendieron los autores de cine negro. Y el drama incluye pasiones y psicologías turbias como difícilmente podían verse en ninguna película de la época, más aún en pleno reinado del Hollywood que, desde 1934 hasta 1968, se plegó a una oficina de censura variablemente rigorista.

El cine francés en tiempos de Continental Films

Con motivo del 75 aniversario de El cuervo, Divisa ha comercializado una nueva edición en formato Blu-ray que se beneficia de una excelente restauración digital a cargo de StudioCanal. Ya ha quedado lejos la polémica despertada en el momento de su estreno, la consiguiente censura por parte del poder nazi, de Vichy y de la Francia liberada, o el posterior reestreno en el año 1947. Porque la obra fue cuestionada desde múltiples sectores. La iglesia católica y el régimen de Vichy la consideraron mórbida e insana. Desde los sectores comunistas de la resistencia, por otra parte, se interpretó como una obra antifrancesa y una apología de la ocupación.

En unas circunstancias de guerra mundial y resistencia contra el invasor, se podía argumentar un caso acusatorio contra Clouzot. De la misma manera que otros centenares de realizadores, artistas y técnicos, trabajaba para Continental Films, una empresa dirigida por un productor alemán relacionado con líderes nazis como Goebbels y Göring. Esta firma lideró la producción de filmes en la Francia ocupada, normalmente con obras de misterio y musicales diseñados para proporcionar un entretenimiento que estimulase el conformismo de la audiencia.

Según Madelyn Ehrlich, autora del libro Cinema of paradox: french filmmaking under the german occupation, trabajar para Continental Films era ventajoso en diversos aspectos. La empresa proporcionaba unos medios de producción inusualmente generosos en la Europa en guerra. Además, sus autores también gozaban de una libertad creativa superior a la que ofrecía el régimen de Vichy y su férreo programa ideológico de conservadurismo fascistoide.

Para Ehrlich, esta era una de las múltiples paradojas de la época. Mientras el ocupante segregaba, desposeía y asesinaba a las minorías señaladas como indeseables (como las personas de ascendencia judía o gitana, o disidentes políticos de tendencias diversas), daba una cierta libertad a decenas de cineastas. Los motivos eran económicos, estratégicos (Berlín quería dominar las salas de cine europeas y usar el poderoso cine francés como caballo de Troya) y propagandísticos de las supuestas bondades de la Europa del nuevo orden hitleriano.

Esta libertad no estaba exenta de extravagantes y sorpresivas censuras. Y la autocensura sobrevolaba el ambiente porque las represalias a los más atrevidos podían ser literalmente letales. Aún así, películas de la misma Continental Films, como la fantasía satánica La mano del diablo o la intriga L'assassinat du Père Noël, incluían traviesas alegorías o pequeñas llamadas a la resistencia nacional.

Después de la liberación, trabajar para Continental Films se convirtió en un pecado que purgar. Los cineastas que participaron directamente en la resistencia, o que demostraron una militancia política adecuada, quedaron protegidos. Clouzot solo podía aducir que había sido despedido años atrás de la productora alemana UFA por mantener amistad con personas de ascendencia judía.

El escritor Joseph Kessel atacó, no sin razón, que el realizador de El cuervo cobró dinero de una empresa del país invasor para realizar un filme que criticaba el país invadido. La necesidad de subsistencia de los cineastas que no pudieron huir, mezclada con el deseo más o menos sincero de contribuir a preservar la cultura nacional, generaba una maraña de contradicciones cotidianas. Algunos, como Jacques Becker (futuro realizador de La evasión), lo resolvieron usando sus producciones para ayudar directamente a la resistencia.

Con la excepción de las raras muestras de propaganda nazi producidas en Francia (básicamente Forces occultes, cuyo realizador fue fusilado), El cuervo se convirtió en la película de ficción que más animadversión generó en los procesos de depuración. Su realizador y su guionista fueron condenados a no poder volver a realizar cine de por vida, mientras que dos de los intérpretes protagonistas, Pierre Fresnay y Ginette Leclerc, fueron encarcelados. Finalmente, Clouzot y Chavance solo tuvieron que cumplir dos años sin poder trabajar, y Fresnay y Leclerc fueron liberados.

¿Al servicio del ocupante?

El rechazo a El cuervo consiguió unir a sectores irreconciliables. La derecha conservadora y el fascismo alienado con Vichy deploraron la dureza de las situaciones presentadas en el filme y su talante obviamente antioligárquico, evidenciadas en escenas de conspiración plutócrata contra el inocente Germain. Voces del comunismo y la resistencia, por su parte, la señalaron como una obra derrotista cuya visión desoladora de la sociedad parecía legitimar el programa de regeneración forzosa (y de segregación y extermino del disidente) para someterse al nuevo orden nazi.

El contexto cambió la recepción posible de la película. En tiempos de paz, la acidez de El cuervo hubiese sido seguramente aplaudida por la izquierda política, dado que atacaba a los poderes fácticos de la localidad y a las hipocresías burguesas. Además, planteaba temas progresistas como la preservación de la vida de las mujeres embarazadas en casos de partos arriesgados. En el contexto de la invasión, en cambio, se leyó como una muestra de auto-odio ideada para complacer al ocupante, aunque el guión había sido concebido antes de la confrontación bélica.

Cabe preguntarse por qué El cuervo resultaba más despreciable que muchas producciones plúmbeas de Continental Films, hechas para estimular la resignación de la audiencia a través de relatos de suspense, música y fantasía donde los conflictos reales quedaban fuera del cuadro (la misma ocupación casi nunca aparecía, y menos aún la exclusión y persecución de los colectivos señalados por París y Vichy). ¿Era El cuervo una película deseada por los nazis? Al parecer, las autoridades invasoras lamentaron que la película desincentivaba un flujo de delaciones anónimas que contribuía a perfeccionar su sistema de represión.

Aunque diversos comentaristas de la Francia resistente dieron por hecho que la obra de Clouzot estaba moldeada al dictado de Berlín, hay pruebas documentales de que no fue así. El planteamiento oscuro del filme se alejaba de las directrices que Joseph Goebbels dejo por escrito: el cine francés bajo control nazi solo debía producir obras "luminosas, banales y, si es posible, cursis". Estas palabras del jerarca nazi ejemplifican que la manipulación política no necesariamente pasa por un propagandismo evidente, sino también por una cultura roma, fingidamente apolítica, que escoge qué realidades mostrar y ocultar.

Epílogo: después de la liberación

Cuando El cuervo se reestrenó en 1947, ya se había ido fijando su reputación como una pieza mayor del cine de la época, pero seguía siendo una obra incómoda. Recordaba implícitamente el talante incompleto de los algo autocomplacientes retratos de la Francia resistente. Filmes como Le père tranquille o especialmente La batalla de los raíles, que mostraba los esfuerzos saboteadores de los ferroviarios galos, representan una visión emocionada de un país volcado frente al invasor.

El silencio del mar, película firmada por el cineasta y resistente Jean-Pierre Melville (El ejército de las sombras), completaría el cuadro con su retrato de una actitud a medio camino entre el enfrentamiento contra el ocupante y la cooperación: el silencio que proyectaba desdén sin llegar al choque. Quizá este camino resultaba poco épico, pero, como se afirmaba en el drama antifascista hollywoodiense Esta tierra es mía (dirigido por el exiliado izquierdista Jean Renoir), es fácil juzgar desde fuera los actos de quienes intentan sobrevivir en un país ocupado.

Cinco desviaciones del género del fantaterror por las que conviene perderse en la Muestra Syfy

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Mientras el Nocturna trabaja a ritmo sostenido por consolidarse dentro del calendario, es la Muestra Syfy la que tras dieciséis años de celebración sobresale como el evento fantaterrorífico de referencia en la capital del país. Así lo prueban los cuatro días en los que las largas colas envuelven la manzana del Palacio de la Prensa en Madrid como una boa ahoga a sus presas.

El símil no se pretende gratuito. Mal que le pese a no pocos asistentes, el paso del tiempo dentro de este festival ha traído consigo una mutación notoria del público y de la experiencia cinematográfica que se ofrece. La audiencia se ha erigido en gran protagonista de este evento, al que ya no se va (no solo, al menos) a ver una película, sino a competir creando un espectáculo propio en el patio de butacas. Así, se ha hecho necesario habilitar una segunda sala como espacio libre de ruidos, frente a la "Mandanguer" (sic), donde se fomenta la exaltación de las bajas pasiones sobre la sesión de turno.

Esta medida permitirá, al menos, asistir sin más sobresaltos de los necesarios (en el mejor de los casos, dado el género, no serán pocos ni leves) a una de las más jugosas selecciones con las que ha contado la muestra en lo que llevamos de década. También inevitablemente reiterativa para quienes acostumbran a patearse el tour de festivales que alberga el territorio nacional (esa falta de autonomía es, también, inherente ya al certamen), todo hay que decirlo, pero es esa sensación de aglutinador de grandes éxitos lo que asegura el excelente funcionamiento económico y social obtenido con el paso de los años.

De entre las quince películas que conforman el catálogo (a ellas se suma la cinta inaugural, Capitana Marvel, y el pase especial de La familia Addams), y sin ningún afán pontificador (consciente, al menos), destacamos algunos de los títulos con los que botar del asiento desde el 8 hasta el 10 de marzo.

In Fabric, vestido para matar

Conviene enfundarse unos guantes de piel (doblemente apropiados dada la ola de frío instalada durante la semana de Muestra en la capital) y rendir honor a las costuras giallescas que acostumbra a zurcir con tanto cuidado Peter Strickland en su obra.

Ambientada en unas grandes superficies, In Fabric vuelve a modelar un universo reconocible pero ajeno a las reglas de lo convencional, donde todo sucede por coherencia interna y no externa, de un modo similar al de otra pareja con gusto por el cine amarillento de raíz italiana, Hélène Cattet y Bruno Forzani. La pareja belga como el detallista británico que engrosa el catálogo de Syfy parecen entender mejor el carácter poético, sinestésico de este subgénero de lo que lo hizo en sus últimas propuestas su principal testador, Dario Argento.

Dentro de ese universo creado a mayor gloria de los sentidos, Strickland emplea un vestido rojo para ejecutar -en un sentido amplio del término- una nueva reflexión sobre la belleza intrínseca de la violencia esta sátira sobre la letalidad del mercantilismo, en la que las víctimas son todas aquellas personas que se dejan arrastrar por sus impulsos consumistas.

Zahler al cuadrado: polis malos, muñecos peores

Desde que entrara al galope en el horizonte con Bone Tomahawk, arrastrando tras de sí el bofe de sus personajes, el aún menudo corpus fílmico de S. Craig Zahler ha sido bien aprovechado por las huestes de la muestra Syfy. Tras aquel western, que desgajara en dos la platea del Cine de la Prensa en 2016, y el pisotón en la cara al público que propinó con Brawl in Cell Block 99, el evento da continuidad al polivalente narrador floridiano -novelista y crítico antes que director, músico ecléctico y dibujante además de chef- ampliando su espacio en la programación.

Primero, con Puppet Master: The Littlest Reich, de la que firma el guion (si bien perdió parte del grosor durante su traslación a imagen, por motivos presupuestarios); y luego, con Dragged Across Concrete, con la que cierra su particular trilogía espiritual en torno a los "buenos hombres malos".


La reimaginación en clave satírica de la franquicia ochentera de Charles Band encontrará buen acomodo entre el público de la medianoche gracias a su naturaleza festiva y autoconsciente (no en vano, el marco de la carnicería es una morbosa convención), pero lo esquinado del relato policíaco-criminal que es su tercer largometraje como realizador, haga retorcerse en su silla a más de un paisano. Más allá de sus arrebatos de tosco gore, el descenso al infierno del gólem sureño construido por Vince Vaughn ya generó hace un año incertidumbre en el personal: ¿qué demonios pintaba un reposado drama carcelario en una fiesta del despiporre (o como vienen a referirse a ella, de la mandanga) como esta? ¿Por qué ocupar tres horas de escaleta con esta otra cinta de polis y cacos, sustentada en tiempos muertos y miradas lejanas?

Cabe aquí una interpretación, tan válida como cualquier otra. Dragged Across Concrete, como sus predecesoras, cuenta el devenir de hombres que pretenden enmendar un mundo que ni le corresponde ni sienten suyo, que los dejó atrás hace tiempo. Centauros que ofrecen su sacrificio propio abocándose en silencio a la oscuridad, a la ausencia de futuro. Y nada más terrorífico que el viaje que los conduce hasta allí, un viaje donde concienciarse de su naturaleza muerta física o espiritual.

Ese horror puro a la nada que simboliza el periplo de propuestas de género(s) como esta, que niegan el disfrute de la literalidad o la banalización de las imágenes, y que por ello tienden a ser masacradas por quienes buscan el júbilo en el evento y no en la pantalla. Quizás no un cine de miedo, sino de miedos, que tiene difícil sobrevivir en estos escenarios.

 

One Cut of the Dead: la metahecatombe

Por lo anterior, será agradece la desinhibición con la que un artilugio como el que propone Shin'ichirô Ueda, One Cut of the Dead, se la juega a una parroquia cada vez más necesitado de demostrar su superioridad. Los orgullosamente cuestionables 37 minutos iniciales, grabados en una desmañada toma única, predisponen a esa misma actitud, para luego empujar al espectador por una espiral metalingüística a cada giro más insospechada.

Viene a cuento la alusión a dos fenómenos constituidos en lo poco que va de milenio, la megalomaníaca The Room de Tommy Wiseau a la ruidosa franquicia de Syfy Sharknado. Ambos títulos establecen un camino de amortización análogo, por más que se coloquen en las antípodas una de la otra: de la humillante recepción inicial a la aceptación de su naturaleza anómala y la sobreexplotación hasta sus últimas consecuencias. El juego de espejos hace que sean de pronto esos creadores afrentados los que pasan a reírse con, o quizás de, quienes se mofan previo paso por caja. Lo interesante de la mágnum opus de Wiseau es que esos atentados continuados contra el sentido común que motivan al público festivalero esconden un misterio inexplicable para cualquier alma embravecida que quiera darle un tiento. Un misterio que acaba por otorgar un significado más profundo que el que ni el mismo director podrá igualar.

Tal vez el concepto de lo que significa una mala película sea solo una coraza con la que protegerse de otros cuestionamientos. La seguridad que da enfrentarse a algo inconcebible acaecido detrás de las cámaras, algo surgido de mentes maestras (o podridas, o ambas) a las que puede dar miedo asomarse. Tomando los manidos zombis como materia prima, One Cut of the Dead te previene para sufrir un humilde Sharknado, para luego presentarte a un Disaster Artist y acabar sumergiéndote en su hilarante Corazón de las tinieblas. Un bienvenido apocalipsis cinematográfico.


Diamantino, una cabriola de fantasía

Sin dejar el delirio de lado, aunque en una clave estética opuesta, la muestra Syfy también oferta esta extravagante, pero sobre todo sentida fábula que firman Gabriel Abrantes y Dan Schmidt desde Portugal, con un seudo Cristiano Ronaldo como ariete narrativo y que pisó la hierba festivalero en el 71º Festival de Cannes.

En cuestión de géneros, una vez más, es difícil determinar en qué equipo juega este sosias del delantero de la Juventus de Turín, con una ascendencia angelical (y asexual) y un cierto parentesco con Derek Zoolander. Entre la ciencia ficción con marcadas implicaciones políticas, la fantasía perversa de Roal Dahl y la transgresión refinada de John Waters, Diamantino juega bonito y sin miedo a arriesgar, internándose en diversas problemáticas que se dan cita en el césped europeo. La xenofobia incipiente se revela como el gran cancerbero a batir, y para atacar su portería se desfonda con cabriolas y excesos. Habrá quien no aguante en su asiento hasta el pitido final, la complejidad de la jugada bien merece los vítores de la hinchada.


'Capitana Marvel': un espectáculo de fuegos artificiales poco memorable

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Iron Man, Thor, Doctor Strange… y así hasta 20 títulos de películas superheroicas protagonizadas por hombres con sus respectivos directores hombres. El Universo Cinematográfico de Marvel (UCM) tiene un problema con el exceso de masculinidad, tanto dentro como fuera de la pantalla. Todo gira en torno a la idea de un modelo varonil al que seguir, mientras que la otra parte, la femenina, es relegada a un segundo plano.

Por ello, Capitana Marvel tenía muchos ingredientes para dar un golpe sobre la mesa y revertir la tendencia: se estrenó el mismo 8 de marzo, la protagoniza Brie Larson (ganadora al Oscar a Mejor actriz por La habitación y activista por la igualdad de género) y sirve de largometraje telonero para Avengers: Endgame, el esperado gran colofón de Thanos y las Gemas del Infinito. Sin embargo, la historia de Carol Danvers y su discurso queda diluido entre golpes, explosiones y extraterrestres.

El relato comienza con Danvers como guerrera de una raza alienígena llamada Skrull que ha desarrollado sus habilidades militarse hasta límites insospechados. Estos se enfrentan con los Skrull, unos seres verdes de orejas puntiagudas que tienen la capacidad de adoptar cualquier apariencia. Solo tienen que concentrarse y automáticamente cambian su cuerpo. Pero este conflicto intergaláctico no es nuevo. Fue descrito por el guionista Roy Thomas en una serie de cómics publicados entre 1971 y el 72.

La cinta dirigida por Anna Boden y Ryan Fleck tampoco se entretiene demasiado en el contexto, sino que arranca in media res, con una Danvers tan poderosa que debe controlar su fuerza en los entrenamientos. Ella, al igual que el espectador, no tiene muy claro su pasado. Gracias a flashbacks de pocos segundos, sabemos que de niña estaba interesada en las carreras de karts o que, ya como adulta, se alistó al Ejército del aire. Toda su vida ha luchado para conseguir lo que otros le dijeron que nunca alcanzaría.

El mensaje es importante, sobre todo teniendo en cuenta el contexto que rodea al hecho de que sea la primera superheroína del estudio en la gran pantalla, pero el personaje carece de fondo empático para conseguirlo. De hecho, algunas escenas parecen una vuelta al Thor de la Marvel de 2011. Del mismo modo que ocurría con el dios del trueno, la llegada de Danvers al planeta Tierra pasa por una sucesión de gags reafirmando lo rara que es y cómo no puede solucionar conflictos sin derrumbar paredes.

Se aprecia aquí un claro contraste con el tratamiento del cómic La Vida de la Capitana Marvel, escrito por Margaret Stohl y dibujado por Carlos Pacheco. "Así es cómo comienza mi historia. Como comienzan todas las historias: con la familia", dice la misma Danvers en la primera página de este. Acto seguido se centra en los problemas con su padre, come tarta con su madre, juega al baloncesto con su hermano… Es el reflejo de ese naturalismo introducido por Stan Lee y que revolucionó el mundo de las viñetas. Los héroes no eran entes sin sentimientos que salvaban al mundo sin sentir ni padecer, sino que se preocupaban por pagar el alquiler o llegar a tiempo para cenar. En Capitana Marvel, en cambio, no hay ni rastro de esa filosofía.

En algunas escenas se aprecia el empeño de convertir a Carol Davers en un referente para las nuevas generaciones. Para que niñas y adultas, ahora sí, tengan una figura en la que verse reflejada. Pero es triste que Marvel no haya tenido reparo en contarnos por enésima vez qué cómo Peter Parker vuelve al instituto y que, en esta ocasión, se detenga tan poco en construir el pasado de la Capitana.

La importancia de este factor humano también queda clara en la laureada Spider-Man: Un nuevo universo. La película del trepamuros combate la masculinidad tóxica habitual en el género superheroico y, en lugar de eso, propone un nuevo modelo encarnado por un Miles Morales que no tiene problemas en quitarse la máscara de tipo duro. Sin embargo, con Carol Danvers ni llegamos a conocer el personaje tras la careta ni existe una reformulación del discurso bajo una mirada femenina.

Los 90 son los nuevos 80

La película se ambienta en los años 90, década llamada a sustituir a los 80 en lo que a cuestiones de nostalgia se refiere. No faltan referencias a Game Boy o incluso a películas como Babe, el cerdito valiente. Igualmente, es la excusa perfecta para meter temas de la época cuando el ritmo decae. Ya ocurrió con Led Zeppelin al inicio de Thor: Ragnarok, digno de videoclip musical, y aquí sucede lo propio con Nirvana o Garbage.

El humor está presente en gran parte de la producción. Especialmente cuando aparece el agente Nick Furia, interpretado por un Samuel L. Jackson rejuvenecido de forma digital. La relación entre este, Danvers y el gato Goose es quizá uno de los mayores aciertos de un filme que por momento adquiere características propias de una buddy movie. Aun así, se echan en falta nuevos y elaborados secundarios que nos hagan olvidarnos de los viejos Vengadores aunque solo sea por un momento. Aquí no debería importar si Furia tiene parche o no, sino qué ha pasado con Danvers y todo lo que a ella le rodea.

En este sentido, Black Panther parece una película que cumple mejor con su cometido. En ella sobresalen personajes como Nakia o Shuri, puede que incluso más que el propio rey de Wakanda. En Capitana Marvel se intenta algo parecido con Maria Rambeau, pero al final el secundario más importante termina siendo Samuel L. Jackson.

A pesar de sus carencias, tampoco es justo el boicot que está sufriendo la película. Decenas de trolls se movilizaron para votarla negativamente en plataformas como Filmaffinity o Rotten Tomatoes incluso antes de su estreno. Como apuntó el actor Zachary Levi en sus redes sociales, todo parece responder a un discurso de odio por parte de fans que condenan a Capitana Marvel y Brie Larson. La taquilla, probablemente, no les dará la razón.

El sello de cómics todavía tiene tiempo derrumbar el monopolio masculino y, de una vez por todas, añadir a la primera línea de los Vengadores personajes femeninos con el mismo peso narrativo que Tony Stark. "Creemos que Capitana Marvel será la primera de muchas", dijo el presidente de Marvel Studios, Kevin Feige, a The Hollywood Reporter. Habrá que esperar para comprobarlo.

Un perturbador viaje al país de Nunca Jamás de la pedofilia de Michael Jackson

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Hay muchas cosas en el documental Leaving Neverland, sobre los presuntos abusos sexuales de Michael Jackson, que recuerdan a la fábula de Peter Pan. El rey del pop se acercaba a niños perdidos, enfermos y talentosos, pero sin recursos, y les brindaba una fuente inagotable de aventuras, chucherías y juguetes.

Literalmente se los llevaba al país de Nunca Jamás, pues así bautizó a su rancho de retiro en Hollywood. Allí es donde Peter Pan acogía a los bebés que se caían de sus cunas y a los que nadie reclamaba en, al menos, siete días.

Los padres de los niños que iban a Neverland también les dejaban caer de alguna forma cegados por los encantos y la fama de Jackson. No se oponían a que durmiesen en la misma cama que un adulto de 30 años ni se preocupaban cuando este cerraba la puerta con llave para ver la televisión y comer palomitas. Michael Jackson solo era el niño que no quería crecer. Por eso, cuando los chavales alcanzaban la adolescencia, le dejaban de interesar y revoloteaba por las ventanas para encontrar a un nuevo pequeño amigo al que llevar a Nunca Jamás.

Dos de aquellos niños fueron James Safechuck y Wade Robson, hoy adultos que rozan la cuarentena y cuyos testimonios describen aquel lugar de ensueño como una mansión de los horrores en la que el cantante habría perpetrado todo tipo de barbaridades contra varios menores de edad.

Es injusto decir que Leaving Neverland se enfrenta al mismo escrutinio público que los chicos que se atrevieron a denunciar a Jackson en los años 90. El documental dirigido por Dan Reed abre en canal una herida que se creía a medio cicatrizar y echa sal sobre el legado de un hombre muerto. Esto juega a su favor, en cuanto a que el tiempo quizá haya mitigado la histeria de sus fans y permita mirar con perspectiva unos actos que en su día solo fueron catalogados de excéntricos, pero también en su contra.

Muchos le acusan de linchar de forma gratuita a alguien que ya fue juzgado y absuelto, y de hacer dinero saltándose la presunción de inocencia con pértiga. La familia Jackson pide 100 millones de dólares a HBO por eso mismo, y porque sabe que su visionado no va a dejar indiferente a nadie. "Difícil de ver, aún más duro de ignorar, imposible de olvidar" es la reseña que la plataforma ha reconvertido en su eslogan porque resulta ser totalmente cierta.

Leaving Neverland deja la pelota en el tejado del espectador. Podemos creer en la verosimilitud de los argumentos que exculparon a Michael Jackson en su día o en los testimonios – muy, muy explícitos- de dos presuntas víctimas. No obstante, lo hace siendo consciente de lo difícil que es desoír las aberraciones que en él se cuentan.

¿Distan mucho de lo que salió en la prensa en 1993? En absoluto. Lo que cambia es que los episodios de sexo oral, frotamientos, penetraciones, besos y extorsión son pronunciados en primera persona por dos adultos que hace décadas declararon a favor del rey del pop.

El Disneylandia de los adultos ciegos

El documental dedica una buena parte del metraje a explicar el contexto familiar y social de James Safechuck y Wade Robson, importante para comprender cómo fueron usados por sus propias familias para acceder a un estilo de vida que de otra manera no habrían podido ni soñar.

El primero era el típico crío de anuncio con rasgos dulces y enormes ojos azules, que coincidió por primera vez con Michael Jackson en un rodaje para Pepsi. Jackson se encariñó de él a finales de los 80 y comenzó a invitarle a sus giras europeas, en las que el pequeño Jimmy dormía en su suite y los padres en habitaciones cada vez más alejadas. James tenía 10 años. Michael, 32.

Más allá de los supuestos abusos que allí ocurrían, el cantante generó una relación de confianza basada en la desconfianza hacia sus padres y, más concretamente, hacia su madre y las mujeres. Así naturalizaba ciertas muestras inapropiadas de cariño, como rascarse la palma de la mano como mensaje en clave de deseo sexual, y le convencía de que nadie le querría como él.

Pero, sobre todo, insistía en el ocultismo y en lo mucho que debían protegerse contra quienes les iban a intentar separar. Fue entonces cuando comenzaron los simulacros de vestirse a toda velocidad por si alguien llamaba a la puerta sin previo aviso y las coartadas compartidas.

Los Safechuck también fueron los primeros huéspedes del rancho de Neverland, una versión privada de Disneylandia con atracciones, safaris, restaurantes y castillos que hacían las delicias de padres e hijos.

A ojos de los adultos, Jackson era un niño de 9 años atrapado en el cascarón de una estrella mundial que solo trataba de revivir una infancia que nunca tuvo. La madre de Jimmy le llegó a ver como un cómodo segundo hijo. Uno que les pagaba viajes en jet privados, les iba a buscar en limusina, les presentaba a Sean Connery, Steven Spielberg y George Lucas, y obsequiaba a su hijo biológico con sobres rebosantes de billetes, juguetes y joyas.

Mientras que su madre bebía vino de una bodega inagotable de la casa de invitados y se dejaba agasajar por los criados de Jackson, James convivía con su presunto agresor en la mansión principal. La mayor parte de sus recuerdos se corresponden con el laberíntico plano de la residencia. Los armarios escondidos, las escaleras de caracol, las salas ciegas, las carreteras serpenteantes y las campanillas que prevenían de los pasos extraños parecían diseñadas para enmascarar lo prohibido.

Nada de eso fue suficiente para alertar a los Safechuck ni tampoco a los Robson, cuyo hijo pequeño Wade experimentó el mismo terror en Neverland que James. Entonces, él tenía 7 años. 

Todo empezó cuando Wade ganó un concurso de baile simulando a Michael Jackson en Australia cuyo primer premio era conocer a su ídolo. Tras eso, la historia se repitió: el cantante se ganó la ternura de la madre y se acercó a Wade como maestro de cara a los adultos y como amante de cara al niño. Hablaban entre cinco y seis horas al teléfono y le mandaba escalofriantes faxes en los que le refería como "my little one (pequeñito)" y le repetía constantemente lo mucho que le quería.

Esos cientos de mensajes cándidos redactados por un hombre de 33 años resultaban "encantadores" para la madre de Wade, que no se lo pensó dos veces y abandonó su vida en Australia solo porque Michael quería a su hijo pequeño cerca de Los Angeles.

"No quiero entrar en los detalles sexuales porque sé que esa conversación me va a generar pesadillas", admite hoy en día la progenitora, que convenció a Wade de mantenerse del lado del cantante cuando salieron a la luz las primeras acusaciones de pederastia.

Wade y James han tenido que lidiar con el fantasma del consentimiento y con el amor tóxico que le profesaban a Michael Jackson para poner en palabras su abuso. Ambos fueron presionados por él y por sus familias para testificar en 2005 que Michael nunca le haría daño a un niño y que ellos eran la muestra. Tanto ensayaron la mentira, que se la creyeron hasta que ellos mismos fueron padres. "Eso lo cambió todo. Sería capaz de matar si alguien le hace a mi hija lo que yo viví", explica Robson con furia. "Quiero ser capaz de contar la verdad tan alto como he tenido que contar mentiras durante tanto tiempo".

Pero sus madres llegaron tarde a esa verdad, a esa venganza y, sobre todo, a las señales previas. En sus palabras, se dejaron cegar por la fama y esa vida de ensueño a cambio de convertir a sus hijos en juguetes que terminaron rotos. "Quizá le pueda perdonar en algún momento si intento comprender que estaba enfermo, pero a mí misma es otra cosa. No creo que pueda hacerlo jamás", dice la señora Robson. La de Safenuck deja de lado hipótesis médicas: "Fue pedofilia. La palabra lo dice todo".

Tras ver Leaving Neverland, queda la incógnita de si los hechos que se cuentan afectarán a uno de los legados más grandes de la historia de la música. La certeza es otra: el mundo ha asistido impasible a muchas excentricidades amparadas por la fama y también es responsable de las historias de terror que puedan esconder. Sean ciertas, o no. 

"La gran duda en el asesinato de Isabel Carrasco es por qué no se investigaron ciertas llamadas deliberadamente"

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Isabel Carrasco, presidenta de la Diputación de León, fue asesinada el 12 de mayo de 2014 en plena calle. El crimen se efectuó en una pasarela que la política atravesaba cada vez que se dirigía desde su domicilio a la sede del PP. Ese día, sin embargo, no llegó a cruzarla entera. Montserrat González encañonó su espalda y disparó en dos ocasiones. Una vez desplomada en el suelo, la remató con un tiro en la nuca. Parecía una asesina a sueldo profesional, pero en realidad se trataba de un ama de casa de 58 años. Fue detenida junto a su hija Triana Martínez, ambas militantes del mismo grupo político que lideraba la víctima y condenadas a más de 20 años de cárcel.

El crimen de Isabel Carrasco fue un plan ejecutado con frialdad del que todavía hoy quedan dudas por resolver. El caso está cerrado, pero ni se sabe con exactitud la procedencia del arma homicida ni las razones de para la implicación de Raquel Gago, policía local y amiga íntima de Triana. Ocultó que se había encontrado con las asesinas justo antes de que llevaran a cabo su plan, y solo lo admitió cuando, según su versión, acabó encontrando por sorpresa el revólver escondido bajo el asiendo del copiloto en su propio coche. Finalmente, fue condenada a 14 años de cárcel por el Tribunal Supremo.

Los medios explicaron los hechos bajo la etiqueta de "venganza personal" por el supuesto acoso laboral de Carrasco a Triana, pero había mucho más. Entre otras cosas, el contexto político: una división dentro del propio PP de León (que traspasaba la región) entre simpatizantes y detractores de Isabel Carrasco, que llegó a hacerse con el control de gran parte de la comunidad.

Bajo esta premisa empezó a trabajar el periodista y director británico Justin Webster, que estrenó una serie de no ficción sobre el caso en Movistar +. Esta terminaba con una revelación: en el sumario no había ni rastro de Luis Estébanez, asesor del presidente de la Junta de Castilla y León con el que Triana mantuvo hasta 247 conversaciones en los meses previos al asesinato, incluidas llamadas durante el mismo día de los hechos.

Muerte en León: caso cerrado, película documental que se proyectará en cines de la propia ciudad y se estrenará en HBO el próximo 22 de marzo, recupera parte de lo reflejado en la serie y añade entrevistas como la de la jueza instructora del caso para intentar comprender por qué se produjo la aparente ocultación de pruebas. Un final algo más redondo de una historia que no deja de suscitar nuevas preguntas.  

Cinco años después del asesinato todavía quedan muchas lagunas por aclarar. ¿Qué responde esta película que no hace la serie?

Intenta tener un final más definitivo. Teníamos la insatisfacción de haber acabado la serie con una pregunta y ahora toda la historia se cuenta de otra forma con muchos detalles rescatados de los brutos que no llegaron a entrar y que en este momento tienen un gran significado porque queríamos dar una respuesta más clara. En parte he fracasado, porque hemos llegado hasta donde podíamos llegar y, aunque la pregunta está contestada, seguimos con muchas más.

Ni la policía ni la jueza instructora han tenido en cuenta vuestra revelación: que no había registro de las llamadas salientes de Triana. ¿No genera algo de impotencia el resultado?

No investigamos las llamadas de Triana con este fin, sino para hacer un retrato más profundo de quién es ella y llegar a personas que nos han hablado fuera de cámara y no salen en la película. Este esfuerzo de analizar las llamadas era solo por eso, pero las últimas semanas de la investigación vimos que aparecía Luis Estébanez y empezamos a profundizar. Con la serie llegamos hasta donde pudimos llegar, pero necesitaba una respuesta más clara y racional a todo esto.

También escuchamos la voz de Luis Estébanez, que en el último capítulo de la serie no se incluye. ¿Qué cambió para que se pudiera incluir esa llamada?

Creo que es la necesidad de mostrar la realidad de esas llamadas y de incluir sus respuestas. No le acusamos de nada porque no lo sabemos, pero él es el ejemplo de la 'no-investigación'. Esperaba obtener una explicación más racional, pero llegando al final, a la juez instructora y luego a la policía, vi que no íbamos a conseguir más.

¿Y cuál es la mayor duda que tiene con respecto al caso?

La gran duda es por qué estas llamadas no fueron investigadas de forma deliberada.

¿Ha recibido presiones o amenazas?

No, nosotros somos completamente independientes y es difícil hacer esto. Creo que había ciertas presiones a otros, pero no a nosotros. Lo único que esperaba, quizá por mi experiencia de trabajar más en otros países que en España, es que con el final de la serie habría otros medios o periodistas interesados en coger el hilo para seguir preguntando. Pero, salvo excepciones, hubo un silencio genérico. Nadie preguntó a la policía, me pareció sorprendente.

¿Qué fue lo que más le chocó durante las llamadas telefónicas con las asesinas?

Uno de los grandes misterios es cómo una mujer como Monserrat González, un ama de casa de 58 años, podía convertirse en una asesina con la frialdad de un sicario. Ella se reafirmaba, y en nuestra conversación con ella en la cárcel ella se mostraba muy convencida de la maldad extrema de Isabel Carrasco y de que todo el mundo estaba de acuerdo con ella. Ella en el juicio no fue diagnosticada por los forenses de locura, con lo cual esto apuntaría a un ambiente propicio para esto. 

De hecho, en un momento del documental se palpa que el clima de animadversión en León contra Carrasco pudo haber colaborado a que esto ocurriera. ¿Es solo odio o algo más?

Poco después del asesinato aparecieron comentarios de que seguramente había sido la extrema izquierda matando a una pepera, pero el odio que conduce a un asesinato así es extraordinario y la venganza personal no es explicación suficiente, ya que si no habría asesinatos en todas las ciudades españolas constantemente. Hubo algo más, y ese algo más y cómo conecta con las asesinas es parte del misterio.

¿Cree que en el proceso judicial se ha tenido en cuenta como es debido la relación de Triana con ciertos grupos del PP contrarios a Isabel Carrasco?

Salió muy poco en el juicio, ya que no fueron llamados a testificar. La sensación es que la investigación fue de alguna forma acotada. Habían indicios para investigarlo, sobre todo con un testimonio de Monserrat en el que aseguraba que esto no habría sucedido si Rajoy hubiera decidido cambiar a la presidenta. Esto es una locura, obviamente, pero como se cuenta en la película también habían movimientos dentro del partido contra Isabel Carrasco. 

El odio a Isabel Carrasco tenía dos partes. La primera es producto de su carácter, de su forma agresiva y cruel, y es la forma de odio más comprensiva a pesar de que no justifica nada. La segunda es por sus virtudes, porque era muy lista, trabajadora y sabía moverse en la política como nadie.

Tampoco queda clara la implicación de Raquel Gago, la tercera condenada. En un primer momento quedó en libertad con cargos, luego fue acusada y finalmente su condena pasó de 12 años de cárcel a 14 tras pasar por el Supremo. ¿Con qué realidad nos quedamos?

Creo que el momento más clave de la duda sobre ella fue cuando el juez la condenó cinco años por encubrimiento porque le parecía que las pruebas no eran claras. Sin embargo, el jurado no pudo creer que ella hubiera tomado té con Triana por la tarde y luego estuviera en este sitio por casualidad, básicamente es esto. Hay muchas dudas sobre si ella sabía o no, pero Raquel nunca ha dicho que fue engañada por Triana, y esta me parece la parte más débil de su defensa.

Después de asistir a irregularidades y a dudosas resoluciones, ¿qué confianza nos queda en la justicia?

No creo que esto sea una crítica a toda la justicia, sino una contribución para la mejora. En este caso se pone el foco en la 'no-investigación' de ciertas cosas, y es importante que la gente sepa que esto pasa. No necesariamente tiene que perderse la confianza en la justicia, sino que quizá debemos ser más vigilantes o conscientes de estas posibilidades. No es para perder la fe, es para involucrarnos más y que funcione mejor.

¿Habrá otro capítulo de Muerte en León?

Ha sido un esfuerzo importante llegar a este final más definitivo y hemos topado con varias puertas cerradas, así que por el momento no creo que podamos progresar más. En el futuro quizá habrá que valorar si se puede tener la visibilidad suficiente para poder seguir, pero por el momento es difícil.

Por qué Sauron no es un buen jefe: así serían nuestras empresas si viviéramos en la Tierra Media

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A la célebre trilogía de El señor de los anillos no solo se la puede considerar una obra cumbre de la literatura de fantasía épica. Bien es cierto que las historias de la Tierra Media que ahí narraba J.R.R. Tolkien tienen que ver con un universo único, creado por un autor cuya obra sigue ganando adeptos. Pero resulta que El señor de los anillos también puede leerse como una fuente de conocimiento sobre conceptos como "el poder, el liderazgo, la esperanza y el hundimiento". 

Así lo cree el finlandés Harri V. Hietikko. A diario, es un gestor de desarrollo urbano en la ciudad de Vasa, urbe portuaria del este de Finlandia en la que nació en 1970. Pero además este hombre de 48 años, que también se dedica a la escritura, defiende que, gracias a las fantasías de Tolkien, se puede aprender mucho de nuestra realidad diaria. 

En concreto, defiende que estas enseñanzas se pueden aplicar a la vida laboral y sobre el liderazgo de figuras políticas como el presidente francés Emmanuel Macron o la canciller alemana Angela Merkel. De ahí que Hietikko haya escrito un volumen aparecido recientemente en Alemania titulado La gestión según Sauron: conceptos de liderazgo de la Tierra Media (Ed. Vahlen, 2018). Es la adaptación, en buena medida, de la tesis doctoral titulada Poder, liderazgo, destrucción y esperanza en 'El señor de los anillos' de J. R. R. Tolkien que Hietikko firmó en 2008 en la Universidad de Tampere. Ese doctorado le abrió las puertas a desempeñar tareas profesionales relacionadas con la estrategia, el desarrollo de organizaciones y la gestión. 

"Muchos lugares de trabajo son, de algún modo, como cortes de castillos en los que la gente trata de ganar la atención del rey o el trono", dice Hietikko a eldiario.es. "El libro saca ideas de un mundo fantástico en el que, pese toda la irrealidad que lo gobierna, es a menudo una descripción más certera de fenómenos reales que los gráficos y los libros tradicionales sobre liderazgo", abunda. 

En su volumen se describen conceptos como "el liderazgo hechicero". Es el tipo de liderazgo que pone en marcha un "individuo que encuentra su 'yo' verdadero y aprende a usar diferentes técnicas de liderazgo. Tan diferentes que incluso pueden llegar a ser contradictorias", explica Hietikko. A su entender, Sauron, el supervillano de El señor de los anillos al que se atribuye la forma de un gran ojo sobre la fortaleza de Barad-dûr en Mordor, no es el mejor jefe. 

"Figuras como Sauron no son modelos, son estereotipos que uno debería considerar como ejemplos, en algunos aspectos, del liderazgo", apunta Hetikko. Si en la gestión el jefe se identifica con el "estereotipo de Sauron", eso significa, por ejemplo, "que tiene una misión clara pero no tiene buenos planes", dice Hetikko. Sauron no se sale con la suya en El señor de los anillos.

"Si eres como Sauron, sabes cuál es tu objetivo y que si lo consigues no habrá problemas para pagar pluses o recompensas. El problema es que tienes dificultades a la hora de compartir tu conocimiento con tu equipo", abunda el autor finlandés. Sauron, descrito como un gran amante del orden por Tolkien, pudo tener a su disposición infinidad de ejércitos de orcos, incluso a hombres que tomó por esclavos. Pero nunca se comunicó bien con ellos ni tampoco se mezcló del todo bien con un mundo donde orden y confusión están condenados a coexistir.

Además, los jefes a lo Sauron no saben adaptarse ante cambios radicales. "Si eres un líder como Sauron, no eres el mejor para hacer nuevos planes, por lo que te dedicas a echar la culpa a los miembros de tu equipo", asegura el autor.

Frodo, Sauron y Merkel, la "más grande de las elfas"

Pero Hietikko, que descubrió bastante tarde el universo de Tolkien – no empezó leyendo los libros, sino viendo en el cine la trilogía de Peter Jackson recién entrado en la treintena – considera que la obra más mítica de Tolkien encuentra hasta cierto punto un buen reflejo en la realidad política actual. De hecho, Hietikko accede a comparar en clave satírica a notables del relato de Tolkien con los principales líderes de la política internacional. 

"Donald Trump sería como Frodo", asegura, "porque llegó a la política por accidente. Hay quien dice que él ni siquiera quería ser presidente. Tampoco Frodo quería llevar el anillo. Donald Trump está en su particular camino al Monte de Fuego para hacer su trabajo, el que sea, y parece estar bastante solo", dice Hietikko, aludiendo al hobbit que acabó con el anillo de poder de Sauron arrojándolo al volcán de Mordor. "Como Frodo, pienso que Trump no siempre está seguro de lo que está haciendo", subraya Hietikko.

Para el autor finlandés, la figura más parecida a Sauron del tablero geopolítico internacional es el presidente ruso Vladimir Putin. "Al menos lo es así en los medios de comunicación occidentales", y el caso es que "los dos vienen del nebuloso este", plantea Hietikko sobre Putin. En esta lógica inspirada del El señor de los anillos, Macron sería como Aragorn, "un joven guerrero que quiere ser rey y que después se da cuenta que es más fácil ser un líder de guerrilla que estar en el poder", mientras que Merkel es una suerte de Galadriel, según Hietikko.

Alude el autor a la que Tolkien consideraba "la más grande de todas las elfas". Como Merkel ahora, de acuerdo con Hietikko, la canciller y Galadriel "tienen mucha experiencia", pero ambas parecen "cansadas".

Dejando de lado la sátira, el autor está convencido, por otra parte, de que "hombres, elfos, orcos y hobbits son el reflejo de sus propios líderes". Si es gracias a estos últimos –en concreto gracias a Frodo– que Sauron pierde la batalla decisiva por el anillo, es también porque los hobbits están llenos de "esperanza". Se podría decir incluso de "esperanza ingenua", un estado de ánimo que también tiene su utilidad para el escritor. El mago "Gandalf suele decir [sobre los hobbits, ndlr.]: 'incluso el más sabio no ve venir el final'. Algo que significa que siempre hay esperanza", concluye Hietikko.

"Almodóvar te quita todas las corazas y si es con puñetazos, será con puñetazos"

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En Dolor y Gloria, Antonio Banderas (Málaga, 1960) interpreta a un viejo director en busca de redención. De entre todas sus cuentas pendientes, una de las principales es con su actor estrella, al que dio la espalda hace 30 años por su adicción a la heroína y a quien ahora obsequia con el texto más especial que ha escrito nunca: una crónica de su vida. Banderas no fue aquel díscolo aprendiz de Pedro Almodóvar, pero le ha hecho el mismo regalo.

El cineasta se ha dado el gusto de dirigirse a sí mismo en la película número 21, pero más como una forma de sacudirse el ego que por vanidad. "Ha querido reconciliarse con su familia, parejas, industria, actores, soledad y dolor. Me parece una confesión muy hermosa", explica el intérprete en un hotel del centro de Madrid.

Sin la peluca canosa ni las eclécticas camisas de lino, Banderas vuelve a ser Antonio, pero en Dolor y Gloria la mímesis con Pedro es casi absoluta. Algo que le sorprende. "No quería imitarle en ningún momento. De hecho, me dio permiso para incorporar sus manierismos y yo le dije que no. Ahora bien, le conozco desde hace 40 años y hay pequeños detalles que se te pegan y aparecen de forma inconsciente", reconoce.

En esas cuatro décadas, Antonio Banderas ha pasado de ser un "chico Almodóvar" a inaugurar el sueño norteamericano para los actores españoles. En alguna entrevista ha admitido que también fue la oportunidad de arrancarse una etiqueta incómoda y huir de la sombra de la vaca sagrada del cine patrio. Pero cada vez que recibe una llamada de El Deseo -la productora de Almodóvar-, le sobran minutos para hacer las maletas, coger un vuelo y ponerse a las estrictas órdenes de su viejo amigo.

El reencuentro se produjo con La piel que habito en 2010. Entonces, Banderas volvía de una carrera meteórica en Hollywood donde compartía mesa con presidentes y ya había recibido su estrella en el paseo de la fama. "Llegué después de 22 años y le dije, orgulloso: 'Mira, Pedro, todo lo que he aprendido', y me dijo: 'Uh, fuera'. Grabábamos una escena y solo me decía: '¿Eso qué es? No, Antoñito, no, no, no. Golpe, golpe, pam, pam, pam", cuenta sobre la exigencia del director, un rasgo que también se refleja en la película.

"Vamos a ser claros con este asunto. Yo sí he visto a Pedro ser duro con los actores y actrices. Si no entiendes lo que está pasando, es cuando realmente te vas a bloquear y te va a dañar. Pedro no quiere que los actores vengan con mochilas cargadas de trabajos que han hecho con otros ni de tics que les hacen sentir muy cómodos frente a la cámara. Todo eso a Pedro se la repampinfla", continúa Banderas.

"Pedro te va a quitar todas las corazas y si es con puñetazos, será con puñetazos. Si te resistes, entonces te encuentras con un problema psicológico importante. Pero si no, te vas a redescubrir a ti mismo", concluye sobre ciertos rumores del ambiente que se genera en los rodajes y la fría relación que a veces mantiene con los intérpretes.

Por parte de Almodóvar, el simple hecho de admitir la existencia de estos roces en Dolor y gloria parece su forma de pedir perdón. "Yo me he sentido reconciliado con él y he entendido el mensaje", concede el actor.

"Corrosión" para la extrema derecha

Dolor y Gloria es una disección en canal de la vida de Almodóvar, de la nostalgia de unos años de libertad creativa, fiestas y excesos que no volverán, de los amores del pasado y de la edad que no perdona. Pero, sobre todo, es un retrato familiar y una carta de amor y "reproche" a su madre, Francisca Caballero. 

"Lo que plantea es el dolor antiguo de un niño criado en un pueblo de La Mancha en los años 60 y de la poca aceptación que tuvo en un momento determinado por parte de su familia", reflexiona Banderas.

Pedro le dijo que "jamás tuvo esa conversación con su madre, y yo le creo, pero quizá fue algo que quiso haber tenido. Haberle dicho: mamá, soy distinto, pero necesito tu aceptación". Para el actor, ese es el sentimiento más identificable de la cinta, "porque no se trata solo de la homosexualidad. Ahora la ideología política divide a las familias de la misma manera".

Para sus actores, lo mejor del compromiso político de Pedro Almodóvar es que no es panfletario y consigue el entendimiento de realidades sociales complejas a través de "artistas, putas, yonkis y maricones". De hecho, Antonio Banderas concibe el cine y la concienciación como dos realidades paralelas porque "el arte necesita libertad y para eso recurre a la política". Sin embargo, también admite que esta última ha pasado de estar entre sus "cinco prioridades" a descender hasta "la posición 130, como poco".

"Es que es un envenenamiento y una intoxicación extraordinarias. Yo voy a cumplir con mi deber de ciudadano y voy a votar en las próximas elecciones, pero tratan de vendernos que la felicidad depende de los políticos continuamente. Que no se crean tan importantes, lo son hasta un punto. Pero ya vale de este martilleo constante que enfrenta a todos los españoles. Me da mucho coraje", embiste el actor.

En lugar de hablar de las "riñas de patio de colegio" de los dirigentes de los partidos, Banderas apela a hechos "incuestionablemente políticos y maravillosos" como la marcha de las mujeres del pasado 8 de marzo. "Hay muchos derechos todavía por conseguir: la brecha salarial y el tema de la violencia [machista]. Pero es mucho más complicado acabar con lo último porque no tiene un rendimiento político inmediato y quizá sea el oponente quien se beneficie de las medidas que se inician ahora", advierte con escepticismo.

Por eso destaca el poder de la cultura y el cine en esa educación de la ciudadanía y pone como ejemplo las películas de Almodóvar. "En los años 80, Pedro logró insertar la idea de que dos personas del mismo sexo pueden amar, pueden tener problemas y pueden matarse como cualquier otra", destaca.

En Dolor y Gloria esa reivindicación sigue su cauce normal con dos hombres que rozan los sesenta y representan una de las escenas más sensuales -que no sexuales- del metraje.

"La película puede tener elementos corrosivos y que remuevan alguna conciencia. Si hay algo que provoque en este momento político es la naturalidad con la que se trata. Puedo enamorarme de un hombre y tiempo después de una mujer. Y eso puede molestar a algunos", dice respecto al fantasma de la homofobia que acecha treinta años después del cambio de paradigma que introdujo Almodóvar en los 80.

Sin embargo, ahora que muchos recuerdan la Movida como un momento más libre que el actual, Banderas puntualiza lo arriesgado que era hacer ese tipo de cine. "En el 85 también estaban pasando cosas muy raras, cuidado. Al Madrid que yo llegué, no podías salir a la calle un 20-N. Y aparecer en una película como La ley del deseo era jugártela, porque a lo mejor alguien te pegaba un martillazo por la calle", admite. 

"En la secuencia 21 de La ley del deseo yo mataba al personaje de Miki Molina. Y a eso nadie le prestó ninguna atención. El crimen en el cine se ha aceptado siempre con una naturalidad increíble, incluso en películas de niños. Yo en El Zorro mataba a un montón de gente, no había sangre, pero me llevaba por delante a medio México. Pero dos personas del mismo sexo besándose en una pantalla o haciendo el amor era anatema", recuerda Banderas, que pide que tampoco se idealice esa época.

No hace falta que se vista de Pedro Almodóvar para analizar con la misma madurez aquella época dorada en la que ambos fueron enfants terribles. Pero, como muestra Dolor y Gloria, no tiene sentido transformar las cosas desde la nostalgia. Hace falta una nueva Movida. Y, si esta viene capitaneada por Pedro, seguro que Banderas se sube al barco. 

'Mirai, mi hermana pequeña', magistral fábula sobre la educación emocional

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De un tiempo a esta parte, parece que los retratos más rompedores de la familia como institución tienen todos el mismo origen: el cine japonés actual.

La del país asiático podría ser la cinematografía que más y mejor está invitando a la reflexión colectiva sobre la cuestión. Ejemplos no faltan. Un asunto de familia de Hirokazu Koreeda es, quizás, el más reciente. También tenemos otros títulos del mismo realizador, obsesionado con la dimensión política de la consanguinidad, como De tal padre, tal hijo o Después de la tormenta. Pero además, a la sombra de la Palma de Oro se han estrenado obras tan interesantes como Close-Knit  de Naoko Ogigami, Una pastelería en Tokio de Naomi Kawase, la extaña Harmonium de Kôji Fukada o la monumental Happy Hour de Ryûsuke Hamaguchi.

Ahora, la nueva película de Mamoru Hosoda vuelve sobre el tema sirviéndose de la fantasía y las infinitas posibilidades del lenguaje animado. Con Mirai, mi hermana pequeña, no solo ofrece una brillante aproximación a la mirada infantil del mundo, sino también una inspiradora reflexión sobre la descendencia, la ascendencia y la educación emocional compartida.

La aventura de ser hermano mayor

Kun era el rey de la casa. Tenía toda la atención de sus padres, los juguetes y el cariño. Su mundo le correspondía solamente a él. Pero un día, un bebé llamado Mirai, llega para destronarle. Su hermana recién nacida necesita todo lo que antes era suyo, y eso le enfurece. Todo cambiará cuando el niño reciba la visita de una Mirai adolescente venida del futuro, que le explicará por qué es importante que no la trate con desprecio y que no se aferre a la envidia.

Como en el caso de Koreeda, Mamoru Hosoda ha dedicado casi toda su carrera al mismo objeto de estudio. Su obra es compacta y se puede entender como un conjunto de caminos distintos que llevan al mismo lugar. En películas como La chica que saltaba a través del tiempo o Summer Wars, el elemento fantástico era clave para configurar representaciones del crecimiento personal. Con Los niños lobo, la licantropía servía para hablar de las decisiones que nos definen, y con El niño y la bestia, para hacerlo sobre el intercambio que se produce en cualquier aprendizaje. Pero siempre, construyendo el relato en la frontera que separa fantasía y realismo para narrar una odisea adolescente.

Sin embargo, Mirai, mi hermana pequeña resulta un decisivo paso adelante por su brillante aproximación a la psique infantil. A cómo se expresan los celos o el resentimiento en una criatura de cuatro años, cómo se procesan los cambios y qué dificultad entraña comprenderlos desde la falta de experiencia.

La última película de Hosoda es, en gran medida, una disertación sobre la necesidad de educar en la empatía hecha con sensibilidad y aplomo. Pero lo que la convierte en una experiencia única es su mirada netamente cándida, que se acerca a cada detalle desde la asunción plena de que quien narra es un infante totalmente ingenuo.

De ahí que, lo que en anteriores películas se tornaba en desbordante expresión formal aquí se nos muestre magistralmente contenido. La fantasía no es un vehículo de grandes batallas, ni de espectaculares mundos virtuales, sino de pequeñas caricias.

Hosoda se nos muestra atento a cada gesto de unos personajes que lo tienen todo por aprender. Desde caminar hasta montar en bicicleta, pasando por aceptar que nos vamos a caer y hacer daño en ambos procesos. Pero que en eso consiste crecer. 

Viajar al futuro para reflexionar sobre el hoy

Lo fascinante, en cualquier caso, es descubrir cómo se desarrolla esta aproximación al fantástico cotidiano. Lejos de quedarse en la mera evolución de Kun, Hosoda aprovecha la premisa de su última película para intentar responder a multitud de interrogantes sobre el mundo que le rodea.

Mirai, mi hermana pequeña nos habla, por ejemplo, de la vigencia actual de arraigadas tradiciones niponas. Algunas de ellas, como el Hinamatsuri, de un evidente peso en la educación de las niñas japonesas. Se trata de una celebración en la que las casas se suelen adornar con muñecas de la era Heian, que supuestamente han de recogerse pasada la festividad. Se sigue manteniendo la creencia de que por cada día sin guardar las figuritas es un año sin encontrar marido, y Hosoda se pregunta por su influencia y su utilidad práctica en el mundo de hoy.

De la misma forma, también aprovecha el escenario para reflexionar sobre el momento histórico. Gran parte de la película se desarrolla en la casa de la familia protagonista. Y sin salir de allí, Hosoda hace evidente la importancia de los cuidados y del reparto equitativo de su peso. En su película subyace todo un discurso construido a base de detalles y pequeñas frases, sobre la necesidad de un cambio de mentalidad para con las viejas paternidades. Sobre su abierta y urgente implicación en la educación y el hogar.

Pero es tal el arrojo de Mirai, mi hermana pequeña, que no solo se preocupa por abordar cuestiones claves de la contemporaneidad en su plano narrativo, también lo hace en el formal. Hosoda se muestra capaz de mezclar con pericia la animación tradicional con las más arriesgadas técnicas de animación digital. Incluso creando personajes hechos al estilo de recortes de stop motion que parece salidos de El asombroso mundo de Gumball.

El pasado como collage

En determinada escena, Kun se ve obligado a personarse en el departamento de objetos perdidos de la estación de trenes de Tokio. Resulta que lo que se ha perdido es él, que no sabe volver a casa. Así que un funcionario se ve obligado a interrogarle para obtener sus datos. Pero cuando al niño de cuatro años se le requiere que diga el nombre completo de su padre o su madre, resulta que no los sabe. Para él son sencillamente 'papá' y 'mamá'.

La aventura de Kun no se limita al aprendizaje de un niño que recibe la visita de su hermana del futuro, es también una invitación a conocer las historias que componen su árbol genealógico. Para Hosoda, una generación que no comprende a sus padres o no es consciente de quienes fueron sus abuelos, es una generación desnortada.

Mirai, mi hermana pequeña es una de las exploraciones de eso que llamamos 'memoria colectiva' más lúcidas que servidor ha visto en la gran pantalla. Con la excusa del salto temporal, Kun conoce a sus bisabuelos, visita la infancia de su madre y la adolescencia de su padre. Descubre lo que vivieron y las dificultades que pasaron. Tiene el privilegio de saber cómo eran las personas de su entorno antes de conocerlas él.

Y en el trayecto, Hosoda defiende que las vivencias de nuestros antepasados son la materia prima con la que se construye un hogar. Nada de lo que heredamos realmente es material. Somos lo que somos porque otros fueron lo que fueron antes de que llegásemos a este mundo.

"De niña veía a Almodóvar como un referente político más que como director"

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Dolor y gloria abre con una escena luminosa, casi bucólica, de las vecinas de Paterna (Valencia) lavando en el río. Sueltan chascarrillos, ríen y cantan arrulladas por la voz de Rosalía mientras tienden las sábanas sobre la maleza.

Pedro Almodóvar sabe que ese recuerdo está distorsionado por su mirada infantil y que, posiblemente, su madre y las otras mujeres del pueblo estuviesen lejos de la euforia cuando hacían la colada sobre los chinarros del arrollo. 

"Siempre he escrito papeles de mujeres fuertes porque, en mis recuerdos, las del pueblo eran así. Lograron torear el machismo y ser las gobernantas de sus casas. Aunque el rey en todo lo demás fuera el marido", nos contó el cineasta manchego en la promoción de la película. Su compromiso contra el machismo rural, "mucho más brutal del que se vive en las ciudades", se destila en toda su filmografía, pero en esta ocasión ha querido rendir un homenaje con nombre propio a Francisca Caballero, su madre. 

Penélope Cruz (Madrid, 1974) y la veterana Julieta Serrano (Barcelona, 1933) forman las dos caras de la misma moneda. La primera interpreta la parte luminosa, la de los recuerdos edulcorados del niño, y la segunda el declive. Paquita ha sido la gran dama Almodóvar, la cepa de la que nacieron las "chicas" que inspiraron a una generación entera de mujeres, y por fin ha obtenido el fiel reflejo que merece. 

"Es un honor hacer de esta mujer a la que quiere tanto y que fue tan importante para él. No hubo momento de pánico porque Pedro estaba muy relajado con el hecho de que fuese su madre y no quería ningún tipo de imitación", reconoce Penélope Cruz en un hotel del centro de Madrid. "Pero no fue un proceso tenso ni cuadriculado, de ninguna manera. Estaba todo muy bien escrito en el guion", concede. 

Cruz y Almodóvar se conocen desde 1993, cuando ella apenas alcanzaba la veintena y el director la llamó a su casa por teléfono para hablar de Kika. Desde ese momento fraguaron una relación personal que trasciende los rodajes hasta alcanzar el plano familiar, por eso Penélope conoce bien a Paquita. "Yo recordaba alguna frase que le había escuchado decir a su madre, le pedía incorporarla y él me dejaba", cuenta la actriz con una sonrisa.

Aunque Dolor y gloria ha sido calificada como la película más personal de Pedro Almodóvar, también es de las menos explícitas. ¿Le saldría más cara la incorrección política hoy en día que hace unas décadas? "Él siempre se va a resistir a que le corten las alas al arte, no podría hacer este trabajo a medias, lo hace sin filtros, y saca cosas a debate. Es más, nadie puede cortarle las alas a Almodóvar. No lo haría, se dedicaría a otra cosa", espeta Cruz. 

"Para mí, desde niña, Almodóvar es un referente más allá de como director, es un referente como figura política. Alguien que trae un soplo de aire fresco, que coloca a la mujer en un sitio diferente y que la homenajea constantemente con su trabajo", dice, aunque reconoce que esta mirada femenina queda relegada en pos de un universo masculino que no abordaba desde La mala educación.

Sin embargo, esa sensibilidad perdura en las escenas relacionadas con la infancia, donde el personaje de Penélope Cruz hace frente a la multitarea de la vida rural. Ella es la única figura familiar que aparece en el relato para dar luz a la vida del niño, ya sea acondicionando una cueva y convirtiéndola en hogar, como enseñándole a leer y a escribir. "Aunque Pedro no quería que fuese cariñosa, más bien tirando a áspera. Me decía: ella no es una madre empalagosa como tú", dice riendo. 

"Nos entiende muy bien porque ha estado toda su vida observándonos. Como amiga, sé que su infancia la pasó del lado del observador, le interesaba el comportamiento de las mujeres y entre ellas, y por eso hace esas radiografías. Nunca hay juicios, no hay clichés. Es la mente abierta de alguien que lleva toda su vida observando sin juzgar", explica la actriz.

"¿Quién es más feminista que él? Que ha valorado, apreciado y respetado tanto la figura de la mujer desde el principio a través de su trabajo. Como guionista que escribe de mujeres, a nivel mundial, es el que más obras maravillosas ha creado alrededor de nuestra figura, y eso es feminismo", dice respecto a si la concepción de "chica Almodóvar" debería seguir vigente con los avances actuales del movimiento.

Como reseñó María Catejón en Píkara ante el estreno de Julieta, "Almodóvar ha sido capaz de retratar como pocos a personajes femeninos rompedores y subversivos, mientras que al mismo tiempo naturalizaba y envolvía en lirismo el sufrimiento, la culpa y, lo que es más grave, diversas violencias de género".

Sin embargo, Penélope Cruz discrepa: "No hay algo nuevo en él por lo ocurrido en los últimos años porque siempre ha sido así, porque adora y respeta a la mujer, y parte de eso viene de esa mujer a la que interpreto, por esa adoración hacia ella".

Francisca Caballero murió en 1999 siendo una mujer muy consciente de que la vida de pueblo no era la que se merecían sus cuatro hijos, pero tampoco renegaba de su naturaleza paisana. Casi diez años más tarde, y después del ejercicio terapéutico que supuso Volver, el cineasta reconoce que no ha superado la muerte de la mujer más importante de su vida: la verdadera "dama Almodóvar".


"En mi universo hay dos señores mayores que se besan con pasión y lo impongo con orgullo"

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Pedro Almodóvar (Calzada de Calatrava, 1949) sale del carrusel de entrevistas y pide una Coca-Cola. Enfrentarse a horas de promoción de golpe después de dos años le provoca hipoglucemia a cualquiera, y más si es con un filme como Dolor y gloria.

El cineasta manchego se niega en rotundo a que su vida quede plasmada en una biografía, pero su película número 21 es lo más parecido a narrarse a sí mismo que ha hecho jamás. A través de Salvador, el personaje de Antonio Banderas, Almodóvar ha saldado cuentas pendientes con su madre, su primer deseo homosexual, sus díscolos actores y su conciencia. Una confesión violenta que se multiplica en cada encuentro con la prensa.

Vestido con unos vaqueros y un polo rojo a juego con la pañoleta de flores que lleva al cuello, Pedro se desnuda emocionalmente frente a un periodista tras otro. Lo hace con la campechanía que no ha perdido en 40 años de profesión, pero con el orgullo de saberse "de nuevo" Almodóvar. Está muy satisfecho con su última cinta y no hay necesidad de falsas modestias. "Me ha salido muy bien", confiesa a eldiario.es y a otro medio en la intimidad de su despacho de El Deseo. 

Al fondo, un mural de fotografías inunda una pared azul. Están Tarantino, Spike Lee y muchas Penélopes, pero no todos los actores que han trabajado con él ni todas sus películas. Entrar en el paseo de la fama del icono del cine español y de uno de los directores más exigentes de la industria en general es duro. A veces, incluso más que conseguir una baldosa en forma de estrella en una acera de Los Ángeles. 

Se habla de Dolor y Gloria como la película más personal de Almodóvar. ¿No siente que se ha abierto sobre situaciones más comprometidas en otras? 

¿A cuáles te refieres? Bueno, a todas en realidad. Sí, yo también lo creo. En esta estoy emocionalmente desnudo, pero en las demás hay una parte confesional. Yo no quiero escribir una autobiografía y lo prohibiré mientras viva (y cuando muera también lo prohibiré). Mi vida, toda ella, está en las películas que he hecho. En este caso es más evidente porque el protagonista es un cineasta. No, no. Estoy de acuerdo en que el ejercicio de impudicia aquí no es mayor.

Pero quizá es la primera vez que habla del dolor de una forma menos abstracta. Se ven los achaques físicos, los emocionales y los mentales. ¿Qué le ha llevado a hacer ese ejercicio terapéutico justo ahora?

No hay que tomar la película de un modo absolutamente literal porque el personaje de Antonio [Banderas] está bastante peor que yo (ríe). Y es verdad, ¿por qué ahora? Quizá porque no tenía ninguna otra historia mejor que contar. Al principio me dio un poco de vértigo, pero cuando escribo es cuando soy menos pudoroso. 

Tengo un guion apartado desde la promoción de Julieta, como muchas veces me ocurre, así que me era más fácil hablar desde mí mismo, desde un lugar donde no tenía que documentarme sobre nada. En ese sentido fue una decisión pragmática. 

El dolor estaba presente, de hecho nace de una situación dolorosa que es la espalda. Pero hay una inflación de historias. Lo bueno es que todas fluyen muy bien, pero se cuentan muchas más cosas. Me ha salido muy bien intercalar todas esas etapas y esos personajes, que forman lo contrario a una película cronológicamente ordenada. Y más que el dolor, lo que está en el centro de todas es la impotencia que le genera al director ese dolor.

De hecho, su alter ego se vuelve adicto a la heroína para eclipsar el mono de su verdadera adicción: rodar películas. ¿La ha sufrido usted también?

Pues sí. El gran problema del personaje es casi la seguridad de que no va a volver a rodar. Aunque existe ese coqueteo con la heroína, la gran dependencia de Salvador es el hecho de hacer cine. Sin una película a la vista, su vida carece de sentido. Esa es una sensación que yo conozco y que también me ocurre. ¿Hasta cuándo voy a seguir haciendo cine? ¿Cuál será la próxima película? Porque no te sirve cualquiera. 

Yo, afortunadamente, puedo rodar en el momento en el que me lo proponga, pero no me sirve cualquier historia, sino algo que realmente me apasione. Y ese miedo a no encontrarlo o a no estar en las condiciones físicas idóneas, también me atenaza.

Dolor y Gloria es una película de reencuentros con la infancia, con la Movida, con antiguos amores y con actores difíciles con los que ha trabajado. ¿Cuáles fueron los que más le removió escribir?

Desde el principio concebí la película con esa alternancia: por un lado están esos reencuentros físicos, algunos de ellos muy aliviadores, y por otro la necesidad de mirar atrás al quedarse inmovilizado y aislado en su casa. Ahí se reencuentra con momentos muy luminosos de su infancia, a pesar de que solo lo fue vivida desde los ojos de un niño. Desde los ojos de la madre, no era nada luminosa. 

Quizá esos me removieron más, pero porque me encantan los recuerdos infantiles. La mayoría son inventados, pero podrían haber sido parte de mi vida. A los 9 años no me enamoré de ningún albañil -y me da igual que me crean o no (ríe)-, pero me podría haber ocurrido perfectamente. 

Pero eso le va a pasar con casi todo lo que ocurre en la película, incluida la parte de la heroína (risas). 

(Ríe) Me temo que lo van a decir. Conozco bien el mundo de la heroína porque en los 80 se movía en círculos muy próximos de amigos con los que salía todos los días. Por alguna razón, yo he intuido siempre que esa droga no iba conmigo. La razón yo creo que fue ver los efectos devastadores inmediatos. Se manifestaban demasiado pronto. Y tampoco era la droga que le va a mi carácter... en cualquier caso no la tomé, pero conozco el ambiente.

Soy una persona formada en los 80, donde este tipo de cosas eran las comunes y las cotidianas. Y en esa época las drogas eran algo cotidiano. No quiero decir que yo no me haya metido: la mía era la cocaína. 

Durante el reencuentro con el actor, el personaje de Antonio admite la dureza con la que le trató en el rodaje, aunque al mismo tiempo lo defiende. ¿Es de los que piensa que es necesario ese punto autoritario para sacar lo mejor de los actores?

He tratado de no tenerlo, aunque lo he tenido alguna vez: en el momento en que me he encontrado directamente con actores que no querían hacer lo que yo quería hacer. Nunca he tenido que utilizar mi autoridad. Es decir, el director tiene una autoridad natural, pero yo nunca la he expresado. "¿Por qué lo vas a hacer? Porque lo digo yo". En una ocasión sí, no voy a decir la película ni el actor porque se ha hecho amigo con los años. 

Esa es la peor situación que se puede vivir entre un director y un actor. Yo tengo la suerte de haber tenido una relación buenísima con el 98% de los actores y actrices (y he trabajado con muchísimos). Pero sí que he estado en la tesitura de no estar de acuerdo en un montón de cosas y tener que discutir. Pero no discutir en el sentido de pelearte, sino de tener que imponer lo que piensas.

La profesión del actor se basa en la generosidad y en no estar muy centrados. Porque de verdad, alguien que está dispuesto a cambiar de piel cada mes o seis veces al año como lo hacen ellos... de no hacerlo tendrían que estar tratándose con un psiquiatra. Yo no lo haría. Su necesidad de cambiar es algo muy especial, psicológicamente hablando. Pero la generosidad no va con los contratos, va con la persona.

A primera vista parece una de sus películas menos comprometidas, pero lo es al reflejar el despertar homosexual de un niño en un ambiente rural y católico. ¿Le sorprende que sea un acto valiente 60 años después y en medio del auge de la extrema derecha?

Es la parte más delicada. Cualquier tema en el que intervenga un niño hay que tratarlo con enorme delicadeza. Yo no soy consciente de que sea tan importante contarlo ahora, lo que pasa es que lo hago con convicción. No lo hago en plan combativo, sino que es algo muy delicado que el cine tiene que tratar.

Recuerdo mis primeras pulsiones sexuales a los 9 años. Y recuerdo cómo y en qué circunstancia. La sexualidad empieza a esa edad, no eres consciente porque tampoco lo eres de tu cuerpo ni sabes qué tienes que hacer. Pero el deseo existe dentro de ti.

También habla de la Iglesia como institución succionadora de niños. 

Yo me he maleducado en dos colegios de curas y todos saben perfectamente lo que ocurría: era terrorífico y en cantidades ingentes. El español y la española (porque también ha habido víctimas niñas) somos muy vergonzosos con estos temas. Te da un apuro tremendo decirlo en la familia y mucho más socialmente, pero los abusos existen desde que existen los colegios de curas y son escandalosamente numerosos. Ya va siendo hora de que salgan a la luz.

Yo fui testigo de muchísimos y recuerdo perfectamente cómo se resolvían. Viví un caso, que me inspiró para La mala educación, en el que eran tales los abusos a los niños del colegio que trascendió extramuros, en Puebla de la Calzada, y se originó un verdadero escándalo. Así que no les quedó más remedio que reaccionar. El modo de sancionar a este cura fue mandarlo a otro colegio de Sevilla donde no hubiera tantos niños pequeños, que fuera al bachiller superior.

Ese era el modo cuando el nivel de escándalo era enorme. El acosar a dos o tres, era peccata minuta. Pero qué podemos esperar, cuando el Papa anterior ha encubierto a un verdadero psicópata, a Marcial Maciel. 

Hay una escena muy sensual entre dos hombres mayores que debería no ser una provocación en la España de hoy, pero lo es. ¿Puede ser un revulsivo al nivel de sus primeras películas?

Yo soy dueño de mis historias e impongo mi universo con todo el orgullo y toda la prepotencia que eso otorga. Y en mi universo hay dos señores mayores que se besan con pasión y, justo después, uno de ellos regresa a su vida con su mujer y sus hijos. 

Esa parte me parece revulsiva, y por eso mismo estaba encantado de hacerla. En mis películas aparece mucho la bisexualidad porque los bisexuales tienen menos modos de manifestarse, aunque estén incluidos en las LGTBI. ¿Son personas que llevan una doble vida? Lo pueden razonar así si quieren, pero hay momentos en los que amas a un hombre y otros en los que amas a una mujer. Y es tan sincero uno como otro.

Es más, queda claro que si el personaje de Leo [Sbaraglia] se hubiese quedado, habrían follado toda la noche (ríe). Pero el personaje de Antonio le dice que no porque es más frágil y se habría enterrado en un socavón con los fantasmas del pasado.

Habla del protagonista como un hombre frágil frente a los sentimientos pasados y el amor. En ocasiones le han criticado por mostrar esa dependencia emocional hacia un hombre únicamente en las "chicas Almodóvar". ¿Es una réplica?

Yo no escribo de un modo visceral, hay una técnica narrativa que tienes presente. En el momento en el que soy más libre es cuando estoy escribiendo, pero no soy del todo consciente de lo que pongo. Es decir, lo soy en términos dramatúrgicos, pero no respecto a lo que significa para la sociedad o para los espectadores que van a ver la película. 

Creo que la pasión del hombre es más aburrida cinematográficamente hablando que la de la mujer. Las mujeres tenéis muchos más registros y a la vez mucho menos pudor, todo eso hace que seáis mucho más interesantes como sujetos dramáticos.

Además, como la mujer ha estado condenada a estar callada tantísimo tiempo, me resulta mucho más interesante de descubrir. A la hora de abordar una pasión, el hombre puede ser tan apasionado y sufrir tanto como la mujer, pero las pasiones masculinas se enturbian o me resultan son menos interesantes.

Ha dicho que cree que a sus hermanas no les va a gustar la película. Cuando un director se expone biográficamente como hace en Dolor y gloria, ¿se olvida del pudor de la gente que le rodea?

Los que leyeron por primera vez el guion me dijeron que me estaba exponiendo demasiado. Yo no era consciente, no tengo la sensación de haberme abierto en canal. Mis hermanas aún no la han visto y yo con ellas no he hablado de casi ningún tema de los que aparecen en la película, pero gran parte de la infancia corresponde a sus recuerdos.

Las he preparado porque tampoco sabes cómo van a reaccionar. Es muy delicado. Alguien que escribe historias inevitablemente se basa en la realidad, y esa realidad es la tuya, la que lees, la que te cuentan, la que te imaginas y también la realidad de los demás.

Recuerdo en Mujeres en un ataque de nervios, el papel de María y su aventura con los terroristas chiitas estaba basado en una de mis mejores amigas. Ocurrió, pero no eran chiitas, eran etarras. Fue una experiencia horrorosa. Cuando la terminé estaba encantado porque pensaba que había convertido esa experiencia tan negra en algo humorístico. Pero mi amiga, cuando vio la película, me dijo: Pedro, no tienes derecho a hacer esto. Y yo le dije: ¿pero has visto cómo se ríen? Con el tiempo me di cuenta de que, en efecto, al hablar tu vida tienes el peligro de meter a gente ajena que quizá no se sienta bien.

Antonio Banderas dijo que la escena en la que ruega comprensión a su madre por haber sido diferente podría ser una conversación pendiente con ella. ¿Es así?

Me sorprende mucho porque es una escena que todo el mundo da por hecho que ha ocurrido. Es en la única parte que me emocioné tanto que me costaba dirigirlos, se me saltaban las lágrimas. La escribí la noche anterior para Julieta [Serrano] porque ella me encantaba.

Tengo la sensación de que no estoy hablando de mi madre estrictamente, pero sí de mi infancia, de mi adolescencia y de la sensación de extrañeza que yo sentía a mi alrededor. Es curioso tener que haber rodado la película entera para arañar un sentimiento del que nunca he hablado, primeramente porque es muy desagradable y doloroso. 

Hay cosas de mi infancia que he borrado deliberadamente para que no tuvieran peso en mi vida, y una de esas fue ese modo de mirarte como alguien distinto y peyorativo que está incluida en la película. Es una sensación muy fea para recordar y la eliminé en cuanto vine a Madrid. 

'Buñuel en el laberinto de las tortugas', el rodaje que se convirtió en cómic antes que en película

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Ni Dalí ni Buñuel pudieron predecir el éxito que tendría Un perro andaluz. Mucho menos esperaban que gustase a las élites más selectas de Europa. Pero tal fue su efecto épater le bourgeois  que, al poco de su estreno, los vizcondes de Noailles tocaron a la puerta del cineasta decididos a convertirse en sus mecenas. Le pagarían su próxima película costase lo que costase. 

La jugada les salió por más de un millón de francos de la época. El resultado se llamaba La edad de oro y era un largometraje surrealista protagonizado por Gaston Modot y Lya Lys. Pero también era una alucinada y nada sutil crítica a la aristocracia. Una broma pesada que terminó con la película siendo prohibida en toda Francia y con Buñuel al borde de la depresión.

Un día, ebrio hasta las cejas en un bar del París, su amigo pintor y escultor Ramón Acín intentó animarle al grito de "¡si me toca la lotería, te pago tu próxima película!". Y así resultó ser: el 22 de diciembre de 1932 salió premiado en Huesca el número 29.757, del cual el artista tenía una participación de 25 pesetas que le reportaron un premio de 150.000.

Así que cumplió su promesa y poco después Luis Buñuel estrenaba el cortometraje documental Las Hurdes (Tierra sin pan), una desoladora mirada a una de las regiones más pobres de la España del momento, azotada por el hambre y el éxodo rural. 

Ahora la historia de aquel rodaje se narra en un cómic y una película. El primero lo escribió y dibujó Fermín Solís en 2008 con el título de Buñuel en el laberinto de las tortugas, y acaba de ser reeditado por Reservoir Books. La segunda se presentaba oficialmente este pasado fin de semana en el Festival de Málaga, bajo la dirección de Salvador Simó Busom.

Un surrealista perdido en Extremadura

"Buñuel en el laberinto de las tortugas surge por casualidad", cuenta el autor, Fermín Solís, en una entrevista concedida a eldiario.es. "Necesitaba hacer una novela gráfica que llegase a un tipo de lector que no era el habitual", explica, "por otro lado también quería hacer algo que me hiciese salir de mi zona de confort del cómic costumbrista y autobiográfico. Viajé a Las Hurdes buscando una historia... y la encontré".

En 1932, Luis Buñuel se plantó con una cámara y un equipo muy reducido en aquella comarca de la provincia de Cáceres, para levantar su tercera película. Pero lo que iba a ser un rodaje de un documental social sobre la España vacía de entonces, se convirtió en una pesadilla plagada de problemas. Una aventura en la que se enfrentó tanto a la realidad que tenía delante de la cámara como a sus demonios interiores.

"La figura de Buñuel aún está muy presente allí", cuenta Fermín Solís. "En aquellas montañas encontré la historia que quería contar, y empecé a investigar sobre el tema". Pero lejos de construir la crónica de un rodaje imposible, como lo podría ser el hilarante documental Lost in la Mancha sobre el ansiado film quijotesco de Terry Gilliam, Solís optó por narrar una historia de búsqueda personal.

En el rodaje de Las Hurdes, Buñuel encontró la voz que había perdido, traumado y enfadado con la moral biempensante de su país, que prohibía sus películas y le condenaba al ostracismo. Cierto es que, como La edad de oro, este film también se prohibió. Pero Solís quería captar como fue ese proceso de su búsqueda artística. Cómo fue capaz de convertir su malestar en arte. "Quería hacer una obra de ficción no un estudio sobre la película. Así que me tomé la libertad de convertirle en un personaje de cómic. Me adentré en su obra anterior y posterior, e intenté imaginar lo que debió vivir entonces".

De la viñeta al fotograma

Han pasado diez años desde que Buñuel en el laberinto de las tortugas  se publicase, por entonces con el sello de Astiberri, pero sin color y con un diseño de personajes y narrativo ligeramente distinto. Ahora vuelve a las librerías con un color acorde al de la película que adapta las viñetas de Solís al cine en formato animado.

"Me gustaría rehacer todo el cómic. Creo que a cualquier autor o ilustrador le ocurre: es una obra de 2008. El tiempo pasa y cambias tanto tú com tu forma de trabajar", explica. Aún así, cuenta que sí que ha realizado determinados cambios respecto al original. "Son ligeros retoques, pero lo más importante es el color, que creo que le ha dado un aspecto visual muy distinto", explica. "La paleta de colores que me iban pasando durante el proceso de realización de la película encajaba muy bien".

En 2016, el director y guionista Salvador Simó contacta con Solís. Formado en el American Animation Institute de Los Ángeles, le cuenta que quiere poner en pie su primer largometraje animado y que quiere hacerlo adaptando su cómic. "Desde el primer momento les dejé que hicieran lo suyo. Tenían carta blanca y total libertad para tratar la obra como creyesen", cuenta el dibujante. "Realmente yo no tenía nada que perder y mucho que ganar: el libro ya había tenido su vida. Era un poco absurdo ponerme en plan tiquismiquis", confiesa.

Así nació la película homónima que ahora se acaba de estrenar en el Festival de Málaga, con unas críticas que revalidan su positiva recepción tras su paso por el Animation Film festival de Los Ángeles, donde obtuvo el Premio del Jurado.

El surrealismo vive, la lucha sigue

Buñuel en el laberinto de las tortugas arranca con el artista soñando que le visita la Virgen María y le encomienda que mire en el interior de una jirafa para encontrar su camino. Fiel a su etapa surrealista, Solís construye un cómic de árido retrato social pero con constantes fugas narrativas hacia el fantástico. Y eso convierte la lectura en un estimulante ejercicio de reinterpretación de la obra del director de El ángel exterminador .

"Me gustaba la idea de que el lector no supiese si lo que estaba sucediendo acontecía de verdad o solamente ocurría en la cabeza de Buñuel", explica el autor. "Hay detalles, como una viñeta que se repite y que la gente cree que es un fallo de impresión, que juegan a eso. Son un pequeño gesto de provocación".

Según el autor, el espíritu del realizador de Viridiana sigue muy presente en nuestra sociedad. "Surrealismo sigue habiendo. Lo vemos en el telediario, en los programas basura y en los medios de comunicación. Lo que creo que se ha perdido es esa parte de provocación que anidaba en todo el cine de Buñuel", cuenta. Según el ilustrador , hoy en día "hay cosas que no se pueden mostrar en prime time. Él quería remover las entrañas de la gente con su cine, no sé si muchos realizadores tienen esa garra hoy", explica.

Tampoco tiene claro si se trata de un signo de los tiempos en los que la autocensura habita en la cultura, o si es el resultado de una iniciativa política. "Hay artistas que se autocensuran y otros que siguen dando guerra, pero mediáticamente a los segundos se les critica mucho y corren el peligro de terminar entre rejas. Si no, mira los titiriteros", opina. A pesar de todo, "sigue habiendo artistas que trabajan la provocación y eso está muy bien".

De hecho, él cree que el autor a quien dedica esta obra viviría de forma particular este debate: "Buñuel no se autocensuraría ni con la que está cayendo en nuestro país. Seguiría siendo el mismo gruñón que fue siempre". No lo sabremos nunca, pero por ahora podemos redescubrir su figura en su siempre vigente filmografía, en este cómic, e incluso verlo por primera vez como un personaje animado en un largometraje que llegará a las salas en abril.

'Serial', el exitoso podcast que reabrió un caso de asesinato y que ahora HBO retoma en un documental

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"Esto es Serial, una historia contada semana a semana. Soy Sarah Koenig", es como comenzaba el podcast que revolucionó internet en 2014. Todo arrancó como un experimento para serializar de forma radiofónica el polémico caso de Adnan Syed, condenado a cadena perpetua por asesinar a su exnovia Hae Min Lee. Al final, los resultados superaron las expectativas: fue el programa que más rápido alcanzó los 5 millones de descargas en iTunes.

La obsesión fue tal que generó todo un fenómeno de oyentes convertidos en detectives. Aparecieron hilos en foros como Reddit o vídeos en YouTube que debatían sobre las irregularidades de la investigación y cuestionaban la resolución judicial. Pero Serial no tenía aspiraciones de cambiar el rumbo legal, sino de explorar todos los hechos que llevaron a la cárcel a un joven paquistaní de 17 años.

A través de 12 episodios, puso sobre el tablero cuestiones como el sistema educativo norteamericano, los prejuicios raciales o la versión de personas implicadas como Asia McClane, que no fue llamada a declarar como testigo cuando era clave para la defensa del acusado.

Nadie fuera del Estado de Maryland conocía los hechos, pero Rabia Chaudry, abogada y amiga íntima de Syed, se encargó de poner en marcha toda la maquinaria para contactar con la periodista Sarah Koening y acaparar titulares en medio mundo. Así nació Serial. Gracias a esta repercusión, el condenado consiguió interponer un recurso de apelación para reabrir el caso que, sin embargo, fue rechazado por el máximo tribunal de Maryland el pasado 8 de marzo. Aceptan que la defensa de Adnan había sido "deficiente", pero mantienen que hay suficientes pruebas para inculparle.

Pero la historia no parece haber acabado del todo. La investigación continúa ahora en forma de serie documental con Amy Berg, ya experimentada en tocar temas delicados con el reportaje Líbranos del mal centrado en los abusos sexuales de un sacerdote en Estados Unidos. El caso contra Adnan Syed, estrenado en HBO, intenta ir más allá del podcast. No solo arroja luz sobre las muchas preguntas e irregularidades sin resolver que rodean el suceso, sino que se adentra de lleno en cómo se fraguó un romance adolescente que comenzó en el instituto y terminó con un cadáver enterrado en medio del bosque.

"El reto ha sido examinar las zonas grises, ver cómo otras narrativas potenciales y movernos emocionalmente a través de la historia. Ese es mi fuerte, supongo: tomar algo como esto y crear una película que pueda ayudar a la gente a comprenderlo de una manera diferente", explicó Berg en una entrevista a la página especializada de cine Esquire. Añade que, como Serial solo arañó de forma superficial la vida de Hae Min Lee, la víctima pensó en abrir el relato de la manera más cercana posible: con sus diarios privados.

En ellos se puede comprobar, a través de anécdotas e incluso garabatos, cómo la relación con Syed pasó de un mero flirteo hasta convertirse en la razón de levantarse cada mañana para ir a clase. También para mantenerlo en secreto, ya que pensaban que sus familias, de ideales muy conservadores, se negarían a aceptarlo. Solo podían verse en el instituto y en situaciones "apropiadas", como la fiesta de baile de fin de curso. Eran una especie de Romeo y Julieta que luchaban por sobreponerse a los esfuerzos de sus padres por apartarles. Pero Lee, cansada del secretismo, de ser castigada y de sentirse atrapada, acabó rompiendo la relación y poco después empezó a salir con un compañero llamado Don Clinedinst.

Un crimen por "atracción fatal" con lagunas

Lee desapareció el 13 de enero de 1999 tras salir del instituto. Su cuerpo lo encontraron un mes después en Leakin Park, un gran parque de Baltimore lleno de árboles, prados y cadáveres. Ha servido para tratar de ocultar 68 asesinatos, entre ellos el de la joven surcoreana. La habían estrangulado ¿El principal sospechoso? Su exnovio Adnan Syed.

No hubo ninguna prueba física que le inculpara, ni siquiera rastros de ADN. Todo se basó en el testimonio de un amigo de Syed llamado Jay Wilds con el que solía quedar para fumar marihuana. Según su versión, Adnan le llamó por la noche para reunirse en el aparcamiento de un centro comercial y apareció con el coche de Lee y el cuerpo de esta en el maletero. Al principio dijo que le pidió ayuda para enterrarla, pero los detalles de su historia han cambiado en múltiples ocasiones y tampoco queda del todo claro qué es verdad.

"No se puede confiar simplemente en las declaraciones de Jay. Especialmente cuando entran en conflicto entre sí cada vez que habla", destaca la directora del documental en la entrevista. Aun así, los fiscales sí que se apoyaron en sus declaraciones y en los datos de triangulación de su teléfono móvil, que le situaban en el lugar donde fue escondido el cadáver. La conclusión de la policía fue que se trataba de un crimen producido por una "atracción fatal" alimentada por los celos de su exnovio.

"Hicieron que pareciera que estaba enfadado con ella, que la gota que colmó el vaso fue cuando me enteré de lo de Don, como si ella no me lo hubiera contado", lamenta Adnan Syed en el documental. Curiosamente, la policía tampoco investigó demasiado a su pareja. Clinedinst tenía coartada, ya que estaba en el trabajo donde supuestamente había quedado con Lee. El problema es que esa coartada solo está confirmada por una persona: su jefa, que también es su madre.

"Llevo discapacitado desde los 23 y no he podido trabajar. Ahora tengo 38 años y no creo que pase de los 50. En mis siguientes 12 años quiero cuidar de mi mujer e hijos, no preocuparme por si alguien cree mi coartada", es la respuesta de Don en la actualidad tras ser preguntado por los responsables de la serie.

La familia de Lee, en cambio, no aparece en esta investigación. "No hablamos tan a menudo o tan alto como los que apoyan a Adnan Syed, pero nos preocupamos por este caso. Seguimos llorando. Seguimos creyendo que se hizo justicia cuando Syed fue condenado por asesinar a Hae", dijeron poco después de que se aprobara el recurso de apelación.

Todavía quedan por emitirse dos episodios de una serie que, según HBO, ofrecerá "nuevos descubrimientos, así como revelaciones innovadoras que desafían el caso del estado". Su efecto todavía está por comprobar. Y, aunque se repita el impacto de Serial, también habría que ver si la fiscalía está dispuesta a cambiar su veredicto. 

Brad Pitt y DiCaprio, al son de Los Bravos en el tráiler de lo nuevo de Tarantino

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Puñetazos, disparos e ironías. Sony Pictures ha publicado el primer tráiler de Érase una vez en Hollywood, la novena cinta de Quentin Tarantino que llegará a los cines próximo 15 de agosto y que cuenta con todos los rasgos ya reconocibles del guionista y realizador estadounidense. 

Esta vez, el director de Pulp Fiction y Kill Bill se adentra en Los Ángeles de finales de los sesenta para contar la historia de Rick Dalton (Leonardo DiCaprio), una estrella del Oeste, y Cliff Booth (Brad Pitt), su ayudante, los cuales luchan por hacerse un hueco en una industria que no les valora. No obstante, Rick tiene una vecina que puede ayudarle: Sharon Tate (Margot Robbie), actriz que fue asesinada por Charles Manson en 1969.

El adelanto no solo destaca por su estética ni por el característico humor de Tarantino. También por un apartado sonoro en el que, como es costumbre, no deja de sorprender. En esta ocasión para su tráiler internacional ha elegido Bring a little lovin, del grupo español Los Bravos, que en 1968 llegó a alcanzar el número 51 en las listas de éxitos de Estados Unidos. Aun así, tampoco es la primera vez que el director utiliza canciones españolas en una de sus películas. Ya en Kill Bill Vol. 2 sorprendió con Tu mirá, del dúo flamenco Lole y Manuel.

Por otro lado, además de los actores ya señalados la obra contará con Timothy Olyphant, Zoë Bell, Luke Perry -fallecido el pasado 4 de marzo-, Kurt Russell, Tim Roth y Michael Madsen. Algunos de ellos habituales en la filmografía del cineasta. Habrá que esperar hasta verano para verlos a todos en la gran pantalla. 

Matrimonio y embarazo: el monólogo más conservador de Amy Schumer es también el más bestia

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Han pasado seis años desde que Amy Schumer (Nueva York, 1981) empezó a ser una habitual en nuestras pantallas y el mundo aún no ha decidido si debe adorarla o aborrecerla. Son muchos los que dicen que no es tan graciosa y que las pocas veces que lo consigue es porque roba los chistes a otros. Pero debajo de todas esas críticas, la verdadera razón que subyace es que Schumer aúna tres rasgos imperdonables en una mujer que se dedica al humor: es incómoda, escatológica y extremadamente sexual.

No hay un monólogo en el que no narre una historia relacionada con vómitos o en el que diga menos de quince veces la palabra "coño". La primera vez que hizo un stand up de gran alcance dejó a Mike Tyson helado tras decirle que "los hombres no saben si les da miedo tu tatuaje o si quieren correrse en él". Minutos antes, había salido de una bancada rodeada de hombres con unos tacones de infarto y les había repartido sonrisas dulces a todos sacudiendo sus rizos rubios.  

La cómica neoyorquina siempre ha jugado el papel de la "niña blanca llorona" para cazar a la audiencia con el lazo de sus propios prejuicios. Su apariencia de reina del baile de graduación le abrió las puertas de programas con exceso de testosterona para aportar la "cuota" femenina que los peces gordos querían en sus televisiones. Si además sus monólogos trataban sobre sexo, aún mejor.

"¿Acaso solo los hombres van a poder jugar sucio?", decía en uno de ellos. Pero la suciedad a la que se refería Amy Schumer no era la que los espectadores (sobre todo ellos) se imaginaban.

Con una mezcla de body positive y ridiculización de las fantasías sexuales masculinas, la actriz ha hecho carrera de su humor salvaje, explícito y sin tabús tanto en series y películas como en formato stand-up. A este último ha regresado con Growing, un nuevo monólogo para Netflix en el que vuelve a jugar con las apariencias.

Sí, se aprecia que Schumer ha crecido respecto a otros shows principalmente porque está embarazada. Pero si alguien espera que a partir de ahora sus chistes traten sobre marcas de pañales, la falta de sueño o la retención de líquidos, estará muy equivocado. También usa el juego de palabras como arma contra los que siempre han dicho que sus chistes son propios del humor zafio y básico de un parvulario. Pues incluso con una barriga de seis meses y a punto de echar al mundo una criatura, ella va a seguir hablando de sexo, de menstruación y de vómitos.

Growing, como no podía ser de otra forma, comienza con una buena dosis de estos últimos. Desde el primer mes de gestación, asegura haber vomitado aproximadamente 980 veces, razón por la cual ha tenido que ser hospitalizada en cuatro ocasiones con síntomas de deshidratación.

Además de darle material para el perfecto gag, Schumer aprovecha su turno para hablar de "hiperémesis", la enfermedad que ella sufre y que multiplica los efectos adversos del embarazo. "En las películas, ellas descubren que están encinta con una pequeña arcada. Una. Yo vomito en cantidades El Exorcista todos los días", se recrea.

"No sabía qué era estar embarazada porque todas vosotras, zorras, mentís sobre ello. No decís lo duro que es. Lo tendría que haber googleado", continúa la cómica. Aunque muchas en el movimiento renieguen de ella, Amy Schumer siempre se ha considerado feminista y ha usado sus monólogos para denunciar desigualdades y estereotipos a su manera. Y con la maternidad no iba a ser menos.

"Estoy obligada por contrato a estar aquí, no soy de las que creen que el espectáculo debe continuar. Solo que, si no lo hago, Live Nation me va a demandar", dice en un momento retando a la audiencia. Quien haya seguido a Schumer hasta aquí debería saber cuándo habla en serio y cuándo no, o dónde acaba la biografía y empieza la autoficción, pero hay muchos que aún no lo saben.

Esa gente es la que le ha tachado de racista, machista, victimista y frívola durante toda su carrera por tomarse demasiado en serio sus sketches. "Cuando te embarazas no dejas de ser tú: no dejas de trabajar y tampoco de beber", se contradice unos minutos después recordando que en el humor está todo permitido: incluso desdecirse a una misma.

Sexo sí, pero del marital

Hay una ley no escrita por la que los cómicos no deben generar tensión real en la platea si no es para consumarla con un chiste. Pues bien, Schumer retuerce la tensión con un chiste aún más incómodo y lo hace excepcionalmente bien cuando se trata de sexo.

En su anterior monólogo para la plataforma, Leather Special, hilaba situación sexual tras situación sexual, cada cual más escatológica, enfundada en un mono de cuero y usando el lenguaje corporal como solo ella sabe hacer. No se impuso límites y puso en evidencia a todas las mentes mojigatas que sabían a lo que se exponían y después la calificaron de "sucia" y "soez".

En Growing también hay sexo. Lo hay en forma de gags sobre la falta de él y otros en los que se queja porque su ginecóloga le ha aconsejado tenerlo durante el embarazo. Mientras que sus anteriores shows se basaban en la activa vida sexual de una chica soltera en Nueva York, los de ahora incluyen inevitablemente a su marido, el chef Chris Fischer, que padece un trastorno del espectro del autismo.

Schumer lo cuenta en medio de una de sus aventuras escatológicas, pero de pronto sabemos que habla en serio. "Cuando le diagnosticaron me hizo gracia porque todas las características que le hacían estar en el espectro eran las razones por las que me enamoré perdidamente de él". No es la primera vez que usa el poder terapéutico de la risa para narrar sus propios traumas. De hecho, muchos de ellos -como las críticas hacia su físico o haber sido víctima de violación y de un novio maltratador- le sirven para hacer una potente crítica social.

"No sé lo que voy a tener, pero espero que sea una niña. Más que nada porque es una época muy peligrosa para ser hombre. De hecho, gracias hombres por haber podido salir hoy de casa. Sois héroes. Qué valientes", ironiza quien hace unos meses fue detenida por manifestarse en contra Brett Kavanaugh, acusado de abusos sexuales.

Amy Schumer ha sido juzgada por "no ser lo suficientemente guapa para hablar de sexo" por los hombres y por ser "demasiado sexual" por algunas mujeres. Está lejos de ser la novia de Norteamérica del humor como Ellen DeGeneres o de provocar la empatía de Hannah Gadsby. Reniegan de ella en un bando y en el otro.

Pero sin tapujos, ella ha conseguido que, si quieren, otras puedan hacer bromas sobre el diámetro de su vagina o sobre orgías feministas sin encontrarse ningún muro. Esos ya los derribó hace tiempo con su propio cuerpo y ahora lo sigue haciendo con un bombo de siete meses y el doble de potencia.  

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