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Los premios Platino apuestan sobre seguro con 'Roma' y Cuarón vence también en casa

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Antes del estreno de Roma, de las 2.4 millones de empleadas del hogar que existen en México, solo el 2,6% estaban afiliadas al Instituto del Seguro Social. No fue la película de Anfonso Cuarón la que consiguió que esto cambiara, sino ellas mismas, que no se conformaron con ser un colectivo reconocido en la ficción y castigado en la realidad. De nada valen los premios si las denuncias no traspasan los escenarios, y ante eso los Platino han partido con ventaja.

La sede de la sexta edición de los premios del cine iberoamericano vaticinó el triunfo absoluto de Roma. Un merecido homenaje a las empleadas del hogar mexicanas, que han conseguido una justicia tardía, pero justicia al fin y al cabo. Hasta cinco veces ha subido el equipo de la película al escenario del parque Xcaret, en Riviera Maya, para sustituir a un ausente Cuarón.

Los discursos, sin embargo, han hecho poco por resaltar la labor social de la película. Según avanzaba la gala, las últimas esperanzas recaían en Yalitza Aparicio, álter ego de la trabajadora interna de Cuarón. No obstante, en un inesperado giro de guion, la actriz Ana Brun se ha impuesto sobre Aparicio por Las herederas. La mexicana se ha tenido que conformar entonces con lanzar un breve alegato de "compañerismo entre mujeres y hombres" en uno de los descansos de la gala.

En la categoría hermana, Antonio de la Torre recogía el premio por El Reino y se lo dedicaba a la viuda de Alfredo Pérez Rubalcaba, fallecido hace dos días. "No solo era un gran político, sino también un gran guionista", ha dicho por su colaboración en el guion de la película de Rodrigo Sorogoyen. Ha sido una de las pocas veces en las que la política ha llegado al escenario, porque prácticamente ningún ganador ha hecho uso del altavoz que los Platino le brindaba para emitir un mensaje potente.

Parece que Roma ha llegado cansada de hablar en la temporada de premios. Algo que no deja de sorprender precisamente porque esta noche jugaba en casa y todos los medios locales tenían el foco puesto en sus palabras.

Por suerte, como ha dicho Paco León al recoger su estatuilla plateada a mejor serie por Arde Madrid, "también hay vida después de Netflix". Y así, dos de los momentos más emotivos los han protagonizado las categorías menores como Mejor documental y el Premio a cine en educación de valores.  

"El silencio de otros es una historia de solidaridad entre España y América Latina. A Argentina vinieron las víctimas del franquismo a buscar la justicia que se les ha negado durante cuarenta años en nuestro país. Ojalá sirva para que el documental se vea en América Latina y se pueda mantener esta conversación entre la memoria y la solidaridad", ha recordado la directora Almudena Carracedo.

Por su parte, Javier Fesser ha lanzado su característico mensaje de inclusión también al otro lado del Atlántico. "Hacemos cine porque amamos las películas y las amamos porque nos dan la oportunidad de meternos en la piel de todos. Estamos orgullosos de haber hecho una película que permite meterse en la piel de personas maravillosas por su diferencia", ha concedido el cineasta y batuta de Campeones.

Bajo el mantra de tender puentes, estos galardones se han consolidado en un tiempo récord como la mayor celebración del cine de habla hispana y portuguesa hasta la fecha.  El desconocimiento es una muestra elocuente y generalizada de la brecha que nos separa de Latinoamérica y que alcanza a cualquier aspecto político y cultural, incluida su cinematografía. Caben muchas reivindicaciones en una sala que da voz a 23 países y por eso es una lástima que pocas de ellas hayan alcanzado el auditorio de los Platino esta noche.

Hay vida más allá de Netflix, de México, de Roma y de Raphael, pero la sexta edición se podría resumir a la perfección en esos cuatro conceptos. Queda esperar que el año que viene recuperen la esencia del año anterior, de sus alegatos contra las manadas, los cárteles y la transfobia, y recuerden que lo más valioso de los Platino ha salido casi siempre de sus micrófonos.


La actriz y cantante Doris Day fallece a los 97 años

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Doris Day, cantante, actriz y activista ha fallecido a la edad de 97 años, según informaba Associated Press, y confirmaban fuentes oficiales de la Doris Day Animal Fundation que ayudó a crear en pos de la protección y el bienestar animal.

Doris Mary Ann Kappelhoff nació en Cincinnati, Ohio, en 1922. Descendiente de inmigrantes alemanes en los Estados Unidos, Day saltó a la fama tras el éxito de Sentimental Journey en 1945, como vocalista del grupo Les Brown and His Band of Renown. Su voz convirtió la canción en una de las melodías más sonadas de la radiofórmula de la Segunda Guerra Mundial entre las tropas norteamericanas. En 1946, era la cantante mejor pagada del mundo, y se convirtió, a lo largo de décadas de trabajo, en una de las cantantes de pop melódico y jazz más respetadas de la industria internacional. Publicó un total de 29 álbumes.

Su carrera en el cine comenzó con un pequeño papel en la comedia musical Romance en alta mar, de 1948. Dada su popularidad en las emisoras, Day no tardó en convertirse en toda una estrella y en significarse como éxito seguro en sus películas, especializándose en la comedia musical tan popular entre los cincuenta y sesenta. Le siguieron títulos como Te veré en mis sueños o El trompetista de Michael Curtiz y Abril en París o Té para dos de David Butler.

En 1953 asumió el papel principal de la exitosa Calamity Jane, aquí conocida como Doris Day en el oeste, un gran éxito que más tarde se convirtió en un musical de teatro y un programa de televisión. Su figura seguiría siendo muy popular gracias a películas como Confidencias de medianoche de Michael Gordon o No me mandes flores de Norman Jewison entre otras.

Con todo, el estilo de sus musicales no cuajó durante los convulsos sesenta en Estados Unidos, un momento de agitación social que hizo que sus películas perdiesen cierto interés entre el público, y que su tirón en taquilla fuese paulatinamente menguando.

La carrera cinematográfica de Day terminó con El novio de mamá, de Howard Morris, en 1968. Tras alejarse de Hollywood, estuvo durante años en las televisiones norteamericanas con The Doris Day Show, que duró cinco años en antena hasta la emisión de su última temporada en 1973.

Tras aquello, se retiró del mundo del espectáculo y dedicó el resto de su labor a construir la Doris Day Animal Foundation, una organización sin ánimo de lucro que tenía como objetivo ayudar a los animales y su bienestar en todo Estados Unidos.

¿Por qué España se está convirtiendo en un plató de Hollywood?

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En el verano de 2017, el parque natural de Urbasa-Andia, en Navarra, entre  Pamplona y Vitoria, se convirtió en un paraje del oeste americano. Por la zona anduvieron actores como Jake Gyllenhaal, Joaquin Phoenix y John C. Reilly convertidos en vaqueros. Detrás de las cámaras, el francés Jacques Audiard. El resultado fue The Sisters brothers, la película recientemente estrenada. Un oasis de cowboys a unos cuantos miles de kilómetros de la verdadera costa oeste estadounidense.

Pero el paisaje no era lo único español. La productora Meñakoz Films se encargó de poner los caballos y prácticamente todo el equipo técnico de decoración, maquillaje y peluquería era de nacionalidad española. Un buen pedazo de industria del cine también había formado parte de esta producción franco-estadounidense.

"El equipo español lo llegaron a formar en total cerca de 500 personas, con casi 800 figurantes y generando unas 20.000 pernoctaciones hoteleras", comenta Fernando Victoria de Lecea, productor de Meñakoz films. El presupuesto total de esta producción fue de unos 38.000.000 euros y en España el gasto fue de casi unos 14.000.000 euros.

Este es solo un ejemplo de la multitud de rodajes extranjeros que hay en la actualidad en nuestro país , desde el norte de la península hasta las islas Canarias, y su impacto en la industria nacional. Porque es un fenómeno del que participan empresas españolas de services –como Meñakoz, que sirven para toda la industria auxiliar de los rodajes- y las diferentes film comissions –hay hasta 32 en todo el país y forman el enlace entre las productoras extranjeras y las administraciones públicas.

Un fenómeno parecido al de hace más de 50 años cuando se rodaban los spaguetti western de Sergio Leone en el desierto de Tabernas de Almería o Doctor Zhivago en Soria, pero como explica Carlos Rosado, presidente de la Spain Film Commission (el organismo que coordina al resto de comisiones), "con un modelo totalmente diferente. Y no ya solo porque el momento político no tiene nada que ver.  Aquello fue desaprovechado completamente por el país, por eso se disolvió totalmente el tejido industrial".

Los datos del último año dan una buena muestra de la magnitud de estos rodajes –no hay que olvidar que por aquí también pasó la serie Juego de tronos- y su efecto en el empleo. Como informan a eldiario.es desde Profilm, una asociación de siete productoras de servicios (técnicos, decoración, etc.) para estos rodajes extranjeros creada hace un año, en 2018 hubo una inversión total de de 123.765.255 euros, los pagos a las seguridad social con los contratos realizados fue de 8.664.471,40 euros y en total se hicieron 21.809 contratos.

"Con estos proyectos extranjeros se están creando una serie de sinergias que van más allá del impacto económico, porque ves el dinero que se paga en salarios y para la seguridad social… Y muchos técnicos españoles están aprendiendo de los técnicos internacionales", asegura Denis Pedregosa, productor de Babieca Films, una de estas empresas de services.

Esta productora también trabajó para la película Exodus, rodada entre 2013 y principios de 2014. "Estuvimos en Almería y Fuerteventura. Y se construyó un poblado, un palacio. Se llegó a pagar un millón de euros a la seguridad social al mes. Había una ferretería que se quedaba sin tornillos y el tío hasta se jubiló. El paro bajó hasta un 4% con ese proyecto en la zona", sostiene Pedregosa.

Más dinero para las comunidades

[[Mapa con algunos de los puntos de la geografía española donde se están rodando series o películas tanto nacionales como internacionales. Pasa sobre el mapa para ver más información de cada punto]]

Desde comunidades como Canarias, Andalucía, Madrid, Navarra y País Vasco los datos económicos también avalan el boom. Y en estas administraciones sus dirigentes están encantados. La Gran Canaria Film Commission señala que en 2018 se realizaron 193 producciones audiovisuales entre películas, series y publicidad que se tradujeron en 1.135 días de trabajo y que dejaron en la isla 15,8 millones de euros.

En la ciudad de Madrid, dos producciones como Terminator 6: destino oscuro y The Rhythm Section, protagonizada por Jude Law y Blake Lively, dejaron el año pasado  24 millones de euros, según datos de la coordinadora general de Cultura, Deporte y Turismo, Carmen Rojas. En Andalucía, la Andalucía Film Commission indica que en 2017  la comunidad acogió 1.406 rodajes con un impacto económico de 122.544.678 euros.

Todas estas cifras suponen, en general, buenas noticias para el empleo, el turismo, para, a fin de cuentas, el dinero que entra en la hucha. Pero hay varios interrogantes: ¿Por qué se está produciendo este fenómeno? ¿Por qué vienen las productoras extranjeras a rodar a España? Y, finalmente, ¿cómo redunda este boom en el propio cine español?

Para responder a estas preguntas hay que acudir, en primer lugar, a las leyes. En España la ley sobre el impuesto de sociedades de 2014 (artículo 36) señala que las producciones extranjeras se pueden deducir hasta un 20% de la inversión en producciones cinematográficas, series audiovisuales y espectáculos en vivo de artes escénicas y musicales. Además, los productores españoles que participen en estas producciones extranjeras también tienen derecho a esta deducción. El límite de devolución del dinero invertido es de tres millones de euros y la producción se tiene que dejar como mínimo un millón de euros en el territorio.

Pero otras comunidades como Canarias, Navarra y País Vasco tienen condiciones aún mejores. En las islas, la deducción llega hasta el 40% y el límite máximo de devolución es de 5,4 millones de euros. Cifras muy óptimas para las grandes producciones. En Navarra la deducción es del 35% y en el País Vasco se ofrece hasta el 30% para coproducciones internacionales.

"No es una burbuja"

"Ahora competimos en mejores condiciones que otros destinos alternativos a España. El tema fiscal es lo que determina todo. Se está produciendo un factor de reputación, y no es una burbuja, sino que el crecimiento es continuado y exponencial", reconoce Carlos Rosado, que también observa cómo el trabajo de las diferentes film comissions, que ayudan con los permisos para las localizaciones, los contratos de los equipos técnicos y todo lo que conlleva a la propia industria del rodaje, "han conseguido diversificar los lugares de rodaje e incrementar toda esta producción de rodajes de cine, televisión y publicidad. Y no olvidemos que la ficción televisiva está teniendo un gran crecimiento".

Para él, lo que está ocurriendo es que "se está conformando un tejido profesional muy competitivo para acoger a equipos internacionales. De hecho, hay momentos, cuando hay muchos rodajes, en los que hay pleno empleo. Tenemos dos grandes objetivos: fortalecer a la industria española y mejorar la imagen de España como destino turístico".

Ofrece algunos datos: "En torno al 30% del coste de una producción se queda donde se rueda. Si hacemos la traslación de los 30-200 millones de euros que cuesta una gran producción internacional, pues se queda mucho".

A ello suma el hecho de que las plataformas de producción de contenidos como Netflix o HBO estén mirando también a España. "Y habrá que ver el impacto del Brexit sobre la producción inglesa, que puede ser una oportunidad. Antes iban allí porque tenían las ayudas europeas, pero si el Brexit se lleva a cabo no sería así", añade.

Grandes producciones bien, pero las pequeñas…

No obstante, pese a que hay zonas en las que las condiciones fiscales son muy óptimas, Rosado reconoce que España todavía no está a la altura de otros países europeos, como Francia. "Nuestro incentivo fiscal es menor ya que hay sitios donde es del 100%. Y luego el problema son los límites de devolución. Es necesario reducir el mínimo para que se acojan las producciones pequeñas, y subir el máximo a los 100 millones. Eso sería lo ideal", apunta Rosado.

Para Denis Predregosa también habría que quitar los límites, ya que "llega un momento en el que al productor internacional no le interesa". Y luego están las producciones pequeñas que no llegan al millón mínimo de inversión  que se pide. "Nosotros hemos hecho series de Netflix que no han llegado a ese millón y no hemos accedido al incentivo. Si se bajara y, además, se agilizaran las gestiones, sería lo mejor para todos. De lo que se trata es que haya más proyectos y más tejido industrial", añade. Para que no sólo se fomenten las grandes producciones.

El tercer interrogante, sobre si este boom de rodajes extranjeros favorece al cine español (más allá de la industria técnica), tiene respuestas más complejas. Raimon Masllorens, presidente de PROA ( Federación de Productores de Ámbito Estatal) reconoce que es "fantástico" que haya estos rodajes, ya que aunque no benefician directamente a las productoras españolas "sí al sector, puesto que se contratan equipos, gente que aprende, crece, y sobre todo mejora la industria auxiliar". También indica que es positivo que estén llegando las plataformas y que España se haya convertido en una de las puertas para América Latina y Europa.

Pero Masllorens también tiene sus quejas. "En realidad, nosotros seguimos con las ayudas a la producción [en el Fondo de la Cinematografía, dependiente del Ministerio de Cultura], que dan risa. Son 70 millones, que es lo mismo que tiene Portugal. Y tenemos unas desgravaciones fiscales que también dan risa. En definitiva, al productor extranjero le sale mejor, pero a nosotros no nos sale a cuenta, menos en Canarias, País Vasco y Navarra".

El productor lo resume: "Nos encanta decir que Juego de tronos se ha rodado aquí y es muy bueno, porque da trabajo a mucha gente del sector, también en la restauración. Sin embargo, habría que pararse a reflexionar por qué hay cada vez más rodajes, pero la producción en nuestro país no está cambiando tanto".

Deberes para el próximo Gobierno. También para los autonómicos y municipales, que están a la vuelta de la esquina.

Javier Fesser: "Las personas con discapacidad intelectual son las más preparadas del universo para votar"

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Alberto Nieto es uno de los diez Campeones que este domingo se alzaron con el premio Platino al cine en educación y valores. Mientras que desde la ficción rompía estereotipos en uno de los sectores más elitistas que existen, a pie de calle y en la vida real, Alberto peleaba una guerra aún más importante para las personas con discapacidad intelectual: el derecho al voto.

Tras décadas de saltar de tribunal en tribunal en compañía de su padre, la reforma de Ley Electoral (LOREG) aprobada en el Congreso en octubre le reconocía a sus 43 años como un ciudadano en plenas facultades para ejercer el sufragio. A él y a otras 100.000 personas declaradas "incapaces" y privadas de elegir libremente a un representante. Este 28A, sin embargo, Nieto decidió que ningún partido estaba a la altura de sus exigencias e introdujo en la urna un voto en blanco.

Para Javier Fesser, director de Campeones, es una valiosa "lección de madurez". "Él lo que quería era votar y tener voz. Decir, 'nada de lo que hay me representa', pero decirlo. Es muy significativo", confesó el cineasta a eldiario.es horas antes de recoger su galardón en la gala de los Platino. Sobre el escenario de la Riviera Maya, Fesser recordó que lo bueno de su película es que "permite meterse en la piel de personas maravillosas por su diferencia y entenderlos mejor". E ignorar la discriminación que sufrían en las urnas era un acto de incomprensión imperdonable.

No es de extrañar que sus actores se convirtiesen en un símbolo las pasadas elecciones generales y muchos de ellos fueran fotografiados y entrevistados mientras acudían a los colegios. "Me consta lo que ha supuesto para ellos. Es muy difícil de explicar por qué tú no tienes acceso a un derecho tan fundamental o por qué algunos creen que no tienes capacidad para decidir", expone.

Las personas con discapacidad intelectual eran los únicos ciudadanos españoles que pasaban por un examen de habilidad para votar durante los 41 años que llevamos de Democracia. Una prueba en la que debían demostrar conocimientos acerca de la Ley d'Hont o los partidos políticos, y que muchos capacitistas serían incapaces –valga la incongruencia– de responder. "Pienso de verdad que la inmensa mayoría de personas con discapacidad intelectual son las más preparadas del universo para votar", defiende Fesser.

Sus razones son fáciles de explicar y aún más sencillas de dar por buenas. "Aunque generalice, es así en todos los casos que he conocido: el interés particular nunca está por delante del colectivo. Y eso no todos podemos decirlo cuando votamos por un partido u otro", alega. "El punto de vista de esta gente puede ser más o menos manipulable, pero desde luego es más sincero y generoso", dice pensativo. Al minuto, rectifica: "El argumento de que son personas manipulables solo me lleva a pensar que habría que prohibir votar a quienes manipulan".

Esta conciencia de equipo quedó patente cuando Campeones se alzó con el gran Goya el febrero pasado o cuando Jesús Vidal pronunció su emotivo discurso como Mejor actor revelación y los vítores de sus compañeros eclipsaron al resto de la platea. También fue algo insólito en el rodaje. "Nunca he tenido el más mínimo problema por la colocación de la cámara, por quién tiene la frase o por quién está en foco. Jamás he sentido esa presión, que estoy acostumbrado a sentir, en la que tienes que manejar distintos egos", compara su director, habitual en el endiosado ambiente de los actores.

Preguntado sobre si existe cierta presión tras lanzar una cinta con tal impacto general, el cineasta responde que en absoluto porque nunca quiso dedicarse al cine social. "Lo que sí reconozco es que, ahora que acabo de terminar un guion totalmente diferente, me surge escribir personajes con discapacidad intelectual de forma mucho más natural". Al final, solo en España hay 300.000 familias con un miembro perteneciente a ese colectivo y "casi por estadística es lógico que aparezcan".

Eso no quiere decir que vaya a pasar de la comedia al cine de denuncia. Hay muchas realidades sobre las personas con discapacidad que aún nos resultan desconocidas al grueso de la sociedad, como mostró el brutal libro de Cristina Morales, Lectura fácil. El derecho al voto es solo una de ellas. No obstante, a pesar de lo "peligroso que pudiera ser tratar este tema en el cine desde el humor, con la posibilidad de que no se entendiera y de que la gente pensara que se están riendo de ellos, Campeones genera lo contrario", aseguró el coach de la película a este periódico.  

"Ahora mismo no me despierta curiosidad caminar por ese tipo de cuestiones porque entran más en el terreno de la denuncia, y a mí de forma natural me sale entrar en el terreno de la admiración. Lo que me gusta. Lo que hace que me apetezca irme de vacaciones con ellos", arguye el director. Sin embargo, asume que ambas partes forman parte del mismo todo y que le emociona que Campeones haya aportado su granito de arena en esta ola de cambios sociales a la que aún le queda mucha resaca.

"No quiero contar sus dificultades para que los demás pensemos que debemos hacer algo, sino mostrar lo mucho que molan y que queramos hacer algo para que estén mejor", resume Fesser. Y, a colación de lo que defendía la plataforma que luchó contra el abstencionismo en las pasadas elecciones generales, "votar mola". Y mola para todos.

'Hellboy': la censura acaba con la sangre de los demonios, pero no con sus lágrimas

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Hace 15 años que el Hellboy (2004) de Guillermo del Toro llegó al cine. El demonio rojo del director de El laberinto del fauno, basado en los cómics de Mike Mignola, se nos presentaba bajo un mundo de fantasía con estética steampunk en la que también había espacio para la reflexión y melancolía. Para unos personajes superheroicos poco tradicionales que rompían un cliché muy presente al comienzo de este milenio: el de que todo lo basado en las viñetas tenía que ser a la fuerza un relato cargado de golpes con poca sustancia narrativa.

Más de una década después, y con Del Toro asegurando que no se encargará de una tercera parte, llega a los cines otro Hellboy completamente opuesto al de entonces. Como el ying y el yang. Como el hijo bastardo de aquella idea. El demonio encarnado por Ron Perlman, pulcro y estilizado, ha sido reemplazado por un David Harbour (el jefe policía de Stranger Things) descuidado, melenudo y lleno de cicatrices. Además, su dirección ahora recae en Neil Marshall, encargado de varios episodios de Juego de tronos y cintas como Doomsday (2008) en la que las influencias de un genio del terror como Carpenter resultan más que evidentes.

Sería injusto, por tanto, abordar un análisis desde el punto de vista comparativo teniendo en cuenta que las pretensiones creativas de un director y otro son tan radicalmente contrarias. Es una práctica habitual cuando un producto cultural marca un punto de inflexión: el nuevo Batman no es tan bueno como el de Nolan o el mejor Superman es el de los 80 son solo algunas de las habituales marcas de referencia. Y no quiere decir que lo nuevo no deba ser criticado, sino que debería valorarse más como producto unitario que como la sucesión de una vieja gloria. Especialmente cuando, como en este caso, la propuesta es un giro de 180 grados.

Es quizá esta perspectiva comparativa la que ha provocado que casi todas las críticas de medios especializados hayan sido negativas. Donde Del Toro propone lírica, Marshall propone un concierto de heavy metal. Donde Del Toro presenta arte renacentista, Marshall presenta un viaje al barroco más oscuro. De hecho, aunque no siempre tienen el reconocimiento que merecerían, esta es una película donde el equipo de vestuario y maquillaje brilla en todo su esplendor. Solo basta un vistazo al personaje de Baba Yaga, una bruja deforme que acostumbra a alimentarse con sopa de niños muertos, para comprobar lo increíble de su caracterización. Ni un primer plano la arruina.

Pero las pobres valoraciones de la prensa no han sido el único enemigo de este Hellboy. El demonio de Marshall llega a los cines envuelto por la polémica decisión de Vértice360, la distribuidora española, de optar por estrenar un montaje alternativo que suaviza el gore y la violencia. Según señalan en un artículo de Xataka, todo se resume en que la empresa eligió la versión más light de las dos que les ofrecían la productora Lions Gate. "Nosotros no hemos recortado nada, todo lo que se ha eliminado cuenta con la aprobación de productora y director", señalan en el tema.

En teoría son solo sesenta segundos de diferencia entre el metraje A y el B, pero son suficientes para cambiar el ritmo y el significado narrativo de escenas previamente concebidas por Marshall. De esta manera, lo que inicialmente fue promocionado como un largo con calificación R (para mayores de 18 años), ha acabado llegando a España, a algunos países de Latinoamérica y a China bajo la etiqueta de mayores de 16 años. ¿La intención? Que el fracaso de taquilla en los cines norteamericanos no se repita en otras localizaciones.

Ya no aparecen planos detalles de desmembramientos ni sangre a borbotones. La mesura impregna incluso en momentos clave para la locura, como uno casi al final del filme que no vamos a revelar para evitar spoilers. Con esto no es que se esté perturbando el deseo de unos cuantos maníacos por ver la pantalla teñida de rojo. Afecta al ritmo de las escenas, a la espectacularidad y, lo más importante, a la libertad creativa de un director que ve su producto recortado para responder a intereses comerciales.

No importa que la versión light cuente con la "aprobación de productora y director" para que evitemos usar la palabra censura contra ella. Y puede Marshall haya dado su consentimiento, pero este permiso parece responder más a unas exigencias del mercado que a una perspectiva cultural del producto. La autocensura también existe. 

Ahora bien, tampoco se puede caer en el boicot a Hellboy simplemente por pensar que sin sangre no es una película arriesgada ni provocativa. Ni los insultos ni las peinetas son la receta contra el conformismo de Disney. Es precisamente lo que ocurre con la serie de Netflix Love, Death & Robots, una antología de robots que cae en la demostración gratuita de violencia para demostrar que es un producto dirigido a adultos mientras que repite narrativas y mecánicas tan viejas como el género. Es decir: la censura de Hellboy es una decisión comercial muy reprochable desde el punto de vista creativo, pero tampoco debemos caer como fans en pensar que en el gore está la esencia de un producto.

Los demonios también lloran

El alma de Hellboy se encuentra debajo de su rojo y duro caparazón. El film de Marshall no habla solo de la humanidad enfrentándose a unos diablos que emergen del subsuelo. Presenta también la dicotomía interna de unas horribles criaturas que, a pesar de su aspecto, luchan por ganarse un hueco en el mundo lejos de las llamas del infierno.

Podríamos decir que en Hellboy hay parte de lo que Kafka transmitió en La Metamorfosis (1915): la soledad, la discriminación y los problemas de quien intenta ser aceptado ante la mayoría. Es esa la razón por la que David Harbour, a pesar de mostrarse como un mostrenco sin capacidad para desbloquear su smartphone sin partirlo, es en el fondo un niño grande que ha crecido sin el amor necesario. Al igual que ocurre con personajes como Hulk u otros seres mitológicos como el hombre lobo, sus mayores enemigos son ellos mismos.

Las criaturas atacan a la humanidad, pero ¿por qué los humanos responden con disparos? La lógica dice que nosotros somos los defensores de la libertad, los elegidos para defender la paz, pero quizá no es tan sencillo. Es lo que por ejemplo vemos con el personaje de Gruagach, que se encuentra atrapado en el cuerpo de un jabalí gigante muy a pesar de sus deseos.

A veces es necesario forzar la empatía (hasta con criaturas horrendas) para comprobar que cada acto puede estar precedido de alguna justificación. Es lo que podemos ver en otros filmes como Distrito 9 (2009), en la que los alienígenas no luchaban por conquistar la tierra, sino que eran maltratados y recluidos en guetos por nuestra raza. Porque, a veces, ni siquiera es necesario descender a los infiernos para encontrar seres diabólicos

La campaña por el derecho al aborto en Argentina libra su próxima batalla en Cannes

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Ana María Acevedo murió un 17 de mayo de 2007 en Santa Fe (Argentina). Tenía 19 años y un cáncer, y los médicos del hospital Iturraspe le negaron el aborto que le hubiera permitido seguir con su tratamiento. Embarazada de seis meses, y ya en fase terminal, los médicos le practicaron una cesárea. Su bebé murió a las 24 horas de nacer. Ella, a los catorce días de dar a luz. Sus otros tres hijos, que entonces tenían un año, tres y cinco, se quedaron huérfanos de madre. Doce años después, su madre, Norma Cuevas, conmemora el aniversario de su muerte muy lejos de su casa, en un hotel de Cannes, en Francia.

No será en el Congreso ni en el Senado ni tampoco en las calles que los rodean. La siguiente batalla, al menos la mediática, por el derecho al aborto en Argentina se da este sábado en un teatro de la ciudad francesa. Allí, en uno de los festivales de cine más prestigiosos del mundo, se presenta 'Que sea ley', una película documental del cineasta argentino Juan Solanas que se exhibe entre las proyecciones especiales de este año. El documental recoge testimonios como los de Norma y muestra el proceso que terminó con el Senado rechazando el derecho al aborto por 31 votos a favor y 38 en contra. Juan Solanas estará en Cannes, y no precisamente solo. Decenas de activistas argentinas, también españolas y francesas, acompañarán la presentación en lo que buscan que sea un escaparate internacional para relanzar la campaña por el derecho al aborto en Argentina. Será el 28 de mayo cuando los diputados vuelvan a llevar al Congreso el proyecto de ley.

"Es una película militante, pero no un panfleto", puntualiza Solanas. Ocho meses de filmación y 40.000 kilómetros recorridos en coche por el país después, el documental recoge testimonios de supervivientes de abortos clandestinos y de familias de mujeres que murieron en el intento o a las que les fue negado, y referentes de la campaña por el derecho al aborto en Argentina. Recoge también testimonios contrarios a su aprobación "para que el público tenga las armas para juzgar y hacerse una opinión". Solanas lo tiene claro: "La realidad alcanza y sobra para entender que esto es una monstruosidad".

"Peleamos para que le sacaran el embarazo, para que ella pudiera seguir el tratamiento, pero no hicieron caso", recuerda Norma. "Ella fue consciente de todo hasta el final". Los hijos de Ana María Acevedo, que ahora ya van de los 17 a los 13 años, también son conscientes de qué es lo que pasó con su madre. "Lo saben todo. Todos los días hablamos de ella, tienen una foto suya en la casa", dice la madre de Ana María Acevedo, que también ha llegado a Cannes para asistir al estreno de la película. Para ella, el filme es una oportunidad para que historias como la de su hija no se vuelvan a repetir en Argentina. "Que esto se conozca y que no le pase más a ninguna otra mujer. Yo quiero justicia para todas. Que se haga ley".

También en Cannes está la abogada de Norma Cuevas, Lucila Puyol, que es parte de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito. Puyol explica que, tras el rechazo del Senado, siguieron trabajando en una nueva redacción de proyecto de ley. "Aprendimos de la discusión del Congreso, sumamos otras cosas al proyecto", explica. Fue el plenario de la Campaña, en el que hay representación de todos los territorios del país, el que discutió y aprobó el texto que llegará al Congreso el 28 de mayo. 

Para Puyol, lo que sucede este fin de semana en Cannes es la continuidad de una campaña "que está en la calle, en las escuelas, en el Congreso, con periodistas feministas que nos apoyan...". "Esta película es muy importante, es una pieza fundamental porque Cannes es conocido mundialmente y tiene mucha trayectoria y va a haber muchas miradas puestas. Que llegue esta película, la única argentina seleccionada, con un posicionamiento tan claro y que cuenta nuestro proceso, que muestra las calles y la intergeneracionalidad del movimiento feminista, que cuenta las situaciones terribles que han sucedido en nuestro país cuando se ha negado el derecho al aborto a las mujeres, es muy importante".

Consciente de que en solo diez días el proyecto de ley del aborto se vuelve a presentar, Juan Solanas espera que el escaparate de Cannes sirva para poner el tema en la agenda en un año en que Argentina celebra elecciones presidenciales en octubre. "Eso lo hace más difícil, porque el tema queda tapado. Pero ojalá esto sirva", insiste.

También lo cree Marta Alanis, integrante de Católicas por el Derecho a Decidir en Argentina, que también ha acudido a Cannes. "Tiene un gran impacto, esto le da una visibilidad global y afecta a toda América Latina. Esto va a ayudar a visibilizar la lucha de las mujeres y también tendrá impacto en los legisladores. Los que son antiderechos lo van a seguir siendo pero los que están en una zona gris quizá se lo replanteen con esto", cuenta. Alanis, como todas las que este sábado sacarán su pañuelo verde, esperan que el escaparte de Cannes contribuya a que, quizá en la próxima votación, la balanza, esta vez sí, caiga del lado de los derechos de las mujeres. 

'Sombra', la película que resucita la belleza de las artes marciales entre espadas y lluvia

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Zhang Yimou es, posiblemente, el realizador chino con más proyección del cine actual. Pero su carrera en los últimos años ha devenido una montaña rusa llena de altibajos de ingenio que le han alejado del consenso crítico que generaba su cine. Muchos habían dado por olvidado al brillante realizador responsable de Sorgo rojo o ¡Vivir!, Oso de Oro en Berlín y Gran Premio del Jurado en Cannes respectivamente.

En los últimos años, melodramas sólidos como Amor bajo el espino blanco lidiaban con nefastos acercamientos a las narrativas del blockbuster hollywoodiense con La gran muralla, o tibios dramas de época como Las flores de la guerra o Regreso a casa

Pues bien, ahora podemos empezar a reconciliarnos con el cineasta asiático: Sombra es un wuxia espectacular que combina con fortuna intriga palaciega con una ambiciosa reivindicación de las artes marciales al más puro estilo de La casa de las dagas voladoras. Esta vez, además, con una serie de hallazgos formales que elevan la propuesta sin hacer demasiado ruido.

Artes marciales y artes del engaño

En la corte del rey cunde el pánico. Antiguamente, la ciudad amurallada de Jing pertenecía al condado bajo su mando, pero el clan comandado por el guerrero Lu Yan se ha declarado en rebeldía y ha hecho perder allí cualquier influencia de la corona. Obsesionado con recuperar el territorio para su rey, el comandante del ejercito real, Zi Yu -un Deng Chao estupendo en un doble papel-, le declara la guerra a los rebeldes sin el permiso del monarca. 

Sin embargo, Zi Yu lleva demasiados años al frente del ejército y una extraña enfermedad le aparta de la primera línea del poder. Para evitar desaparecer y perder su influencia, consigue hacer pasar a un vagabundo al que llama Jingzhou por sí mismo, engañando a toda la corte. El desconocido deberá convertirse en su sombra y tendrá que derrotar al líder del clan rebelde por él sin levantar sospechas.

Sombra es una historia narrada a dos tempos. Es, en primera instancia, una intriga palaciega que coquetea con el romance. Y dada su querencia por el melodrama, a Yimou le cuesta hacer despegar su película, lastrada por un largo planteamiento que maneja tibiamente el tono de la narración y se las ve lidiando con una subtrama amorosa ciertamente poco efectiva.

Poco a poco,  la épica y la aventura se van infiltrando en palacio y Sombra va mutando en una película distinta. Una más grande y más ambiciosa que se mantiene siempre elegante en su concepción formal, pero que va un paso más allá en su reivindicación del género al que rinde homenaje.

El simbolismo del 'doble' del aguerrido comandante pronto dota a la narración de un tono alegórico en el que la verosimilitud pesa menos que el poder redentor de lo visual. Y es ahí, en su planteamiento arrebatado de la épica, dónde Yimou brilla constantemente, pues su respeto para con los códigos del cine de artes marciales rima perfectamente con su incesante búsqueda de lenguajes propios e impactantes. Su cacería por encontrar la caligrafía perfecta de una escena de acción.

El arte de un buen espadazo

Aunque resulta peliagudo traducir una palabra como wuxia en castellano, define todo un género cuya tradición cuenta con siglos de cultura arraigada en la filosofía y las artes marciales chinas. Pero para lo que nos ocupa, bien podríamos convenir en hablar de wuxia cuando estamos ante una película de corte histórico en la que héroes y heroínas combaten por su honor o el destino del imperio a base de elegantes espadazos.

Sombra es uno de los pocos ejemplos de wuxia contemporáneo que consiguen llegar a nuestras pantallas. El legado de obras maestras como A touch of Zen de King Hu se puede rastrear en los destellos contemplativos de productos hollywoodienses como 47 Ronin, pero también en la sorprendente belleza de The Assassin, que le valió al taiwanés Hou Hsiao-Hsien un premio en Cannes.

Con todo, es evidente que hace ya casi dos décadas del fenómeno de Tigre y Dragón, la película de Ang Lee que abrió las puertas del género al mainstream -y también las arcas del mercado internacional-. Su estela se ha ido apagando a medida que la capacidad de fascinación del cine de acción ha mutado en intereses y sensibilidades.

El propio Zhang Yimou ha cultivado obras notables del espadazo, ninguna con el nivel de reconocimiento de la de Lee. Hero conseguía captar el aire épico de las narraciones de reinos en lucha, aunque el hieratismo de Jet Li prorrumpiese en el conjunto como un hándicap considerable. No fue el caso de La casa de las dagas voladoras, que se puede considerar el último gran wuxia por su comprensión estética del género, pero también por su altitud de miras dramática. Al menos hasta la llegada de Sombra.

Con su última película, el realizador chino ha alcanzado una cota de sofisticación formal ciertamente singular. No solo por el manejo de las coreografías y el dispositivo de cámaras dispuesto a retratar hasta el movimiento del músculo de los actores y actrices en luchas a cámara lenta. Ni siquiera por su concepción barroca en la puesta en escena de batallas corales, en las que hasta el elemento más esquinado aporta al cuadro algún detalle perturbador.

Yimou ha hecho con Sombra una película de texturas y acabados muy particulares que se recuerda prácticamente en blanco y negro, pero no lo es. Jugando constantemente con un eco teatral cuyas raíces se pueden encontrar en el teatro de sombras chinescas. Una tradición en la que los titiriteros ejercían de constructores de fantasías semejantes a los tejemanejes que conforman la trama de conflicto entre los personajes de esta película.

Tarantino celebra el estreno mundial en Cannes de 'Érase una vez en... Hollywood' con su nuevo tráiler

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Casi a la vez que tiene lugar su premiere mundial en el marco del Festival de Cannes, Sony Pictures ha lanzado el nuevo tráiler de Érase una vez en... Hollywood, el noveno largometraje escrito y dirigido por Quentin Tarantino y ambientado en el Tinseltown de finales de los años sesenta.

Leonardo DiCaprio y Brad Pitt ejercen de cabezas de reparto en un filme donde el realizador de Tenneessee vuelve a incurrir en una de sus inquietudes recurrentes de su filmografía, la reescritura histórica a través de una perspectiva metacinematográfica. No en vano, el cineasta cita con cierta ironía el último acto de Malditos bastardos en una de las primeras escenas que nos ofrece este adelanto. Se trata de una de las múltiples películas dentro de la película que protagoniza Rick Dalton (DiCaprio), una estrella de la televisión cuya popularidad está en caída libre y que cuenta solo con el apoyo de su infatigable doble de acción, Cliff Both (Pitt).

Durante los últimos días, el departamento de marketing de Sony ya había cebado a los seguidores del realizador difundiendo una galería de carteles de películas falsas a mayor gloria del personaje protagonista: Operazione Dyn-o-miteUccidimi subito Ringo, disse il GringoNebraska Jim o Tanner. Todas ellas, cintas en la línea de las europroducciones de finales de los sesenta que tanto han marcado los gustos y sensibilidades de Tarantino.

El avance, de dos minutos y medio, permite adentrarnos en el rodaje de una serie, esta sí real: Lancer, un tardío western televisivo en la línea de Bonanza emitido por CBS entre 1968 y 1970 que contó con Wayne Maunder y James Stacy en el elenco. Estos dos están recreados por el fallecido Luke Perry y Timothy Olyphant en una superproducción (95 millones de dólares) donde podremos ver a múltiples celebridades reencarnadas.

El tercer vértice sobre el que gira esta fábula tarantiniana es Sharon Tate (Margot Robbie), asesinada en agosto de 1969 a manos de la familia de Charles Manson (Damon Herriman hace las veces del líder de la secta, un papel que también asume en la segunda temporada de Mindhunter). Ambos son también parte clave de una historia cuyo contenido se ha mantenido en secreto hasta su estreno en Francia. Tarantino ya se había encargado de pedir a la crítica especializada que no desvelara los detalles del argumento horas antes de presentarse en el Gran Théâtre Lumière.

Kurt Russell, Al Pacino, Margaret Qualley, Lena Dunham, Dakota Fanning, Damian Lewis, Mike Moh o Brenda Vaccaro y Tim Roth, entre muchos otros, completan el elenco de un filme que no llegará a pantallas comerciales hasta el 26 de julio en Estados Unidos y dos semanas más tarde a España.


'El crimen de Cuenca', el filme de Pilar Miró secuestrado no por su brutalidad, sino por su mensaje

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El caso Grimaldos, conocido popularmente como el crimen de Cuenca, aún pervive en la memoria de muchos vecinos castellanomanchegos más de un siglo después de acontecer. En 1910, un joven de 28 años llamado José María Grimaldos, conocido como El Cepa, desapareció en Osa de la Vega sin dejar rastro. Acababa de vender unas ovejas y había cobrado un dinero considerable.

Entonces, con motivo de las acusaciones de su madre, se señaló como responsables de su desaparición a dos campesinos: Gregorio Valero Contreras y León Sánchez Gascón. Se dijo que conocían la venta ovina y quisieron quedarse con el dinero. Sin pruebas que validasen las acusaciones y acallasen los rumores, la causa fue sobreseída.

Tres años después, otro juez reabrió el caso y volvió a acusar a ambos campesinos. Sin cadáver y, de nuevo, sin prueba alguna, la Guardia Civil les retuvo y torturó brutalmente durante días hasta que, bajo presión, ambos se acusaron mutuamente de haber asesinado a Grimaldos. Pasaron doce años en prisión.

Resultó que El Cepa no estaba muerto. Que no lo había estado nunca. Vivía en la localidad de Mira, a poco más de cien kilómetros de Osa de la Vega. Aquella tarde, con el dinero de la venta en su bolsillo, le dio "un barrunto" -como diría él mismo- y se marchó de su pueblo sin más. Tuvo hijos, trabajo y una vida apacible. Apareció en Osa de la Vega en 1926 y declaró no saber nada del asunto por el que sus vecinos habían sido torturados y encarcelados. Y aquello pasó a ser uno de los 'errores' judiciales más sonados de la historia de España. Un suceso olvidado durante años hasta que un día Pilar Miró pisó la pequeña localidad conquense.

La censura también existe en democracia

En el verano de 1979, Pilar Miró rodó El crimen de Cuenca en las mismas localizaciones en las que se fraguó el caso Grimaldos. Y, sin pretenderlo, imprimió en aquellos hechos el carácter indeleble que solo dejan las imágenes impactantes. La película retrataba explícitamente las torturas sufridas por Gregorio y León antes de confesar un crimen que jamás habían cometido. Vejaciones probadas y documentadas que violentaban la mirada de cualquier espectador.

No obstante, El crimen de Cuenca se significa muchísimo más allá de sus polémicas escenas violentas. Es la historia de la descomposición de una amistad dinamitada por la intervención del poder. También un retrato rural de la España de principios de siglo XX que no se descubría tan descarnado desde cintas como Surcos de José Antonio Nieves Conde. E incluso una brillante reflexión sobre quién padece las connivencias entre el poder eclesiástico, el militar y las clases altas cuando se trata de hacer cumplir la ley.

"En mi caso descubro la película de Pilar siendo adolescente", explica a eldiario.es el realizador Víctor Matellano. "Recuerdo que me causó una impresión muy fuerte pero no por lo explícito de las famosas torturas, sino por la cuestión que plantea sobre la amistad", cuenta. "Imagínate tener doce o trece años y de repente pensar, ¿llegaría a mentir o delatar a un amigo íntimo bajo coacción? ¿cómo seríamos si sufriésemos torturas? ¿En qué nos convertiríamos?".

Las preguntas quedan en el aire y le toca al espectador digerirlas. Matellano acaba de estrenar el documental Regresa El Cepa, que narra el rodaje de la película de Pilar Miró pero también lo que siguió al mismo. Uno de los primeros y más sonados escándalos culturales de nuestra recién reestrenada democracia. El crimen de Cuenca estuvo secuestrada durante dos años por orden militar. Fue el ejemplo de un pulso por la libertad de expresión entre viejas instituciones franquistas y nuevos demócratas.

En diciembre de 1979, la Junta de Valoración de Películas del ministerio de Cultura asistió a la proyección del filme para obtener una clasificación por edades y una licencia de exhibición. Se trataba de un puro trámite; ojo de aguja de un sistema que se cuidaba de exhibir según qué, pero que no actuaba -supuestamente- como organismo censurador. La censura había muerto con el dictador. O eso parecía.

Sin embargo, las imágenes de tortura habían hecho saltar las alarmas del organismo. Pero no tanto por su dureza, que se solía arreglar concediendo una 'S' reservada entonces para películas porno o violentas, sino por el subtexto del caso en sí mismo. Al fin y al cabo, en la película se mostraba sin pudor que los responsables de esas brutales torturas eran miembros de la Guardia Civil. Y era eso lo que había hecho saltar las alarmas.

En una estrategia con pocos precedentes, el Ministerio de Cultura paralizó la concesión de la licencia y organizó varios pases privados para los tenientes generales Antonio Ibáñez Freire -Ministro del Interior- y Pedro Fontenla Fernández -Director General de la Benemérita por entonces-. Ambos decidieron que la película no debía estrenarse. Al poco tiempo, la Iª Región Militar de Madrid comandada por Guillermo Quintana Lacaci, dictó el secuestro de todas las copias del filme y procesó a la directora de la película, Pilar Miró, por injurias a la Guardia Civil. Todo esto con el gobierno de la UCD de Adolfo Suárez en el Congreso.

"Me parecía importante recordar lo que pasó con la película de Pilar porque aquí se siguen censurando libros, se persiguen expresiones artísticas y se condena por tuitear. Conviene no olvidar", opina Matellano.

"El poder es como la energía, ni se crea ni se destruye, solo se transforma", reflexiona el director de Regresa El Cepa. "Es más, siempre utiliza los resortes que tiene a mano para influenciar en determinados hechos y habitualmente por vía legislativa. Utilizaron vericuetos legales para prohibir la película de Pilar como ahora se utilizan para según qué intereses".

Vuelve El Cepa... cuarenta años después

"El dilema es: ¿de qué trata El crimen de Cuenca? ¿De las torturas que la Guardia Civil cometió en 1913 o de las que perpetra en 1979 contra terroristas y delincuentes?", escribía Emetrio Díez Puertas en su libro Golpe a la Transición: el secuestro de El crimen de Cuenca.

Una censura que supuso "un golpe a la Transición en el sentido de que es un acto involucionista por el que un sector de los militares quiere dejar sin efecto la libertad de expresión", afirmaba el investigador y profesor de la Universidad Camilo José Cela,"además de imponer un silencio sobre la guerra sucia que el Estado practica contra el terrorismo".

"El trabajo de Emetrio fue esencial para mi documental", añade Víctor Matellano. El realizador cuenta que entre aquella investigación y su documentación consiguió un guion de setecientas páginas, cuarenta entrevistas y veinticuatro horas de material grabado hábil. Aquello se acortó en un montaje de cinco horas que posteriormente se convertiría en el documental de hora y media que ahora estrena.

En Regresa El Cepa, Matellano vuelve de la mano del actor Guillermo Montesinos, que interpretaba a José María Grimaldos en la película de Pilar Miró, a Osa de la Vega. Recorriendo con él las calles que vivieron la injusticia y luego el rodaje y recreación de la misma.

"Hemos contado hasta donde se podía contar, porque algunos de los protagonistas de la cuestión política y judicial ya no están vivos", explica Matellano. "También por ser ecuánimes y ceñirnos a la cuestión probada, porque es verdad que tenemos algunas sospechas que no podemos probar".

Cuando se le pregunta por dichas sospechas, Matellano no se muerde la lengua: "Asumimos que en torno a la película y al caso real hay mucha rumorología, pero tengo algunas sospechas que diría que son casi certezas, como que hubo un movimiento desde la política nacional para que la película no se premiase en Berlín", afirma.

En 1980, la película se presentó en la trigésima edición de la Berlinale ante un revuelo sonadísimo, siendo imposible verla aún en España. "Me parece demasiada casualidad que justo le surgiese un viaje inesperado a Adolfo Suárez y tuviese una entrevista con Helmut Kohl el mismo día de la proyección de la película. O que en la rueda de prensa fuese el cónsul... había mucho movimiento para que, parece ser, no pasase como pasó con Viridiana [que ganó la Palma de Oro en Cannes] y desde la comunidad cinéfila internacional les metiesen otra vez ese golazo".

Una cineasta ante militares

Con Regresa El Cepa, Víctor Matellanos reúne a muchos de los profesionales que participaron la película de Pilar Miró para hablar del rodaje, evaluar lo que significó su secuestro comercial durante años y cómo afectó al panorama sociopolítico del momento. Un ejercicio de síntesis a la vez que apertura de miras realmente encomiable.

Cuando por fin pudo verse, la cinta se convirtió en un fenómeno imparable. Fue la película más taquillera del año en España, con una recaudación de 376 millones de pesetas del 81. Superando, sin demasiado esfuerzo, a películas como Superman II, Aterriza como puedas o En busca del arca perdida. Ese mismo año, Tejero entraría en el Congreso de los Diputados a punta de pistola el 23-F. Aún se escuchaba el ruido de sables y Pilar Miró, de hecho, figuraba en la lista negra de personas a las que los golpistas militares querían eliminar.

Pero más allá de sopesar las razones que han llevado a que El crímen de Cuenca se convierta en un pedazo valiosísimo de historia de nuestro cine, también se significa como un merecidísimo homenaje a su directora. 

"Es evidente que no vivimos en la España de hace 40 años, que existe una evolución positiva en muchos aspectos", explica Matellano. "Sin embargo hay tres grandes temas que siguen vigentes: la cuestión de la tortura, la libertad de expresión en en nuestro país, y la presencia de la mujer en el cine", explica.

Para el director de cine no es casualidad que la película que cabreó al régimen estuviese dirigida por una mujer. "Además, hija de militares", remarca, "imagínate cómo se tomaría un juez militar en el 79 que una hija de un compañero, de izquierdas y mujer, hubiese rodado esta película...".

"La cuestión de la mujer es absolutamente importante en este caso. Había muy pocas realizadoras entonces. Y creo que es necesario recordar a tres profesionales que lucharon por este proyecto contra viento y marea", afirma el realizador, que enumera los nombres de Pilar, por supuesto, Sol Carnicero, directora de producción y Lola Salvador, que firmó el guion final y estuvo siempre decidida a hablar de las torturas.

Sin ellas no existiría El crimen de Cuenca. Ellas fueron quienes quisieron narrar la injusticia que sufrieron Gregorio y León. También quienes plantaron cara a la censura cuando la tuvieron delante. Conviene no olvidar, como dice el director del documental, porque el olvido a veces es de todo menos inocente.

El falsete más famoso de 'El rey león' cuesta millones y es un robo

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La primera vez que Rian Malan escuchó la canción que le cambiaría la vida fue de boca de su madre en su mansión de Johannesburgo. Estaba en la cocina y tarareaba una melodía sencilla y alegre que repetía a distinto ritmo la misma palabra: Mbube. Por aquel entonces, el pequeño Rian desconocía el origen, el impacto y la cuantía millonaria de un tema robado a un zulú analfabeto que cantaba como los pájaros y que décadas más tarde formaría parte de la banda sonora más famosa de Disney, la de El rey León.

Todas las historias épicas comienzan con un ataque de ambición o de remordimiento de conciencia. La de Mbube pertenece a las segundas, ya que fue el legado racista de su familia lo que empujó al periodista sudafricano Rian Malan a buscar justicia para el compositor original de la melodía, Solomon Linda, y sus descendientes. "Es difícil pensar en una canción que haya cubierto una distancia mayor tanto en tiempo como en espacio", dice en el documental La parte del león, recién aterrizado en Netflix.

Los Malan llegaron a Sudáfrica en el siglo XVII y fueron la saga impulsora del apartheid. De joven, Rian creía que estaba llamado a ser el campeón de la liberación africana para compensar las barbaridades supremacistas de su familia. Se lo decía a su criada negra, que le contestaba con todo el desdén que le permitía trabajar en una casa de ricos blancos y condescendientes. Cuando entendió que eso no iba a ocurrir y que sus grafitis autoproclamándose negro rozaban el ridículo, huyó a Los Ángeles, donde empezó a escribir crónicas musicales bajo el seudónimo de Nelson Mandela.

Allí se hizo famoso plasmando sus contradicciones como sudafricano blanco en un libro que se convirtió instantáneamente en un éxito. "Amaba a los negros, pero les temía. Era presa de mi misma psicosis racial", escribió. Cuando los conflictos en su país se recrudecieron, Malan volvió a Johannesburgo para ver desde cerca el sufrimiento de los que decía defender. Corría el año 1999, y una especie de estrella del pop zulú le habló de Mbube, la canción que tarareaba su madre en la cocina muchos años atrás.

Ese cantante le aseguró que el tema databa de 1939 y pertenecía a Solomon Linda, un emigrante zulú que por el día se dedicaba a trabajos serviles y por la noche cantaba con su coro The Evening Birds. La voz aflautada del falsete era inconfundible, pero Rian Malan ya la había escuchado mil veces y nunca relacionada con ese tal Linda.

Primero fue adaptada por Pete Seeger y The Weavers, más tarde por el grupo de moda estadounidense The Tokens, y sonó varias veces en televisión de la mano de programas de éxito como FriendsLos Teleñecos. Pero, sin duda, la versión más famosa era la que se cantaba en la película de Disney de 1994, El rey León, y en su adaptación como aplaudido musical de Broadway.

Malan encontró su oportunidad de hacer algo útil por la maltratada población africana. Tuvo que tirar de un par de hilos para cerciorarse de que, en efecto, Mbube era una creación original de Solomon Linda, que sus derechos fueron cedidos al sello sudafricano Gallo y que sus trece notas recaudaron 16 millones de dólares por todo el mundo.

"Casi nada de eso volvió a él ni a sus descendientes en Sudáfrica cuando murió", explica. Por eso, inició su propio Searching for Sugar Man para encontrar a las hijas de Linda, les explicó que el legado de su padre había sido robado y que nunca más volverían a pasar hambre porque él recuperaría lo que les pertenece por derecho. Una promesa loable que estaba a punto de abrir una caja de los truenos.

Expolio internacional a la memoria africana

La parte del león es efectiva mostrando la ingenuidad de Rian Malan, tan obcecado en su propia cura de conciencia y en su cruzada por la justicia que olvidó que el mundo no siempre es justo. Junto a abogados especializados en copyright, Malan acompañó a las hermanas Linda por un via crucis legal que alcanzó su punto álgido en la brutal lucha en los tribunales contra Disney.

"La parte musical fue la más fácil de investigar, pero luego me pasé meses descubriendo a dónde había ido a parar el dinero", explica el periodista en la película. El cómo llegó Mbube a la animación más querida de la factoría del ratón es un proceso tan complicado como apasionante. Cuando la canción fue lanzada por Gallo en Sudáfrica, se convirtió en un éxito instantáneo que llegó a oídos del icono del folk y los derechos civiles en EEUU, Pete Seeger.

Pensando que se trataba de una melodía tradicional sin créditos, la transcribió nota por nota hasta convertirla en Wimoweh, que alcanzó rápidamente el top ten en 1952 interpretada por su grupo. "Las leyes de copyright estaban surgiendo en Sudáfrica y, para las mentes blancas, la música tradicional zulú no eran composiciones originales, eran solo sonidos que les interesaban a los negros", dice Malan.

Pero el punto de inflexión fue cuando un grupo de jóvenes emergentes contrató al mago de las letras y colaborador de Elvis Presley y Frank Sinatra, George Weiss, para traducir las sílabas impronunciables de Wimoweh. Así nació The Lion Sleeps Tonight, cantada por The Tokens en 1961. El resto, incluido cuando Weiss se la vendió a Disney décadas más tarde por un buen saco de millones, es historia.

Contra el rey de la selva

La lucha de la familia de Solomon Linda contra Disney, quien tras el lanzamiento de El rey león en 1994 se estaba llevando la porción más grande de la tarta, se convirtió en un asunto de Estado en Sudáfrica. Al fin y al cabo, se trataba de recuperar la tradición cultural de los africanos de manos de unos blancos que se estaban lucrando gratis con ella.

"Sabíamos que nos enfrentábamos a una empresa masiva. Demandar a Disney en EEUU no era plato de buen gusto. El presupuesto nacional de Sudáfrica no se puede comparar con el de Disney", explica uno de los abogados de las hermanas en la cinta. Enseguida se dieron cuenta de que su única esperanza pasaba por convertir el pleito en un caso mediático internacional. Las cabeceras de todo el mundo apuntaban hacia Sudáfrica, donde el Gobierno había amenazado con secuestrar a Mickey Mouse y a otras 250 marcas que Disney tenía registradas en el país -literalmente-, si no devolvían Mbube a Solomon Linda.

"El gran villano Disney contra una pobre familia africana. Era perfecto. La empresa reaccionó como un gato acorralado y sacó toda su artillería pesada. Después de un proceso largo, llegaron las negociaciones del acuerdo. Los abogados propusieron de inmediato una indemnización global y un pago de futuros derechos de autor en todo el mundo a cambio de no hacer nunca pública la cantidad que pagaba", dicen los que defendieron a Linda en el documental.

Los abogados vieron la luz y presionaron a las hermanas para firmar el acuerdo de inmediato. Sin embargo, era por mucho menos dinero del que se había acordado en un principio. La guerra dejó de ser entonces contra un gigante multinacional y pasó de nuevo a ser un asunto nacional y de carácter racista: tres mujeres negras contra dos abogados blancos que querían timarlas. O eso defendían ellas. 

Los magistrados contraatacaron diciendo que solo eran un trío de borrachas que habían malgastado toda la herencia de Solomon en licor. Y, en medio, Rian Malan desconcertado y viendo cómo su gran cometido volvía a enterrarse en el fango de la lucha racial. Aún hoy en día no se sabe qué ocurrió con el dinero y si los dos hombres podían haber presionado más a Disney, o incluso si se llevaron al bolsillo gran parte de la cuantía acordada.

El caso tuvo una enorme importancia simbólica para los sudafricanos negros, que han estado siempre en el bando perdedor de la Historia. La virtud de La parte del león es recordar que, por mucho que pasen los años, hay cicatrices que no se cierran ni con una cura de millones de dólares. Pero, sobre todo, que siempre que un blanco se autoproclama salvador de una minoría, la herida del conflicto racial se infecta de nuevo y supura con más fuerza.

La dictadura de la masa en la cultura de masas, ¿deben claudicar los creadores ante los fans?

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El final de Juego de tronos no solo supuso el punto final de la serie. A la vez, despertó la ira de los fans decepcionados por considerar que el colofón no estaba a la altura, tal y como demuestra su escasa nota en páginas como IMDB (un 4,3, el capítulo peor valorado de todos). Además, se puso en marcha una campaña de change.org con más de un millón y medio de firmas para que se rehiciera la octava temporada "con guionistas competentes", alegando que David Benioff y D.B. Weiss han demostrado ser todo lo contrario. "¡Haz caso a nuestras expectativas y hazlas realidad, HBO!", denuncian en la petición.

No es la primera vez que ocurre algo similar. En Los últimos Jedi (2017), el director Rian Johnson se atrevió a reinterpretar el concepto de "la fuerza" y a reescribir ciertos elementos de la franquicia. Como era de esperar, también provocó la ira de los adeptos a este universo. "Walt Disney decidió atacar el canon oficial y eliminó tres décadas de historia", se puede leer en una de las muchas campañas de change.org creadas tras el estreno del octavo episodio de Star Wars.

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Esta tendencia no es solo exclusiva del séptimo arte. También ha estado presente en sagas de videojuegos como Mass Effect. El tercer título, el que se suponía que iba a dar forma a toda la trilogía, acababa de forma un tanto trágica para el personaje principal y no daba opción a que fuera de otra manera. Esta vez las quejas fueron escuchadas y BioWare, la empresa desarrolladora, lanzó un contenido adicional para permitir al jugador seleccionar un epílogo a su gusto.

"Lo que ha pasado tiene mucho que ver con cómo está construido ahora mismo el mundo de la comunicación digital. A las compañías de medios este adueñamiento del contenido que hacen los fans les viene muy bien, porque al final los seguidores se convierten en embajadores de ese contenido", explica a eldiario.es Elena Neira, profesora de la Universitat Oberta Catalunya (UOC) y experta en las nuevas formas de consumo audiovisual.

Los seguidores de los productos culturales han descubierto con las redes sociales un altavoz que hace décadas era impensable. Ahora los tuits, las campañas e incluso los insultos tienen capacidad de llegar directamente a las personas implicadas en el desarrollo del producto. "Creemos que tenemos derecho al pataleo y a exigir que estén alineados en el umbral de nuestras expectativas. Nos hemos vuelto increíblemente intolerantes a las sorpresas. Los seguidores se han dado cuenta que tienen un arma muy potente que es la denuncia, el convertir la reducción a un amplificador de sus peticiones", afirma la docente.

Solo basta un vistazo a Rotten Tomatoes para comprobar la aceptación de última temporada de Juego de tronos: la mala puntuación de cada episodio solo era empeorada por el siguiente. "Todo el mundo tiene una opinión con respecto a cómo debería haber acabado Juego de tronos, pero yo creo que la gente pierde de vista que otras temporadas de la serie que tampoco nos gustaron y no existió esta histeria colectiva", considera Neira.

En ocasiones las votaciones reflejan la experiencia negativa o positiva de seguidores que han consumido una obra, pero el problema es que no siempre es así. Otras veces son fruto de comunidades organizadas para derribar películas que no se alinean con sus ideas políticas. Ocurrió con Black Panther (2018), que se enfrentó a comentarios racistas por contar con un elenco de actores mayoritariamente negros. Pero también con otras como Capitana Marvel (2019), que recibió comentarios machistas incluso cuando todavía no se había estrenado. "¿Debo pagar por ver a una mujer odiar a hombres blancos?", decía uno de los ofendidos.

"Al final tampoco hay que perder la perspectiva: las redes sociales no son ni mucho menos una media de la población", apunta Neira sin descartar que sí puedan ser útiles para analizar lo que opina una importante porción de consumidores. 

La red como campo de testeo

La reacción de los espectadores es un arma de doble filo: sirve para señalar negativamente a un producto, pero también para testear cuál es su aceptación. Es lo que se pudo comprobar con la película live-action de Sonic, que recibió un aluvión de críticas solo con estrenar su primer tráiler. Algunos fans, incluso plantearon alternativas al diseño original.

El popular erizo azul había pasado de ser rechoncho y tener los ojos grandes a convertirse prácticamente en lo que parecía un humano disfrazado. Por ello, el director Jeff Fowler publicó un tuit anunciando cambios de diseño para el personaje.  

El poder comprobar la reacción del público, ¿es también este fenómeno positivo para evitar un posible batacazo en taquilla? "Sin ninguna duda. Algunos creadores que son reacios a tener en cuenta las opiniones de los fans y otros son especialmente receptivos. Me viene a la cabeza Lena Dunham, creadora de Girls, que al principio decía que tenía Twitter para comprobar qué personajes conectaban mejor", recuerda Neira.

No obstante, sería un error creer que entre los directores y los espectadores no existen filtros intermedios que también condicionan el formato de la obra. Es lo que se pudo apreciar con la reciente Hellboy (2019), que llegó a los cines envuelta por la polémica decisión de Vértice360, la distribuidora española, de elegir un montaje alternativo que suaviza el gore y baja el límite de edad de 18 a 16 años. "No podemos perder la perspectiva de que al final una distribuidora lo que quiere es ganar dinero. Para ellos tener una calificación para mayores de edad es una faena por la publicidad, que debe ser en franjas protegidas, y porque gran parte de la población no va a poder verla", señala la experta.

Consumir una serie o una película ya no es un acto privado o de un reducido grupo de amigos. Las redes sociales han provocado que el círculo de lo íntimo se expanda más allá de los límites físicos para viajar de un lado a otro de forma virtual. El producto que se adapta sobrevive. El que no, ya sabe a lo que se enfrenta. "Estamos en un universo digital basado en algoritmos para colocarnos delante lo que nos gusta, lo que provoca que cada vez seamos menos permeables a las malas experiencias", apunta Neira.

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Según la experta, a pesar de que encontramos excepciones, los directores "ya no se pueden permitir pedirle un acto de fe a la audiencia" y esperar a que le dediquen tiempo para valorar la creación en su justa medida. 

"En el cine todavía estamos pagando por un contenido en concreto. Pero en una plataforma, como no tienes la percepción de transacción económica, porque al fin y al cabo es una tarifa plana, tus exigencias sobre la calidad del contenido se rebajan muchísimo", añade. Si no estamos conformes con un producto es tan sencillo como darle a un botón del mando y seleccionar otro.

¿Tendríamos hoy paciencia para resistir series más exigentes con el espectador, como The Wire? "Probablemente las nuevas generaciones cada vez sean más impacientes, porque nos estamos acostumbrando a no darle mucho tiempo a las series. Las consumimos rápido y las olvidamos rápido", lamenta la profesora.

Y, si la serie no es suficientemente rápida, que se prepare para una campaña de change.org en su contra. Puede que David Simon no tuviera tanta razón cuando dijo aquello de "que se joda el espectador medio".

No hay genio tan genial como Will Smith para un 'Aladdin' de cartón piedra

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La fábula de Aladino enseñaba que hay que tener cuidado con lo que se desea, porque la ambición no entiende de límites y el poder corrompe hasta los corazones más nobles. No sabemos si queda alguno de esos en los despachos de la factoría Disney, pero desde luego su nueva maquinaria de remakes se parece mucho a la Cueva de las Maravillas: un lugar peligroso, lleno de piedras preciosas y montones de dinero, donde es muy difícil resistirse a la codicia.

Esa, y no otra, es la razón por la que están desempolvando sus clásicos infantiles más queridos y volviendo a hacer caja con ellos dándoles una capa de tecnología CGI. ¿Les podemos culpar? Al fin y al cabo, es la empresa que mejor ha sabido explotar la nostalgia desde hace cien años. Lo que sí podemos exigir es que no hagan un ridículo espantoso con cada uno de sus lanzamientos. Aunque no siempre es posible, en el caso de Aladdin respiramos tranquilos. Eso no ha ocurrido (del todo).

Disney fichó a Guy Ritchie y le puso en sus manos la lámpara de los deseos. Al principio parecía que los había usado con cabeza: primero, pidiendo a Will Smith en el papel del genio; segundo, manteniendo al artífice original de la banda sonora de 1992; y, tercero, adaptando las partes más rancias del guion a la mentalidad de nuestra época.

Pero salió el tráiler y las redes enloquecieron con la versión azul e hinchada del Príncipe de Bel-Air y con una estética de Bollywood cutre que no tenía nada que ver con la versión animada.

Aunque está lejos de ser perfecta, esas dos primeras impresiones no son del todo justas porque en la nueva Aladdin juegan varios factores a su favor. Para empezar, la elección del casting.

La acción comienza en Agrabah, un país ficticio de Arabia donde se sobreentiende que la población no es de raza blanca. Sería una obviedad que la mayor parte de los actores fuera de ascendencia oriental si no estuviéramos en la era del whitewashing. Disney ha guardado el bote de pintura marrón y ha fichado a intérpretes de raíces egipcias, turcas, indias e iranís. Un reflejo fiel a la realidad que representa que, por desgracia, debemos seguir aplaudiendo.

No obstante, hay una cosa que sí chirría y es que cada uno de los personajes hable con un acento distinto. Mientras que los secundarios pronuncian un deje árabe impostado, todos los protagonistas tienen un perfecto inglés británico. En lugar de un té moruno, parece que en cualquier momento van a sacar un breakfast tea con pastas a las cinco. Es una forma bastante clasista de diferenciar los roles y que se carga el efecto heterogéneo del elenco que destacábamos antes. Lo oriental es de nuevo el complemento, la otredad.

Esa sensación aumenta con algunas decisiones de vestuario y de ambientación que se antojan una parodia Disney de lo árabe. Está bien, Agrabah no existe. Pero en muchas ocasiones su medina de cartón piedra, sus túnicas de colores vistosos y sus pétalos de flores cayendo sin ton ni son parecen el atrezzo de una fiesta de disfraces de instituto más que el de una producción millonaria y medianamente seria.

Por suerte, los actores que visten los trajes y pasean por el claustrofóbico set de rodaje salvan los muebles. La pareja protagonista, formada por Mena Massoud como Aladdin y Naomi Scott como Jasmine, no tiene una química que lance cohetes, pero aguanta los cambios de tono que le corresponden a cada uno. Desde el drama de la rata callejera y la princesa encerrada, hasta los giros cómicos y la furia final contra el villano.

Y, justo cuando los jóvenes actores empiezan a flaquear en pantalla, aparece Will Smith para recordarnos que muchas veces lo mejor de una película está en sus secundarios. Con permiso de Robin Williams, si no hay genio tan genial en toda la filmografía Disney hay que decirlo, celebrarlo y cantarlo. Desde su aparición en la Cueva de las Maravillas hasta la presentación del príncipe Ali en palacio, Smith alegra la vista y los sentidos con sus chistes, sus canciones e incluso con una trama romántica algo forzada pero fácil de perdonar.

Quizá lo más complicado de digerir son sus músculos azules creados por CGI, un mal que afecta a la película al completo y no solo al genio de la lámpara. Aladdin quiere ser tan fiel a la original en muchos aspectos que toma prestadas las mismas fórmulas de la animación. Hay persecuciones, panorámicas y elipsis temporales que sencillamente no funcionan en este live-action. Son excesivas y agobiantes, pero es ahí donde la pericia de los actores (y especialmente la del genio) nos devuelve a la trama.

En el otro plato de la balanza (porque siempre lo hay) está Jafar: el peor peón del elenco con mucha diferencia. El actor Marwan Kenzari no tiene el carisma necesario para todo el tiempo que aparece en pantalla ni la oscuridad para representar a uno de los mejores malos de la factoría. El guion, sin embargo, intenta equilibrarlo ofreciendo una subtrama paralela a la de Aladdin -como exladrón que escaló hasta visir a base de avaricia- que le reafirma como antagonista de carne y hueso. Una pena que la actuación no esté a la altura.

En cambio, estos brochazos funcionan mejor en el caso de la nueva Jasmine feminista. No se han roto la cabeza: la que fuera una princesa con carácter, pero débil en el fondo, ahora es una líder nata que se sabe lo suficientemente preparada como para ser sultana y no dejar su reino en manos de ningún hombre. Lo canta en Speechless, canción inédita creada por los letristas de La La Land y el compositor de la banda sonora de 1992, Alan Menken.

Porque si hay algo que no debe cambiar en los clásicos de Disney, esa es su música. Quizá nos cueste recordar tramas o líneas concretas de diálogo, pero las canciones forman parte de un imaginario común que se agarra al subconsciente y aprieta el botón rojo de la nostalgia. Un mundo ideal es más Aladdin que el propio personaje y, mientras eso quede intacto, los remakes tienen en sus manos el mejor comodín para llevarnos de vuelta a nuestra infancia en alfombra voladora.

'La viuda': quizá sea mejor que no conozcas a nadie en la gran ciudad

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Dicen que, poco a poco, el reloj de la nostalgia compartida comienza a cambiar de década. Que los años ochenta dejarán paso al revisionismo, culto y parodia de los noventa. Si es así, quizá recordemos la nueva película de Neil Jordan (Entrevista con el vampiro, Juego de lágrimas) como un ejemplo de ello. Su autor ha vuelto a las salas cinematográficas con una obra que remite a Mujer blanca soltera busca o La mano que mece la cuna, exponentes de una serie de thrillers que llevaban las historias de sociopatías extremas a terrenos menos agrios y feístas que los terrores fílmicos en la tradición de La noche de Halloween o Viernes 13

Las dos obras mencionadas trataban de antagonistas femeninas que se infiltraban en los espacios de las protagonistas con intenciones nada edificantes. La viuda comparte con ellas un doble protagonismo femenino, esta vez sin triángulos amorosos incorporados. En el filme, Chloë Grace Moretz (Carrie) interpreta a Frances, una buena chica abatida por la muerte de su madre. Después de encontrar un bolso en el metro, se lo lleva a su propietaria, Greta (Isabelle Huppert), una mujer adulta que vive una vida solitaria.

Cuando ambas comienzan a estrechar sus lazos, una amiga de Frances representa la mentalidad desconfiada del urbanita medio: esta amistad intergeneracional, que además se ha establecido mediante una casualidad, tiene un componente extraño e inquietante. Sus comentarios acabarán resultando plenamente justificados. Como suele suceder en los thrillers, los discursos paranoides suelen hacerse realidad.

Jordan, que ha revisado y llevado a la pantalla un guion firmado por Ray Wright (Pulse, Expediente 39), despeja con cierta rapidez la duda sobre los caminos que tomarán los personajes. A los pocos minutos, queda claro que La viuda no será un drama o una tragicomedia, sino una intriga que azuza los miedos metropolitanos a ser amables y abrirse emocionalmente con desconocidos. Hay que prepararse para lo peor.

No confíe en nadie

El director de Greta es un cineasta de carrera desigual que ha llevado a la pantalla historias de todo tipo. A pesar de esta versatilidad, ya había evidenciado cierto gusto por lo truculento mediante una oscura versión de La caperucita roja: En compañía de lobos. La vampírica Byzantium o In dreams, un thriller psicológico con elementos sobrenaturales, fueron otras muestras de ello.

Ahora, el realizador irlandés ha preparado una pesadilla de miedos urbanos con vago acento europeo. Para ello ha contado con una Isabelle Huppert que parece muy cómoda encarnando un personaje cuya actitud acaba resultando casi inaprehensible, extraviada en un laberinto de mentiras y fingimientos. No estamos ante el tópico asesino en serie robótico: Greta lleva a terrenos terribles la necesidad humana de amar, y se empeña en usar a Frances como instrumento para ejercer una pseudomaternidad nociva y terrible.

Si hay alguna constante en la desigual carrera de Jordan es su capacidad para firmar filmes de aspecto cuidado. Esta desarrollada capacidad estética contribuye a que algunas escenas transmitan, con una efectividad casi inmersiva, el pánico a toda una ciudad que puede despertar la persecución de un acosador que conoce los lugares que transitas. En ocasiones, basta con recursos simples aplicados con astucia: la introducción de música inquietante que presagia un giro en la escena, los ligeros movimientos de cámara enriquecedores de una imagen que remitía a lo cotidiano...

Poco a poco, el mundo de la protagonista se va estrechando de manera metafórica y literal. Y la película se convierte en una pesadilla claustrofóbica ubicada paradójicamente en una gran metrópolis, en una Nueva York mentirosa puesto que el rodaje tuvo lugar en la Irlanda natal del realizador.

Hacia el cuento oscuro

En general, La viuda incluye un goteo constante de revelaciones cada vez más tétricas que desvelan la psicología trastornada de la antagonista. Jordan y compañía rompen este desarrollo lineal con algunas sorpresas que suelen castigar a la audiencia, pero que en alguna ocasión le dan un pequeño respiro. También incorporan algunos efectismos que abren la puerta a la contemplación irónica, junto con un humor negro apto para los más resabiados (y difícilmente impresionables) devoradores del cine de terror.

El juego con el público más aficionado al género no necesariamente compromete el goce de otro menos especializado, pero sí oscurece cuál puede ser la temática del filme. No queda del todo claro si sus responsables quieren decirnos algo sobre la vida urbana y sus soledades, porque La viuda acaba siendo un cuento malvado como En compañía de lobos, de nuevo con un depredador disfrazado de amable madre o abuela. En lo más profundo, los miedos humanos no cambian demasiado aunque en la ficción aparezcan aplicaciones de mensajería y redes sociales.

El proceso de endurecimiento de la narración se cobra alguna víctima colateral. La malvada pierde matices a medida que la película se transforma en una pesadilla desatada. La idea perturbadora de que la acosada y la acosadora compartan circunstancias de duelo va difuminándose. Aún así, como en muchos cuentos de terror sobrenatural recientes (Verónica, Insidous 3, etcétera), la tristeza derivada de la muerte de uno de los progenitores deviene una debilidad potencialmente letal.

Con todo, la interpretación de Huppert facilita que veamos una lógica en esa pérdida de matices. La malvada de cuento de los hermanos Grimm estaba presente desde el inicio, y la narración solo la despoja de capas y más capas de mentiras o fingimientos. El resultado final puede parecer algo hueco. La viuda nos ofrece a cambio unas cuantas escenas perturbadoras, astutamente fotografiadas y voluntariosamente interpretadas, acompañadas de algunos brotes de ironía, que pueden ser suficientes como para que olvidemos sus puntos débiles.

Es hora de conocer a John Wick, el sicario trajeado que resucitó a Keanu Reeves

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En 2014, John Wick, una cinta de acción de presupuesto modesto, se convirtió en un éxito inesperado. La odisea de venganza de un lacónico asesino a sueldo acabó recargando la carrera de Keanu Reeves, algo decaída comercialmente desde el final de la trilogía Matrix. Era el debut como realizador de Chad Stahelski, cuya experiencia como especialista y coordinador de escenas de acción se evidenciaba mediante las cuidadas coreografías violentas que incluía la película. Ahora la tentación de levantar una franquicia cinematográfica se ha materializado: cinco años después, John Wick ya es una trilogía con una cuarta entrega confirmada.

El filme original partía de un planteamiento extremadamente tópico: como en tantas otras películas sobre asesinos a sueldo que mataban mucho para poder escoger no matar, un sicario prematuramente prejubilado acaba llenando depósitos de cadáveres por motivos argumentales. Su motivación eran especialmente chocante: el hijo de un mafioso ruso le robaba el coche y mataba a su perro. A sabiendas de que una venganza implicaría una guerra total con una poderosa familia del crimen, el protagonista comenzaba una persecución que sembraba la ciudad de cadáveres.

El guion de Derek Kolstad, que había firmado los libretos de dos películas de acción de bajo presupuesto protagonizadas por Dolph Lundgren (Rocky IV, Creed II), se movía entre la parodia de un arquetipo y su remitificación. Diversos personajes cuestionaban la cordura del protagonista, que arriesgaba su vida y mataba a decenas de personas para vengar a su perro, pero a la vez intercambiaban anécdotas sobre sus insólitas capacidades asesinas. Wick era un legendario hombre del saco y un ejemplo andante de la lógica desquiciadamente violenta del thriller de venganza.

La propuesta demostró una gran capacidad de convertirse en un entretenimiento, un placer culpable para los aficionados al género. Las escenas de acción, especialmente una vibrante incursión en un club nocturno, hicieron el resto. Stahelski y compañía cuidaron unas escenas de acción en las que Reeves se lucía como un asesino tan cool como brutal que usaba las pistolas como una extensión del puño, fusionando las peleas cuerpo a cuerpo con el uso de armas de fuego. Y terminaron por convertir al antihéroe en un personaje cercano a lo superheroico, dada su inverosímil capacidad para eliminar a sus enemigos. 

Tiros en la cabeza listos para ser consumidos

Los incondicionales del cine de acción podían ver en los bailes mortales de Wick algunos ecos de los clásicos rodados en Hong Kong por John Woo (Hervidero, El asesino), o de la violencia impasible de Oldboy y su recordado plano secuencia de lucha con puños, martillos u objetos punzantes. Los responsables de la película parecían reencauzar algunas aportaciones del cine de acción reciente rodado lejos de Hollywood.

El furioso díptico Redada asesina, The yellow sea (una especie de drama social sobre el tráfico de personas que tomaba la forma de un thriller feroz y desolador) y otras pesadillas criminales del mundo contemporáneo, compartían un trasfondo perturbador: se ambientaban en zonas de exclusión donde los estados pierden el control en beneficio de las mafias y su capacidad corruptora. John Wick, en cambio, se ubicaba en un universo artificioso y pintoresco que se desvinculaba de lo real.

La mirada socarrona a las convenciones del género, unida a una fotografía hiperestilizada y opuesta a cualquier tentación naturalista, convertían su espectáculo de la muerte en un producto listo para consumir. John Wick ofrecía escenas de acción trepidante cuyo dinamismo estaba menos fundamentado en los cortes constantes de montaje y más en el trabajo de actores y especialistas. También era menos feísta y más fácil de digerir que los agonísticos enfrentamientos de la mencionada Redada asesina o las artes marciales con casquería que presidían la reciente The night comes for us.

La sangre digital que brotaba de los cráneos de enemigos sin voz ni identidad tenía algo de resumen simbólico de la propuesta: no se mimetizaba la violencia blanquísima de los superhéroes de Marvel, pero sí se mostraba un simulacro de sufrimiento tolerable, sin vísceras ni imágenes demasiado desagradables, que remitía a los videojuegos de acción o al cómic. Las peleas de filmes posteriores como Atómica, una obra dirigida por el codirector de John Wick, sugieren que la propuesta se ha convertido en un influyente eslabón en la cadena del cine violento actual. A Wick le han salido imitadores hasta en Filipinas, con la reciente María.

La mitología fantasiosa de la saga no solo ha servido de lugar carnavalesco en el que emplazar la acción. Las ocurrencias de su creador han sido una parte importante en el establecimiento de una cierta mitología, facilitando que el thriller de venganza creciese en forma de franquicia de alcance global. Si Deadpool nos presentaba un bar concurrido por sicarios, en esta trilogía se sube la apuesta: un hotel lujosamente retro es la punta del iceberg de una organización criminal de alcance mundial que combina los ambientes más opulentos del capitalismo globalizado y una ceremoniosidad más propia del Vaticano.

El gélido y despersonalizado crimen corporativo, cometido con trajes de diseño, se entremezcla con el culto casi religioso. Los sicarios tienen su propia moneda y sus objetos de devoción o sacrifico. De nuevo, la parodia y la remitificación se entrelazaban hasta confundirse. Al presentar unas calles sin presencia policial y plagadas de asesinos a sueldo, los autores se burlaban implícitamente sobre la inverosimilitud de las películas de acción... y construían situaciones poderosas alrededor de ese artificio. El tramo final de John Wick: Pacto de sangre, por ejemplo, tomaba la forma de thriller paranoico con sicarios por doquier. El trepidante inicio de John Wick: Capítulo 3 – Parabellum se beneficia de ese curioso desenlace.

La película de nicho que muta en blockbuster mundial

Las crecientes ambiciones comerciales, evidenciadas sobre unos presupuestos en aumento, han ido modelado ligeramente las aventuras de John Wick. La primera entrega era un thriller de acción con toques neo-noir que se ubicaba en Nueva York y sus alrededores. Las dos secuelas posteriores han profundizado en un circense "más difícil todavía".

Poco a poco, Wick se va convirtiendo en una versión arisca y altamente homicida del Ethan Hunt de Misión: imposible. Las coreografías violentas se complican y la duración de las películas aumenta. Los viajes por el globo, hasta Italia en la segunda parte y hasta Marruecos en la tercera, ratifican esta deriva. La saga crece mediante los recursos habituales: alguna escapada internacional, más recursos económicos para las escenas de acción y el establecimiento de diversos personajes secundarios.

Por el momento, la conversión no es tan profunda como la ensayada en la saga Fast and furious, todo un ejemplo de película para un nicho de audiencia concreto que se reconvierte progresivamente en un blockbuster para un público masivo. Ni tampoco resulta tan abrupta como la acelerada transformación del protagonista de The mechanic en un trasunto de James Bond mediante The mechanic: resurrection.

En John Wick: Capítulo 3 – Parabellum, el aspecto circense, el gusto por la sorpresa espectacular y a la vez algo ridícula, toma la forma de luchas a caballo y peleas con ninjas motoristas. Los aficionados gozaran de algunas confrontaciones potencialmente memorables, como un brutal enfrentamiento de los personajes interpretados por Keanu Reeves y Halle Berry (junto con los dos perros de ella) con decenas y decenas de enemigos.

Aún así, si la saga se había iniciado con las fricciones entre la desmitificación y la remitificación, parece que comienza a surgir un tercer elemento: una cierta sensación de rutina en su relato de venganzas encabalgadas hasta el infinito.

John Wick tenía un cierre dramático claro y desprendía un cierto aura de afortunada coincidencia de circunstancias. Su secuela significaba un reencuentro con el antihéroe que expandía su mitología y, además, incluía un final astutamente abierto que servía de conclusión sugerente. La tercera entrega, en cambio, es una reelaboración continuista que asume su naturaleza de ficción seriada a través de un no-final preparatorio de una secuela más. Quizá el espectador se sienta tan utilizado como esa pistola de alquiler que lucha por su libertad individual de matar (o no matar) a quien le parezca.

David Lynch y Geena Davis, dos de los premiados con el Oscar honorífico de 2019

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La Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas ha anunciado este lunes que David Lynch, Geena Davis, Lina WertMüller y Wes Studi recibirán el Oscar honorífico que anualmente se entrega durante los llamados Premios de los Gobernadores y que tienen como función reconocer la trayectoria de profesionales destacados en la industria. 

"Cada año se reconocen a las personas que se han tenido a una vida llena de logros artísticos y que han realizado contribuciones sobresalientes a nuestra industria", señala en el comunicado el Presidente de la Academia, John Bailey, sobre las estatuillas que serán entregadas el próximo 27 de octubre de este año en el Ray Dolby Ballroom de Los Ángeles.

De Geena Davis, entre otras cosas reconocida por ser la actriz de Thelma y Louise y ganar un Oscar por su actuación en El turista accidental (1988), la Academia destaca que "ha sido una apasionada defensora de la igualdad de género en los medios de comunicación", siendo el Instituto Geena Davis dedicado a conciencar a los creadores sobre feminismo un buen ejemplo de ello. 

En el caso de Lynch, los académicos subrayan su papel innovador en el cine con películas como Eraserhead (1977), El hombre elefante (1980), que recibió ocho nominaciones al Oscar, o Mulholland Drive (2001), cintas que todavía hoy se consideran de culto. 

Por otro lado, Lina WertMüller es la primera mujer en recibir una nominación a la dirección por Siete bellezas (1975), teniendo además un papel muy activo sobre género en cuestiones políticas y sociales. Es lo que también ocurre en otro ámbito con Wes Studi, un actor cherokee-estadounidense que ha trabajado en más de 30 películas como Bailando con lobos (1990) o El ultimo mohicano (1992), y que lucha por reivindicar los derechos de los nativos americanos más allá de las pantallas. 


Woody Allen basará su nueva película en el Festival de San Sebastián y la rodará en la ciudad vasca

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Después de que Amazon rompiera con el cineasta por las acusaciones de abusos sexuales que se ciernen sobre él, Woody Allen ha encontrado en España escenario y productora para su próxima película. 

El filme, sin título oficial por el momento y coproducido por Mediapro, se rodará entre los días 10 de julio al 23 de agosto en San Sebastián.

Según el comunicado de la productora, la película será una "comedia romántica" que  "narra la historia de un matrimonio estadounidense que acude al Festival de Cine de San Sebastián. La pareja queda prendada del festival, así como de la belleza y encanto de España y la fantasía del mundo del cine. Ella tiene un affaire con un brillante director de cine francés y él se enamora de una bella española residente en la ciudad".

En su reparto,  actores internacionales y nacionales como Elena Anaya, Louis Garrel, Gina Gershon, Sergi López, Wally Shawn y Cristoph Waltz.

Mediapro produjo previamente otros filmes del director como Medianoche en París, Conocerás al hombre de tus sueños o Vicky Cristina Barcelona.

Sin editorial para sus memorias

Woody Allen ha encontrado productora para su última película después de que las editoriales le dieran la espalda con sus memorias. 

Durante el último año, Woody Allen no ha encontrado editorial, ya que prefieren no trabajar con el cineasta después de que el movimiento #MeToo volviera a centrar la atención en las acusaciones de abusos sexuales en su contra, según The New York Times.

Ejecutivos de diversas editoriales dijeron al diario que un representante de Allen ofreció el libro a sus empresas, que no hicieron ninguna oferta, principalmente por la publicidad negativa que habría generado su publicación.

Algunos editores se negaron directamente a leer el manuscrito, según esas fuentes, algunas de las cuales consideran "tóxica" la posibilidad de trabajar con el director estadounidense.

La falta de interés de las editoriales por sus memorias subraya la caída en desgracia de Allen, que ha visto cómo buena parte del mundo del cine se distanciaba de él tras el estallido del #MeToo.

En los últimos años, Dylan Farrow, hija adoptiva del cineasta, ha acusado reiteradamente al cineasta de haber abusado sexualmente de ella cuando tenía 7 años.

La acusación, que Allen siempre ha negado, ya había salido a la luz en 1992, en medio de la tormentosa separación del actor y director y su pareja, Mia Farrow, y aunque se investigó, nunca se presentaron cargos.

En 2014, con el cineasta nominado a los Óscar, Dylan Farrow (que entonces tenía 28 años) revivió la cuestión con una carta abierta en la que detalló cómo Allen supuestamente abusó de ella cuando era niña y las secuelas que aquello le dejó.

Allen, además, vio cómo los estudios de Amazon rompían un acuerdo para producir cuatro nuevas películas y ahora está envuelto en una batalla judicial con la empresa, a la que reclama 68 millones de dólares por no cumplir lo pactado.

El 'matrimonio sin hombre' que inspiró a Isabel Coixet: la historia real detrás de 'Elisa y Marcela'

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En 1901, siendo Alfonso XIII menor de edad, María Cristina, la reina regente,   convocaba unas elecciones que volvían a proclamar a Sagasta como Presidente, cargo de ocupaba por séptima ocasión. La Segunda República aún tardaría treinta años en llegar y España era un lugar profundamente católico y conservador. Por eso no deja de sorprender que fuese la Iglesia quien oficiase el primer matrimonio homosexual del que se tiene constancia documental en nuestro país.

Ocurrió el 8 de junio de 1901, en una celebración a cargo del párroco Víctor Cortiella, en la Iglesia San Jorge de A Coruña. Allí se casaron Marcela Gracia Ibeas y Elisa Sánchez Loriga, dos maestras que se habían conocido cuando estudiaban magisterio en una institución religiosa. Elisa, eso sí, se hacía pasar por un hombre llamado Mario Sánchez, bautizado por el mismo párroco poco antes de contraer matrimonio.

Sin embargo, pronto se descubrió el engaño y fueron perseguidas por las instituciones, que alentaron un escarnio público. Su situación obligó a la pareja a exiliarse a Portugal primero, y Argentina después.

Narciso de Gabriel, catedrático de la Universidade da Coruña, descubrió la historia en los noventa. La plasmó en el libro Elisa y Marcela: amigas y amantes, publicado en castellano por Ediciones Morata y en galego por Edicións Xerais. Reconstruyendo "hasta donde fuese posible" un hecho histórico que ahora llega a nuestras pantallas en forma de largometraje de la mano de Isabel Coixet para Netflix.

Asunto ruidoso: "un matrimonio sin hombre"

"Realmente fueron ellas las que vinieron a mi encuentro", cuenta el escritor y ensayista Narciso de Gabriel a eldiario.es sobre cómo conoció la historia de estas dos mujeres. "Me encontré con esta historia cuando estaba investigando los expedientes disciplinarios instruidos al magisterio gallego durante la segunda mitad del siglo XIX y comienzos del XX".

Entre carpetas de expedientes a maestros y maestras de la época descubrió uno en el que iba adjunta una noticia de La Voz de Galicia del 22 de junio de 1901 que rezaba: 'Asunto ruidoso: un matrimonio sin hombre'.  "Se trataba de una historia verdaderamente singular, que me fascinó desde el primer momento, y que me prometí reconstruir hasta donde fuese posible", cuenta el catedrático. "No resultó fácil porque las fuentes son escasas y carecemos de testimonios directos de las dos protagonistas, y los pocos que tenemos están situados en un contexto que los distorsiona".

Según el autor, que se ha encargado de coescribir junto con Coixet la película que ahora llega a Netflix, "Elisa y Marcela solamente se dejan ver en la medida en que los poderes judiciales, eclesiásticos, académicos o mediáticos se ocupan de ellas. De modo que el relato de sus vidas [...] presenta múltiples lagunas".

Aunque lo que se sabe, no deja de ser fascinante: ambas se conocen en la llamada Escuela Normal de Maestras de A Coruña, en un ambiente opresivo y católico que hace que su amistad no pase desapercibida en su entorno. El padre de Marcela, de hecho, la envía a terminar sus estudios para ser profesora de primaria en Madrid, con el objetivo de alejarla de la influencia de su amiga. A su vuelta es destinada a Calo, una pequeña aldea del municipio de Vimianzo, y más tarde a Dumbría. Elisa, mientras, ejerce de maestra interina en Couso, a escasos sesenta kilómetros de su amada. Nunca pierden el contacto.

Años después, ambas deciden casarse y para ello trazan un plan: Elisa -que hasta entonces había ido a menudo a Dumbría-, volvería convertida en Mario Sánchez, haciéndose pasar por un supuesto primo de sí misma. Así que, convencido de que estaba casando a un hombre y una mujer, el párroco Víctor Cortiella oficiaría su matrimonio. Y ahí empezarían sus problemas.

Perseguidas pero juntas

"Si Marcela y Mario, una vez casados, hubiesen tomado otra dirección, podrían haber vivido el resto de sus días como mujer y marido", explica Narciso de Gabriel. De hecho, según el escritor existen muchos precedentes en este sentido.

"Pero cometieron el error de volver a Dumbría, donde habían vivido hasta unos días antes como dos mujeres, y se descubrió el engaño. La prensa transformó este matrimonio entre dos mujeres en un 'matrimonio sin hombre' e hizo una cobertura espectacular del caso, y fue efectivamente esa publicidad el desencadenante de la intervención judicial y académica".

Así que, en el caso de estas dos mujeres, los medios de comunicación jugaron un papel fundamental en el escarnio y la persecución de sus vidas. "Hubo un importante debate a este respecto", explica de Gabriel, "¿Debía informar la prensa de este tipo de sucesos? La respuesta dependía de si se daba más importancia a los criterios comerciales o a los morales. Y fueron pocos los que no sucumbieron a la tentación crematística".

Aquel 'matrimonio sin hombre', como se le conoció desde que así lo apodase La Voz de Galicia, "suscitó la condena de algunos, la compasión de otros y la admiración de Emilia Pardo Bazán, que atribuía una inteligencia nada común a Elisa Sánchez Loriga, capaz de urdir y ejecutar un proyecto quimérico", cuenta el autor de Elisa y Marcela: amigas y amantes. "La gente estaba fascinada por la transgresión sexual que el caso entrañaba, pero también, por la transgresión de género protagonizada por Elisa".

Una transgresión que pagaron con la prisión y el exilio. "La orden de búsqueda y captura dictada por el juez coruñés Pedro Calvo y Camina, padre por cierto del político José Calvo Sotelo, determinó su huida a Oporto, donde vivieron como marido y mujer", cuenta el escritor. Sin embargo, a los dos meses fueron detenidas por la policía portuguesa, a petición de la española, e ingresadas en prisión. Allí pasaron varias semanas hasta ser absueltas, momento en el que decidieron marcharse a Buenos Aires.

Cien años antes de la legalización

Hoy conocemos la historia de Elisa y Marcela gracias a la investigación de Narciso de Gabriel y de otros estudios de historia con perspectiva LGTBI. Pero también, gracias a que aún quedan personas que nos cuentan lo que sucedió. 

En 1902, Marcela dio a luz una niña que, según especula la película de Coixet, formaría parte de un plan para normalizar la relación de Marcela y Mario ante su entorno. Una prueba incuestionable del género del segundo. Aunque finalmente ambas decidiesen darlo en adopción.

En el epílogo de la nueva versión del libro, Elisa y Marcela: amigas y amantes, se explica además que el nombre del bebé fue María Enriqueta. Se sabe que "llegó a Buenos Aires en 1902, que se casó y tuvo diez hijos y que acabó por abandonar el domicilio conyugal por motivos inciertos", cuenta el catedrático. Una información que consiguió gracias a Norma Graciela Moure, bisnieta de Marcela y nieta de María Enriqueta.

"Considero que es necesario seguir trabajando a favor del respeto y, sobre todo, del reconocimiento y del autorreconocimiento de nuestras sexualidades", opina Narciso de Gabriel. "La historia de Elisa y Marcela nos muestra el sufrimiento que tuvieron que padecer dos mujeres para poder dar vida a su amor. Un sufrimiento que siguen padeciendo las personas homosexuales en muchos lugares, incluso en sociedades que no condenan legalmente este tipo de relaciones".

Al fin y al cabo, como el filme de Isabel Coixet se encarga de remarcar en su último tramo, el matrimonio homosexual no se legalizó en España hasta el 2005. Y a día de hoy solamente es legal en 25 países del mundo. En 72, de hecho, la homosexualidad está penalizada, en 14 de ellos se castiga con penas de cárcel y cadena perpetua, y en 13 directamente con la pena de muerte.

El reconocimiento a través de la ficción o del ensayo del caso de Elisa y Marcela es también la legitimación del recuerdo de sus vidas. Fueron una de las primeras parejas homosexuales que se atrevieron a plantar cara a su situación legal en nuestro país. Su relación es, por todo ello, un pedazo de la historia de la lucha por los derechos sociales y políticos de la comunidad LGTBI. Y eso, por sí solo, merece ser recordado.

Vigilados, sin emociones y sin sexo: 70 años de ecos de '1984' en el cine

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Imaginó un futuro oscuro, pero como en los casos de tantos otras narraciones distópicas, ese negro porvenir se inspiraba en problemas y preocupaciones del presente. El escritor británico George Orwell (Rebelión en la granja) concibió su clásico de la ciencia ficción 1984 poco después del final de la II Guerra Mundial, todavía influido por la decepción sufrida durante su estancia en la España en guerra tras el golpe de estado franquista.

El relato mediático de la persecución gubernamental sufrida por el Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM) escandalizó a Orwell, quien desde ese momento temió la capacidad de los poderes para falsificar el presente y reescribir el pasado. El desencanto de conocer de cerca las tendencias estalinistas a la purga de cualquier disidencia o contrapoder, unido a la violencia de los fascismos, facilitó que el novelista crease un libro asfixiante, sin resquicios a la esperanza.

Ya hacía años que la ciencia ficción había comenzado a dejar de creer en las utopías, especialmente a raíz de la publicación de Nosotros, del ruso Evgueni Zamiatin. 1984 acabó de fijar un desencanto ante las revoluciones que, además de resultar literariamente poderoso, se adecuaba a los marcos conceptuales del Occidente liberal. El héroe zarandeado de la novela vivía en espacios ruinosos, permanentamente vigilado, bombardeado por mentiras y reelaboraciones del pasado. Se le había inculcado una obediencia ciega a un partido único embarcado en una guerra permanente.

Más allá de las circunstancias biográficas e históricas concretas, 1984 puede asomar en nuestras conversaciones, junto con el adjetivo "orwelliano", a pesar de que quizá nunca leímos la novela o nuestro recuerdo de ella se puede haber deformado con el tiempo. Su influjo no requiere un conocimiento directo: el realizador Terry Gilliam (Doce monos) afirmaba que no había leído la novela cuando rodó Brazil, una kafkiana distopía ambientada en un futuro hiperburocrático, que originalmente iba a titularse 1984 ½.

¿De qué hablamos cuando hablamos de 1984?

El antiguo miembro de Monty Phyton se sentía capaz de inspirarse en el mundo de Orwell sin haberlo conocido directamente. La anécdota ejemplifica que esta obra es algo más que una referencia cultural directa que emplean los creadores: es una inspiración posible, también a través de ideas generales o de palabras y conceptos específicos, que ha sobrevolado las corrientes de la cultura occidental durante décadas.

No resulta fácil desgranar las influencias, los ecos y las inspiraciones vagas derivadas del libro, más aún cuando forma parte de una especie de un grupo reducido de distopías literarias que han impactado de manera perdurable en la ciencia ficción. 1984 comparte más de un tema y más de una situación con Nosotros, pero también ha sido vinculada con Un mundo feliz, de Aldous Huxley, o la posterior Fahrenheit 451, de Ray Bradbury. Todas ellas conforman una especie de cuarteto esencial de la narrativa futurista, con la correspondiente maraña de similitudes y divergencias.

Dejando al lado temas y situaciones más o menos generales (el Estado en guerra constante, la lucha de un individuo contra un sistema totalitario, el enamoramiento como detonante de disidencia), el clásico de Orwell ha pervivido, sobre todo, a través de una terminología que se ha incorporado en nuestra manera de hablar. El fenómeno resulta especialmente afortunado, dada la importancia que su creador otorgó al lenguaje: en la ficción, jugaba un papel estructural en el dispositivo propagandístico y de sustitución de valores que promulga la dictadura representada.

Por otra parte, el "Gran Hermano" que todo lo ve a través de la combinación de micrófonos, cámaras y delaciones ha conseguido un lugar en el habla popular (y en la producción televisiva), sea para referirse a los sistemas de vigilancia o para simbolizar a un Estado paternalista y controlador.

Otra creación orwelliana que ha penetrado en nuestro vocabulario es el término neolengua, que se utiliza a menudo para criticar piruetas terminológicas que buscan oscurecer significados. Esta acepción, en realidad, se escapa de la original. En 1984, la neolengua es un proceso de destrucción de palabras: si se destruyen palabras, se destruyen matices e ideas indeseables para el régimen del Gran Hermano. Por otra parte, el crimen de pensamiento muestra un totalitarismo llevado al extremo de perseguir incluso los impulsos no realizados, las disidencias no expresadas.

El crimen de pensamiento sobrevuela algún infierno fílmico de control social basado en la delación. Equilibrum, una fantasía futurista de acción en un entorno totalitario, es una miscelánia que incorpora elementos de Un mundo feliz (una droga controladora de conducta), de Fahrenheit 451 (se describen obras de arte) y de 1984: los niños devienen en guardianes implacables capaz de incriminar a sus propios padres.

En la reciente Equals, una fantasía distópica con aires de lamento hipster en la tradición de Her, los ciudadanos deben reportar a quienes cometan la trangresión de caer en una sentimentalidad incontrolada, considerada enfermiza. Los espacios de cristal donde se tiene lugar la acción resultan aptos para la completa pérdida de privacidad. En este aspecto, remiten a las construcciones de vidrio concebidas desde la URSS naciente por Zamiatin.

La videovigilancia se ha hecho un hueco en películas que proyectan desconfianza hacia el normalizado pacto de cesión de privacidad a cambio de un presunto incremento de seguridad. Enemigo público, La conspiración del pánico o La conspiración del poder toman forma de thriller de ambientación contemporánea, e incluso aluden en algún caso a programas reales de espionaje electrónico como la red Echelon.

Las tramas construidas alrededor de una sociedad panóptica de vigilancia total y permanente como la concebida por Orwell, en cambio, resultan más inhabituales. La realidad virtual presente en Matrix sería un ejemplo extremo de ello. A menudo, la videovigilancia sigue estando a disposición de los héroes, desde justicieros del securitarismo hasta un nuevo Robocop que se convertía en un policía casi omnisciente, capaz de conectarse a miles de cámaras de seguridad.

Sí que podemos comprobar como los cineastas han fabulado con mecanismos de control de intensidad variable. En la spielbergiana Minority report, la tecnología de reconocimiento de retina posibilita una eficaz localización de cualquier individuo de quien se sospeche. En las tramas de La fuga de Logan y La isla, que coinciden en incluir situaciones de dualización social extrema reminiscentes del mundo futuro concebido por H. G. Wells en La máquina del tiempo, también se incorporan diversas tecnologías de monitorización.

Demolition man, una película de acción y humor nineties protagonizada por Sylvester Stallone, incluía en su planteamiento general de rechazo y parodia de la corrección política una máquina de control del lenguaje que expedía multas a quienes empleasen palabras malsonantes. Los responsables del filme usaban con fines cómicos un instrumento de vigilancia que quizá resulta poco perturbador, pero no deja de ser un mecanismo de control de la conducta individual. Firmado por el videoartista italiano Marco Brambilla, el filme incluía diversas referencias a Un mundo feliz. A la vez, resultaba un ejemplo de mirada autocomplaciente que ridiculiza cualquier cambio social posible.

Hablemos de los soviéticos

Muchas distopías del cine masivo, construidas alrededor de las convenciones de Hollywood, pueden incluir pinceladas críticas sobre la sociedad del presente. Las fantasías futuristas de desigualdad extrema que se produjeron después del crack hipotecario y financiero de 2008, como Elysium o In time, son un ejemplo de ello. Sus autores trataban del desigual acceso a los cuidados médicos o del yugo de un trabajo que no permite más que vivir al día, pero no tenían la capacidad o el deseo de construir alternativas.

En el fondo, estas propuestas acababan resultando complacientes: ante el carácter extremo de los mundos futuros que se dibujan, el presente parece menos problemático, las resoluciones violentas y agitadas dificultan la reflexión, y el heroísmo individual se impone a cualquier replanteamiento o acción colectiva. Lo contrario supondría una deriva inaceptablemente socialista, dada la perdurable alergia de Hollywood y su periferia a proponer cualquier alternativa al capitalismo desregulado incluso después del hundimiento del viejo enemigo soviético.

1984 podía encajarse, con los recortes y encauzamientos adecuados, en las convenciones de la fantasía antisoviética. Su autor no pretendió presentar una enmienda a la totalidad del comunismo, sino una advertencia contra todos los totalitarismos que también incluía a la URSS de Stalin. Representaba, por tanto un regalo narrativo para el audiovisual anglosajón posterior a la II Guerra Mundial y embarcado en la guerra fría.

Quizá el texto de Orwell contribuyó a fijar el molde de la ciencia ficción anticomunista que dominó el género desde el final de la II Guerra Mundial hasta que los cambios culturales de los años 60 sacudieron el panorama creativo. Películas como Invasores de Marte mostraban una infiltración alienígena con ecos del terror rojo, porque poblaba la pantalla de seres carentes de emociones (incluso la conciliadora Vinieron del espacio reproducía esta convención). De esta manera, se extremaban las representaciones de personajes rusos incluidas en comedias como Ninotchka o Camarada X, cuyas soviéticas defensoras de un hiperracionalismo colectivista flaqueaban al descubrir el atractivo romántico de un galán capitalista.

En este contexto, 1984 proveía un material de interés: un futuro terrible que era fácilmente asociable con la representación hollywoodiense del comunismo. No debe sorprender que se llevase a la pantalla el libro de Orwell en una adaptación directa y bastante simplificada. Lo paradójico, y casi refindamente perverso, es que una novela que quería enfrentarse contra las simplezas del lenguaje propagandístico llegó a los cines gracias a la financiación clandestina de la CIA.

El realizador británico Michael Anderson, quien dirigiría la mencionada La fuga de Logan, firmó la primera versión cinematográfica de 1984. Una obra modesta que difícilmente consigue reproducir la atmósfera pesadillesca de sospecha permanente que sí puede generar el libro. La versión realizada por Michael Radford (El cartero y Pablo Neruda) en 1984 contó con más medios para recrear un Londres retrofuturista, inspirado de manera evidente en la situación de la metrópolis británica durante los ataques aéreos acometidos por el III Reich.

Prohibir el sexo

La novela de Orwell se reconvertía en una defensa de la familia tradicional, coherente con las inercias androcéntricas y sexistas del Hollywood de los años 50. Los carteles publicitarios del filme clamaban: "El sexo, fuera de la ley", "El éxtasis será un crimen". Y es que el sexo era bueno si permitía atacar a los rojos. El 1984 de Anderson tenía otro componente paradójico, o cínico. Desde los Estados Unidos del macarthismo, en una década en que las narraciones de la gran pantalla desprendían un aire casto y timorato, la CIA impulsaba una obra que aludía a la sexualidad (de manera nada gráfica, por supuesto) para persuadir a la audiencia de los peligros de un comunismo antisentimental que podría prohibir los coitos.

Este concepto de una sociedad hiperracional y antisentimental que limita o erradica las relaciones sexuales ha permanecido en el imaginario de las fantasías futuristas. Ya en los años setenta, George Lucas trataría de un futuro distópico de prohibición de la sexualidad, acompañada de la ruptura de los lazos familiares. El largometraje THX 1138, inspirado en un corto de juventud del mismo Lucas, trataba de un Estado paternalista que había abolido los vínculos familiares, denostaba la sexualidad e imponía la uniformidad extrema a través de uniformes y cráneos rapados.

Lucas y compañía escenificaron un urbanismo futuro con aspecto de clínica alienante o de búnker, presidido por paredes desnudas de un blanco cegador. Los futuros de ausencia de emociones realzaban mediante unas arquitecturas y diseños de interiores en consonancia con ese minimalismo sentimental. Equals ha sido otro ejemplo de esta estética de la distopía luminosa. A la vez, la obra de Drake Doremus sugiere una cierta confluencia entre convenciones establecidas de las ficciones futuristas y nuestra realidad hipertecnológica de omnipresencia de las pantallas y muebles despersonalizados de Ikea.

En ambas películas, como en 1984, el amor romántico propulsaba un proceso de desarraigo que derivaba en un enfrentamiento abierto con la sociedad circundante. Menos extrema estéticamente era la sociedad futura representada en Demolition man, una utopía-distopía de ausencia de violencia y control de las pasiones que incluye algunos secretos, manipulaciones y exclusiones. En la ficción, el contacto físico se ha minimizado y las relaciones sexuales se han virtualizado.

El filme proyectó un humanismo algo acrítico y autocomplaciente: quizá se ha conseguido una cierta paz social, aunque también haya un buen número de perseguidos por el sistema, pero el presente (la década de los noventa) es mucho más feliz que este trasunto cómico-fallero de la distopía concebida por Huxley. Y este es una de las diferencias habituales entre la obra tardía de Orwell y muchas otras distopías: 1984 parte del cuestionamiento del presente y no proporciona escapatorias tranquilizadoras.

'Touch Me Not', fascinante exploración de sexualidades no normativas

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A su paso por la Berlinale de 2018, el primer largometraje de la realizadora rumana Adina Pintilie provocó no pocas discusiones. En sus proyecciones se contaban por decenas los espectadores que decidían levantarse y abandonar la sala. Entre la crítica abundaban opiniones polarizadas que iban del "superficial y estúpida" de Peter Bradshaw en The Guardian, al "muere de pedantería" de Sergi Sánchez en Fotogramas, pasando por la "experiencia difícil de olvidar" de Anthony Oliver Scott en The New York Times.

El Oso de Oro a Mejor Película –máximo galardón del festival cinematográfico berlinés, uno de los más importantes del mundo–, no apaciguó los ánimos, sino todo lo contrario. Pero tampoco era un reconocimiento del todo extraño en un jurado presidido por el director y compositor alemán Tom Tykwer, que en más de una ocasión, a veces de la mano de las hermanas Wachowski, ha reflexionado sobre la identidad y la sexualidad.

Tal vez la polvareda levantada por el premio sea la responsable de que la cinta haya tardado tanto en llegar a nuestras pantallas. Más vale tarde que nunca, pues Touch Me Not  llega este fin de semana a España dispuesta a provocar las mismas reacciones. La película, sin duda, merece discusión: pero no como filme provocador –pues no lo pretende–, sino como documento incómodo pero lleno de afecto. Exploración fascinante de conceptos como sexualidad y heteronorma. Una película que juega con los límites entre documental y ficción para enfrentarse, desde la desnudez, a todo tipo de prejuicios.

La piel: una celda sin barrotes

"Las pieles cambian, las pieles se operan, se transforman, la apariencia física no es nada", decía el personaje de Candela Peña en la denostada pero muy reivindicable Pieles de Eduardo Casanova. La piel es el traje que nunca se quita, es lo que nos proteje, envuelve y define. Es motivo de discriminación en personas racializadas. Y puede ser, de hecho, una prisión.

En Touch Me Not se entrecruzan las historias de varias personas con distintas relaciones con sus propios cuerpos. Laura es una mujer de mediana edad que lidia con un problema de lo que cree que es psicología sexual: es incapaz de acercarse a los demás o dejar que la toquen. El contacto físico le provoca una profunda frustración que le impide vivir su sexualidad con normalidad. Ella es el hilo conductor de un relato de cuerpos e identidades limítrofes.

En un centro médico conoce a Christian, que sufre atrofia muscular espinal, pero no quiere que su condición y escasa movilidad limite su sexualidad. Como él mismo afirma: "El pene me funciona perfectamente". Y también a Tómas, un joven apuesto que, sin embargo, perdió todo el vello corporal a los trece años debido a una enfermedad. Y eso le ha provocado una serie de condicionantes emocionales que le impiden abrirse a los demás: se siente excluido.

A través de sus historias, cuya naturaleza nunca queda claro si es real o ficticia, Adina Pintilie bucea en distintas aguas de un mismo mar. Aborda la identidad de género y sexual, el ambiente sociocultural en el que se construyen y moldean ambas, y la forma en la que luchan las pulsiones por salir y por no herir a los demás y a uno mismo.

Pero su discurso no se aborda desde los cauces obvios, pues su realizadora –que interpreta al personaje de una documentalista en la película–, se encarga de difuminar las fronteras entre el documental y el drama ficcionado para descolocar al espectador. Para hacer que se acerque a sus personajes sin prejuicios o, lo que resulta aún más osado, para hacer que sepa identificarlos cuando los vive mientras se expone a las imágenes de Touch Me Not.

"Creo que tenemos espectadores", dice Christian después de una escena íntima con su pareja, rompiendo la cuarta pared de forma inesperada. Entonces interviene el personaje de Pintilie para preguntarle qué razón les ha llevado a él y su pareja a querer compartir su intimidad con la cámara y, por ende, con nosotros. "Realmente espero que pueda cambiar la perspectiva de la gente. Que pueda cambiar vuestra perspectiva como audiencia", señala tranquilo.

El afecto: un tesoro que buscar

De esta forma, gracias a su difícil equilibrio entre ficción y documental, Touch Me Not se sitúa en las antípodas formales de Pieles o la chirriante La piel que habito de Almodóvar. Pintilie propone una ventana a la que el espectador se ve irremisiblemente abocado. Una mirada a una realidad escasamente explorada en la gran pantalla, como tantas otras silenciadas por las narrativas audiovisuales mainstream. Realidades como podrían ser el sexo en la vejez o el deseo en la discapacidad. Pero siempre sin ánimo polémico, más bien con aliento afectivo y comprensivo.

De hecho, la búsqueda de afecto y comprensión parece ser el motor de la evolución de todos los personajes de Touch Me Not. Pero no contenta con llevar a sus protagonistas de un punto A a un punto B, Pintilie se permite desviaciones casi filosóficas, que complementan el desarrollo como si de un ensayo sobre la identidad y sus avatares se tratase.

"Creo que necesitar a alguien me hace débil y vulnerable", dice Pintilie conversando con el personaje de Laura en determinado momento del filme. "Porque siento que no soy libre para ser yo misma. Porque si fuera yo misma, con toda mi mierda y todas mis emociones, con toda mi ira... perdería a esa persona que necesito". A lo que Laura, a pesar de sus dudas sobre su sexualidad y el contacto, le contesta: "Amar a otra persona sin dejar de ser tu misma es difícil. Es todo un reto".

Touch Me Not  no solo es capaz de reflexionar sobre identidades y sexualidades, también discurre sobre las relaciones humanas, de pareja o no. Habla de cómo se construyen de forma distinta si se hace desde la distancia, el respeto o el afecto. Hasta tal punto que Pintilie parece hablar de sí misma mientras aborda los problemas de los demás. Pero lo hace con transparencia y de forma sincera.

'Dime cómo te han amado y te diré cómo amas', es la tesis fundamental que subyace sobre cada una de las decisiones de una película que, por incómoda, expone las flaquezas de nuestra educación emocional -y visual-. Pero que por empática sabe exactamente qué teclas pulsar para hacernos pensar y descubrirnos, una vez más, que no: ni lo sabemos todo, ni lo hemos visto todo.

La batalla por el trono del 'streaming' continúa: ¿está Disney+ destinada a reinar entre las plataformas?

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Casi cualquier gran empresa generadora de contenidos que se precie aspira a tener su propia plataforma de VOD -vídeo bajo demanda-, o su servicio OTT -televisión a través de internet-. En nuestro país, sin ir más lejos, Movistar + anunciaba hace escasos días su plataforma para no clientes, que incluirá sus contenidos originales y un catálogo de series, películas y documentales.

Se trata de un nuevo agente en un mercado cada día más saturado. Quienes se den de alta en esta, como en otras, tendrán que empezar a evaluar sus inversiones: en España el espectador debe elegir ahora entre Netflix, HBO, Amazon Prime Video, Filmin, Rakuten TV, Sky... A los que cabrá sumar muy pronto Apple TV+, que en marzo ya mostraba sus cartas, entre las que destacaba el fichaje estrella de Steven Spielberg.

En este campo de batalla en el que se ha convertido el mercadeo de nuestras miradas, un nuevo gigante parece querer desembarcar a lo grande. Disney+, la plataforma de la casa del ratón, llegará a finales de este año. Y su envergadura e influencia está aún por ver. ¿Quién se sentará en el Trono de Hierro del streaming en apenas unos meses?

La contienda en ciernes contra Disney

Antes de la compra de 21st Century Fox, Disney contaba con un 27% de cuota de mercado en Norteamérica. Pero sumando las licencias de la recién adquirida y las que ya tenía en su poder -Pixar, Lucasfilm, Marvel...-, fácilmente podría llegar a ser propietaria del 40% del mismo. Así que es normal que sus competidoras anden inquietas.

En el terreno español, parece que quien más se juega es Netflix. Desembarcó en nuestro país en octubre de 2015, y dos años después superaba en crecimiento interanual a Movistar+, que no obstante seguía manteniendo el trono del servicio más utilizado aquí. Según los últimos datos de la CNMC, 2,04 millones de hogares españoles tenían acceso a Netflix en 2018, frente a los 1,16 millones del año anterior. Lo que venía a significar que su incursión en nuestras teles había crecido del 7,3% al 12,5%.

"Netflix no tiene un monopolio" del mercado del VOD, afirma Adriana Izquierdo, analista de guiones y colaboradora de Xataka, medio en el que ha publicado muchas de sus investigaciones sobre la batalla de las plataformas. "Lo que sí tiene es una marca muy potente al haber sido el servicio más prominente y que más dinero ha invertido en una estrategia de expansión clara", cuenta la periodista especializada. Algo que se va a ver afectado por la llegada de Disney+, pues "hasta ahora Netflix tenía competidores potentes: HBO por marca o Amazon por poder monetario. Pero Disney es un competidor que aterriza con marca, contenido y dinero, todo de serie".

"La llegada de Disney+ obligará a las plataformas actuales a repensarse y a especializarse", opina Judith Clares, experta en distribución audiovisual en internet y profesora en la UOC. Con su desembarco, "nos encontramos ante una marca consolidada, cuyo público objetivo está delimitado, con contenido propio de referencia y presente en toda la cadena de explotación del producto".

La actual reina del mercado patrio, Movistar+, llega a 2,2 millones de usuarios, alcanzando así el 13,4% del mercado del consumo de contenidos audiovisuales por internet. Es líder, pero lo cierto es que gran parte de su cuota deriva del hecho de que presta también los servicios de telefonía fija, móvil, internet y televisión. El contenido audiovisual es solamente una rama más de negocio para Telefónica.

Por eso, quien más puede notar la llegada de Disney+ podría ser Netflix, que parte además con el hándicap de contar con mucho contenido de terceros. A pesar del oscurantismo que rodea a las cifras de la empresa, su contenido propio original no parece ser el más visto. Esto explicaría por qué Netflix estuvo dispuesta a pagar 100 millones de dólares -el presupuesto de una temporada de Juego de Tronos- por mantener en su catálogo la serie completa de Friends un año más, después de que Time Warner anunciase su intención de crear una plataforma propia -¡otra!- de vídeo bajo demanda. Porque parte de su audiencia no responde exclusivamente a sus productos originales.

"Netflix está perdiendo y perderá contenido muy potente", comenta Adriana Izquierdo. "En el entorno tan verticalmente integrado que es la industria del entretenimiento, todas [las empresas] se están volviendo proteccionistas con sus propias marcas y propiedad intelectual", señala la periodista cultural.

La batalla del contenido propio

A Disney le ha salido la compra de 21st Century Fox por 71.300 millones de euros. A base de talonario se ha hecho con canales como FX o National Geographic, y series como Los Simpson, Modern Family, Padre de Familia, American Horror Story, Expediente X o The Americans. Todas, presumiblemente, constarán en su plataforma. Y por si fuera poco, también les pertenece Hulu, aunque le hayan dado a Comcast -NBCUniversal- cinco años para vender su accionariado, que supone un 33% del total de la empresa.

Entre tanto tejemaneje, cabe apuntar que ya pertenecen a la compañía de Mickey Mouse algunos de los productos culturales mainstream más relevantes de la actualidad. Todas las películas del Universo Cinematográfico Marvel, por ejemplo, así como series superheroicas que antes pertenecían a Netflix y tendrán nuevo hogar en Disney + -como Daredevil, Luke Cage o Iron Fist-. Amén de todas las películas y series de Lucasfilm y el universo Star Wars.

De hecho, sus primeros anuncios de contenido original tiran de ambos franquiciados: The Mandalorian, una serie de acción real ambientada entre El retorno del Jedi y El despertar de la fuerza, otra ficción protagonizada por Diego Luna basada en Rogue One, y otras dos series protagonizadas por los personajes marvelitas de Loki y Ojo de halcón.

Ante la que se le viene encima, Netflix no se ha quedado de brazos cruzados. Para este 2019, la compañía ha invertido 15.000 millones de dólares en contenido propio.  "Hasta ahora se ha convertido en referente cambiando las reglas del negocio televisivo y cinematográfico", describe Judith Clares. Pero a partir de la llegada de Disney "es necesario que busquen cómo diferenciarse a nivel de contenido de nueva producción y de orientación".

"Netflix seguramente seguirá pujando fuerte por el talento, llevándose a creadores y directores a golpe de talonario", opina Adriana Izquierdo. "Hasta ahora le ha ido muy bien y los creadores han estado muy a favor, pero la dinámica de su plataforma -que consigue relevancia durante pocos días, si la consigue-, puede que acabe echando para atrás a nombres importantes que prefieran que sus producciones logren más notoriedad".

En este sentido, también habría que estar pendiente de los movimientos de Movistar+ en nuestro mercado. De hecho, esta parece apostar fuerte por el contenido propio. Entre sus planes está lanzar 15 series originales este año, con el objetivo de hacerse con el mercado hispanohablante, un nicho potencial de 300 millones de personas. Pero sin renunciar a lo que le han aportado las emisiones de Juego de Tronos, House of Cards u Orange is the New Black, para las que ha llegado a acuerdos puntuales con HBO y Netflix.

¿La unión hace la fuerza?

"Nuestro mercado no es lo suficientemente grande para mantener rentables tantos streamings por sí mismo", explica Adriana Izquierdo. "Desde el punto de vista del espectador, ya solo por una cuestión de logística y de saturación de estrenos, no es sostenible amortizar tantas suscripciones", opina. No obstante, la periodista especializada añade que "seguramente veremos nacer sistemas de paquetes que ofrezcan varias plataformas".

Esto es, justamente, el movimiento que ha decidido hacer Apple, que desarrollará una app en su Apple TV+ que unirá muchos contenidos de plataformas distintas. La compañía de la manzana "que siempre ha sido tan exclusiva y tan anti-compatibilidad, va a hacer compatible su app de televisión con todas las marcas, dispositivos y plataformas", describe Izquierdo. "Esta 'bundlelización' [aglomeración] es de los pocos caminos que se vislumbran ahora mismo para que tantas plataformas puedan existir a largo plazo".

Según Judith Clares, "tendremos que ver cómo se relacionan todas ellas entre sí para ofrecer al consumidor paquetes de series y cine combinados, como gestoras de derechos de sus respectivos catálogos". Con todo, la experta en distribución audiovisual en internet y profesora en la UOC añade que "habrá que ver qué relación acaban estableciendo con los operadores de TV de pago".

Por ahora, está lejos de saberse quién reinará en el panorama. Solo queda claro que, con la llegada de Disney+, todo está a punto de cambiar. Veremos si es para bien y si entre tanta empresa privada batallando por nuestra atención y nuestro tiempo de ocio, no resulta que es el espectador el que sale perdiendo.

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