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La leyenda del trovador motero que aúlla a los lobos y lucha contra la España vacía

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En la Sierra de Francia aún se escuchan armonías ancestrales. Si uno pasea de noche por los márgenes del río Tormes o por las oquedades de las montañas salmantinas, el ritmo del tambor se mezcla con el aullido de los lobos y el silbido del cuerno emplaza a unas ánimas invisibles en peligro de extinción.

Puede sonar inverosímil e incluso a ridícula leyenda de fantasmas, pero todo el escepticismo se desvanece cuando aparece en escena Eusebio Mayalde, el último trovador de Aldeatejada (Salamanca).

No es un trovador a la vieja usanza, de los que aparecen en esas imágenes barrocas y amarillentas. Este septuagenario prefiere pregonar la tradición de pueblo en pueblo cabalgando su moto chopper y vistiendo una chupa de cuero para cortar el viento de la meseta. Mayalde es el último portador de un tipo de folclore castellano-leonés que lucha por sobrevivir a las nuevas generaciones, más en sintonía con el autotune que con la música producida con objetos cotidianos. 

Consciente de que le queda poco tiempo por una grave afección de garganta, Eusebio decide traspasarle todo su conocimiento a Beltrán, su nieto de siete años apodado Zaniki. Ese es también el título de la nueva película del director Gabriel Velázquez que se estrena este fin de semana en la Cineteca de Madrid y se proyectará hasta el último día de marzo. Zaniki difumina los límites de la ficción y el documental para contarnos una historia conmovedora de atavismo y de reflexión sobre nuestras costumbres olvidadas.

Hay momentos de la cinta en los que Velázquez se permite coquetear con el realismo mágico, pero su trasfondo es muy real, empezando por la familia protagonista. "Los Mayalde son muy queridos y conocidos en Salamanca. Es la leche, son profetas en su tierra", nos cuenta el director. Capitaneada por Eusebio, esta saga familiar reproduce los sonidos de los antiguos pastores y vaqueros castellanos con cualquier utensilio de la casa que esté a su alcance. 

El cineasta conoció al trovador hace ocho años mientras investigaba el folclore de su tierra para la banda sonora de su anterior película, Iceberg. Al principio iba a ser una colaboración esporádica, pero le hipnotizó tanto que decidió hacer un spin-off únicamente dedicado a su figura. "Estuve detrás de él siete años, pero siempre andaba liado haciendo bolos, grabando discos o con talleres para los niños de los pueblos", confiesa Velázquez, que durante un tiempo tuvo la sensación de estar persiguiendo a una estrella del rock. 

Gabriel ya había comprobado en primera persona lo que Eusebio era capaz de crear con apenas dos platitos de té, un serrucho y un tenedor sonando contra un cazo. Lo que no esperaba siete años después era que su nieto Gabriel (al que conoció siendo un bebé) hubiese heredado el sentido del ritmo del "chamán", como él le llama. "Fue un regalo encontrarnos con el niño ya crecido, así que la historia cambió y pasó a tratar sobre la transmisión de la tradición a los más pequeños", revela.

Aunque hay partes guionizadas, la preocupación por la pérdida de las raíces es muy verídica. "Eusebio se ha dedicado desde hace 40 años a visitar, pueblo por pueblo, a pastores y músicos ancianos que estaban a punto de morir para grabarles en cintas. Asimilaron las canciones, hicieron suyos los ritmos y los han tocado desde entonces en conciertos. Pero quién sabe qué ocurrirá cuando Eusebio ya no esté, si sus hijos lo mantendrán o si el público lo aceptará", lamenta Gabriel Velázquez.  

El cénit de la cinta se alcanza en esa breve excursión que abuelo y nieto emprenden a la montaña. Allí acamparán, en contra de las advertencias de las mujeres Mayalde, para que el niño inicie una conexión con la naturaleza hostil y a la vez valiosa. Él estará siempre atento de que nada le ocurra. Durante cuatro días pescan en el río Tormes, hablan con los lobos a través de flautas elaboradas con huesos de liebres, se abrazan a las encinas más antiguas del bosque y sierran otras que necesitan una tala urgente.

"¿Sabes lo que es la tradición?", le pregunta Eusebio. "No", contesta natural el niño. "Tradición es la obligación de contarle al siguiente lo que a uno le han contado. A lo mejor algún día vuelves aquí con tu hijo o con tu nieto, y así debe ser durante miles de años", le encomienda alrededor del fuego justo después de haber interpretado la canción de los lobos.

"Él lo basa todo en los ancestros. Salamanca es una tierra de pastores. de vaqueros y de pobreza. Lo ha sido siempre. El vaquero lo único que tenía era estar 8 horas al día sentado en un caballo y eso se queda en la cabeza. Cualquier cosa que cantase debía tener ese ritmo. El pastor estaba solo, así que hacía instrumentos con hueso y plantas y se inventaba sus baladas", explica Velázquez.

 

Zaniki es una cinta de pocas palabras y de imágenes poderosas gracias a la vista de halcón de Manuel García, director de fotografía. Las impresionantes panorámicas de la estepa castellana, los atardeceres, la siembra y las granjas de Aldeatejada son a su vez una muestra dolorosa de una realidad contra la que luchan los pueblos de Castilla y León: la España vacía.

"Queríamos reflejar de la manera más bella posible los campos de tierra, las granjas y la meseta. No tenemos tanto dinero como en el País Vasco, Catalunya o Galicia, que ahí no dejan escapar ni una tradición e invierten más dinero que en Alemania. Por eso los políticos tienen que tomar conciencia aquí también", advierte Velázquez. 

Mientras que el asfalto absorbe cada vez más metros de campo, los trovadores de lo rural se fusionan con una naturaleza abandonada. Su afecto contrasta con el expolio de un planeta que pide ayuda a gritos desesperados. Quizá Eusebio Mayalde, a través de Zaniki, logre transmitir esa herencia a mucha más gente que a su nieto Beltrán. 


'Nosotros', la aclamada pesadilla sobre unos Estados Unidos desquiciados

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El 9 de febrero de 1950, el senador republicano Joseph McCarthy pasó a la historia por hacer pública una lista con 205 nombres de comunistas que, según él, trabajaban en el Departamento de Estado de EEUU. Un acto que pronto se convirtió en una auténtica cruzada nacional en la que el ala conservadora alentó la persecución de oponentes políticos en nombre de la seguridad nacional.

La hoy conocida como 'caza de brujas' propició un clima de tensión en la sociedad norteamericana, que vivía con miedo a ser acusada de simpatía comunista por cualquier hijo de vecino. Un estado de alerta permanente que nadie supo captar tan bien como Don Siegel en La invasión de los ladrones de cuerpos de 1956. Una excelente metáfora del miedo al 'contagio' y la paranoia política narrada a través de la historia de una ciudad de California cuyos habitantes empiezan ser sustituidos por réplicas de ellos mismos.

Más de seis décadas después, Jordan Peele ofrece una relectura de las claves que hicieron atemporal aquel film -que cuenta con hasta cuatro remakes con sendas interpretaciones-, en su nueva película: Nosotros. Un magnífico relato de terror que le toma el pulso a la sociedad norteamericana enfrentándola a sus propios demonios.

Ese enemigo tan parecido a ti

Cuando no era más que una niña, Adelaide Wilson vivió un suceso traumático en la playa de Santa Mónica, en California. Nunca ha hablado de ello y parece haberlo olvidado. Por eso, cuando su familia vuelva al lugar con el objetivo de pasar unas placenteras vacaciones, ella intentará sobreponerse y dejar el pasado atrás. Sin embargo, una noche cuatro desconocidos se plantan delante de su casa. Son cuatro personas idénticas a ellos y no parecen tener buenas intenciones.

Nosotros es la historia de Adelaide -una Lupita Nyong'o que por fin maneja un papel a la altura de su talento-. Ella, su marido Gabe -interpretado por Winston Duke- y sus hijos Zora y Jason -Shahadi Wright Joseph y Evan Alex respectivamente- son el vehículo central de lo que parece ser una trepidante aventura de supervivencia. Pero pronto, los Wilson dejan de representar solamente a sus personajes para pasar a convertirse en reflejos de algo superior: toda una población racializada de clase media en los Estados Unidos del siglo XXI. Una que lucha por sobrevivir y por comprenderse.

Si en Déjame salir, Jordan Peele puso el debate racial sobre la mesa del mainstream mediante unos códigos a los que pocos espectadores estaban acostumbrados, en Nosotros dobla la apuesta en defensa de una mirada cada vez más particular y menos definible.

Con su anterior film, dio la campanada gracias a su increíble manejo del tono entre la comedia negra y el terror psicológico -que le valió el Oscar a Mejor Guion Original en 2017-. Ahora, es su profundo conocimiento de las mecánicas de la Home Invasion clásica, lo que sustenta una fábula expuesta en términos suficientemente difusos como para que el espectador proyecte sobre ella sus inquietudes más profundas.

En apenas dos años, el progreso en términos de consistencia de su cine ha dado un salto considerable. Nosotros demuestra una profusa perspicacia en su lectura formal. Un tempo medidísimo, un montaje de nervio sin temblores ni desmanes y una puesta en escena inquietante por aparentemente ordinaria convierten el film en un relato de terror increíblemente entretenido. Pero no por ello uno que descuide esa esencia dramática que convierte lo ameno en lo trascendente.

Una metáfora social no moralizante

La habilidad de Peele puede rastrearse en muchos ámbitos distintos. En el manejo constante del tono -que vuelve a jugar con incomodísimas carcajadas-, en su comprensión de la presencia de lo sobrenatural en lo cotidiano, en su dirección de actores -no hay un solo papel que no ofrezca el máximo-, incluso en su concepción musical de dramatismo -con clímax a ritmo de I Got 5 on It de Luniz bailado a pasos de ballet-.

Pero posiblemente, lo más fascinante de Nosotros sea que su alcance metafórico es permeable a la mirada hasta tal punto que se torna radicalmente democrática. En ella podemos volcar más o menos el discurso que queramos: podemos proyectar nuestras inquietudes de raza, clase o género y aún así, el film podrá decirnos algo al respecto. 

Nosotros  arranca con un texto descriptivo que nos explica que en Estados Unidos existen centenares de túneles subterráneos abandonados. Que nadie sabe muy bien qué ocurre en ellos, pero que vertebran todo el país a base de líneas de tren abandonadas o antiguas explotaciones mineras.

Partiendo de este apunte, aunque no se subraye en ningún momento, el espectador puede leer la película como una espeluznante alegoría sobre la lucha de clases. Las diferencias entre los de abajo y los de arriba. El proceso de hartazgo de los que nunca tuvieron las mismas oportunidades de tener la vida que otros malgastan con descaro.

Por otra parte, el retrato de dos vecinos y viejos amigos de la familia Wilson -interpretados por Elisabeth Moss y Tim Heidecker-, facilita una lectura racial en tono de sátira. Y tanto su ambientación actual como su acercamiento constante a la utilización de nuevas tecnologías, ofrece una distraída reflexión sobre la alteridad en la era de Internet. Ese desfase tan contemporáneo entre lo que somos y lo que decimos ser. 

Pero no ahí no queda la cosa. El retorno constante al pasado de Adelaide y sus traumas familiares añade otra capa de hondura. Una que reflexiona sobre los actos propios y los hechos sobrevenidos que nos convierten en lo que somos.

Una lectura que bien podría referirse al pasado de los propios Estados Unidos y el resurgir actual de conflictos que se pensaban superados. De ahí que, cuando los Wilson pregunten a esas personas tan parecidas a ellos qué son exactamente, contesten: "somos americanos". Y también de ahí el juego de significados del título original, cuyo matiz se pierde en castellano -en la versión internacional, la película se llama US, siglas de United States-.

En esencia, Jordan Peele no explota nada más que algo tan eterno como el miedo al otro. Solo que esta vez, el otro es la imagen de nosotros mismos que habita al otro lado del espejo. Es lo que queremos ser, lo que somos o lo que nunca pudimos ser. Y no hay nada que de más miedo que mirarse en el espejo y, un día, no reconocerse.

El fichaje de Spielberg por Apple TV+, último ejemplo de un cambio imparable

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Era cuestión de tiempo que Apple mostrase sus cartas en el terreno del streaming. Se trata de uno de los pasteles más suculentos -sino el que más- de la industria del entretenimiento actual. De hecho, parece ser que casi cualquier gran empresa a nivel internacional aspira a tener su pedazo de negocio.

Ahora Disney+ se plantea como el nuevo gigante a batir. Antes de la compra de 21st Century Fox la empresa del ratón contaba con un 27% de cuota de mercado en Norteamérica. Sumadas a las licencias de la recién adquirida y las que ya tiene en su poder fácilmente podría llegar a ser propietaria del 40% del pastel. A no ser que sus competidoras se pongan las pilas en la producción original e intercambio de marcas reconocibles entre unas y otras.

Esto es lo que parece haber pensado Apple. El pasado miércoles 25 de marzo, Tim Cook -actual director ejecutivo de la empresa-, presentaba Apple TV+, su nueva plataforma streaming de series y películas que, si nada lo impide, empezará a andar este otoño. Una apuesta empresarial que contará con un buen puñado producciones exclusivas y que, además, aglomerará títulos de terceros. Todo anunciado en un evento en el que se decidió que los nombres propios iban a ser lo más representativo: entre sus creadores en nómina iban a contar con J.J. Abrams, Reese Whiterspoon, Jennifer Aniston, Sofia Coppola, Damien Chazelle, M. Night Shyamalan y... Steven Spielberg. El Rey Midas de Hollywood ya tiene su particular trono en la guerra del VOD.

El affaire Spielberg vs Netflix (y la jugada de Apple)

Tras meses de polémicas y la campaña por los premios más mediáticos del audiovisual manchada por la contienda Netflix-Academia de Hollywood, todo parecía quedar en tablas. Roma, la película que más significativamente había aglutinado el debate en torno al cambio de paradigma de producción y distribución cinematográfica, terminó llevándose tres premios Oscar: Mejor película extranjera, director y fotografía.

Pero cuando las aguas parecían calmadas, llegó Spielberg. El portal Indiewire publicaba que el director de Tiburón tenía la intención de reunirse con representantes del gremio de directores en la Academia para modificar las normas de participación de películas estrenadas en plataformas en los Oscar. Y se recuperaban -justo entonces-, unas declaraciones realizadas durante una entrevista en ITV News en 2018 en las que dejaba caer que una película de Netflix debía ganar un Emmy, no un Oscar. Realmente, el debate que se pretendía poner sobre la mesa era el hecho de que una película sin estreno en salas no debería poder competir en los Oscar. 

Al poco tiempo, el productor Jeffrey Katzenberg -que fundó Dreamworks con Spielberg-, salía a desmentir las afirmaciones y defender que se habían sacado de contexto, que no había ninguna reunión prevista para trazar un plan en la Academia, y que Spielberg estaba a buenas con Netflix. "En realidad no dijo nada [...]. No ha opinado en absoluto, ni se ha alineado con una opción específica", recogían en Fotogramas.

Ahora, Spielberg parece haber dejado clara su posición con respecto al cine y las series en streaming. No tiene nada en contra de ellas y de hecho parte de sus negocios futuros se centrarán en este ámbito. Será el productor ejecutivo de un reboot de Cuentos asombrosos, la serie que él mismo creó en los ochenta. Una jugada que lejos de resolver interrogaciones, abre nuevas cuestiones. ¿Estará dispuesta la plataforma de la manzana a producir películas 'oscarizables'? ¿Seguirá su labor como productor en exclusiva en Apple TV+? ¿Peleará por que series producidas por él mismo figuren en el catálogo de este servicio? Al fin y al cabo, no son pocos los títulos en los que ha dejado su huella: Hermanos de sangre, Terra Nova, Falling Skies, La cúpula, Extant...

Lo que está claro es que con Spielberg en su bolsillo, Apple TV+ pretende asegurarse una buena posición, cogidos de la mano de una de las personas más influyentes de la industria actualmente.

La manzana en el cine

Como otras empresas, Apple podría empezar a producir películas haciéndose un hueco en el panorama del cine actual y los espacios en los que se cuecen proyectos de amplio recorrido -festivales, premios...-. Es decir, que la empresa que te vende el iPhone, también te podría vender una entrada al cine para una película que después podrías ver en un iPad.

Sobre la presencia de la empresa de la manzana en salas de cine clásicas, Eneko Ruiz, periodista de El País especializado en series,  explica que ya "han llegado un acuerdo con la firma independiente A24 y entiendo que este incluye estrenar en salas. La primera es la nueva de Sofía Coppola con Bill Murray". Según él, lo más probable es que "funcione como Amazon", en el sentido de producir contenido para todo tipo de ventanas.

Para Mireia Mullor, periodista cultural e informadora cinematográfica en Fotogramas, El Mundo y Esquire: "Tenemos que empezar a asumir que una buena parte de las películas que se estrenarán en un futuro no muy lejano vendrán con dinero de plataformas de streaming, y hay que aprender a convivir con ello".

Y eso pasa por que las productoras clásicas tengan que dividirse la cuota de mercado con plataformas de streaming, y las exhibidoras tengan que aclimatarse a nuevos escenarios en los que, tal vez, se estrenen películas que también se pueden ver con cualquier conexión a Internet. "No sé si Spielberg tiene razón o no, ni si su postura es conservadora o simplemente se ha malentendido en los medios, pero el cambio en Hollywood es más que evidente y aún no sabemos bien cómo afrontarlo", opina Mullor.

Un pastel cada vez más dividido (y saturado)

En cuanto a la guerra del streaming, con la llegada de este nuevo actor en el panorama, el usuario va a tener cada vez más difícil elegir qué tipo de servicio se ajusta a sus necesidades y a su bolsillo. Habrá que saberse mover entre Amazon Prime Video, Hulu, HBO, Netflix, Disney+, Apple TV+, Movistar+, Filmin, Rakuten TV... todas con catálogos diferenciados -aún con un baile de licencias que se prevé cada vez más agresivo- y precios distintos.

Ya hay estudios, como el que publicaba Deloitte en marzo, que sostienen que un 47% de los estadounidenses cree que existen demasiadas plataformas de video on demand. Esto "muestra cierta tendencia de aburrimiento de tener que lidiar con tantas plataformas distintas", opina Eneko.

Coincide con él Emilio Doménech, periodista, youtuber y colaborador de Vanity Fair. "La saturación ya está presente en Estados Unidos", explica. "Va a haber una época de muchos cambios antes de que empecemos a vislumbrar cómo va a ser el futuro del entretenimiento de verdad. Hay que empezar a hacerse la idea de que habrá montones de plataformas de streaming diferentes entre las que elegir".

Que Apple sobreviva a este campo de minas no parece tarea fácil. "El Juego de Tronos del streaming está de lo más interesante pero a largo plazo parece insostenible que todas se mantengan. El público ya está muy vendido por Netflix, y es complicado meterles más ideas en la cabeza", opina Eneko.

"Veo difícil en el medio plazo que alguien suspenda su suscripción de Netflix", subraya también Doménech. "Se ha convertido en un torbellino cultural imparable que genera conversaciones globalizadas cada mes".

"En España ya estamos viendo soluciones para que los usuarios no tengan que ir saltando de plataforma en plataforma -acuerdos entre Netflix y Movistar, o Vodafone, HBO y Filmin-", nos recuerda Mireia Mullor. "Está bien que haya una voluntad de hacerle la vida más fácil al usuario, aunque al final esto es un negocio y cada uno quiere barrer hacia casa".

Para Kiko Vega, realizador de televisión y colaborador de Espinof y Canino, "el pastel se lo repartirán Netflix y Disney+". Según él, "Amazon Prime Video tal vez aguante por lo que tiene detrás, y habrá que ver que pasa con HBO una vez que finalice Juego de tronos. Por desgracia, creo que el único que saldrá ganando es el torrent". Añade que el popular sistema de intercambio de archivos -la mayoría ilegales- podría verse beneficiada con la saturación de oferta. Y pone un ejemplo: "la gente se cansó de pagar cuando llegó Canal+. Nosotros tenemos en Movistar+ y Filmin dos ofertas excelentes. Pero el público ya está dividido hace tiempo, creo yo".

El mercado de nuestras miradas (y nuestro tiempo)

Si pensamos en cómo se organizaba el entretenimiento audiovisual hace no demasiado tiempo, las fronteras de cada área de la industria eran más fáciles de delimitar. Una película -que había hecho una productora- se podía ver en cines y, según el tiempo de explotación de la misma, luego se adquiría en formato doméstico para verla en casa. Las series, Late Nights, shows, concursos y realities se veían en la tele que, por entonces, llamábamos 'pequeña pantalla'.

Ahora ya no está tan claro ni cuándo ni cómo se consumen este tipo de contenidos. Pero algo permanece inalterable: la mercancía somos nosotros. O mejor dicho, el negocio del streaming es el de nuestra atención, nuestra mirada y nuestro tiempo.

A mayor interés del usuario, mayor volumen de conversación y mayores posibilidades de que, entre la oferta, se decida invertir el ocio en determinados productos. De ahí que Apple haya decidido apostar por nombres importantes como el de Spielberg, J.J. Abrams o el de Sofia Coppola para captar nuestra atención.

"Hay que entender que no estamos obligados a ver todo y a tener todas las plataformas y que cada serie y producción da trabajo a mucha gente en la industria", opina Eneko Ruiz. Por su parte, Doménech cree que "Apple TV no debería suponer un añadido demasiado disruptor en el mercado". Según él, su impacto "dependerá de los acuerdos que consiga lograr para apuntalar el contenido disponible en su app sin que se dispare el precio".

Entre tantísima oferta "y por no ponernos a hablar de dinero, ¿vamos a tener tiempo de verlo todo?", se pregunta la periodista cultural Mireia Mullor. La cuestión sigue sin respuesta, pero es seguro que pronto veremos nuevos movimientos en el Juego de Tronos del streaming.

Muere la directora Agnès Varda, pionera desde la 'nouvelle vague' hasta los Oscar

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La cineasta francesa Agnès Varda, una de las pocas figuras femeninas de la nouvelle vague y galardonada con el Oscar de honor en 2017, falleció este viernes a los 90 años, informaron medios locales. Nacida en Bélgica, aunque de nacionalidad francesa, era uno de los rostros más conocidos del cine francés, autora de películas como Cléo de 5 à 7, L'une chante, l'autre pas o, más recientemente, el documental Varda par Agnès, estrenado este mismo año.

"Me llamaban la abuela de la nouvelle vague, pero ahora digo que soy su dinosaurio". La directora demostraba mantener intacto su sentido del humor al recibir el Premio Donostia en el Festival de San Sebastián de 2018. Y no fue el único tributo de la temporada que recibió.

En marzo, la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood le concedió el Oscar honorífico, convirtiéndose así en la primera directora en hacerse con el prestigioso galardón. Subió a recibirlo bailando, y se metió a todos en el bolsillo cuando confesó que "soy un poco tímida, pero me encanta escuchar todas estas lindas palabras sobre mí". 

También estuvo en el festival de Cannes, donde presentó fuera de competición su documental Caras y lugares. En este mismo certamen, pero tres años antes, se alzó con la Palma de Oro honorífica, de nuevo convirtiéndose en la primera mujer en hacerlo. Hasta entonces, solamente la habían recibido Woody Allen en 2002, Clint Eastwood en 2009 y Bernardo Bertolucci en 2011.

Rompiendo techos de cristal desde la década de los 50

Bien podría haberse apellidado "Pionera" la cineasta y fotógrafa belga, pues también lo fue de la nouvelle vague y del cine feminista. Muchos identificarán en seguida a François Truffaut, Jean-Luc Godard o Claude Chabrol como los grandes referentes del movimiento francés de finales de los 50. Pero antes de que ellos filmaran Los 400 golpes (1959), Al final de la escapada (1960) o El bello Sergio (1958), Agnès Varda ya había rodado en 1954 su ópera prima La Pointre Courte, auténtica precursora estilística del movimiento.

En ella se combinan el retrato puramente neorrealista de la zona del suroeste de Francia con la triste historia de una pareja que debe decidir si seguir o no juntos.

La directora, hija de padre griego y madre francesa, había estudiado Historia del Arte en la École du Louvre antes de conseguir trabajo como fotógrafa oficial del Teatro Nacional Popular. Claramente interesada en la fotografía, no dio el salto al cine hasta que pasó unos días grabando la pequeña ciudad pesquera de Séte en el barrio La Pointe Courte, que coincide con el título de su debut.

Allí recogió imágenes para un amigo con una enfermedad terminal que no podía visitar por sí solo la zona. Fue entonces cuando decidió que debía y podía hacer una película. La primera de una trayectoria de más de seis décadas.

Entre ficción y documentales

Agnès Varda comenzó a hacer cine en una época y en un movimiento en el que la representación femenina quedaba prácticamente relegada a la de ser la musa del director. Además de ser precursora del cine feminista, también lo fue en la apertura de la dirección cinematográfica a las mujeres: "Les sugerí que estudiasen cine. Les dije, salid de las cocinas, de vuestras casas, haceos con las herramientas para hacer películas".

Su filmografía la habitan películas de ficción, documentales y numerosos cortos. Los relatos sobre la vida de personas cotidianas caracterizan su obra, al tiempo que adquieren valor y magnetismo por su habilidosa puesta en escena y su dominio del pulso narrativo.

Así lo demostró igualmente en su segunda película, Cléo de 5 á 7 (1961). Con ella se ganó el reconocimiento internacional y fue nominada a la Palma de Oro en Cannes. En sus dos siguientes cintas La felicidad (1965) y Las criaturas (1966) pareció contagiarse del espíritu optimista del Mayo del 68.

En su posterior documental Daguerréotypes, de 1975, recogió el transitar de la calle Daguerre, en París, donde ha vivido durante décadas. Sus habitantes, pequeños comerciantes y artesanos sirven como reflejo de la vida en Francia en este homenaje a la cotidianidad de las ciudades.

Lo personal es político

La cineasta fue prolífica en la realización de cortometrajes. En 1975 presentó el filme Respuestas de mujeres: nuestro cuerpo, nuestro sexo. Ese año fue designado como el Año de la Mujer por la ONU. Para celebrarlo, el canal francés Antenne 2 invitó a siete cineastas a realizar cortometrajes de siete minutos en los que se respondiera a la pregunta: ¿qué es ser mujer? Agnès Varda fue una de ellas.

En su pieza, son ellas quienes toman la palabra mirando a cámara, contestando, entre otra afirmaciones: "Ser mujer es vivir en el cuerpo de una mujer. Nuestra forma y características físicas son parte de nuestra estructura corporal, no puntos aislados que resaltan nuestra sexualidad como objeto de goce masculino. Ser mujer también es tener una cabeza de una mujer".

Los siete minutos de discurso abordan las preocupaciones de las mujeres de entonces, con sus cuestionamientos sobre sus cuerpos, sexualidad, maternidad o deseo. Y, paradójicamente, se corresponden con las de hoy. Reclama en su final: "si la mujer se reinventa, entonces el amor tendrá que ser reinventado".

La directora situó su siguiente película Una canta y la otra no (1976) en el mismo contexto feminista, que estaba en auge en Francia. En ella se cuenta la relación entre dos amigas en los años que transcurren desde 1962 a 1979.

Otra de sus obras más destacadas es Sin techo ni ley, de 1985, con la que se alzó con el León de Oro del Festival de Venecia. En forma de flashback, se muestran los últimos días de la vida de una vagabunda.

El también cineasta Jacques Demy, fue su esposo desde 1962 hasta que, en 1990, falleció por sida. La directora le rindió homenaje en las películas Jacquot de Nantes (1991), en la que relató su infancia y su amor por el teatro y el cine; Les Demoiselles ont eu 25 ans (1993) y L'Universe de Jacques Demy (1995).

La última ha sido considerada como el mejor homenaje posible al director, ya que de las decenas de tributos que llevaron a cabo otros admiradores, nadie consiguió retratar su figura de forma tan fiel como Varda. En él combinó los mejores momentos de la carrera del artista con testimonios de actores que trabajaron a sus órdenes.

La curiosidad no tiene edad

El documental Los espigadores y la espigadora recoge a un amplio grupo de personas que recuperan la tradición de espigar y con los que ella misma se compara a la hora de recolectar imágenes. Podría pensarse que, en un mundo industrializado, nadie se agacha entre los campos a recoger los frutos de una cosecha, pero la película demuestra lo contrario.

Hay entre los recolectores gitanos que por necesidad toman objetos desechados. Igualmente en las grandes ciudades persisten aquellos que buscan entre la basura lo que podría convertirse en su comida del día. Los que recolectan recuerdos tienen también cabida en el documental. Dos años después, en 2002, recuperó a los mismos protagonistas para ver cómo había cambiado sus vidas desde entonces.

Finalmente, en 2008, abrió sus puertas de forma definitiva con otro documental, Las playas de Agnès. Un relato autobiográfico en el que reconstruye su pasado al tiempo que camina por las playas de Francia. Mediante el humor, invitaba al espectador a compartir sus grandes emociones, ansiedades y desgracias de toda una vida.

Pionera de la nouvelle vague, del cine feminista, de la Palma de Oro y el Oscar Honorífico. Dada la vitalidad, energía, ternura y curiosidad que mantuvo Agnès Varda hasta sus últimos días parecía lógico plantearse que, a sus 90 años, aún le quedase tiempo para ser la primera en lograr un nuevo hito. Por desgracia, habrá que conformarse con el legado irrepetible de esta genia y figura del cine francés.

'Nación salvaje', las nietas de las brujas de Salem plantan cara al machismo

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En noviembre de 1688, la familia Goodwin acusó a su ama de casa, Ann Glover, de brujería al ver que sus hijos enfermaban sin razón aparente. No hacían falta pruebas si la acusación venía de una de las casas más acaudaladas de Boston -por aquel entonces parte de la colonia de Massachusetts Bay-, y la acusada no era más que una lavandera irlandesa de clase obrera. Así que la mujer terminó en la horca sin haber cometido delito alguno.

Pocos años después, en la ciudad de Salem, varias niñas empezaron a actuar 'de forma extraña' presentando los mismos síntomas que los infantes Goodwin. El médico local, William Griggs, les diagnosticó que sufrían hechicería. Y la búsqueda de responsables terminó con la persecución, juicio y ejecución de más de veinte personas por 'cargos de brujería'. Sin más pruebas que el odio y sin más razón que la moral puritana amparada por la ley y la locura colectiva.

Justamente en Salem se ambienta Nación salvaje, el segundo largometraje de Sam Levinson. Una revisión actual y macarra de aquellos juicios, hoy vehiculados mediante las redes sociales, nuevo cadalso para la moral patriarcal y reaccionaria.

Nuevas formas de odiar a la mujer

Todo empieza como una broma: un joven publica un enlace anónimo que ha llegado a su mail con fotos del alcalde de Salem trasvestido y alternando con hombres. Una noticia que caldea los ánimos de la población. La risa se convierte en llanto cuando un hackeo masivo facilita la publicación de información íntima de buena parte de sus habitantes. Entonces, un nombre surge entre los posibles responsables: Lily Colson, una joven adolescente de 15 años que mantenía una relación virtual con un hombre casado y mayor que ella a espaldas de su novio en el instituto.

El prejuicio y el odio es suficiente para exigir su cabeza. Pero ni ella ni sus amigas están dispuestas a dejarse quemar en una hoguera que no es más que el arma definitiva de una moral heteropatriarcal tan arraigada en la sociedad, como peligrosa.

Sam Levinson -hijo de Barry Levinson, el aclamado dramaturgo y director de Rain Man y Good Morning, Vietnam-, afronta su nueva película con el espíritu agitado de un adolescente. Y contagia en esta historia de clarísima vocación satírica pero también divertimiento juvenil, un sentimiento revolucionario de necesidad urgente de cambio.

Por momentos, Nación salvaje parece aludir a la expresividad formal e incluso la paleta de colores del Clímax de Gaspar Noé. Por otros, querer ser la Spring Breakers de Harmony Korine sin aspiraciones intelectuales. Puro entretenimiento nihilista, esta vez sintetizado a través de un mensaje abiertamente feminista. Y vestido con un dispositivo formal apabullante.

La noción de estímulo constante lleva a Levinson a probar casi cualquier recurso que se le ponga por delante. Desde la pantalla partida a la saturación de imágenes, pasado por la ruptura de la cuarta pared e incluso de los elementos diegéticos de la narración.

Consciente de ser, en todo momento, una película de adolescentes para adolescentes, Nación salvaje prefiere estresar a aburrir. Su sana comprensión de lo gamberro como elemento discursivo, incluso disruptor, convierte su visionado en una película alejada de lo didáctico pero capaz de persuadir. Digamos, por hacerlo sencillo, que está más cerca de la mala baba de God Bless America, que del moralismo de visionado en aula y posterior redacción de La ola.

Mejor pedir perdón que pedir permiso

"En todas sus manifestaciones", escribía la crítica cultural Eva Cid en un artículo  sobre la figura de la bruja como historia de la feminidad subversiva, "parece que subyacen dos ideas constantes: el miedo y el desprecio por las mujeres no sometidas a una serie de cánones estéticos y roles pragmáticos, y la asociación de las mismas con la esfera de lo salvaje, lo desconocido, lo incivilizado".

Eso es precisamente lo que temen los ciudadanos de Salem en Nación salvaje, una juventud que no puedan controlar. Una generación de mujeres a las que no puedan decir qué hacer con sus cuerpos, sus opiniones y sus vidas. Con su intimidad, último terreno de lo político.

A Sam Levinson se le pueden criticar muchas cosas, dado lo inflamable del material que maneja. Su mirada masculina se filtra en unas imágenes que, por momentos, sexualizan a sus protagonistas perfectamente heteronormativas cayendo en el mismo juego que pretende criticar.

Además, sus postulados se construyen siempre desde la exageración, apelando a lo sexual como omnipresente motor de la adolescencia. Tanto es así que podríamos pararnos a pensar si Nación salvaje pasaría el test de Bechdel, dado que casi todas las conversaciones que tienen entre ellas giran en torno a ellos. Incluso comete el sonrojante error de ofrecer espacio dramático a la cantinela del llamado not all men, renunciando a desarrollar sin miedos a sus empoderadas protagonistas.

Pero su alegoría en torno a la figura de la bruja y su discurso sobre cómo se construye el puritanismo patriarcal en una sociedad virtual, resulta demasiado apasionado como para no dejarse contagiar. Es una pesadilla eficiente que transgrede el relato del terror social para instalarse en el terreno del survival con mensaje.

Uno que habla de la misoginia y la homofobia en los institutos, la masculinidad tóxica y sus agresivos efectos en la adolescencia, el public shaming y la libertad sexual en redes sociales, así como de la necesidad de plantar cara a las injusticias.

Con sus desaciertos, uno no puede dejar de pensar que un producto así podría haberle resultado absolutamente revelador si lo hubiese consumido a los catorce o quince años. Qué tipo de adulto sería si, en lugar de haber crecido con American Pie, lo hubiese hecho con Nación salvaje. La mera pregunta ya vale su peso en oro.

Tim Burton se pasa de maquillaje con su 'remake' de 'Dumbo'

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Disney ha puesto en marcha una maquinaria del live action que promete devolvernos a la infancia recreando sus mejores clásicos de animación. De paso, la factoría del ratón que todo lo engulle está aprovechando para maquillar algunos de los polémicos detalles que le han hecho envejecer con un ligero olor a rancio.

Lo intentaron hace dos años con El libro de la selva, eliminando el legado colonialista del cuento de Rudyard Kipling y el tufo xenófobo de su primera adaptación, y lo vuelven a hacer con Dumbo, en cartelera desde este viernes.

Tim Burton dirige la nueva versión del elefante que quería volar con un presupuesto más que generoso para enmendar los errores del pasado. Y con aquellos lo consigue. Ya no hay cuervos con acento afroamericano que respondan ante su líder Jim Crow, bautizado como el hombre que promulgó las leyes de segregación racial en EEUU, ni chistes políticamente incorrectos. Pero ahora sus problemas son otros. Muchos otros.

Partiendo del guion de 1941, la acción nos traslada a un circo ambulante en decadencia gestionado por Max Medici (Danny DeVito) cuyas estrellas son un hombre negro forzudo, una sirena con sobrepeso, un mono que recita a Shakespeare y un antiguo jinete manco, interpretado por Colin Farrell, que ahora solo sirve para domesticar elefantes. Él y sus dos hijos huérfanos de madre –como no podía ser de otro modo en una fábula Disney– serán los encargados de cuidar a la nueva adquisición del circo llamada a salvarlo de la quiebra: la elefanta Jumbo y el bebé que espera en su interior, Jumbo Junior.

El inicio de esta primera mitad prometía un remake a la altura que explota, como hizo la primera, ese maltrato exacerbado hacia el diferente. Antes no tenía nombre, pero ahora lo llamamos bullying y presenciarlo es una absoluta tortura. Aún peor si el objeto de las burlas y de los golpes es la criatura más adorable que ha parido el CGI en las últimas décadas.

El elefante de Burton y sus desproporcionados ojos azules (casi tanto como sus orejas) son lo mejor y a la vez lo único bueno de la película. Teniendo en cuenta el título, debería resultar suficiente, pero todo lo que rodea al pequeño paquidermo es tan endeble que lo arrastra con su inconsistencia. Para empezar, es absurdo que la trama funcione solo cuando interactúan Dumbo y su madre, los dos personajes generados por ordenador, porque entonces el concepto de live-action carece de sentido.

Podemos sentir el instinto protector de ella cuando su recién nacido recibe cacahuetazos desde la grada de la carpa y su furia irracional cuando los brutos cowboys le arrastran de las orejas sin cuidado. Sigue siendo igual de descorazonadora la escena en la que la encierran en el minúsculo vagón con el cartel de "peligro, elefanta loca" y le arrulla con la trompa desde la rejilla de ventilación. Pero, cuando la señora Jumbo desaparece, los secundarios humanos adquieren una relevancia que no se merecen ni por el guion ni por las interpretaciones.

El elefante supera la depresión por su repentina orfandad aprendiendo a volar gracias a los cuidados de los dos hijos del jinete tullido. Sin embargo, cada vez que los actores miran a ese bulto de piel gris escamada es como si mirasen a una escoba. El espectador ve a Dumbo, pero cada caricia y palabra de afecto suena tan impostada que se le ve el plumero al truco de magia de Tim Burton.

La cosa no mejora cuando aparecen los dos "villanos" de la película interpretados por Michael Keaton como una especie de Walt Disney circense desatado y su acompañante Eva Green, que terminará pasándose al bando de los buenos con una premura artificial. En el único momento que se puede atisbar un poco del pasado Tim Burton es cuando la familia Medici llega a Dreamland, el paraíso de los freaks, donde la gente no se mofa de ellos sino que paga precios prohibitivos por disfrutar de sus espectáculos.

Y allí donde parece que Keaton va a aportar la pizca de locura necesaria, la acción se precipita en diversos sinsentidos que culminan con él convirtiéndose en un Beetlejuice pirómano que genera más tristeza que recelo. Con él, Burton ha perdido la oportunidad de exprimir un personaje hecho a su medida para dejarse llevar por la mirada edulcorada de un Disney que remienda su conciencia. Ni siquiera la mejor escena de 1941 ha pasado el filtro de lo políticamente correcto: la borrachera del bebé Dumbo y los elefantes rosas que bailan en su sueño de embriaguez.

A tanto ha llegado el brochazo, que el nuevo Dumbo ha abrazado la causa animalista de una forma que, sin embargo, se engarza bien con el resto de la narración. No así los burdos intentos de meter una lectura feminista a través de una aspirante a Marie Curie a medio hacer y quien celebra que los hombres lleven bata y rulos y las mujeres traje de ejecutivo.

No es el momento propicio para vanagloriarse de los circos que maltratan y encierran a animales salvajes y ahí Dumbo se alza como un gran transmisor de valores que hace siete décadas ni se planteaban. Lo que no es óbice para ofrecer un producto carente de acción, desmejorado respecto al original y con la profundidad argumental de un episodio de Disney Channel.

La rueda de los remakes acaba de arrancar, solo esperemos que en las siguientes logren el equilibrio que no habría hecho precipitarse al elefante más querido de la franquicia infantil.

20 años de 'Matrix': cuando muchos pensábamos que no era necesario tomar la pastilla roja

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Era 31 de marzo de 1999. En pleno miedo informático al efecto 2000, Hollywood seguía explorando las posibilidades de los efectos especiales digitales, extendiendo y profundizando en el cambio de era que insinuaron Terminator 2 o Parque Jurásico. En ese contexto, dos cineastas que hasta aquel momento solo habían firmado un sugerente neo-noir, Lazos ardientes, dieron en el clavo cuando estrenaron una cinta de acción, ciencia ficción y vértigo existencial disipado a puñetazos: Matrix.

Dicen los cronistas que Lana y Lilly Wachowski habían estado reuniéndose con ejecutivos de Hollywood, con copias de la versión animada de Ghost in the shell bajo el brazo. Su objetivo era conseguir financiación para una ambiciosa epopeya sobre un negro futuro de humanos esclavizados que son controlados mediante la realidad virtual. Y sobre el héroe de acción mesiánico que está destinado a romper ese orden.

Thomas Anderson, cuyo seudónimo para andanzas hacker es Neo, trabaja como asalariado y mantiene una doble vida acompañada de angustia existencial. Está fascinado por las andanzas de un presunto terrorista denominado Morfeo, que se pone en contacto con él a través de Trinity, una luchadora capaz y compañera fiel cuya vestimenta de tintes BDSM crearía tendencia entre las heroínas de la época (véanse Underworld, Ultraviolet...).

Después de que Morfeo haga elegir al protagonista entre la verdad (simbolizada en una pastilla roja) y la tranquilizadora mentira (la pastilla azul), Neo descubre que había estado atrapado en una realidad virtual que imita el mundo de finales del siglo XX, mientras las máquinas dominan la Tierra y tratan a los humanos como meros recursos energéticos (pilas, según Morfeo).

Del sincretismo a la reivindicación identitaria

El filme rompió taquillas, generó dos secuelas de imagen real y cortometrajes animados que se recopilaron en Animatrix. Sus autoras bebieron de múltiples fuentes. Si Ghost in the shell provenía de Japón, la acción física del filme de las hermanas Wachowski remitía a los espadachines voladores y los monjes luchadores del cine de Hong Kong. El veterano Woo-Ping Yuen (director de títulos como El mono de hierro), diseñó unas coreografías que impresionaron gracias a los generosos medios de producción y a la inventiva de los implicados.

El filme no solo ofrecía acrobacias físicas, sino también piruetas verbales sobre el destino, la libertad, el libre albedrío y su posible naturaleza ilusoria. El tono, solemnísimo y por ello algo parodiable, recordaba el mencionado anime de Mamoru Oshii, con el que compartía un enfoque más existencial que social. Las Wachowski hacían gala de un sincretismo arrollador. Las influencias fílmicas asiáticas convivían con referencias grecolatinas, guiños recurrentes a Alicia en el país de las maravillas, tramas de reencarnaciones y a la vez de mesías y trinidades cristianas.

Toda esa fusión multicultural acabo revelándose como algo más que un juego lúdico-intelectual. Sus autoras irían ofreciendo en películas posteriores, comenzando por Matrix reloaded, un mundo personal de sexo, raves electrónicas, espiritualidad y algunos momentos de reivindicación política. La serie Sense8 culminaría una apuesta por dar cabida a las diversidades sexuales, étnicas, religiosas y de todo tipo. Con ella, hermanaban la vertiente identitaria con una especie de socialismo new age que ya aparecía en un discurso de la mesías biotecnológica de Atlas de las nubes: "Desde la cuna hasta la tumba, estamos vinculados a otros".

En Matrix reloaded, por ejemplo, un altivo antagonista sentenciaba que la elección es una ilusión que los detentores del poder usan para engañar a quienes no lo tienen. Este tipo de dardos han sido cada vez más raros en las propuestas de las Wachowski, crecientemente emocionales después de la sobredosis conceptual de la trilogía Matrix

En todo caso, e intentando superar presuntas incompatibilidades entre política identitaria y política social(ista), hay que recordar que debemos a las Wachowski algunas de las escenas más empáticas con las masas y las revoluciones del Hollywood contemporáneo. Un Hollywood que, como ha sido norma desde sus inicios, tiende a mostrar más apego por los heroísmos individuales correctores (y no transformadores) de la realidad.

Nuestro momento de la pastilla roja

Gracias a unas vistosísimas escenas de acción (recuérdese el asalto a un edificio gubernamental en una lluvia de tiros y baldosas que estallan en pedazos a cámara lenta), el segundo largometraje de las Wachowski llevó al gran público la ciencia ficción de tintes paranoicos. En la tradición de Philip K. Dick, se exploraba el abismo existencial de sospechar que vives un simulacro. La fassbinderiana World on wire y Nivel 13, ambas adaptaciones más o menos libres de la novela Simulacron-3, o 'Dark city', serían otros exponentes fílmicos de esta tendencia.

Lo que muchos no sabíamos, aunque tuviésemos sospechas, es que también vivíamos en nuestra Matrix particular. Una realidad virtual de crecimiento económico sostenido que escondía una pérdida de poder adquisitivo de los salarios, disimulada por el acceso a crédito barato. Los años de gobierno abiertamente antisocial de Ronald Reagan y Margaret Thatcher, que habían propulsado el ciberpunk más arisco y sus tendencias a las atmósferas depresivas de desigualdad extrema, habían quedado atrás. Estábamos en la era de las sonrisas de Tony Blair y Bill Clinton.

Los elementos ciberpunk que incluía Matrix eran normalmente más estéticos que conceptuales. No hay reflexiones sobre la desigualdad, sino lucha en bloque contra un enemigo (casi) monolítico e inhumano. Con todo, la realidad virtual del filme acaba resultando un símbolo posible del clintonismo: según explica el persistente Agente Smith, los humanos cautivos no aceptaban realidades virtuales utópicas, no aceptaban la ausencia de un cierto nivel de sufrimiento. De manera parecida, la era Clinton combinaba un adormecedor optimismo en el sistema económico y un cierto sentimiento de culpa por la innegable desigualdad social.

Mientras soñábamos un mundo un poco menos injusto, quizá con una cobertura sanitaria mejor, Clinton y compañía siguieron profundizando en la financiarización de la economía. Después llegaría la ingestión de la pastilla roja y el duro despertar posterior al crack hipotecario de 2008. Tendrían lugar los rescates bancarios sufragados con dinero público y la caída de buena parte de aquello que, ebrios de crédito (el modo de vida americano, según la película de culto Repo man), considerábamos clase media. 

El director español del que probablemente no hayas oído hablar y que arrasa en China

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Cuando se estrenó en nuestro país, Durante la tormenta pasó desapercibida a ojos de la taquilla. A pesar de contar con la distribución de Warner Bros y llegar a exhibirse en nada menos que 236 cines, el tercer largometraje de Oriol Paulo no logró superar la barrera de los 300.000 euros en recaudación. Cayó un 40% la semana siguiente a pesar de contar con el festivo del puente de la Constitución y no consiguió remontar.

Tras varias semanas de exhibición, al cierre anual de la taquilla, la película había alcanzado la suma de 779.000 €, muy lejos de los 19 millones de Campeones o los diez de Superlópez pero también de comedias de presupuesto limitado como Que baje Dios y lo vea o La tribu

El pasado fin de semana, el título se estrenaba en China y recaudaba en sus dos primeros días de recorrido nada menos que 2,62 millones de euros, lo que la convertía en la tercera película más vista de la taquilla del país por detrás de Dumbo. Poco más de 48 horas en el país asiático bastaron para superar con creces todo lo que consiguió la película en salas españolas a lo largo de su vida comercial. ¿Lo más sorprendente? Que no es la primera vez que una película de este mismo director triunfa allí. Oriol Paulo ya fue el responsable de todo un fenómeno con su anterior película, Contratiempo.

Internet, ese extraño aliado

En 2017, Contratiempo, el segundo largometraje de Oriol Paulo tras El Cuerpo, llegaba a salas chinas. Se trataba de un thriller protagonizado por Mario Casas, Bárbara Lennie y José Coronado que aquí no había gozado de una recepción crítica positiva pero que había funcionado bastante bien en taquilla -medio millón de espectadores y séptima película más taquillera del año-. Su director estaba a un mes de iniciar la preproducción de Después de la tormenta, que también producía Atresmedia Cine, cuando llegó a las salas asiáticas. Pero el fenómeno venía de lejos.

La película había generado un fenómeno cultural inaudito en internet. Era una de las más descargadas del año y había generado una conversación en redes sociales sin precedentes para tratarse de un título español.

Aquello puso a trabajar a las distribuidoras chinas, que no quisieron quedarse al margen del prodigio sin sacar tajada. Así que la estrenaron por todo lo alto: Contratiempo se pudo ver en 7.000 pantallas de China, sin que las descargas ilegales restasen efecto al lanzamiento. Amasó casi 26 millones de dólares, según Box Office Mojo, y se convirtió en una de las películas más taquilleras del año en el gigante asiático. Pocos puestos por debajo de La La Land y por encima de películas como la adaptación de Assassin's Creed  o Arrival, una de los títulos de ciencia ficción más importantes de la última década.

Póster chino de 'Durante la tormenta'"Es difícil saber como funciona el mercado chino", explica Oriol Paulo a este periódico en una entrevista telefónica, "pero he de confesar que tenía un poco de miedo porque Contratiempo tenía un fanbase muy fuerte". El realizador se encuentra actualmente en China, acompañando su tercer largometraje durante la promoción, participando en coloquios y presentándolo a lo largo y ancho de la república popular. "De hecho, aquella se estrenó aquí porque llevaba más de un millón de descargas y era una película supercomentada. Durante la tormenta no contaba con nada de eso".

A su anterior película, las descargas ilegales le vinieron bien puesto que facilitaron su estreno en cines. Sin ese millón de clics ilegales, la película no hubiese despertado la curiosidad en el despacho de ningún agente y no se hubiese visto en pantalla grande. Es más, es probable que tampoco lo hubiese hecho este nuevo largometraje.

"Aunque con Durante la tormenta no teníamos esa fanbase previa, contábamos con el aval del éxito de Contratiempo", cuenta el realizador catalán, "de hecho tras el fenómeno de aquella, se acordó la distribución de esta tan solo con el guion en las manos", describe como si no terminase de creerse el asunto. Esta vez, sin embargo, señala que al volver ha "notado que hay como más aceptación. La película está en más salas, en más sitios, la gente habla mucho de ella...".

Esta vez la red no ha sido su valedora. De hecho, ha jugado en su contra a pesar de estar disponible online y dentro de la legalidad. La película se estrenó en Netflix el pasado 22 de marzo. "Eso ha condicionado mucho el estreno en China", comenta Paulo. "No soy ningún experto en el mercado asiático pero sí sé que la fecha de estreno no era la más óptima para ellos. Es una pasada la cantidad de estrenos importantes que coinciden ahora".

En este caso, "el tema Netflix influye en la piratería: la copia pirata saltó una semana después y por eso hemos estrenado ahora. No les hizo ninguna gracia", cuenta. Con todo, nada ha impedido que Oriol Paulo lo haya vuelto a hacer y este pasado fin de semana, una película que pocos españoles vieron en nuestros cines, ha arrasado en China.

Un plot twist, el ingrediente imprescindible

La primera película de Oriol Paulo, El cuerpo, narraba la historia de un cadáver desaparecido en una morgue. Hugo Silva y José Coronado se las veían con trama llena de giros y piruetas que, en última instancia, se revelaba de lo más eficaz gracias a un final sorpresa al más puro estilo M. Night Shyamalan.

Póster chino de 'Contratiempo'Contratiempo repetía el modus operandi con la historia de un joven y exitoso empresario -Mario Casas- que una noche despertaba en la habitación de un hotel junto al cadáver de su amante y era acusado del asesinato. Y de nuevo, la estructura narrativa delegaba parte de su poder a un giro final que jugaba un papel fundamental.

"Reconozco que Contratiempo es una película mucho más juguetona en ese sentido, su trama es puramente un ejercicio de lógica", describe el director.

"Creo que Durante la tormenta juega a otra cosa aunque no termina de desentenderse de esto porque la estructura formal de mis películas juega casi siempre a lo mismo", opina.

Sin embargo, según él, esta vez lo que puede haber seducido al espectador asiático es otra cosa: "El elemento emocional aquí en China sí que está enganchando a la gente. En el 100% de las proyecciones me preguntan si los dos protagonistas acaban juntos. Están muy obsesionados con saber eso", bromea.

Lo cierto es que, con respecto a la arquitectura de sus guiones -todos firmados siempre por él mismo y la guionista Lara Sendim-, algo hace que el espectador asiático pique mientras que el español no preste especial atención.

"Sí veo que el espectador chino es muy activo con respecto al visionado, que ve la película muy dispuesto a darle vueltas", describe el realizador. "Ya me pasó con Contratiempo, y ahora con Durante la tormenta igual: noto que le dan muchas vueltas, que preguntan mucho. Y mis pelis van un poco de eso".

Mercados distintos, tradiciones distintas

No existe una fórmula que explique punto por punto qué hace que las películas de este realizador triunfan lejos de nuestras fronteras, mientras aquí siguen sin pasar sin pena ni gloria. Pero Paulo lleva dos películas que se han convertido en un fenómeno casi de culto a más de 8.000 kilómetros de distancia de su casa.

Es difícil decir si hay algún caso parecido al contrario porque hasta las salas españolas llegan muy pocas películas chinas y asiáticas en general. El ecosistema de la distribución cinematográfica es radicalmente distinto, las salas se dirigen a un público potencial mucho menor -1.300 millones de habitantes es un nicho muy grande-, y es muy raro que se den fenómenos como el de Oriol Paulo a la inversa. 

A nivel asiático, se puede debatir si existe aún el culto suficiente al thriller surcoreano que asegura que las películas de Park Chan-wook o Bong Joon-ho lleguen a nuestras salas, o si la animación japonesa mueve a suficientes espectadores al cine. Pero el cine chino sigue siendo escasísimo: ni realizadores tan laureados como Jia Zhang Ke o Zhang Yimou tienen seguro su hueco en la cartelera.

"No sé por qué ocurre esto pero hay un factor que puede afectar", nos dice Oriol Paulo. "El espectador chino está acostumbrado a las películas en versión original, todas se estrenan así", cuenta, "y eso puede ser algo que facilite llegar activamente la público".

Sin embargo, el realizador lamenta que "en España las salas en versión original son minoritarias y en este sentido hay algo que dificulta que las películas extranjeras puedan viajar más libremente porque tienen el mercado condicionado por el doblaje". Sea como fuere, lo que está claro es que nadie es profeta en su tierra. Y que Oriol Paulo parece ser más comprendido por el hablante chino que por el hispano.


Joaquin Phoenix se pinta una sonrisa en la cara con el tráiler del nuevo 'Joker'

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La expectación era obvia. El Joker es, por derecho propio, uno de los villanos más célebres de la ficción contemporánea. Ya fuere por la memorable y oscarizada actuación de Heath Ledger en El Caballero Oscuro, la de Cesar Romero en el Batman televisivo o la de Jack Nicholson en manos de Tim Burton. O bien por las voces de Mark Hamill o John DiMaggio, que le han dado vida en proyectos animados, o las plumas de Alan Moore, Scott Snyder o Gail Simone entre muchos otros.

Sea como fuere, un largometraje del personaje en solitario iba a tener tirón comercial, más si quien se ponía en la piel del enajenado payaso era Joaquin Phoenix, tres veces nominado al Oscar por sus papeles en Gladiator o The Master. Ahora ya podemos hacernos una idea de cómo sería el proyecto, tras la publicación del tráiler.

Dirige la película Todd Phillips, responsable de las tres entregas de Resacón en Las Vegas, Aquellas juergas universitarias y Road Trip entre otras. También se encarga del guion, que coescribe junto con Scott Silver, autor de los libretos de The Fighter y 8 millas.

Según la sinopsis, contará la historia de Arthur Fleck - Joaquin Phoenix-, un hombre ignorado por la sociedad que creía que su motivación en la vida es hacer reír. Pero tras una serie de trágicos acontecimientos, su visión del mundo cambiará radicalmente y le llevará a convertirse en el conocido archivillano de Gotham, el Joker. Llegará, en principio, el próximo 4 de octubre a las salas españolas.

Estos son los planes de Vox contra el cine "progre" y a favor solo de "películas patrióticas"

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"Me cuesta creer que el cine sea cultura", dijo el pasado martes Iván Espinosa de los Monteros, responsable de Relaciones Internacionales de Vox, en un encuentro con representantes de diferentes sectores empresariales, también el de la cinematografía. Y redundó: "La cultura es la literatura, la escultura, la pintura, el ballet, la ópera, la zarzuela... El cine es una industria que se incentiva con exenciones fiscales. Con nosotros se va a acabar la política de subvenciones al cine progre".

Las palabras recordaban mucho a aquella época en la que el PP tuvo sus rifirrafes con la industria y que tuvo su culmen en aquella famosa gala de los Goya del 'No a la guerra' de 2002. Aunque tampoco hay que irse tan lejos. Cristóbal Montoro, cuando era ministro de Hacienda, también acusó a varios actores, como Javier Bardem, de no pagar sus impuestos en España. Lo que ha hecho Vox, siguiendo su estrategia de los últimos meses, es revitalizar esta guerra cultural de cara a las elecciones del 28 de abril.

Por este motivo, desde la industria han preferido mostrarse cautos con respecto a estas declaraciones y algunas asociaciones de guionistas y actores no han querido valorarlas. Otros, como Raimon Masllorens, presidente de la Federación de Productores de Ámbito Estatal (PROA) tampoco quieren entrar demasiado al trapo: "De un partido machista, bélico y fascista hay poco que decir. Mejor no entrar en su juego", y asegura además que "lo de las subvenciones es lo más absurdo que han dicho, pero es que es un partido del que no esperaba que demostrara demasiado cariño hacia la cultura".

Cristina Andreu, presidenta de la Asociación de Mujeres Cineastas y de Medios Audiovisuales (CIMA), comparte la misma opinión. "Creo que le estamos dando una publicidad total [a Vox]", subraya. Y a su vez afirma que hasta "el PP siempre ha estado a favor de las subvenciones. Con Oscar Grafenhain [anterior director general del ICAA con el PP] trabajamos genial, pero estos señores de Vox dicen esas cosas para que hablemos de ellos".

Por su parte, el cineasta Borja Cobeaga, que ya tuvo un enfrentamiento con Vox cuando este partido quiso marcar la agenda por antes de la gala de los Goya de este año al sacar a la palestra al almirante vasco Blas de Lezo, ha señalado en declaraciones a eldiario.es que estos dirigentes "están errando bastante el tiro". Según el director de películas como El negociador, "es verdad que el cine se ha identificado más con el rollo progre, como dicen ellos. Un cine de travestis, yonkis y que solo habla de la Guerra Civil, pero es una imagen falsa ya que en el cine hay mucha gente sin  identificaciones políticas".

Para él, el tema de las ayudas está bastante claro: "Yo lo que quiero es que haya películas de José Antonio Bayona y de Carla Simón y probablemente las de Carla sin las subvenciones no se podrían hacer". A su vez, ha manifestado que "lo que ocurre con las subvenciones es que a otros sectores que también las reciben las llaman con eufemismos como ‘incentivos’ y no pasa nada". Lo mismo señala Andreu: "El audiovisual es una marca España, vende el país, es cultura, necesitamos las subvenciones porque si no, no se podría hacer cine en este país".

En su arenga, Espinosa de los Monteros manifestó que pondrían "en marcha un sistema de incentivos para promover la producción de cine en España". Es decir, aumentarían las deducciones fiscales. Pero en este caso desde la industria tampoco la tienen todas consigo.

"Cuando ellos hablan de incentivos fiscales a nosotros nos parece bien, pero me parece que lo que tienen es más interés es potenciar aspectos folclóricos que a mí no me interesan mucho", manifiesta Cobeaga, que también ironiza con que Santiago Abascal haya pretendido que Mel Gibson subvencione películas en España: "Es el autor de Braveheart, que es una de las películas más nacionalistas que hay, lo que favorece sobre todo a los catalanes".

Masllorens, al hilo de las fantasías de Vox con Blas de Lezo, recalca: "Como estamos tan mal, hasta nos vendrían bien esas deducciones, pero claro, ¿a qué proyectos se aplicarían? Es que ni siquiera por ahí se puede coger".

Las 'fake news' de Vox con las ayudas al cine

Pese a las palabras de Vox, lo cierto es que las ayudas al cine español no pasan por su mejor momento. No hay ninguna fiesta para la cinematografía.

En los últimos Presupuestos Generales del Estado del PP, el Fondo de la Cinematografía, que es de donde salen las ayudas para la producción de largometrajes sobre proyecto, cortometrajes sobre proyecto ya realizados y, transitoriamente, ayudas para la amortización de largometrajes cuyo estreno comercial se haya producido antes de 31 de diciembre de 2016, se otorgaron 70 millones de euros.

Pero este no es el monto total de las subvenciones que hubo el último año ya que se cuentan dos cursos (hubo un cambio de modelo), las del actual modelo y las del anterior. La cifra real de las ayudas que el cine español recibió a la producción el año pasado fue de 35,5 millones de euros. Muy lejos de los números que se manejan en Francia, más de 600 millones de euros,  e incluso Alemania, con más de 150 millones de euros anuales. Para los PGE de 2019, el Gobierno del PSOE pretendía dotar a este Fondo de Protección con 85 millones de euros.

De hecho, si hay que hablar de grandes ayudas que favorecen a cineastas desde ciertas ideologías, hay que recordar que José Luis Garci se llevó 15 millones de la Comunidad de Madrid que presidía Esperanza Aguirre en plena crisis de 2008 para su filme Sangre de mayo (que además fue un fracaso en taquilla). Un dinero que salió de los impuestos de todos los madrileños.

Eliminación del Ministerio de Cultura

Poco ha desgranado Vox sobre sus propuestas en cultura y hasta ahora solo ha lanzado algunas píldoras como estas sobre el cine. Abascal también cuenta a Fernando Sánchez Dragó en su libro que eliminará el Ministerio de Cultura. También asegura que le "molestan" las películas españolas que "son truculentas y siempre sacan lo peor", lo califica de "cine que viene a tocarnos las narices" e incide en la idea de limitar las ayudas a aquellas películas que "fomenten el patriotismo" 

No obstante, sí se conocen algunas de sus pretensiones que figuran en el documento 100 medidas para la España viva.

Entre ellas está la de impulsar una Ley de Mecenazgo, que es una propuesta que tienen casi todos los partidos, y que aumentarían las deducciones fiscales a las aportaciones a la creación cultural. Ahora bien, se desconoce qué tipo de creación cultural se podrían beneficiar de estas deducciones. Y ya han dejado caer algunas de sus preferencias folclóricas.

Precisamente, en este sentido señalan que fomentarían "las manifestaciones folclóricas y tradiciones de España y de sus pueblos dentro de la óptica de la Hispanidad". Lo cierto es que muchas de estas manifestaciones ya están protegidas. Por ejemplo, el flamenco recibió en 2018 250.000 euros por parte de la Junta de Andalucía. Su pretensión de proteger la tauromaquia con una ley parece más una demanda con tintes de subir la intensidad del debate puesto que el toro de lidia ya recibe subvenciones y ni siquiera el PSOE ha tocado este asunto ni el Premio Nacional de Tauromaquia, que tiene una dotación de 30.000 euros.

Por último, también quieren proteger la caza, que es una actividad que ya recibe ayudas desde las Comunidades Autónomas. Por ejemplo, en la Comunidad de Madrid, durante el último mandato de Cristina Cifuentes, las asociaciones de caza recibieron 163.000 euros.

'Cementerio de animales': terror adulto sobrio, inquietante y algo pasteurizado

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El cine de terror no solo es ese espacio de transgresión y recorridos por el lado oscuro de la psique idealizado por algunos aficionados al género: es un océano de narrativas diversas, recorrido también por corrientes conservadoras que postulan el mantenimiento del orden, la resignación o la condena implícita de hábitos (recuérdese la tendencia del cine slasher a mortificar a adolescentes sexualmente activos, invertida en Cherry Falls)... El deseo de ascender socialmente, o de desear lo que no se tiene, es motivo de castigo en Siete deseos o The final wish, y ya estaba presente en relatos clásicos como La pata de mono, de W. W. Jacobs.

La exploración del miedo humano a la muerte y la desaparición total de la existencia también se convierte fácilmente en un cuento ejemplar de condena a quienes no aceptan el estado de las cosas o viven un duelo que se considere excesivo, alejado de lo convencional. Los escarmientos contra estos apegos presuntamente patológicos toman múltiples formas, relativamente previsibles en el cine de terror de ouijas e invocaciones que se vuelven en contra del convocante. En Insidious 3, por ejemplo, una chica invoca al espíritu de su madre y atrae un fantasma malévolo.

En la novela Cementerio de animales, el escritor estadounidense Stephen King planteó una sórdida historia sobre las reacciones de un padre de familia que descubre un lugar donde se puede resucitar a los muertos. Primero, reanima a un gato para no apenar a su hija. Posteriormente, sube las apuestas a causa de la pérdida de uno de sus descendientes. Una de las frases más recordadas del libro, "sometimes dead is better" (a veces, muerto es mejor), podría considerarse un ejemplo de mensaje de resignación extrema, justificada por motivos argumentales y quizá con ánimo más pesimista y provocador que moralizante.

La historia juguetea con mitologías diversas (el zombi, el poseído, el Wendigo). King ofreció una narración rotunda y angulosa poblada por personajes relativamente complejos. El protagonista, por ejemplo, comete actos desesperados para conservar a su familia, pero inicialmente se muestra irritable y tiene fantasías de abandonar a los suyos para vivir la libertad del hombre solo.

El libro se ha convertido en dos películas, además de una secuela de la primera de ellas. En ambas adaptaciones, Louis pasa a ser un padre siempre amoroso que acaba trastornado por el duelo... y por los sucesos desatados al utilizar el suelo de un cementerio indio abandonado. Su esposa, Rachel, es una mujer traumatizada por la muerte de una hermana.

La nueva adaptación está firmada por Dennis Widmyer y Kevin Kölsch, realizadores de Starry eyes. El dúo conserva una parte significativa del resumen audiovisual planeado por el mismo King (guionista de la versión de 1989, Cementerio viviente, dirigida por Mary Lambert), pero emplea un tono muy diferente. Además, se reserva unas cuantas variaciones y reorientaciones. La competición entre fidelidades es discutible. Para empezar, la novela y la primera película no siempre estaban en sintonía: si el libro iba muy en serio, algunas estridencias estilísticas propias del terror fílmico de los ochenta no ayudaban a traducir esa seriedad en imágenes.

King vuelve a estar de moda

Stephen King, escritor prolífico e influyente, fue una fuente inagotable de productos audiovisuales en los años 80 y 90. Estas adaptaciones llegaron a parecer un subgénero en sí mismo, aunque los resultados fuesen desiguales y a menudo poco afortunados. Tras algunos años en que las versiones cinematográficas con ciertas ambiciones (La niebla, la remozada Carrie) se alternaban con producciones de serie B, parece que el escritor de Maine vuelve a reinar tras el éxito rotundísimo de la nueva It y la producción de la serie Castle Rock o el largometraje El juego de Gerald.

El tronco bibliográfico del autor se ramifica en versiones de enfoques diversos. Sin ir más lejos, Cementerio de animales se distancia de una It más apegada al recurso del sobresalto. La cinta de Andrés Muschietti (Mamá) seguía más al pie de la letra las convenciones del terror de multisalas reciente, añadiendo algunas pinceladas gore al consabido carrusel de sustos para (casi) todos los públicos.

Cementerio de animales se asemeja a It en un cierto vaciado del humor oscuro habitual en la bibliografía de King. Widmyer y Kölsch apuestan por un terror de ceño fruncido, que parece buscar a un público amplio y adulto sin abusar del jump scare. Y, a pesar de las posibilidades nostálgicas de adaptar a un peso pesado de los ochenta (véase el laberinto de influencias cruzadas establecido entre It, Stranger things y la nueva It), renuncian a jugar esta carta. No se detecta ni rastro de un revival de las formas del terror de la época.

Sus responsables liman algunas aristas de la película firmada por Lambert. Podemos acusar de timoratos a Widmyer y Kölsch por alterar uno de los elementos más perturbadores del original, aunque quizá esto sirva para sorprender a los conocedores de Cementerio viviente y prepararles para otros cambios, o de pasteurizar y sosegar un filme previo más enloquecido y sangriento.

A la vez, más de un espectador respirará aliviado al ver que el fantasma que sigue a los protagonistas ya no parece una hada buena lindante con la figura de un secundario cómico. También puede ponderarse la interpretación de Jason Clarke (El escándalo Ted Kennedy) en el rol protagonista, en comparación con el trabajo actoral algo histriónico de Dale Midkiff.

Cementerio de animales supone, por tanto, una escenificación circunspecta de las fantasías terroríficas de King. El humor negro explícito en adaptaciones como Sonámbulos permanece soterrado en favor de un enfoque sostenidamente inquietante. El resultado pierde parte de la carnalidad de Cementerio viviente en favor de un enfoque espiritualista, en sintonía con un terror fílmico actualmente copado por las posesiones diabólicas y las permanencias fantasmagóricas. A cambio, ofrece una experiencia con bastante potencial atmosférico, aunque quizá demasiado estandarizada como para justificar comparaciones con El resplandor kubrickiano.

¿Familia, qué familia?

Como en Hereditary, no estamos ante una película visceral que conecte de manera obvia con la vertiente más agitadora y revulsiva de las pesadillas cinematográficas. Tampoco se nos ofrece un retrato especialmente complejo del miedo a la muerte o el duelo, por mucho que algunos diálogos proyecten un aires a debate sobre la gestión de la mortalidad humana y la posible necesidad de una fe que puede ser ilusoria.

Aún así, como la misma Hereditary, Cementerio de animales es una de los terrores recientes de difusión masiva que retuerce el conservadurismo político que proyecta el miedo mainstream actual, aunque no necesariamente se enfrente ni choque con este. De nuevo, como ya hemos visto en la ya mencionada Insidious 3, Exorcismo en el Vaticano o la española Verónica, la pérdida de un miembro de una familia nuclear (con sus cónyuges heterosexuales) y el duelo consiguiente son el detonante de una serie de acciones que conducen a la amenaza del conjunto de la familia. La moraleja posible es que solo una familia nuclear normativa está a salvo y puede cooperar en un mundo lleno de amenazas y competitividades externas.

Como manda el original de King, esta vez sí hay sangre (sin grandes excesos gore) y muertes, a diferencia de las agitaciones sobrenaturales sin grandes consecuencias reales propias del notable díptico Expediente Warren. El desenlace, además, proporciona una aparentemente malévola variación de estas historias de familias amenazadas, de una manera clásica que puede recordar abstractamente a los juegos posmodernos de Nosotros.

La familia protagonista se va convirtiendo en una versión distorsionada de la inicial, hecha de cuerpos lacerados y apuñalados, de muertos vivientes poseídos por fuerzas misteriosas. Si Nietzche escribió sobre abismos que devuelven la mirada, Cementerio de animales nos acaba mostrando una imagen de la familia reflejada en un espejo deformante. El dramático desenlace de la novela se reconfigura para resultar perturbador de una manera menos psicológica y más sobrenatural, pero potencialmente efectiva que nos vuelve a subrayar que quizá "dead is better".

'La sombra del pasado', el arte como redención vestido de culebrón nazi

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Prácticamente desde el primer minuto de metraje, La sombra del pasado  se afana en demostrar que es una obra idónea para los tiempos que vivimos, por mucho que narre veinte años de la historia de la Alemania del siglo pasado, desde la Segunda Guerra Mundial a la construcción del Muro de Berlín. Pretende demostrar, como en el fondo lo pretenden todas, que no es 'otra película sobre nazis' y en cierto modo lo consigue.

La película abre con una escena en la que nuestro protagonista, Kurt Barnert, visita con su tía una exposición temporal de lo que los nazis llaman 'Arte degenerado'. En ella, un militar hace las veces de guía turístico mientras explica por qué las obras de Mondrian, Picasso y Kandinski carecen de interés y no son más que extravagantes desfachateces. "Si no representa los valores de nuestro pueblo, pierde todo su valor", explica el señor nazi.

No es de extrañar que de pronto adquiera una dimensión actual si nos paramos a comprender qué significan las declaraciones de Iván Espinosa de los Monteros cuando se refería al cine como algo que no era cultura. Afirmaciones que no desentonaban con lo que afirmaba Abascal en el libro de Sánchez Dragó en el que sostenía que las ayudas al cine deberían ser solamente para películas que "fomenten el patriotismo". Unas afirmaciones que avivaron el debate sobre si el cine, o cualquier arte, debe responder a una voluntad política. Si debe ser patrimonio del poder y alentar los valores que este convenga en definir como óptimos para la población.

La instrumentalización política del arte, así como herramienta de rebelión y liberación son algunos de los temas que Florian Henckel von Donnersmarck ha abordado en La sombra del pasado. Una obra ambiciosa que, a lo largo de sus 188 minutos de duración, recorre algunos de los males del alma del artista contemporáneo.

Pintura contra el nazi

Cuando tenía seis años, Kurt Barnert -a quien da vida Tom Schilling- vio como se llevaban a su tía a la fuerza a un sanatorio donde terminarían metiéndola en una cámara de gas. Padecía esquizofrenia y para los médicos afines partido de Hitler, esto significaba que eras una persona de condición inferior y no merecías vivir en sociedad. Si eras mujer, además, ibas a dejar una descendencia que no iba a cumplir con el ideal ario. Así que eras, básicamente, un ser humano inservible y por lo tanto prescindible.

Años después, Kurt se convierte en un joven con talento que estudia en la academia de arte. Allí conoce y se enamora de Ellie Seeband -interpretada Paula Beer-, hija de uno de los doctores nazis que durante años practicaron la eugenesia a golpe de receta. El mismo doctor que firmó la sentencia de muerte de su tía.

Florian Henckel von Donnersmarck plantea en La sombra del pasado -título español poco inspirado y lejos del original Werk ohne Autor, que se podría traducir como 'Obra sin autor'-, un drama que relaciona la historia del arte con la historia de una nación. Y convierte lo que es una tesis interesante en una exploración sobre cómo las relaciones personales se filtran en una obra artística y tienen su eco social y político.

Un discurso que se sabe profundamente arraigado en su director y que se aborda de forma hábil pero inspirada de forma intermitente. La sombra del pasado parece dedicar los mismos esfuerzos en hablar de la desmemoria de la Europa contemporánea que en construir un melodrama familiar con poca garra y mucho boato.

Al desarrollo entre lo naif y lo manipuladoramente emocional de la relación amorosa se suman las vueltas circulares sobre la incapacidad de concebir-única característica del personaje de Paula Beer, por lo demás carente de toda ambición-. Amén de la tibia condena del padre de pasado nazi interpretado por Sebastian Koch. Todo lo que rodea al universo familiar del protagonista pretende sumar aristas, pero redunda en una serie de divagaciones maniqueas sobre la familia, el amor, el perdón y el pasado.

Esto, además, no se respalda con una puesta en escena o una concepción formal ingeniosa. La sombra del pasado luce plana de forma consciente. Sobreiluminando en exceso tanto los decorados como los rostros de los protagonistas, que no gozan de un solo frame en el que no les brillen los ojos. Amén de fallos de raccord que hacen pensar en un montaje no demasiado apurado que, puede, sea una de las razones fundamentales de su desproporcionada duración.

Inabarcable monumento a un autor

Con todo lo dicho, es significativo que la película gane en interés cuanto más discursiva se vuelve sobre el arte como herramienta contestataria, incluso redentora. Cuanto más se encierra en el estudio del pintor protagonista.

Según el propio director, las vivencias de Kurt Barnert están inspiradas en las del artista alemán Gerhard Richter, uno de los nombres propios más destacados del arte moderno alemán surgidas en los sesenta.

Aunque hay mucho de fabulación entre realidad y ficción, el suegro de Richter también fue un importante gerifalte nazi e instigador de la eugenesia como práctica institucional. Y su tía, Marianne Schönfelder, también fue asesinada por el régimen."Pensar que Richter había vivido bajo el mismo techo que la persona que, de alguna manera, era el origen de su trauma y del dolor que le incitó a ser artista... Me pareció un estupendo punto de partida", decía von Donnersmarck en esta entrevista publicada por Sensacine.

En el filme, de hecho, se descubre como fue la creación de la fascinante obra Tante Marianne, con la que inciaría una etapa que le llevaría a ser uno de los precursores de las denominadas 'fotopinturas'. Más tarde, Richter trasuntaría el paisajismo, la pintura abstracta, el arte pop y el minimalismo.

Pero siempre mantendría un compromiso social con su realidad -que no con una ideología concreta- que le llevaría a reflexionar largo y tendido sobre qué podía hacer él, desde su condición de artista, para cambiar el mundo en el que vivía. "Esencialmente, el arte siempre está relacionado con la necesidad, la duda y la impotencia", decía el propio Richter en la entrevista que acompañaba el catálogo de la exposición dedicada a su figura que el Museo Reina Sofía le dedicó en los noventa.

Dado el interés y relevancia de la figura de Richter, se siente con pesar y se asimila con fatiga la aparatosa estructura argumental que rodea el ejercicio de reflexión sobre su arte que propone La sombra del pasado. Pero como en su obra, también habitan en ella momentos de verdadera inspiración y belleza.

Cómo mantener la fe tras pasar por una terapia homófoba religiosa: "Me decían que Dios no me toleraría"

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Boy Erased es uno de esos libros que no se entiende cómo ha aterrizado tan tarde en las librerías de nuestro país. Las memorias de Garrard Conley pasaron casi desapercibidas hace dos años cuando una pequeña editorial estadounidense se arriesgó a publicarlas y, sin embargo, llegan a España en el momento oportuno: justo la semana en la que se han destapado los cursos ilegales y clandestinos del obispado de Alcalá para 'curar' la homosexualidad y ante el estreno de su adaptación a la gran pantalla traducidas como Identidad borrada.

Conley también acudió a una de esas terapias de reconversión antigay forzado por sus padres, a quienes sin embargo dedica el libro (editado en español por Dos Bigotes). En 2004, cuando tenía 19 años, su madre condujo hasta la residencia en Arkansas de Love in Action (LIA), una organización fundamentalista cristiana que llevaba a cabo diversos programas dependiendo del grado de "adicción sexual" de los pacientes.

El de Garrard se llamaba Origen y consistía en dos semanas de prueba para determinar el tiempo real que necesitaría en terapia. Unos meses antes, su violador y compañero de universidad había llamado a sus padres para darles la peor noticia que puede recibir una familia de misioneros bautistas: "Su hijo es gay".

Hoy, Conley vive con su marido en Nueva York, se ha especializado en cultura y política queer y mediante el activismo ayuda a otros jóvenes LGTBI que, como él, han crecido en el ambiente asfixiante y ultrarreligioso del sur de Estados Unidos, no por casualidad conocido como cinturón bíblico.

También mantiene su fe cristiana intacta, algo que le ha costado especialmente tras las barbaridades que le inculcaron los miembros del LIA. "Lo más aterrador que viví allí fue sentir que mi relación con Dios ya no era mía. Todos los días me decían que él jamás toleraría mi comportamiento", cuenta el autor de Boy Erased a eldiario.es.

Love In Action fue fundada en 1973, el mismo año que la Asociación Estadounidense de Psicología dejó de considerar la homosexualidad como una enfermedad mental. Sus sedes se propagaron como la pólvora en todo el mundo y en su momento álgido, en 1989, contaron con hasta doscientos ministerios solo en EEUU. Poco importó que un paciente se hubiese suicidado en 1977 y que uno de sus propios fundadores se opusiese al programa asegurando que "estaba destruyendo vidas".

Conley se inscribió muchos veranos más tarde y no parecía que se hubiesen moderado después de aquello. Lo primero que hicieron en LIA fue requisarle el móvil en busca de fotos de torsos masculinos desnudos (o partes más explícitas), leerle todos los mensajes y arrancar páginas de su cuaderno de relatos. "Supuse que los párrafos que describían la naturaleza podían resultar demasiado floridos, demasiado femeninos, otra señal de mi debilidad moral", escribe en Boy Erased.

Las normas eran estrictas: ninguna lectura estaba permitida excepto la Biblia, y menos aún los libros impíos como Harry Potter o cualquier otra aventura fantástica; los hombres tenían absolutamente prohibidas las camisetas sin mangas, las que marcasen músculo o las de tirantes y las mujeres debían llevar siempre sujetador (salvo durante las horas de sueño), faldas que les cubriesen las rodillas y las "piernas y axilas afeitadas al menos dos veces por semana".

A aquella estancia en la casa del castigo y la culpa, Conley le sumó la vergüenza por la razón real que le animó a inscribirse a la terapia exgay: una violación. "Mucha gente me hizo creer que el sexo gay era lo mismo que violación. Crecí rodeado de los estereotipos que relacionan a los hombres homosexuales con depredadores, que aseguran que abusaremos de niños en el futuro y que somos pervertidos sexuales", confiesa Conley.

Al igual que tantas otras víctimas, sentía vergüenza. ¿Cómo podía haber dejado que ocurriera algo así? ¿Qué tipo de hombre deja que otro hombre le haga tal cosa? David no era mucho más fuerte que yo, así que, ¿cómo pude haber sido tan débil e indefenso?

En su caso no le costó creerlo, ya que su primera experiencia sexual fue la violación perpetrada por David, un compañero de universidad que también pertenecía a una comunidad religiosa. "Compré ese argumento fanático al por mayor y, cuando me violaron, creí que aquel era mi castigo. Aunque ahora los niños LGTBI tienen acceso a otros modelos de sexualidad a través de Internet, a menudo les escucho decir que no se pueden imaginar viviendo de acuerdo a sus sentimientos y que aún perciben la vida queer como una fantasía sexual", se lamenta el activista.

Alerta con las terapias laicas

Aunque las dos semanas que allí vivió le hicieron recuperar su conciencia, y narrarlas ahora se la está haciendo recuperar a muchos otros, algunos compañeros de Conley se siguen considerando hoy en día exgays y exlesbianas.

"El lavado de cerebro es real. Lo mismo que la bisexualidad. No he escuchado a muchas personas que afirmen que la terapia de conversión les ayudó, pero cuando lo hago, es porque su atracción tanto hacia hombres como hacia mujeres les ha proporcionado una manera de hacerse pasar por heterosexuales", afirma con rotundidad.

Aún así, insiste en no juzgar aunque "no siempre es fácil convencer a la gente de que los que ingresan voluntariamente a la terapia de conversión deben ser protegidos de estos servicios". A muchos "les permite ingresar por primera vez en un espacio donde pueden hablar abiertamente sobre sus experiencias o pensamientos sexuales. Esto es increíblemente liberador, así que entiendo que a veces confundan ese sentimiento de euforia con un sentido de curación", continúa.

Sus flechas no se dirigen hacia los pacientes ni hacia la Iglesia, sino hacia los políticos que hacen oídos sordos ante esta aberrante realidad. "Trump y Pence han dado alas a muchos fanáticos y han impulsado a los defensores de las terapias. Creo que estamos viendo un resurgimiento de la extrema derecha que podría ser increíblemente peligroso para las personas LGTBI", asegura Conley.

El escritor provecha también para alertar de que, aunque la mayoría sean religiosos, también existen programas de "curación" laicos. "Una de mis tareas como activista es enseñarle a la gente que todas las formas que existen de reconversión, ya sea en forma de electroshock o de "conversación" dañina", dice, una forma también de no identificar la fe religiosa personal con las lecciones impartidas desde una Iglesia "hipócrita". "Conozco a muchas personas que son cristianas y LGTBI, o de otras prácticas de fe. No lo veo para nada paradójico", asevera.

Su último mensaje va dirigido a las víctimas de estas terapias en España, sobre todo a los menores de edad. "Historias como la suya salvan vidas, porque arrojan luz sobre un tema que muchos países optan por ignorar", concede.

Él sabe mejor que nadie que "perder lazos con la familia, la comunidad o Dios puede ser increíblemente doloroso y, como ha demostrado la investigación, el ostracismo social puede llevar al suicidio". De hecho, se registraron entre veinte y treinta suicidios relacionados solo con la LIA. Por eso, anima a hablar abiertamente de las consecuencias psicológicas y lanza la pregunta importante a los que mandan: ¿de verdad estamos dispuestos a aceptar ese riesgo?

La eutanasia sigue siendo ficción: la muerte digna a través de siete películas

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"Quiero que esto sirva para que la eutanasia se apruebe, por la gente que sufre como mi mujer". Así de claro se expresaba Ángel Hernández la pasada semana, tras quedar en libertad y prestar declaración por ayudar a morir a su esposa, María José Carrasco.

Ella estaba enferma de esclerosis múltiple desde 1989, con el grado máximo de dependencia desde 2009. No podía ni alimentarse por sí misma y había manifestado en numerosas ocasiones su deseo de morir "cuanto antes". Él le facilitó la dosis exacta de Pentobarbital Sódico para que así fuese. Pero su detención y la noche que pasó en el calabozo le impidió sobrellevar el duelo como era debido.

Según un sondeo realizado por el CIS en 2011, un 77,5% de los españoles apoyaría la aprobación de una ley para regular el derecho de las personas a tener una muerte digna. La inclusión de la eutanasia en la ley de muerte digna fue una de las medidas propuestas por el PSOE al entrar al Gobierno, pero su tramitación se encuentra bloqueada.

A falta de soluciones políticas, el debate sobre la eutanasia se traslada también a otros ámbitos de la sociedad y toma los escenarios culturales. Hace tan solo unas semanas, se estrenaba en el madrileño Teatro del Barrio la obra Celebraré mi muerte, en la que el doctor Marcos Hourmann, el primer médico condenado en España por practicar una eutanasia, se interpretaba a sí mismo e interpelaba al público sobre su decisión.  "Provoqué la muerte porque creo en la vida", aseguraba.

Antes de abordar este debate sobre las tablas, numerosas películas han invitado a la reflexión sobre la muerte digna. En nuestro país, quizá la más conocida sea Mar adentro, la película dirigida por Alejandro Amenábar en la que Javier Bardem interpreta a Ramón Sampedro. Sin embargo, acercamos aquí otras siete historias, quizá menos conocidas, que también llevaron a la gran pantalla la temática de la muerte digna. 

Las invasiones bárbaras (Denys Arcand, 2003)

Rémy Girard se ganó el corazón de muchos al interpretar a un enfermo terminal de cáncer con decenas de hechos de dudable moral pesando sobre su consciencia. Por eso, antes de morir, decide reunir a su hijo -del que se había distanciado-, su exmujer, sus examantes y sus viejos amigos, y compartir sus últimos momentos. También pedirles perdón, y anunciarles su inminente partida.

Un absoluto clásico contemporáneo que aborda la muerte digna desde un prisma cargado de emoción y sinceridad. Segunda entrega de la célebre saga El declive de Arcand con la que aborda, desde distintos puntos de vista, la decadencia física, moral, política y sexual del ser humano.

Hace mucho que te quiero (Philippe Claudel, 2008)

El escritor francés Philippe Claudel debutó en el séptimo arte con una obra que rápidamente se ganó el reconocimiento del público y la crítica. En ella cuenta la historia de una exmédica llamada Juliette Fontaine que es liberada después de permanecer 15 años en la cárcel. Después de todo ese tiempo ha perdido a su hijo, su marido la ha dejado y es rechazada por sus padres. Solo le queda su hermana pequeña Léa, que le acoge en su casa e intenta apoyarla con su reinserción laboral y social.

Claudel es libre, pero su mente continúa presa de un tormento que no parece tener arreglo. Al principio desconocemos las razones de su sufrimiento, pero, poco a poco, y a través de incómodos silencios, vamos uniendo las piezas del puzle que conforma un dolor anclado en su pasado que también define su presente.

Amor (Michael Haneke, 2012)

Quizá sea la más conocida de la recopilación, pero no podía faltar esta obra de Michael Haneke. El cineasta austriaco pone sobre la mesa todo el cariño y la sensibilidad que le caracterizan para contar la vida de Georges y Anne, dos ancianos de 80 años que viven en París. Solo se tienen el uno al otro, ya que su hija vive en Londres con su marido.

La apacible rutina cambia cuando Anne de repente sufre un infarto que le deja paralizado parte de su cuerpo. Es entonces cuando comienza el calvario para ambos. Para ella, porque tiene que enfrentarse a dolores y a la impotencia de verse incapaz para hacer tareas básicas. Para él, porque a pesar de los esfuerzos contempla cómo su mujer se desvanece ante sus ojos. Es una película de amor, pero por la vida que merece ser vivida. 

Algunas horas de primavera (Stéphane Brizé, 2012)

Al igual que la obra de Claudel, esta nos cuenta la historia de alguien que sale de la cárcel y se debe enfrentar a la reinserción luchando contra la marginación y la inadaptación frente a quienes le rodean. Alain dejó los barrotes tras cumplir una condena de 18 meses por intentar pasar 50 kilos de cannabis que, sin tener ningún lugar donde vivir, regresa con su madre Yvette, la cual padece cáncer terminal.

Sin embargo, la relación entre ellos no es fácil. Mientras que Yvette juzga a su hijo por el delito que cometió, Alain juzga a su madre por querer viajar a Suiza para acabar dignamente con su vida gracias al suicidio asistido. En el fondo, la cinta de Brizé es una reflexión sobre de dos partes que no se pueden entender pero que, en el fondo, comparten la búsqueda de una redención que parece que nunca llega. 

Miel (Valeria Golino, 2013)

La actriz italiana Valeria Golino debutó como directora con una película que afronta el tema de la eutanasia alejándose de los clichés y los pañuelos de papel. La protagonista del relato, apodada Miel, es una joven que se dedica a asistir de forma clandestina a aquellas personas que han decidido acabar con su vida de manera voluntaria. 

A cambio de dedicarse plenamente a este oficio, Miel se encuentra obligada a llevar una doble vida ocultándose de la ley en diferentes países. Uno de ellos es México, un lugar que también sirve para abastecerse de medicinas para animales que, suministradas en su justa medida, le permiten convertirse en el ángel de la muerte. Pero no uno cualquiera, sino el de la muerte digna.

Corazón silencioso (Bille August, 2014)

Corazón silencioso narra la historia de tres generaciones de una familia que se reúnen un fin de semana para afrontar la despedida de un miembro importante de la misma. La madre de la familia, aquejada de una enfermedad terminal, ha decidido poner fin a su vida antes de que su estado empeore.

Una decisión que no todos sus parientes digieren de la misma manera. Un drama familiar elegante que aprovecha su premisa de una forma emotiva pero controlada, ajustando su ritmo a las motivaciones de cada personaje. Y construyendo un drama familiar lejos de la estridencia pero muy cerca de la comprensión de la muerte como un evento intergeneracional ineludible pero afrontable de muchas formas distintas.

Mia Madre (Nanni Moretti, 2015)

Dos hermanos se enfrentan a la grave enfermedad de su madre de forma radicalmente distinta. La mayor, una impresionante Margherita Buy, huye de los problemas centrando toda su vida en su trabajo como directora de cine. El pequeño, interpretado por el director de la película Nanni Moretti, decide dejar su trabajo para cuidar a su madre en sus días de hospital. 

La que fuera la mejor película de 2015 según Cahiers du Cinéma, es un drama sobre el que planea la muerte de forma constante, como un personaje más tan presente como los dos hermanos protagonistas, pero invisible a ojos del espectador. Sin embargo, las brillantes actuaciones y la sobriedad de Moretti, tanto en el guion como en la dirección, elevan su tesis hasta cotas de eficacia ante la que el espectador no podrá defenderse.

'The Rise of Skywalker', el primer tráiler de Star Wars IX deja con muchos interrogantes a los fans

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Tras una larga rueda de prensa con un público entregado y prácticamente el casting de la nueva entrega al completo, la Star Wars Celebration de Chicago ha dejado ver un teaser tráiler de la nueva película de la saga galáctica.

También ha confirmado el título de esta novena entrega de la saga multimillonaria, bautizada como The Rise of Skywalker. Un título que ha generado dudas entre los fans debido a sus implicaciones en la trama.

Recordemos, spoilers mediante, que en el anterior episodio dirigido por Rian Johnson, Luke Skywalker parecía haber fallecido, tras 'hacerse uno con la Fuerza'. Las apuestas y los rumores quedan ahora en manos del público. La película se estrenará en España, en principio, el 20 de diciembre de 2019.

Star Wars es, a día de hoy, no solo uno de los buques insignia de una industria como Disney, también uno de los productos culturales más relevantes del panorama a nivel mundial. De hecho, según el Statistic Brain Research Institute, Star Wars lleva amasada la friolera de 39.536 millones de dólares. La cifra supera el PIB de noventa países del mundo tales como Jamaica, Armenia o Islandia.


Con todos ustedes, Ursula K. Le Guin

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Ha sido considerada como uno de los puntales de la ciencia ficción con perspectiva de género y un pilar del pensamiento crítico a través de la narrativa fantástica. Ursula K. Le Guin ganó siete premios Hugo y seis premios Nebula, los dos grandes galardones de estos ámbitos literarios. También fue nombrada miembro de la selecta Academia Americana de las Artes y las Letras. Y falleció en enero de 2018, entre honores constantes y charlas punzantes, convertida en un símbolo de excelencia artística y de compromiso intelectual en el históricamente muy masculinizado ámbito de la literatura fantástica.

El documental Los mundos de Ursula K. Le Guin, estrenado por la plataforma de vídeo online Filmin, es una tarjeta de presentación y a la vez una carta de amor a la autora de El eterno regreso a casa. Para los no iniciados, supone una vía de entrada al ideario y la obra de la escritora estadounidense, especialmente de sus primeros clásicos.

Cuentos de Terramar, Los desposeídos o La mano izquierda de la oscuridad fueron libros concebidos desde los Estados Unidos progresistas, cuando la contracultura y sus ramificaciones pop aún no habían sido barridas por la revolución neoliberal de Margaret Thatcher y Ronald Reagan. Aunque Le Guin era consciente de la dificultad en la construcción de utopías, plasmada en Los desposeídos, su enfoque estaba lejos de la posterior inflexión del fantástico hacia las atmósferas depresivas y los futuros de desigualdad extrema y tiranía corporativa propios del ciberpunk.

Quizá para los conocedores en profundidad de la obra de la escritora estadounidense, el filme de Arwen Curry no aporta muchos datos desconocidos o consideraciones sorprendentes. El resultado no dejará de resultar atractivo por el acercamiento relativamente íntimo a la autora y porque la carta de amor viene firmada por nombres ilustres. A lo largo del metraje, comparece un auténtico quién es quién de la literatura fantástica encabezado por Margaret Atwood (El año del diluvio) y el polifacético escritor Neil Gaiman (American Gods).

Fantasías con pensamiento crítico

Filmado durante años, Los mundos de Ursula K. Le Guin combina filmaciones recientes de la autora con intervenciones de archivo. También usa de manera constante una tercera pata: esos discursos de Gaiman, David Mitchell (El Atlas de las nubes) y compañía que suelen ir más allá de los comentarios generales para analizar aspectos de algunas obras.

El repaso cronológico de los primeros libros de la estadounidense se alterna con incisos sobre su vida familiar. Una vida familiar decisiva, al menos, en un aspecto: la familiarización con la antropología hizo que fuese muy consciente de las dinámicas etnocéntricas de la narrativa. Se tendía a imaginar realidades no tan diferente porque se creaban desde perspectivas muy limitadas, y se tendía también a condenar al diferente, al Otro.

Le Guin se propuso imaginar formas de vida y sociedades realmente diferentes. Lo hizo sin el pesimismo que mostraba Stanislaw Lem (Solaris), para quien el entendimiento entre dos especies suficientemente diferentes resultaría completamente imposible. Esa era la idea de fondo de obras como La voz del Amo o Fiasco. Le Guin, en cambio, optó por crear un universo más acogedor vertebrado parcialmente por Ekumen, una federación de mundos habitados por seres humanos.

Quizá el punto débil del documental es que, quizá a causa de su brevedad (apenas supera la hora de duración), no ilustra al espectador sobre los también fértiles años 90 y la primera década de este siglo. El relato salta de su absoluta consagración a sus años finales como referente intelectual feminista, cercano al anarquismo. Y destaca su posición adquirida como cultivadora de géneros populares que había cosechado honores más allá de ese círculo que, en ocasiones, podía tener algo de prisión.

En este aspecto, el de las posibles prisiones de las inercias, el montaje planteado por Curry nos ofrece algunas joyas. El pensamiento crítico de Le Guin influía en la concepción de su narrativa, pero también en la visión que tenía de sí misma, de su obra previa y de los caminos futuros a seguir. La autora, por ejemplo, revela que se puso a la defensiva cuando voces feministas criticaron sus primeros éxitos. Después, asumió que tenían razón: estaba siguiendo la convención de escoger héroes hombres o había usado el masculino como género por defecto al referirse a las personas andróginas (y de sexo cambiante en sus diversos periodos de celo) que habitan La mano izquierda de la oscuridad.

Si la historia de la literatura, o las secciones de opinión de nuestros periódicos y suplementos, están llenos de escritores que se acomodaron en posiciones ideológicas inamovibles o han ensayado tardíos giros reaccionarios, Le Guin siguió profundizando en su ideario y adoptando causas hasta el final. Su crítica del actual sistema capitalista, escasamente popular entre la opinión publicada estadounidense, le llevaba a destacar una obviedad que, ahogados como estamos en el no hay alternativa thatcherista, no parece tan evidente: "Podemos vivir de una manera diferente", afirma en un momento de la película.

El documental también muestra fragmentos de su polémico discurso de aceptación de un premio honorífico en los National Book Awards de 2014: "Vivimos en el capitalismo, su poder parece ineludible, pero también lo parecía derecho divino de los reyes", declaró Le Guin. Es una de las culminaciones de un modesto filme entregado a divulgar su obra y pensamiento de manera accesible a nuevos lectores. Sirve, además, de emotivo regalo para quienes la siguieron y admiraron.

'Gracias a Dios', el escándalo de abusos que acabó con un aspirante a Papa en Francia

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Hace poco menos de un mes, el Tribunal Correccional de Lyon dictaba una condena de seis meses de prisión -exentos de cumplimiento- para el cardenal francés Philippe Barbarin por un delito de ocultación. Una sentencia que llegaba tiempo después de un enorme escándalo en el seno de su archidiócesis: los abusos sexuales cometidos por el cura Bernard Preynat décadas atrás -y por los que será juzgado en 2019-.

Barbarin mantuvo en su puesto al pederasta hasta 2015, aún siendo conocedor de los delitos que Preynat había estado cometiendo. Al dictarse su sentencia, decidió presentar su dimisión en la Santa Sede, sabiéndose el hombre más importante de la Iglesia católica en el país galo, considerado papable en el cónclave de 2013 que finalmente convirtió a Bergoglio en el actual Papa Francisco. Sin embargo, fue justamente el actual sumo pontífice, que no ha cesado de repetir su compromiso en la lucha contra la pederastia, el que declinó la dimisión del prelado.

Exento de la prisión y tras haber pagado una multa simbólica, Barbarin vive retirado de la vida pública. Hay más de medio centenar de testimonios que denuncian los abusos de Preynat de los que él tenía conocimiento, pero la mayoría de ellos han prescrito pasados 25 años. Ahora, la asociación de víctimas La Parole Libérée lucha por cambiar la legislación y conseguir la imprescriptibilidad de los delitos sexuales.

Su historia, la de las víctimas, es la que narra François Ozon en su última película, Gracias a Dios. Gran Premio del Jurado en la pasada edición de la Berlinale, se trata de un film de un discurso rotundo que denuncia el silencio cómplice. También, un largometraje dramático que explora el trauma desde distintos puntos de vista sin concesiones ni remilgos, ahondando en la dimensión moral y social de la denuncia.

Perder la fe a manos de la Iglesia

"Creo que el Papa representa a la Iglesia tal como es hoy en día", dice François Ozon en un encuentro con periodistas en el que participó este periódico. "Es decir: habla mucho, con mucha vehemencia y buenas palabras, pero luego no hace nada".  

Ozon defiende que la dimisión de Barbarin, después de tener constancia de los abusos que Preynat había cometido durante años -y que nunca negó-, era un acto simbólico para con creyentes y no creyentes. Se trataba de enviar un mensaje claro: la Iglesia católica no permite la pederastia. "Los católicos en Francia, y lo sé de buena tinta, esperaban que el Papa Francisco aceptara la dimisión de Barbarin porque él era el símbolo del encubrimiento. No ha hecho nada y eso envía un mensaje", opina el director de Gracias a Dios.

Sin embargo, los hechos narrados en su film son anteriores a estos acontecimientos: la película sigue las vivencias de cuatro víctimas de Preynat que, tras descubrir que la persona que abusó de ellos seguía ejerciendo su oficio con menores de edad a su cargo, crearon la plataforma La Parole Libérée y se movilizaron para combatir el silencio.

"Entre 2014 y 2016, que es el período que se desarrolla en la película, parece que ocurren pocas cosas", cuenta Ozon, pero sin el valor de las víctimas, "no habríamos llegado a la condena del hombre más poderoso de la Iglesia en Francia. Hablamos de un prelado que aspiraba a ser Papa condenado a seis meses de cárcel", explica.

Aunque cuando le constatan que no llegó a pisar celda alguna y pagó una indemnización de un euro a ocho de las víctimas de Preynat que lo habían denunciado, el realizador se defiende: "Yo no soy la justicia, yo soy cineasta".

Según él, la sentencia "es un primer paso, pues significa que se ha empezado a romper la omertá y ahora la gente está concienciada y dispuesta a hablar de estos temas". Añade que "el affaire Barbarin  fue como un electroshock para la sociedad, ya que después de siglos en los que nunca ha ocurrido nada, ni un solo cambio en toda la estructura eclesiástica, esto ha abierto todos los telediarios". Para Ozon, "la Iglesia se ha dado cuenta de que si no cambia nada, está condenada a desaparecer".

"Siempre había considerado que la homosexualidad, el aborto y el adulterio eran pecados. Unos cuantos rezos y ya está", argumenta el director de Gracias a Dios. "Barbarin fue, de hecho, uno de los principales adalides del movimiento en contra del matrimonio homosexual en Francia. Que alguien que se manifieste públicamente en contra de la igualdad considere correcto y prudente esconder durante más de diez años casos de pedofilia en el seno de su diócesis... es un escándalo tremendo y muy grave".

"Nací en el seno de una familia creyente y tuve una educación católica pero perdí la fe cuando, de adolescente, me percaté de la inmensa hipocresía de la gente con los textos del Evangelio", confiesa el director de Gracias a Dios. "Hay que separar la fe de la institución", opina, "los textos del Evangelio poco o nada tienen que ver con lo que la institución es hoy: hablan de generosidad, tolerancia, apertura de miras y fraternidad. Si Jesús volviese hoy en día a la tierra, ¿le gustaría lo que han hecho con su mensaje? Esa es la pregunta".

Un film político sin artificios

El cine de François Ozon ha transitado en multitud de ocasiones el thriller psicológico con el objetivo de radiografíar algunos de los dilemas afectivos de la contemporaneidad. La identidad, la sexualidad, el amor y el engaño, filtradas por una aguda y nunca demasiado evidente ironía, han convertido películas como Frantz, Joven y bonita o En la casa, en obras relevantes del cine francés actual.

Sin embargo, Gracias a Dios  supone una inteligente vuelta de tuerca para con lo que venía siendo la 'marca de autor' del realizador francés: esta vez prefiere que hablen los hechos, no su visión de los mismos. Sin maniqueísmos ni artificios, solamente hechos contrastados y denunciables. De tal forma que los protagonistas -las víctimas- son siempre quienes marcan el tono del discurso y elevan el debate a niveles emocionales.

"Interpretar a personajes vivos es delicado y exige mucha empatía y responsabilidad", explica Denis Menochet en una entrevista con eldiario.es. El actor pone rostro y voz a François Debord, uno de los fundadores de La Parole Libérée que sufrió abusos de Preynat siendo boy scout en Lyon.

"Al principio, François se negaba a denunciar los hechos porque creía que era algo zanjado, que sus padres habían actuado y él lo había superado", explica Menochet. En Gracias a Dios, su personaje siendo un niño les dijo a sus padres que el cura le había besado en la boca durante una excursión. Realmente había sido más que un beso, pero aquello bastó para que le cambiaran de escuela y de diócesis pero no denunciaron al pederasta a la policía. "Cuando se da cuenta de que el padre Preynat sigue en activo y tratando con niños, algo en él hace clic e inicia una lucha llena de ira y profunda tristeza".

Alentado por el testimonio de otros chavales que pasaron por lo mismo, François se convirtió en uno de los rostros más visibles de La Parole Libérée. "Mi personaje lucha contra la pederastia pero también contra el silencio y la inactividad de la Iglesia, que permitió que unos abusos terribles se perpetuasen por no actuar".

"Como ser humano me parece criminal ser cómplice del silencio y permitir que el dolor y el trauma se extienda y afecten a cada vez más menores", defiende Menochet. "Por eso hicimos esta película: para que los que no se sienten capaces de hablar, o no se atreven, vean que se puede denunciar y que la denuncia no solo es algo que puede ayudar a liberarse del trauma, también impide que se siga perpetuando".

'La llorona': la maternidad monstruosa que venía de México pasada por la batidora que todo lo homogeneiza

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Hasta ahora, los responsables del denominado Warrenverso, la franquicia de terrores cinematográficos iniciada a raíz del éxito de Expediente Warren, habían llevado al matrimonio de exorcistas protagonistas de la saga hasta el Reino Unido e incluso a Rumanía en La monja. Con La llorona se alimentan por primera vez de un conocido mito foráneo, proveniente de la América Latina, cuya historia ha conocido múltiples versiones populares y diversas adaptaciones fílmicas.

De esta manera, los responsables de este universo de demonios y exorcismos se alimentan de folklore extranjero. Eso sí: lo pasan por la minipimer igualadora de las convenciones hegemónicas en el actual cine de terror mainstream, en buena medida marcado por la influencia de la misma Expediente Warren. La Llorona de la película es una mujer que, enloquecida al descubrir la infidelidad de su marido, asesina a sus propios hijos para castigar al padre de estos. Una vez fallecida, vaga por la tierra, llorando, para robar vástagos ajenos con los que sustituir su pérdida.

No queda rastro, pues, de la huella de la colonización y sus heridas presente en varias versiones de este mito. En algunas de ellas, la Llorona mataba a sus hijos para autocastigarse por amar a un conquistador. La versión planteada por Miguel Mendes y compañía en cambio, es un mito general, intercambiable con la antagonista del díptico La mujer de negro u otros fantasmas ladrones de niños, sin contexto ni demasiado color local.

El resultado es una papilla homogeneizada, preparada para la venta en el mercado global. Llega acompañada de un guiño implícito a la comunidad latina y a la vecina México, siempre sin interferir en el disfrute (o no) del resto de la audiencia. El guiño no es del todo afortunado, porque la mencionada comunidad está grimosamente asociada con el mundo de los servicios sociales. Eso sí: un curandero (y antiguo sacerdote) que realiza prácticas propias de la santería se convierte en héroe del católico Warrenverso. ¿El Hollywood en lenta asunción de la diversidad racial y sexual apuesta también por el sincretismo religioso?

Como La mujer de negro, que trataba de un espíritu airado por haber perdido la custodia de su hijo, La Llorona conecta con los terrores a una maternidad monstruosa. De hecho, podría funcionar como pesadilla masculinista sobre madres vengativas y asesinas que, además, vuelven de la tumba para robar más y más niños. De nuevo, la solución pasa por la unión de familia y fe.

Exprimiendo los demonios de los huevos de oro

A pesar de incluirse dentro del Warrenverso, La llorona es una narración altamente independiente. Solo conecta con las obras previas a través de dos apariciones de un personaje secundario del filme Annabelle, protagonizado por la muñeca diabólica más exitosa de lo que llevamos de siglo. El vínculo es tan frágil que genera dudas: ¿se facilita que la película llegue a audiencias sin conocimientos previos, o estamos ante un añadido que dota de mayor atractivo comercial a una narración originalmente ajena a las peripecias de los Warren? Podría ser lo segundo, más aún porque la película incluye aspectos reciclados de un cortometraje de su director.

El primer largometraje de Michael Chaves comienza de manera prometedora. Una de las primeras escenas, filmada con una cámara dinámica y nerviosa, insinúa que veremos una obra visualmente trabajada. El resto de la narración, en cambio, opera bajo parámetros más funcionales. La firmeza del equipo actoral, liderado por Linda Cardellini (Mad men, Urgencias), dota de una mínima solidez a un conjunto bastante trillado. El susto es, de nuevo, el rey de la función. Y suele comparecer en forma de irrupción del espíritu malvado, casi siempre bajo un estruendo sonoro que proyecta desconfianza hacia la capacidad desasosegante de las imágenes que se ofrecen.

Con las convenciones formales llegan los tópicos narrativos. De nuevo, los malos espíritus y demonios se ciernen sobre familias monoconyugales, aparentemente más vulnerables a las fuerzas del mal. La protagonista es una viuda trabajadora cuyo hijo mayor añora de manera obvia a su padre y héroe policía. Como en la española Verónica, la presencia maligna va desplegándose cuando la madre no está en casa. Hasta que la crisis se agrava y la religión llega al rescate.

Alguna escena resultona, unida a varios juegos de percepción con espejos o superficies reflectantes, animan un poco la función. Quizá es demasiado poco para un Warrenverso que lleva, como mínimo, dos entregas consecutivas de resultados artísticos muy discutibles. Quizá la prometedora Annabelle comes home, de la que ya se conoce el correspondiente tráiler, vuelva a subir el listón y evite que los demonios de los huevos de oro mueran. Y no a manos de exorcistas, sino de productores cinematográficos sobreexplotadores.

Cuando los zombis venían del Caribe: así ayudó la globalización del mito a olvidar su origen

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Zombis en las estanterías de las tiendas de cómics y de videojuegos, en el programa de los cines multisalas, en la parrilla de la televisión... La moda de la narrativa con muertos vivientes impulsada a principios de siglo por filmes como Amanecer de los muertos o La tierra de los muertos vivientes se ha convertido en algo estructural. Y cuando parecía que los cadáveres andantes comenzaban a perder presencia en el mainstream, la adaptación televisiva del cómic The walking dead llegó al rescate para insuflar una segunda, tercera o cuarta vida a sus cuerpos en descomposición.

Por continuidad y capacidad de penetración en todas las narrativas de la cultura pop, podría decirse que el muerto viviente es el monstruo más característico de las dos últimas décadas. De un siglo que para algunos empezó con la demolición terrorista del World Trade Center neoyorquino. Y de un momento de la cultura popular plagado de pesadillas apocalípticas y postapocalípticas, de nihilistas finales del mundo que nos hacen pensar que nuestra realidad quizá no está tan mal.

El zombi conectaba con figuras del folklore como el vampiro, con quien compartía un cierto estado de no-muerto. Provenía de un lugar concreto, del Haití colonial y ocupado, de sus creencias autóctonas y la realidad de un esclavismo que todavía perdura. Los muertos vivientes haitianos más idiosincráticos llevaban grilletes visibles o invisibles porque servían a un bokor: un hechicero que había capturado sus almas y les hacía volver de la tumba para explotarles.

La magia y los hechiceros han sido cada vez más frecuentemente sustituidos por las explicaciones pseudocientíficas y las propagaciones víricas. De hecho, la huella haitiana raramente aparece en la multitud de productos de cultura y entretenimiento sobre zombis que se han generado en estas dos décadas de auge. El mito local se ha globalizado y ha perdido por el camino los vínculos con su origen.

El zombi cruza el Mar Caribe

¿Quién importó los muertos vivientes a eso que hemos denominado primer mundo? El periodista y escritor grecoirlandés Lafcadio Hearn o el sacerdote y escritor de cuentos para revistas pulp Henry S. Whitehead (Jumbee y otros relatos de terror y vudú) escribieron textos relacionados más o menos estrechamente con estos. La isla mágica, de William Seabrook, publicada originalmente en 1929, acabó de asentar el terreno para llevar el zombi a las pesadillas del público occidental.

Dos avispados cineastas, el productor y el director Victor Halperin y su hermano Edward, tomaron nota del éxito del libro de Seabrook y de Zombi, una obra de teatro del guionista y dramaturgo Kenneth Webb. La legión de los hombres sin alma, una producción independiente protagonizada por Bela Lugosi (Drácula), inauguró las historias de zombis en la gran pantalla. El resultado fue un modesto exponente de ese gótico colonial presente en obras quizá más redondas como El malvado Zaroff.

El filme de los Halperin conservaba la localización caribeña del zombi y su talante de mano de obra esclava. La posterior Yo anduve con un zombi mezclaba aspectos del muerto viviente haitiano y su naturaleza mágica con una historia heredera del gótico femenino de las hermanas Brontë, y más concretamente de su novela Jane Eyre. La realidad colonial, pero no el esclavismo, quedaba en el trasfondo del paisaje dibujado por Jacques Tourneur y el productor Val Lewton (responsables también de La mujer pantera), quienes dotaron de una estética atmosférica, onírica y vagamente poética a este memorable cuento de terror.

Poco a poco, el muerto viviente se estableció en la cultura pop anglosajona. Podía aparecer en películas (El rey de los zombis), en un serial fílmico protagonizado por Batman o en las viñetas de humor negro y terror cruel de Cuentos de la cripta y cabeceras similares. Se mostraba, además, como una criatura progresivamente versátil, capaz de olvidar su mágico origen cuando convenía. Porque podía habitar historias de hechicería caribeña (o camboyana, en la bastante desastrosa La rebelión de los muertos, firmada por Victor Halperin) y también aparecer en relatos más cercanos a la ciencia ficción de experimentos delirantes o efectos fantasiosos de la contaminación o la tecnología.

Cada cierto tiempo, alguna propuesta recupera la ubicación caribeña o la relación con la magia negra, pero estos elementos son notoriamente minoritarios en el flujo total de ficciones sobre muertos vivientes. Un ejemplo curioso fue La plaga de los zombis (1966), que trasladaba el mito haitiano al Reino Unido decimonónico conservando la mayoría de sus características: esta vez era un terrateniente local, conocedor de los secretos de la zombificación durante sus viajes, quien se procuraba de esclavos de ultratumba para convertir en rentable una mina abandonada.

También se puede destacar La venganza de los zombis (1974), cuya protagonista emplea a unos fantasmagóricos muertos vivientes como instrumento de un ajuste de cuentas perpetrado en Nueva Orleans y sus pantanosos alrededores. Se creaba así una cierta dialéctica entre el viejo esclavismo y unos Estados Unidos que, de facto, seguían segregados racialmente.

Los 50 años de hegemonía del zombi occidental

Algunos de los aspectos del zombi occidental estaban prefigurados en la literatura fantástica, en el relato "La plaga de los muertos vivientes", del peculiar narrador y divulgador Alpheus Hyatt Verrill, o en la novela de apocalipsis vampírica Soy leyenda, de Richard Matheson (La leyenda de la casa del infierno). Con todo, el realizador George Romero fue quien definió la mitología del muerto viviente contemporáneo: un cadáver errante, movido por el deseo de comer carne humana, a quien se detiene causándole daños en el cerebro, y cuya mordedura es contagiosa.

El enfoque, esbozado en La noche de los muertos vivientes y terminado de perfilar en Zombi y El día de los muertos, incorporaba convenciones añadidas. Los filmes de Romero proyectaban desconfianza respecto al estamento militar y planteaban críticas progresivamente explícitas y autoconscientes a aspectos sociopolíticos de la sociedad de cada momento.

Este planteamiento siguió vigente durante décadas. Y muchas imitaciones replicaban, de manera no siempre consciente, el trasfondo antiautoritario o la sensibilidad izquierdista de los filmes originales. La hegemonía del modelo romeriano generaba una inercia progresista que se ha ido desvaneciendo en una extrema pluralidad de propuestas que a veces juegan a la crítica social (como Retornados o Train to Busan), a veces se distancian de esta (I am hero) y, en otras ocasiones, plantean juegos posmodernos con la historia (Zombis nazis).

Del zombi haitiano acostumbra a quedar únicamente una palabra de origen incierto, mientras salen del plano las imágenes de esclavitud y pobreza. El muerto viviente camina o corre, desorientado y sin memoria de su origen, por los escenarios del audiovisual global. Todo contra la voluntad de Romero, que originalmente quería referirse a sus monstruos como ghouls (demonios necrófagos) y no quería relacionar su creación con el mito caribeño. Resulta paradójico que el autor de La tierra de los muertos vivientes, un cineasta gustoso de incluir comentarios sociopolíticos en sus obras, contribuyese sin pretenderlo a la fijación definitiva de una especie de apropiación cultural.

'Donbass', el conflicto en Ucrania visto con las lentes deformadas del humor negro

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La cuenca del Donets, uno de los ríos más importantes de Ucrania, era ya una zona fuertemente deprimida antes de la guerra que ahora asola la región. Un pasado arraigado en la minería desde finales del siglo XIX había dejado un entorno deteriorado y contaminado que se empezaba a intentar revertir antes del conflicto. Hoy está mucho peor.

Desde que en 2014, una unidad militar comandada por el oficial ruso Ígor Strelkov se hiciese con el control de la ciudad ucraniana de Slaviansk, dando inicio a la sublevación prorrusa, la región vive un cruento conflicto con Kiev. Durante el primer año, según la ONU, más de 6.500 personas fallecieron y casi 10.000 resultaron heridas. Actualmente, miles de ucranianos cruzan el frente en el Donbás por el corredor humanitario.

Hasta allí lleva sus cámaras Sergei Loznitsa con Donbass, un caótico retrato social que transita entre la comedia negra, el costumbrismo y la denuncia descarnada. Su trabajo le granjeó el premio a Mejor director en Un Certain Regard en la pasada edición de Cannes, y lo cierto es que el delicado equilibrio entre un discurso sin concesiones y un humor nada complaciente convierte  su largometraje en una experiencia estremecedora.

 

Una realidad tan cruda como grotesca

"Elegí conscientemente lo grotesco como el elemento principal de Donbass", explica el realizador ucraniano en una entrevista a este periódico. Según él, este registro "parece ser la única manera de describir la mezcla de tragedia y absurdo en la que se ha convertido la vida allí".

No es la primera vez que el realizador estira el chicle del tono y juega con la paciencia del espectador para conducirlo a pantanos de dudosa moralidad. "Ciertos elementos de lo grotesco ya estaban presentes en A Gentle Creature", explica sobre su anterior largometraje, inédito en España, "aunque creo que aquella era una película más cercana al surrealismo".

Sin embargo, Donbass lleva los hallazgos de A Gentle Creature y la rotundidad documental de En la niebla -ganadora del FIPRESCI en Cannes el año 2012- hasta sus últimas consecuencias. "Se podría argumentar que en todas partes nos enfrentamos al absurdo, sin embargo, parece que en esta región de Ucrania en particular, destruida por una invasión militar y bombardeada con propaganda, esta mezcla de horror y risas ha ocurrido de forma más obvia".

Con todo, cuando se le señala que su manejo del tono a veces lleva al contagio de una distancia emocional contraria al discurso que propone, Loznitsa se defiende: "No creo que mi estilo sea en absoluto frívolo. Siento verdadero dolor cuando pienso en lo que está pasando en Donbás, y ese dolor es la razón por la que hice esta película: quería que el mundo supiera lo que está ocurriendo en este rincón del mundo".

Su cámara recorre ciudades y poblaciones sin nombre, retrata los dilemas de personas anónimas e intenta captar el enrarecido aire que se respira en cualquier rincón. El aire que hace que la vida valga lo mismo que un pedazo de pan o un trozo de bandera raída.

"Creo que la experiencia de Donbás, igual que en cualquier otra región afligida por la guerra, demuestra que nuestro barniz de humanidad es muy fino", opina Loznitsa. "Es muy fácil que el ser humano regrese a un estado donde la supervivencia del más fuerte se convierte en el único principio rector de la existencia", explica.

Dante al este de Ucrania

Donbass es, más que una colección cuasidocumental de vidas bajo el yugo de un conflicto bélico, un fresco de la bajeza humana. Loznitsa cuenta que todos los episodios de su película, por disparatados que parezcan, se basan en eventos reales. "Recopilé una gran cantidad de vídeos caseros subidos a YouTube durante las primeras etapas de la guerra, entre 2014 y 2015, y luego escribí el guion".

Todo en su nuevo largometraje es real, pero el tono exagera las formas para que parezca que no. Para que el espectador piense que los seres humano tan corrompidos como los que habitan el metraje, solo operan en la ficción. El realizador describe una escena de una brutalidad sin remilgos: una multitud enfurecida tortura a un prisionero ucraniano, atado a un poste de luz. Le desnudan, le propinan una paliza y lo envuelven con la bandera azul y amarilla del país. "Esa escena sucedió de verdad. Uno de los participantes grabó un vídeo del apaleamiento y lo publicó. Me sorprendió tanto cuando lo vi que creo que fue el impulso que me llevó a hacer esta película. Es aterrador ver a personas 'normales' convirtiéndose en bestias cabreadas, llenas de odio y rencor". 

Una situación, la de vivir un conflicto político, social y armado, que en este caso se ha espectacularizado sin ningún tipo de filtro. "No solo cometen actos de una violencia terrible, sino que también los graban y comparten las imágenes con todo el mundo". De hecho, según el realizador ucraniano, "las cámaras juegan un papel muy importante en este conflicto. En la guerra contemporánea, el papel de la propaganda y las noticias falsas es casi tan importante como el de las armas convencionales".

Un cúmulo de situaciones que dibujan en Donbass una especie de Purgatorio en la tierra, en la que gente no del todo viva, espera a morir. "Cada zona de guerra es un infierno en la tierra", describe Loznitsa.

Una guerra que no se llama guerra

Con todo, Loznitsa quiere que su película sirva tanto para remover el estómago del espectador acomodado, como para violentar la moral política europea. "Lo que está sucediendo en Donbás nunca ha sido oficialmente reconocido como una guerra entre dos países", asegura a eldiario.es.

"La comunidad internacional utiliza todo tipo de eufemismos como 'conflicto armado' o 'movimiento separatista', pero no ha habido una condena oficial de la agresión militar rusa contra el estado soberano de Ucrania en las regiones de Donetsk y Lugansk". Para él, Donbás "no es solo una zona de guerra, es una zona de guerra híbrida, política y convencional. Algo que hace que las cosas sean aún más extrañas y trágicas".

Ahora se cumplen cinco años del inicio de un conflicto que ha abierto una cicatriz en la psique de todo habitante de Ucrania, se ha cobrado miles de víctimas civiles y militares y no parece que tenga una solución fácil. Loznitsa denuncia la inacción de la Unión Europea: "¡Claro que creo que la UE podría haber hecho más! Creo que podría haberle demostrado a Rusia que no toleraba agresiones de este tipo", explica.

Pero matiza, "sé que hay políticos europeos comprometidos con la situación de Crimea y Donbás, que están tratando de apoyar a Ucrania tanto como pueden". E ilustra su argumento con un ejemplo: "Rebecca Harms, sin ir más lejos, es miembro del Parlamento Europeo con el Partido Verde alemán. Es una mujer valiente que estuvo en Kiev durante los acontecimientos de la revolución del Euromaidán de 2013-2014, viaja a Ucrania con regularidad y hace todo lo posible por defender los intereses de Ucrania en el Parlamento Europeo".

Sin embargo, el realizador dos veces premiado en Cannes lamenta que "parece que las personas como Rebecca Harms están en absoluta minoría. No creo que haya una voluntad entre los políticos europeos de resistir la agresión rusa. La dependencia de Europa es demasiado grande. Y, además, creo que los rusos están ganando en la guerra de propaganda", sentencia.

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