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La actriz Ellen Barkin: "No te quedes nunca a solas con Terry Gilliam en un ascensor"

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El director, actor y legendario miembro de los Monty Phyton ha despertado duras reacciones a sus comentarios sobre el movimiento me too. Terry Gilliam declaró el pasado viernes en una entrevista con AFP que la iniciativa contra el abuso sexual en Hollywood se ha convertido en una "turba".

"Es como cuando la mafia toma el control, llevan sus antorchas y van a incendiar el castillo de Frankenstein. Es una locura cómo se están simplificando las cosas", dijo el cineasta. Además, Gilliam se lanzó a opinar sobre las mujeres que, según él, usaron a Harvey Weinstein para impulsar sus carreras.

"La gente tiene miedo de decir cosas, incluso de pensarlas. Es un mundo de víctimas. Creo que algunas personas sacaron mucho beneficio de su encuentro con Harvey y otras no. Esas sabían lo que hacían. Estamos hablando de gente adulta, con mucha ambición", añadió.

El ex-Monty Phyton también describió a Weinstein como un "monstruo" y aseguró que aún quedan muchos hombres en la industria como él. Sin embargo, dijo también que si el productor se encontraba en medio de esta campaña de desprestigio era por "gilipollas". "Harvey abrió la puerta a algunas personas para tener una noche con él, ese es el precio y tú pagas".

Sus palabras fueron condenadas rápidamente por diversas personalidades del cine norteamericano. La más dura con el director fue la actriz Ellen Barkin, secundaria del filme Miedo y asco en Las Vegas. "Mi consejo es que no te quedes nunca a solas con Terry Gilliam en un ascensor", escribió en su cuenta de Twitter.

Cuando un usuario de la red social le requirió más precisión sobre sus acusaciones, la actriz se limitó a contestar que "cuando vas conduciendo y ves una señal de stop, ¿necesitas más información para pisar el freno?".

Tan pronto como Variety se hizo eco de la entrevista, ella les respondió diciendo que le "había dado la vuelta el estómago". "Es el último hombre que debería reprender a un movimiento que quiere proteger a las mujeres de los abusadores", lanzó velada.

Por su parte, Judd Apatow, director de comedias como Trainwreck y Virgen a los 40, tildó los comentarios de Gilliam de "idiotas y peligrosos".

"No estuvo en esas habitaciones. No puede saber lo agresivo, violento y aterrador que fue [Weinstein]. ¿Quién es él para decir que se trataba de algún tipo de acuerdo? Debería estar avergonzado de sí mismo", escribió Apatow.

Mientras la industria se revuelve por sus declaraciones, Terry Gilliam se prepara para estrenar su proyecto maldito, El hombre que mató a Don Quijote.  Una película malograda ocho veces y que ha tardado 18 años en ver la luz. Protagonizada ahora por Adam Driver, Jonathan Pryce, Oscar Jaenada y Olga Kurylenko, su llegada a las salas está prevista para este año. 


Todas las técnicas con las que China ha censurado el sexo de 'La forma del agua'

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Antes de escribir el guion, Guillermo del Toro ya sabía que existiría una escena de sexo entre una mujer y un hombre anfibio en La forma del agua. La imaginó incluso antes que los diálogos o los personajes, y la situó -como ya sabemos- en una bañera.

Aunque el director tenía serias dudas sobre cómo se lo tomaría el público y su propio equipo, la película acabó siendo un éxito de crítica y fue premiada con cuatro Oscar de la Academia. Pero los galardones no son óbice para ser víctima de la censura. Así lo ha demostrado el estreno de la cinta en China, donde se han eliminado, pixelado o tapado los cuerpos desnudos de los actores. 

Los pechos de Sally Hawkins son una imagen borrosa sobre las pantallas chinas, así como en otras escenas han tapado las nalgas de la actriz con un vestido negro o han acortado los planos para evitar mostrar sus partes íntimas.

La noticia ha sido desvelada por el crítico de cine chino Feng Xiaoqiang en un post de la red social Weibo.  "Es la primera vez que veo algo así en una sala china. Me quedé pasmado", escribió. "Casi parece que la actriz esté vestida con un bañador negro de una pieza, y además le encaja bien", dijo sarcástico.

El crítico se dio cuenta de que habían usado una mezcla de técnicas censoras en el filme de Del Toro porque la había visto previamente en EEUU. También que habían eliminado de raíz escenas como la masturbación de Elisa en la bañera o las del sexo explícito entre los protagonistas.

Como respuesta, varios usuarios de Weibo subieron fotogramas de algunas películas con torsos masculinos al descubierto, como Blade Runner o Black Panther, con el famoso vestido negro. Una respuesta inocente para "desvestir" la mojigatería de los medios chinos y criticar con un velo de humor su gusto por la censura. 

Lara Croft, las aventuras de un personaje cosificado que lucha por dejar de serlo

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Las heroínas ya no son las mismas. Aunque todavía queda mucho camino por recorrer, personajes como Wonder Woman son el reflejo de que algo está cambiando, especialmente en aquellos campos tradicionalmente más vinculados a los hombres. Lara Croft, uno de los iconos más sexualizados tanto en el cine como en los videojuegos, tampoco es la misma.

La película Tomb Raider: Las aventuras de Lara Croft, estrenada el pasado 16 de marzo y protagonizada por Alicia Vikander, propone una revisión de su historia. Hasta entonces era comercializada como un símbolo sexual cibernético, una chica atractiva y adinerada en un mundo de hombres que lograba lo imposible: correr por la selva con poca ropa mientras sostenía dos pistolas 9 milímetros.

En la nueva cinta, Lara es personaje humano con todas las consecuencias de ello. Como muchos jóvenes, intenta luchar contra la precariedad (sin conseguirlo demasiado) trabajando como repartidora en bicicleta. Por las tardes, se dedica a las artes marciales en un gimnasio de barrio y, aunque tiene grandes habilidades, no siempre consigue derrotar a sus adversarios. No es alguien sobrenatural, ni un unicornio extraño. Es ante todo alguien corriente, que sufre y enfrenta el machismo cotidiano a base de miradas llenas de ira que a veces terminan en golpes.

Al margen de su calidad como película de acción, llena de tópicos, momentos deus ex machina y giros de guion que intentan parecer más sorprendentes de lo que son, todo el mérito de esta nueva Lara Croft reside en cómo lo presenta su actriz. La misma que, como informan en Hollywood Reporter, fue criticada por algunos hombres porque aquel cuerpo delgado y atlético no cumplía con los supuestos cánones del personaje. "¿Tengo que ser el imbécil que dice que sus tetas son demasiado pequeñas para verla como Lara Croft?", escribió un usuario en Twitter.

"Fue diseñada para el videojuego de Tomb Raider en 1996, y en aquel entonces todavía se concebía la industria del videojuego como principalmente dirigida a los hombres", indica a eldiario.es Paula Sáez (que firma bajo el apodo de Paula Croft), periodista especializada en videojuegos y fan incondicional de Lara. Continúa diciendo que, a pesar de llevar a una protagonista femenina, "su diseño físico estaba bastante sexualizado para agradar a todos aquellos jugadores que empezaran a jugar". Jugadores, por supuesto, masculinos.

Todo cambió en 2013, con la llegada del noveno título de la serie Tomb Raider para videoconsolas. Es la misma obra de la que bebe este largometraje y, de hecho, incluso existen escenas calcadas a niveles del juego. La responsable de nutrir a Lara de un nuevo pasado, de humanizarla y de hacer que muchas jugadoras ahora sí se vean reflejadas, no es otra que Rhianna Pratchett. Esta guionista también se encuentra tras títulos como Mirror's Edge o Heavenly Sword, ambos destacados por trasladar las mujeres a un primer plano, no solo referido en cuanto al nivel de protagonismo, sino también al de profundidad.

Como Pratchett explica a este periódico, querían "rebobinar todos los rasgos que las personas asocian con la Lara más antigua y clásica (valentía, ingenio, tenacidad, inteligencia, curiosidad, etc.) y demostrar cómo fueron probados por primera vez". La experta considera que le corresponde a los jugadores, y no a ella, decir si es un símbolo feminista o no, ya que "no fue algo que conscientemente" decidieran hacer, sino "un personaje interesante para los jugadores". La guionista, además, sostiene que "la sexualización del pasado se debió principalmente al marketing, y no tanto a los juegos en sí mismos".

Un paso adelante, pero no lo suficiente

De hecho, aunque la nueva Lara supone un avance con respecto a la anterior, no ocurre lo mismo con todo un arco argumental  donde la única mujer que aparece en pantalla es la propia protagonista. "Cuando estaba en la isla me decía: No hay suficientes mujeres, ¿dónde están las demás? ¡Estaba dando vueltas buscándolas", dijo Vikander en una entrevista para la BBC.

La intérprete, reconocida por su actuación en Ex Machina, El séptimo hijo o La chica danesa, por la que recibió un Oscar, también señala una escena concreta donde el villano de la historia bromea diciendo "las damas primero" para darle paso. "Desafortunadamente, no había otras damas en el grupo que pudieran volverse la una a la otra", menciona.

"Vikander ha realizado una buena interpretación pero el guion no le ha acompañado en el sentido de dejarla brillar", considera la periodista especializada. Por esta razón, en The Hollywood Reporter se hacen una pregunta: ¿Es Alicia Vikander demasiado buena para Tomb Raider? Su talento le ha llevado a montar una productora propia, Vikarious Productions, e incluso a ser una de las promotoras de un manifiesto elaborado por 600 actrices danesas para denunciar la situación de la mujer en el sector teatral y audiovisual.

Otro elemento destacado de su historia, también mencionado por Todas Gamers en una entrevista a Pratchett, es cómo se focalizan en el padre de Lara y todo lo que ésta decide se encuentra condicionado por su figura. A pesar de que la película se basa en el videojuego, como aclara Sáez, "el argumento ha sufrido muchos cambios" que, a su parecer, "son a peor". ¿El principal? La trama con su progenitor: "Centra toda la atención en la figura de Richard Croft, pareciendo incluso que Lara es secundaria, un mero vehículo para ensalzar la importancia del padre de la familia", señala la periodista. Algo que, en la obra original, tiene un matiz muy diferente.

Tales modificaciones, entre otras cosas, favorecen comentarios como el que hicieron en un medio a Vikander: "No me imagino a una mujer jugando a Tomb Raider". Una entrevista que, para la periodista especializada, es "una vergüenza con mayúsculas" que demuestra "tanto el machismo como el bajo nivel intelectual".

A pesar de que Sáez reconoce que estamos viviendo una nueva forma de representar a las heroínas, en el cine como y el resto de formatos, también cree que para acabar con los problemas de una sociedad machista es necesario "dar a las mujeres el rol de dirigir, de escribir los guiones". Como reflejo de ello, lanza una pregunta: "¿Cómo sería está última película de Tomb Raider si su directora hubiera sido mujer y el guion lo dejaran en manos de, por ejemplo, Rhianna Pratchett?". Quizá, algún día tenga respuesta.

'Thelma', el privilegio de sentirse un bicho raro

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Déjame entrar nos sorprendió hace diez años con su marchamo de cine fantástico escandinavo de calidad, sobrio, metafórico y muy seguro de sí mismo. Aquella película de niños vampiro operaba con los códigos del terror, cuyo tema principal se sabe que es la muerte y su anticipación, y sin embargo era capaz de alcanzar a un público impermeable al género gracias a la delicadeza con que trataba la soledad, el origen de romance, las razones de la amistad y otros prosaísmos agridulces localizados en alguna parte entre el cuerpo y el espíritu.

Esa sensibilidad nórdica para el realismo con fugas fantásticas, o para el fantástico con fugas realistas -aquí el fiel de la balanza titila- es lo que singulariza ahora Thelma, cuarto largometraje del noruego Joachim Trier, donde una chica se encuentra aturdida ante la irrupción en ella de nuevos sentimientos que se manifiestan como poderes destructivos.

Los pecados de los padres

El argumento de Thelma se origina en el alboroto hormonal. De hecho, la protagonista se antoja una Carrie que no acaba de arrancarse a bailar el trauma. La mención a terrores fundacionales de los años ochenta no es gratuita: la película se maneja entre el drama metafísico y los parajes más mundanos del fantástico, lo sobrenatural por un lado y la ciencia ficción por otro, ya que tantea el género de las posesiones pero elige acomodarse en el de mutantes, seres que todavía no saben qué hacer con los dones otorgados.

La trama da comienzo cuando Thelma abandona el hogar familiar, ingresa en la universidad para estudiar Biología y se enamora de una compañera. Las aspiraciones de la muchacha, tanto las científicas como las sentimentales, entrarán en conflicto con la fe religiosa que encarna su padre hiperprotector, una figura que la coarta en lo emocional y a la que será será preciso neutralizar para seguir camino.

Entretanto, Thelma empezará a experimentar colapsos, pérdidas repentinas de conciencia que un médico diagnosticará como reacciones físicas a represiones mentales. En esos lapsos de convulsión, además, ocurrirán cosas que desafiarán toda explicación racional.

Los temas de Thelma son la identidad, la aceptación, el despego de la familia, la transmisión de rémoras y valores y las dificultades del deseo, entendido este como apetito y goce fundamental en sí mismo. Son motivos inherentes a todo relato de floración, los mismos que nutrían Crudo, otra fábula reciente que se servía del léxico del fantástico para expresar la irrupción de la madurez y que, en odiosa –pero inevitable- comparación, pone a temblar la propuesta tan solemne de Joachim Trier.

Nuevos mutantes

La fábula, un tipo de narración de efectos y cualidades demostrables en laboratorio, es también un género que en su mecánica requiere concisión, alegoría y moraleja. A Thelma le bailan un par de esas cualidades, pero su enseñanza es que cualquier propuesta que se distinga de la papilla norteamericana va a estar cargada de interés.

Joachim Trier, que ya se había demostrado un director elegante pero con tendencia al cancaneo en títulos como Oslo, 31 de agosto o El amor es más fuerte que las bombas, fabrica ahora imágenes de mucha presencia y las hace convivir con otras menos sutiles, mandanga freudiana y símbolos exultantes como pájaros y serpientes, tópicos inoperantes, o perennes según se mire, que avivan la pantalla y pugnan, con alegría, por fijarse en la memoria del espectador.

Pese a su habilidad para armonizar tonos, Thelma se conduce muy bien hasta que deja de hacerlo, cuando en un momento dado se empacha de sí misma, se reitera inquietante por encima de sus posibilidades y recala en un último tercio de perfumes paganos donde propósitos y recados poéticos acaban deslavados. Y aun tambaleándose, la película se mantiene en pie y no llega a desactivarse nunca como cine de miedo amplio y espacioso, capaz de cautivar incluso a los materialistas que abominan del género y por un par de horas hacer de ellos, también, seres sensitivos.

‘Pacific Rim: Insurrección’ y el gigantismo del blockbuster contemporáneo

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No son pocas las ocasiones que el cine actual nos recuerda la tesis de Fukuyama sobre el fin de la historia: la desaparición de la lucha de ideologías en el marco de un mundo dominado por el neoliberalismo más o menos demócrata según a quien preguntes. Se contempla el devenir, como los movimientos y tendencias cinematográficas, con cierto vértigo provocado por la sensación de que todo pasa cada vez más rápido. Como diría Marina Garcés, vivimos una condición póstuma porque vivimos el tiempo en el que todo se termina.

No hace ni cinco años que Guillermo del Toro coescribió y dirigió Pacific Rim, una película que enfrentaba a robots gigantes con lagartijas gigantes en una lucha por cancelar el apocalipsis. Batalla entre dos mundos que, de hecho, había propiciado el propio ser humano -en una de las lecturas menos populares del film-. También homenaje a las películas niponas de los años cincuenta y sesenta que habían alimentado su infancia con kaiju eiga -literalmente 'películas de monstruos'-, e historias de mechas de los setenta -robots tripulados por uno o varios seres humanos-.

Pacific Rim no era más, ni menos, que un pastiche de mitos que iban desde Godzilla y Gojira hasta Mazinger Z  o Mobile Suit Gundam y aquello no tenía nada de malo. De hecho, el resultado era un tipo de blockbuster casi en peligro de extinción.

Hoy se antoja más difícil asociar el nombre de Guillermo del Toro a este entretenimiento puro y duro en su concepción pero de vocación autoral en su representación. La rapidez de la actualidad ha barrido de la memoria colectiva su presencia en el film que dirigió, suplantando su imagen por la del exitoso orfebre con los Oscars de La forma del agua, alineándolo con Alejandro González Iñárritu y Alfonso Cuarón. Pacific Rim: Insurrección sigue la misma senta de borrar la huella de del Toro ofreciendo un entretenimiento más vacuo, más tontorrón pero, aunque nos duela, igual de entretenido.

Más grande, más fuerte, más…

Sobre la tendencia al gigantismo del blockbuster actual se ha escrito y debatido mucho. Si nos atenemos a las cifras tampoco es que la estrategia haya funcionado precisamente mal, aun con excepciones y matices. Los hay en toda lectura a posteriori de una tendencia cultural.

Sea como fuere, entre las películas más taquilleras de los últimos años es fácil rastrear la voluntad de hacerlo todo más grande y espectacular. La segunda parte de Harry Potter y las reliquias de la muerte era una batalla de más de dos horas en la que todos los personajes que habíamos visto evolucionar en siete películas hacían y decían cosas épicas. En Los Vengadores ocurría más de lo mismo sumando el factor superheroico y el de 'invasión alienígena con tentativa de destrucción de ciudades'. Su secuela tenía más héroes, destruía más urbes y hacía explotar más cosas. Jurassic World tenía dinosaurios más grandes viviendo en un parque más grande y con más cosas que hacer saltar por los aires que cualquier Parque Jurásico.

Y ahí no terminan la escalada: dejando de lado la hiperexplotación de los efectos digitales en blockbusters como Transformers o Liga de la Justicia, el gigantismo también atañía a quienes optaban por la plasticidad de una era anterior al CGI. Las dos partes de Los Juegos del hambre: Sinsajo convertían la arena que daba título a la saga en una rebelión épica por el destino de la humanidad. Incluso a Star Wars: el despertar de la Fuerza -que pretendía recuperar el empaque visual de las originales-, se le quedaba pequeña la Estrella de la Muerte. Hacía falta un planeta entero muchísimo más grande que destruyese constelaciones en un plumazo para motivar a los protagonistas a cumplir su destino.

Ante tal panorama, Pacific Rim reivindicaba una deriva autoral del espectáculo ofrecido por la hipertrofia digital de la narrativa del blockbuster de su tiempo. La visión de Guillermo del Toro convertía el gigantismo en razón de ser y homenaje al espíritu nipón original. Y, además, mezclaba filias y fobias personales en su justa medida: diseño de producción cuidadísimo, retrato de personajes excelente, ingente cantidad de ideas visuales, set pieces de acción tan bien coreografiadas como una batalla de lucha libre mexicana y, sobre todo, su sello en la poética de la monstruosidad. Pacific Rim era un entretenimiento más que digno, memorable.

Por su parte, esta secuela capta las pautas básicas sobre la puesta en escena de aquella y las asimila con presteza. Su visión de la cámara dispuesta donde se moja y se ensucia, o la combinación de humor y épica siguen intactos. Incluso amplía algunas de las querencias de su filmografía -la unión carne/metal presente en Cronos, Mimic o Hellboy se explota maravillosamente en este film-.

Sin embargo, Steven S. DeKnight, director de esta, showrunner de Daredevil y de ese exceso de testosterona que fueron las series de Spartacus, pierde el rumbo en hacerlo todo tan grande como poco creíble. Ofrece una colección de batallas y escenas de acción que fallan cuando más conexión emocional con el espectador necesitan. Parece vagar sin rumbo buscando una personalidad propia y empantanándose en un gigantismo que nunca fue esencial.

Asia con espíritu noventero

A pesar de todo, Pacific Rim: Insurrección no termina de cuadrar del todo en la era del gigantismo gracias a pequeños hallazgos dispersados en su metraje. Esta entrega de los robots mata-godzillas se acerca peligrosamente a la superávit digital y no termina de configurar un relato original pero al contrario que muchas de sus contemporáneas, busca narrativas discordantes entre la destrucción por la destrucción.

Pacific Rim: Insurrección apuesta por convertir la gravedad y el peso del fin de los tiempos presente en la original en un despertar adolescente efectivo. Ahora los pilotos de jaeger -así se llaman los robots-, son adolescentes que crecen descubriéndose unos a otros, aceptando sus diferencias y enfrentando sus miedos con aliens de doscientos metros de altura. Algo que la acerca aún más a su parentesco con el clásico anime Neon Genesis Evangelion, pero que también se puede leer como una respuesta alucinada al young adult de Los juegos del hambre y El corredor del laberinto.

También mezcla elementos que dejan patente su sinceridad como producto industrial sin más, sacrificando el deje artesanal de del Toro pero siendo consecuente consigo misma. No pretende ser lo que no es, ni siquiera se esmera en disimular que su mayor público potencial es el asiático, ambientando su clímax a los pies del Monte Fuji y reservando papeles esenciales de su desarrollo para los personajes de las actrices Tian Jing y Rinko Kikuchi.

Además, Steven S. DeKnight rastrea las consecuencias de un mundo arrasado por criaturas gigantescas, parodiando el gigantismo en sí mismo. El primer tercio del guion parece transcurrir en una suerte de revisión picaresca del universo de Pacific Rim.

Y resulta que el mérito es atribuible casi en exclusiva a un John Boyega que recupera el espíritu del Will Smith de finales de los noventa. Aquel cuyo carisma era capaz de cargarse a la espalda aventuras enteras e incluso solucionar sindioses narrativos de todo tipo. Hablamos de Bad Boys, Independence Day, Men in Black o Wild Wild West. Pacific Rim: Insurrección tiene más en común con ellas que con el Michael Bay de Transformers, para bien y para mal.

Cannes da el carpetazo definitivo a los estrenos en Netflix (y a los selfis)

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La próxima edición del festival de Cannes solo permitirá la participación de larjometrajes que pasen por las salas de cine, impidiendo que obras estrenadas en plataformas de streaming, como Netflix, HBO o Amazon Prime Video, tengan posibilidades de obtener la Palma de Oro.

"A la gente de Netflix le encantó la alfombra roja y le gustaría estar presente con otras películas. Pero entienden que la intransigencia de su propio modelo es ahora lo opuesto al nuestro", indica Thierry Fremaux, director del festival, en The Hollywood Reporter.

La decisión surge a raíz de la polémica desatada en la edición de 2017 con Okja y The Meyerowitz Stories, ambas estrenadas en la plataforma de streaming, las cuales fueron abucheadas y criticadas por cineastas como Pedro Almodovar, para quien "sería una enorme paradoja que la Palma de Oro o una película que reciba cualquier otro premio no se pudieran ver en una gran pantalla".

"El año pasado, cuando seleccionamos estas dos películas, pensé que podría convencer a Netflix para que las lanzara en los cines. Fui presuntuoso, se negaron", reconoce ahora Fremaux sobre su estrategia a la hora de seleccionar dichas obras. "La historia del cine y la historia de Internet son dos cosas diferentes", mantiene.

La decisión de impedir el estreno de películas fuera de las salas, como indicó el propio festival poco después de la polémica con la edición de 2017, se produce porque quieren  reiterar su apoyo "al modo tradicional de exhibición cinematográfica en Francia y en el mundo". 

Por su parte, Reed Hastings, director ejecutivo de Netflix respondió denunció que "las instituciones" estaban "cerrando filas" contra ellos. "Un filme increíble al que las cadenas de cines quieren impedir participar en la competición del Festival de Cannes", continúa.

Cannes no es lugar para selfis

La prohibición de Netflix, como anunciaron el pasado viernes, se suma a otra: la de prohibir selfis en la alfombra roja.  Hace tres años, Frémaux pidió públicamente que las estrellas e invitados que pasaran por la alfombra roja no se unieran a esa costumbre "extremadamente ridícula y grotesca", que además ralentizaba el estricto horario de la organización.

Frémaux lamentó entonces que quienes pasaban por la alfombra se pararan cada dos metros "para hacerse una foto de sí mismos", pero dado que su recomendación no tuvo el efecto deseado, ahora ha decidido prohibir esta práctica, según señaló el responsable de Cannes en una entrevista publicada hoy por la revista Le Film Français.

Junto a Pierre Lescure (presidente del festival), el delegado general de Cannes ha decidido prohibir los selfis. "En la alfombra roja, la trivialidad y la ralentización provocada por el desorden que causa la práctica de los selfis perjudica la calidad de la subida de las escaleras y, por tanto, al festival en su globalidad", explica el responsable de Cannes.

De ahí que en esta 71 edición del certamen más famoso del mundo, que se celebrará del 8 al 19 de mayo, ya no se podrá repetir la habitual escena de invitados haciéndose un selfi mientras se multiplican los flashes de los fotógrafos acreditados.

'El Cairo confidencial': poder, corrupción y sexo en la eclosión de la Primavera Árabe

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Una cantante aparece muerta en un hotel de la capital de Egipto. Un oligarca del sector inmobiliario mantenía un aparente romance con ella, pero las autoridades no parecen dispuestas a investigarlo. En paralelo, las protestas en Túnez encienden la mecha de la Primavera Árabe de 2011. Esta es la premisa de El Cairo confidencial, una calmosa intriga firmada por el realizador sueco Tarik Saleh (Tommy) e inspirada en el asesinato real de la cantante libanesa Suzanne Tamim.

En multitud de clásicos del cine negro, un crimen sacude la vida de una comunidad y facilita que afloren sus secretos más oscuros. El Cairo confidencial' no sigue exactamente este camino: todos los personajes son conscientes de vivir en una sociedad corrupta hasta la médula y fuertemente condicionada por la arbitrariedad en el ejercicio del poder. Lo novedoso es que alguien se plante y decida rebelarse contra ello.

La película puede resultar muy estimulante para aquellos espectadores que rechazen las intrigas dopadas con los esteroides del cine de acción. Saleh se toma su tiempo tanto en el despliegue de la trama como en la materialización de las escenas. El resultado tiene algo de versión más costumbrista, menos marcadamente estilizada, del noir lacónico de autores como Jean-Pierre Melville (El círculo rojo). Destaca, por ejemplo, la escenificación distante y seca de las situaciones más violentas.

Un antihéroe surgido de las cloacas del sistema

El protagonista del filme es Noredin Mostafa, un policía acostumbrado a la corrupción generalizada. Este antihéroe es un viudo de vida hueca que deja pasar la vida mientras cobra sobornos y ve la televisión. A medida que investiga el caso del Hotel Hilton, algo va cambiando en su mentalidad.

Ese cambio proviene de pequeñas cosas. Del desprecio del padre ante sus robos y sobornos ("no se puede comprar la dignidad", le espeta), de conocer personalmente a las víctimas de algunos crímenes. Y de valorar, quizá, que encubrir un asesinato no es lo mismo que exigir una mordida a los comerciantes locales.

Saleh representa este cambio del personaje sin subrayados dramáticos ni grandes epifanías. No hay un momento clave en que Mostafa marque una linea roja ética y decida emprender un camino sin retorno. Este sutil viaje interior se observa con la misma cámara distante que registra algunos de los principales acontecimientos del filme. El asesinato que propulsa la ficción tiene lugar fuera de la vista del espectador. Y las escenas de acción se suelen escenificar con sobriedad y sin grandes énfasis adrenalínicos.

Con la excepción de unas pocas escenas más dinámicas, el realizador parece reproducir el abatido estoicismo de su protagonista. De alguna manera, la naturaleza elíptica de la propuesta también reproduce el espíritu de muchos de los personajes, capaces de mirar hacia otro lado cuando alguien mata, capaces de ser testigos de torturas sin inmutarse. Es una estética de la naturalización de la violencia.

Un noir de fondo clásico

¿Qué nos cuenta El Cairo confidencial sobre el Egipto moderno? En realidad, poca cosa: la audiencia no aprenderá ninguna particularidad concreta sobre el régimen de Hosni Mubarak, sino que disfrutará una historia bastante genérica de corrupción generalizada, arbitrariedad y redenciones presumiblemente futiles. Sateh sitúa su obra en un contexto histórico real, pero no lo contempla a través de lentes panorámicas, sino que se limita a las percepciones y vivencias del protagonista.

El personaje de una camarera de piso sudanesa supone la inclusión de pequeñas pinceladas sobre la vida de los más oprimidos, los que están completamente excluidos de las redes clientelares del Estado. Es una de las pinceladas sociopolíticas dentro de un noir muy sobrio y de fondo clásico, con el inevitable detective arisco (y, en esta ocasión, muy poco carismático) que se enfrenta a enemigos que le superan.

Tambíén aparece de manera fugaz otro arquetipo del género: una especie de mujer fatal. El Cairo confidencial no deja de seguir a modelos como El sueño eterno o Chinatown: sus tramas de chantaje sexual y desarrollismo urbanístico son universales y podrían ubicarse tanto una dictadura o en una democracia liberal.

En este sentido, quizá el elemento más particular del filme es la manera en la que los personajes se autocensuran y cambian sus opiniones sobre la marcha, a veces en la misma frase, para adecuarse a lo que creen que debe decirse. Ejercitan esa gimnasia verbal desde el superior de Mostafa hasta un taxista simpatizante de las protestas antigubernamentales. Esa adecuación constante a la versión oficial, ese miedo a disentir, sobrevuela unos diálogos que llegan a teñirse de una comicidad negrísima. Es la superficie absurda del drama totalitario.

La desigual pugna del protagonista, su enfrentamiento con poderes inescrutables e incomprensibles, puede remitir al Kafka de El proceso o al Ismail Kadare de El palacio de los sueños. Saleh neutraliza esta vertiente de su propuesta mediante un desenlace que ata cabos sueltos y pone algún rostro a parte de esas fuerzas invisibles.

En paralelo a estas explicaciones, el realizador liga la trama con aquella Primavera Árabe de la que el protagonista apenas se había dado por enterado. Parecía que nacía un mundo nuevo, pero los viejos monstruos seguían libres.

'Por la gracia de Dios': una mirada crítica a la Semana Santa por primera vez libre del NO-DO

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Festival de cine de autor de Benalmádena, 1978. Un documental congrega a más de mil cien personas en el Palacio de Congresos de Torremolinos. Al término de la proyección, los espectadores se revolucionan y la sala ruge entre una mezcla de vítores, aplausos y sonados abucheos.

El objeto del escándalo no es otro que Por la gracia de Dios, un mediometraje sobre la Semana Santa de Málaga que criticaba por primera vez la connivencia entre lo militar y lo religioso. Un veinteañero melenudo y recién licenciado en Imagen acababa de hacer historia del cine andaluz mostrando lo que tantos años se había maquillado en el NO-DO.

Madrid, 2018. Carlos Taillefer nos espera en una cafetería céntrica con un maletín lleno de recortes de periódico y una copia de Por la gracia de Dios en DVD. No está no en YouTube, ni en Vimeo ni en ningún otro portal de Internet. Han pasado 40 años de aquel estreno y no queda ni rastro de las melenas, pero hay muchas cosas que parecen congeladas en el tiempo, y por eso su documental ha regresado a la palestra. Tras su paso por la Filmoteca Nacional, se proyectará esta Semana Santa en la Cineteca para regresar poco después a la universidad de Málaga.

Donde no se verá es en TVE, cadena que sí compró una copia a finales de los 70 y la emitió en su programa La ventana eléctrica. "No me han dado razones porque no hace falta. Solo hay que ver quién está al frente de la cadena pública y para qué. Canal Sur, al servicio de los socialistas, también la ha rechazado. La Semana Santa es un tema muy delicado en Andalucía y ahora están todos los partidos, salvo la izquierda, tocando las campanas de Cristo y haciéndose fotos con la Virgen", cuenta Taillefer a eldiario.es.

El ahora veterano director acabó especializándose en producción cinematográfica tras trabajar como tal en El camino de los ingleses, pero el hito de su carrera siempre será Por la gracia de Dios. "Benalmádena fue un escándalo puntual, pero el lío se formó tras la emisión en TVE, donde lo sintonizaron millones de personas", explica.

Las cartas de los indignados y los mensajes desde los medios locales se sucedieron, "no en vano iba sobre el mamoneo entre el Ejército y la Iglesia en Málaga, algo que no ocurre en los pasos de Sevilla ni Córdoba y que teníamos muy normalizado por el NO-DO".

Mientras las cofradías rabiaban, el documental recibió premios nacionales -incluido uno del Ministerio de Cultura- e internacionales, y participó en numerosos certámenes. Su elocuente uso de la música, de las marchas militares y las saetas mezclados con las sirenas de feria, parece la banda sonora de un "carnaval".

"Dicen que es una Semana Santa y no es santa. Es jolgorio. Me parece increíble el dinero que se gasta en esto la Iglesia y que podría invertir en dar de comer a los que no tienen", dice uno de los entrevistados en el documental. "El contraste que supone tanta riqueza en una provincia que ostenta el mayor número de parados es demasiado fuerte", suscribe otro.

"Si hay señoras por ahí que reciben joyas de sus hijos de muchos millones de pesetas, por qué el pueblo malagueño no se va a permitir el lujo de regalarle un manto de sesenta millones de pesetas a la Virgen, que es la madre de todos", opina discordante otro más.

Los testimonios de la calle, unido al de algunos políticos como el alcalde franquista de Málaga y primero de la Transición, el del obispo y los cofrades, convierten a Por la gracia de Dios en un retrato antropológico de esta etapa tan particular.

"A pesar de que era un momento crítico por ETA, había mucho menos control. Rodamos unos planos sin permisos previos que ahora serían imposibles. Por ejemplo, hay uno de los legionarios cantando El novio de la muerte desde un buque de guerra que da pánico y ahora sería impensable", desvela el cineasta con pasión. También le brillan los ojos al recordar cómo improvisaron un travelling sobre un Citroën de dos caballos descapotable para capturar los desfiles militares y el paso de los tronos.

Lo mejor de Por la gracia de Dios es que no censura ninguna opinión. Carlos Taillefer y su equipo se limitaron a ofrecer una mirada heterogénea sobre la Semana Santa que jamás habría tenido cabida en el NO-DO. Aún menos los duros comentarios que se escuchan en off sobre el Ejército español.

"Habría que empezar por eliminar todo lo que huele a militar y a política. Para Franco, la Semana Santa servía para hacer exhibicionismo militar a todo trapo", critica uno. "Son penitentes. No salen como militares, sino como hermanos", replica otro. Mientras, en escena no falta ninguno: los grises, la Legión, el mono con chapiri a lomos de la cabra, los paracaidistas y los de aviación.

"Muchos católicos se quejan cada año porque piensan que es una manipulación política de sus creencias. La única ministra que se opuso con más fuerza fue Carme Chacón y se le lanzaron a la yugular", explica Carlos. Él, que ahora se reconoce como agnóstico, fue inscrito nada más nacer en una cofradía de Málaga y participó como nazareno hasta los 14 años. "Yo creo que eso es lo que más molesta. Quien vea la película no puede decir que no sé de lo que hablo", afirma.

Machismo e indultos penitenciarios

Por la gracia de Dios no nació como documental. De hecho, al principio ni siquiera tenía nombre. Era el trabajo que presentó Carlos Taillefer ante un tribunal parisino para entrar en el Instituto de Altos Estudios de Cinematografía francés. "No me cogieron, pero la frustración quiso que lo convirtiese en una cinta en 16 mm". El nombre llegó después y fue el reflejo del espíritu combativo de un grupo de jóvenes criados durante la dictadura.

Sus escasos 40 minutos son suficientes para tratar varias polémicas que hoy en día siguen encabezando titulares. La primera de ellas, el indulto de Semana Santa.

"En la cárcel no hay ningún jueves santo. Amnistía total, COPEL", se lee en una pintada sobre las paredes de la prisión de Málaga. Ese día, la hermandad Jesús "El Rico" liberó a un preso al que Taillefer intentó entrevistar sin éxito. "El hombre no se atrevía a decir por qué era el elegido, como se ve en la película. En aquel entonces, el debate sobre el sistema penitenciario en España estaba muy jodido", explica el director.

El otro bloque peliagudo de Por la gracia de Dios trata sobre el machismo inherente en las instituciones religiosas y en las cofradías. "El hombre y la mujer nunca son iguales. Como no son iguales el toro y la vaca. El macho siempre es más fuerte, y por lo tanto lleva el trono. Es una actitud genuinamente masculina", dice uno de ellos en el documental.

"Es muy difícil, a pesar de estos movimientos feministas tan importantes. Pero me parece bien que participen como penitentes. La mujer es más fácil de barajar que el hombre, que es más rebelde. Y quizá esta rebeldía altera un poco el orden", corea otro.

"Las mujeres comenzaron a participar como nazarenas en 1974 en Málaga porque a una cofradía le vino mejor suplir las bajas con ellas que salir con menos penitentes y parecer más débil", desvela Taillefer. En cuanto a las porteadoras, el cambio llegó bastante más tarde, cuando Adela Utrera luchó por portar la imagen de su Virgen. "Parece que está normalizado, pero por supuesto en las hermandades mandan los hombres, excepto en tres o cuatro", puntualiza.

Cuando Carlos Taillefer fue tachado de "hereje" en los 70 por contar estas verdades, apenas era un chaval. Pero uno valiente que puso en jaque a dos de las instituciones más poderosas de nuestro país y coló una mirada crítica sobre la Semana Santa en la televisión pública. Nadie le advirtió de que, cuarenta años después de la muerte de Franco, el suyo seguiría siendo un logro difícil de soñar en el presente.


‘American History X’, veinte años en la cabeza de un neonazi

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A Daniel Vinyard le han pedido que haga una redacción sobre un libro relacionado con los derechos civiles y ha decidido escribir sobre Mein Kampf. De hecho, ha compuesto uno de los ensayos mejor argumentados de la clase haciendo uso de una retórica muy superior a la de sus compañeros. Lo que pasa es que también ha descrito a Hitler como héroe. Su profesor de historia quiere echarlo del instituto aludiendo que dicho escrito confirma que es alguien peligroso. El director del centro se niega a hacerlo.

Fuera del despacho, Daniel escucha parte de la discusión entre ambos docentes. Disimula su nerviosismo con una actitud pasota y mira desafiante a la secretaria del director. Se acerca a su  escritorio y le roba una pequeña réplica de la bandera de los Estados Unidos para entretenerse mientras espera a que alguien decida qué hacer con él. Una declaración de intenciones: Daniel se considera un patriota, un americano ejemplar que defiende a su país, aunque sus creencias sean filonazis.

El director no le expulsará pero a cambio de su indulgencia le exigirá hacer otra redacción. Esta vez tendrá que analizar e interpretar los hechos que llevaron a la cárcel a su hermano mayor, Derek. Cómo ayudó eso a crear su actual punto de vista sobre la vida en la América contemporánea. El impacto que tuvo en su vida que su hermano matase a dos personas negras siendo líder de una banda skin head nazi, y que se pasase tres años y medio en prisión. Se titulará American History X.

Así arranca uno de los relatos fílmicos sobre el nazismo moderno más potentes del cine contemporáneo. Drama rabioso, directo, nada sutil y sin embargo tan poderoso que sigue ofreciendo nuevas lecturas veinte años después de estrenarse en nuestro país. Aquí cinco de ellas acompañadas de cinco escenas clave.

El racismo como expresión de la ira

"Las personas no nacen racistas", decía el guionista del film David McKenna, "este sentimiento se adquiere a través del entorno y de las personas que nos rodean. Lo que me intrigó es porqué la gente odia y cómo podemos cambiar tanto".

American History X es la historia de Daniel Vinyard –interpretado por un Edward Furlong antes de convertirse en estrella de la serie B norteamericana-, un adolescente influenciado por un entorno violento que ha propiciado su filiación fascista. También la de Derek Vinyard –magistral Edward Norton-, un joven que sale de prisión intentando dejar atrás su pasado como skin head neonazi.

Mediante un puente generacional, Tony Kaye arma un melodrama sólido cuya lectura inicial ofrece una mirada sin reparos a los efectos colaterales de un entorno social que no propicia la convivencia sino el enfrentamiento. De este surgen jóvenes que viven y crecen odiando al que no es como ellos. Al diferente. Al vecino.

No en vano, gran parte de sus elementos ficcionados nacen de una realidad tristemente verídica. El líder ideológico que captó al hermano mayor y quiere engatusar el pequeño está basado en Tom Metzeger, fundador de White Aryan Reisistance (W.A.R), grupo supremacista radicado en el sur de la California actual. Y el desarrollo del personaje de Edward Norton se inspiró en la vida Frank Meeink, ex skin head de familia pobre que abandonó el grupo racista del que era cabecilla tras vivir tres años y medio en prisión.

Antes que reflexión, American History X se nos muestra como radiografía de la ira y de sus consecuencias. Desgraciadamente, no han pasado los años por algunos de los discursos pronunciados por los protagonistas de este retrato generacional. Como muestra, un botón: el que sigue bien podría pronunciarse en plena era Trump sin sonar artificial.

El otro como culpable

Los Vinyard son una familia numerosa de clase trabajadora de Venice Beach, California. Para los dos protagonistas, la inmigración ha degradado su entorno. Su asentamiento es visto como una expropiación de derechos y libertades de los norteamericanos más débiles. Creen que asiáticos y afrodescendientes roban puestos de trabajo y prestaciones sociales que merecen más ellos, clase obrera despreciada.

Sin embargo, lejos del manierismo del cierto cine social bienintencionado, Tony Kaye arma sin tapujos un discurso político de andamiaje dramático exclusivamente relacionado con un retrato de personajes basado en lo que vemos y lo que adivinamos.

Lo que vemos no dice que el menor de los hermanos desprecia a cualquiera que no sea blanco y protestante porque cree que dos personas negras fueron las causantes de la encarcelación de su hermano. También que el hermano mayor creía que la comunidad afroamericana era responsable de la muerte de su padre justo cuando conoció a un supremacista que le convirtió en líder de una banda neonazi.

Lo que adivinamos, sin embargo, es que Daniel y Derek buscan a alguien a quien culpar de sus desgracias. Son dos hermanos que se hicieron fuertes con este sentimiento, que armaron su personalidad y su entorno social mediante lazos de odio común. En American History X los motivos de frustración cotidiana nacen de lo íntimo -la emoción-, para significarse en lo práctico -la expresión del odio en política-. Tal vez porque nunca se nunca se hicieron las preguntas adecuadas.

La cárcel como redención

"Ten cuidado blanquito: aquí el negro eres tú, no yo", le advierten a Derek al pisar la cárcel por primera vez. Entre barrotes descubrirá las flaquezas del discurso neonazi e intentará abandonar paulatinamente el odio que le consume. Padecerá las consecuencias de sentirse minoría explotada y abrirá los ojos a un racismo institucional que habla de cómo la falta de recursos  y oportunidades de la clase más baja de Norteamérica suele llenar penitenciarías del Estado.

American History X no es un drama carcelario pero en torno al motivo penal pivota la evolución de casi todos sus personajes. El antes y el después de la vida entre rejas forma dos universos narrativos absolutamente enfrentados que también enfrentan al espectador bienintencionado que cree en la reinserción de presos a una realidad que la condena. Un juego de espejos que maneja barrotes dentro y fuera de la prisión.

Por suerte, entre los dos mundos Derek conocerá a Lamont – interpretado por Guy Torry- y se dejará influenciar por su visión del mundo. Se percatará de que las pocas personas que le ayudan y se preocupan por él no responden, precisamente, a su descripción de la raza aria. Será el hombre blanco heterosexual quien lo someta.  

La masculinidad como prisión

Otra lectura, quizás la más sorprendente de cuántas uno cree captar en cada visionado, es la que convierte la película de Tony Kaye en una reflexión sobre la masculinidad mediante un discurso subyacente pero constante.

Por una parte, su puesta en escena se empeña constantemente cargar de significado los cuerpos que retrata para señalar quién es un modelo de conducta masculino y quién no. Mientras escamotea constantemente la representación de personajes con cuerpos no heteronormativos, carga de épica la visión del cuerpo esculpido en mármol de Edward Norton. El líder, el macho alfa, es alguien como Derek Vinyard y dejará de serlo cuando alguien deje su masculinidad por los suelos.

Por otra parte, esta representación de la virilidad también se ve impelida por la narración a representar estereotipos tóxicos. Derek siente la necesidad de ejercer de figura paterna ante la ausencia de su padre pero su entendimiento de la autoridad también pasa por el sometimiento de su familia y la reafirmación de su orgullo. No en vano, la violencia machista aparece representada única y exclusivamente cuando otro hombre disputa su autoridad en su casa. Y, por si fuera poco, cuando salga de prisión tendrá que vérselas con quien ha ejercido de figura paterna en su ausencia: el nazi que le ha lavado el cerebro a su hermano pequeño.

De la misma forma, mientras Derek está encarcelado, Daniel se esfuerza en ser el hombre que su hermano sería. Se tatúa símbolos nazis, se rapa y planta cara a cualquiera que se le ponga delante no porque crea que es la mejor forma de ser un hombre, sino para impresionar al macho alfa. Su flaquezas, sus sentimientos, nunca salen a la luz porque, según su visión, un hombre no comparte sus sentimientos, aunque resulte que la culpa y el remordimiento, motiva gran parte de sus actos.

El cine como puñetazo

Dos décadas después, American History X revela claramente sus flaquezas y eso no la hace menos valedora de su estatus de culto. Lejos de ofrecer un film reposado con una lectura compleja del racismo, que hable de su arraigo histórico o del odio institucional, Tony Kaye opta por una visión frontal y explícita del asunto: el racismo es malo, el agua moja y el fuego quema.

Sin embargo, su expresividad y efectismo funcionan a un nivel casi sensorial que permanece en la memoria. Muchos la descubrimos siendo adolescentes y, años después, seguimos recordando perfectamente determinadas escenas, imágenes remanentes que quedan grabadas precisamente por su falta absoluta de matices. Su violencia y poder.

También es cierto que con una imagen remanente se abre y se cierra el film. Durante los títulos de crédito iniciales, una playa en blanco y negro –una Venice Beach que no veremos en todo el metraje-, trasmite una calma mortecina. Y antes del fundido negro final, la misma playa se nos mostrará a todo color emitiendo el mensaje contrario. En ella veremos a dos niños jugando con las olas: Daniel y Derek Vinyard antes de conocer el odio.

El cine, a veces, encuentra su poder en la falta de sutileza, en su tosquedad y brutalidad. De la misma forma que recordamos mejor un puñetazo que un improperio. American History X sigue doliendo dos décadas después.

Ready Player One, el antídoto de Spielberg para los males de la generación millennial

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Es difícil imaginar alguien más indicado que Spielberg para llevar al cine la novela de Ernest Cline. Ready Player One, antes que presumible taquillazo, fue un fenómeno editorial en toda regla. Reformulación de algunos de los tropos narrativos de la era de la distopía young adult adaptados a la voz de alguien obsesionado con la cultura pop de los ochenta. Siete años después de su publicación, el libro ha pasado de ser un best-seller a ser un long-seller con millones de ejemplares vendidos en todo el mundo.

Cline se dio a conocer en slams poéticas de Austin, Ohio, gracias a fantasías verso en las que hablaba de onanismo y filias sexuales relacionadas con sus vastos conocimientos de la década en la que fue adolescente. La popularidad de poemas como Dance, Monkeys, Dance o Nerd Porn Auteur le llevó a autoeditarse un libro llamado La importancia de llamarse Ernest, al que siguió un álbum -The Geek Wants Out- y un guion titulado Fanboys, que se convirtió en película en 2009.

En todas ellas el motor era el mismo: Cline, encantado de conocerse, escribía sobre geeks inadaptados obsesionados con la cultura pop de los setenta-ochenta, décadas influenciadas por una concepción del cine que ayudó a crear, entre otros, Steven Spielberg.

Ahora el Rey Midas de Hollywood convierte la autoproclamada 'biblia de la cultura pop' de Cline en una aventura generacional. Pulido el material original, vuelve a demostrar que su poder como narrador audiovisual sigue intacto. Bien es sabido que una película regular de Spielberg es mejor que la mejor película de la mayoría de realizadores contemporáneos.

Nostalgia acrítica para tiempos críticos

"Miré a mi alrededor, preguntándome por qué Halliday, que siempre se había lamentado de una infancia desgraciada, había llegado a sentir, con el tiempo, nostalgia de ella. […] Me fijé en el aparatoso televisor Zenith y en la Atari 2600 conectada a él. […] Junto a la Atari había una caja de zapatos con nueve cartuchos de juegos."

Ernest Cline. Ready Player One.

En un planeta asolado por la hambruna y la falta de recursos naturales y económicos, la gente vive permanentemente conectada a un universo virtual llamado Oasis. Un día, su creador fallece emitiendo un comunicado: ha escondido un Huevo de Pascua en el interior de la vasta realidad virtual y quien lo encuentre heredará la propiedad del juego, el recurso económico más importante del mundo. Cinco años después del anuncio, un joven llamado Wade Watts encuentra una pista que podría acercarle al premio gordo, pero una mega corporación intentará impedírselo.

Esta es, básicamente, la premisa de Ready Player One. ¿Y la nostalgia? Pues bien: para conseguir el Huevo de Pascua uno tiene que conocer todos y cada uno de los detalles de la vida de su creador, fan del cine, la música y los videojuegos de los ochenta. Alguien como Ernest Cline.

Consciente del discurso inevitablemente conservador de quien trafica con la nostalgia, Steven Spielberg ha reinterpretado en su justa medida el discurso de Ernest Cline para adaptarlo a su cine. Ha convertido una distopía juvenil que abanderaba la soflama del 'todo pasado fue mejor', en una aventura marca Amblin que suprime los aspectos más turbios del libro para convertirlo en una suerte de odisea multireferencial que acaba entonando un 'disfruta del presente'. Algo que sienta bien al universo creativo que comparten ambos.

Es más, donde la original retrataba las andanzas de un joven que asimilaba la cultura de una generación que no era la suya, sin interpretarla, citándola y adorándola lo suficiente como para que esta le recompensase, Spielberg realiza una pirueta digna de elogio. Pasa del acriticismo y el guiño absurdo a la expiación de sus propios referentes. De ahí que brillen constantemente secuencias que aluden al manejo de nuevo niveles expresivos de clásicos contemporáneos -no serán pocos los que vean en la secuencia dedicada a El resplandor toda una declaración de intenciones-.

Por el camino, otros intentos de mejorar la novela de Cline se nos presentan inteligentes pero no funcionales. Es clara la voluntad de Spielberg por deshacerse del egocentrismo que empapaba cada frase de la novela, delegando el protagonismo y convirtiéndolo en un relato más o menos colectivo. Pero los intentos valen más por su voluntad que por su efectividad en pantalla.

Esto se debe a que la jugada pasa por sostener el relato en base a estrategias demasiado obvias. Ready Player One abunda en personajes secundarios desdibujados, compañeros del protagonista que solo se definen por su acento, edad y etnia, agujeros de guión rellenados con tropos tan manidos como el de la dama en apuros, villanos sin razón de ser  -incomprensible el tridente de malvados planteado-, y relatos de amor sin química pero con cierto machismo inherente -Tye Sheridan y Olivia Cooke lo intentan pero nada-.

Un mundo en el que ser otro

"PARZIVAL: Esto es Oasis. Aquí no somos más que pura personalidad.
ART3MIS: Permíteme discrepar. Todo lo que tiene que ver con nuestra personalidad está filtrado por nuestros avatares, que nos permiten controlar qué aspecto tenemos y cómo sonamos ante los demás. Oasis nos permite ser quien queramos ser. Por eso todo el mundo es adicto a él."
Ernest Cline. Ready Player One.

Como decíamos, Oasis funciona mucho mejor en manos de Spielberg que en manos de Cline, aunque solo sea a nivel formal. La novela se empeñaba en disimular su escasa habilidad narrativa con miles de referencias y discursos en torno a los ochenta. La película responde a la falta de talento con concepción spielbergiana del espectáculo, prodigiosa a nivel de soluciones visuales que sitúan Ready Player One por encima de la media del blockbuster actual.

Sin embargo, asumiendo que funciona estupendamente como entretenimiento, se hace difícil no ver en ella como un cine acartonado debido a su desarrollo poco original y a un subtexto que permanece inalterable, -más allá de mostrarse vacuo en sentido emocional-. Hablamos del discurso en torno al significado último de Oasis, una droga virtual global y capitalista.

Ready Player One es la batalla de unos jóvenes que quieren mantener público lo que les evade de la realidad, frente a una empresa que quiere privatizarlo. Pero en ningún caso es un debate sobre la vigencia o no de dicha realidad virtual, o la urgencia de atajar los problemas de un mundo preapocalíptico, pobre y desigual que puede seguir siéndolo.

Spielberg se siente cómodo empoderando a una generación, alentándola a la lucha armada, para sostener un mundo en el que puedan ser otros pero no para ser otros en su mundo. Y cuando lo intenta fracasa por su tono impostado.

Resulta curioso que Ready Player One se alinee con otros young adult al plantear la aventura en términos jugables, pero se muestre más endeble en su discurso que otros relatos mucho menos capaces. Allá donde El corredor del laberinto o Los Juegos del hambre llevaban a sus jóvenes protagonistas a hacer la revolución para acabar con unos juegos que los oprimían, Ready Player One plantea una revolución para perpetuarlos. Y, sin embargo, luego intenta armar una moraleja que suena artificial cuando nos recuerda que solo 'la realidad es real'. Invitación a la generación millennial a postergar la lucha por su futuro y sus derechos un día más. Después de la última partidita.

'Brawl in Cell Block 99', los quebraderos de cabeza literales de una bestia crística

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A Steven Craig Zahler lo fichamos en 2015, después de enviar a un cuarteto de talluditos vaqueros a encontrarse con su dios en Bone Tomahawk. Kurt Russell cabalgaba en la vanguardia de una achacosa operación de rescate rumbo a la frontera entre la civilización y una barbarie con forma de trogloditas caníbales. Se preveía que la sangre nos salpicara en una violenta fanfarria de escopetazos y flechas, pero lo que tuvo lugar fue más allá.

El horror nos fue turbando a galopadas, hasta dejarnos agotados y a su merced para la traca final, ojipláticos y con una mueca atroz. Y cuando esta reventó, embuchamos el líquido vital hasta casi ahogarnos. Pero esta no era del previsible color carmesí, no. Era de un tono oscuro, fuliginoso, como la que baña nuestras entrañas. Fue criminal.

Zahler debía estar entre rejas. Con semejantes antecedentes, no quedaba más que acompañarle en su encierro y compartir la condena. La sentenciosa distribución cinematográfica en España dicta que Brawl in Cell Block 99 ha de abrirse directamente en la oscuridad del hogar. El ingreso se hace efectivo el 4 de abril. Tal vez, en un impropio alarde metafórico, consideren que los pijamas raídos que vestimos en la intimidad bien sirven para garantizar una inmersión absoluta en la sombra.

Sea como fuere, el esquema se repite en el segundo largometraje de este artista polivalente (novelista y músico antes que director) y autor de lo extremo: las certezas serán machacadas hasta que solo quede el tuétano y nada más. Ni la humanidad.

Los grilletes de la ética

Tanto Bone Tomahawk como Brawl in Cell Block 99 se sustentan sobre los hombros de hombres rectos, de una estirpe extinguida, regidos por un férreo código de conducta superior al individuo. La jurisdicción del sheriff Hunt se reduce a los límites de Bright Hope, nadie le rendiría cuentas por dar las vidas de dos secuestrados por perdidas, máxime cuando está desprovisto de efectivos y garantías.

La ley de la frontera es así de cruel. Y sin embargo, se apresta en ensillar su caballo y partir hacia territorio hostil, sabiendo que la recompensa más probable a su esfuerzo será terrible y vana. La muerte es la penitencia de la integridad, pero alguien debe asumir la responsabilidad.

Bradley Thomas, exboxeador, exmecánico, exalcohólico, traficante pesaroso, administra su existencia según la misma ética resignada. El devenir de acontecimientos que lo llevan al módulo carcelario que el título anticipa solo se explica como una suerte de expiación continua. En un paisaje poblado por malas personas, tiene que marcar el paso del compás moral y pagar por los pecados.

El cráneo pelado de Vince Vaughn, coronado por una cruz cristiana, esconde múltiples aristas bajo su forma ovalada. Las descubrimos desde el principio, gracias a una cámara que se pega al cogote hasta rozar el cuero (des)cabelludo, y lo acompaña en su caminar.

Su altura y envergadura, su andar mostrenco, sus puños cerrados, nos lo definen enseguida como una bestia incivilizada, peligrosa. Su carácter mesurado, su carisma sureño, su timbre suave, en cambio, nos contraindican. Es un monstruo a su pesar, un David con cuerpo de Goliath, un instrumento al servicio de una causa mayor.

Aquel que sabe de la fealdad de la violencia es quien mejor sabrá cuándo y hacia quién dispensarla. En plena frustración por haber descubierto la infidelidad de su mujer, Bradley desguaza a golpes el coche de ella, ajena a la combustión espontánea de su marido. Se esmera en hacer su empeño particularmente doloroso. No es tanto un correctivo hacia ella como un castigo contra sí mismo, sabiéndose causante el conflicto. A continuación, una y otro mantendrán una conversación no solo serena, sino racional, para enmendar los errores cometidos.

Dieciocho meses después y unas cuantas secuencias encadenadas más tarde, tendremos a Bradley abriéndose paso en el sistema penitenciario estadounidense a cada extremidad partida, con la facilidad de quien mastica un mondadientes. Lo hace porque, ahí sí, un propósito superior a él guía su paso. La consecuencia de cada golpe le hará hundir su vida conocida un poco más profundo, pero eso será soportable mientras se asesten al ritmo de la moralidad.

Hostias sacramentadas

Lo que separa ambas escenas se define como el calvario de este sansón, entregado al propósito de salvar dos vidas inocentes (la de su mujer y la de la cría que lleva en su vientre, en manos de un socio insatisfecho). Ante el ultimátum, la deshumanización es la única salida. Es un animal crístico, como atestiguan el tatuaje de su nuca y los estigmas sangrantes de sus manos y pies. Su postura le hace indicado para repartir las hostias consagradas a aquel que no comulgue con su objetivo.

Para cuando Bradley ingresa en la cárcel, hemos pasado demasiado tiempo con él como para no sentirnos apóstoles suyos, portadores de las escuetas palabras que pronuncia. El sufrimiento de verlo sumirse en la oscuridad estremece al espectador, que solo espera una rendija que irradie algo de esperanza. Una frase termina por desterrar cualquier ilusión: "Sospecho que Amnistía Internacional desaprobaría el contenido de esta sala", se jacta el alcaide con el rictus canalla de Don Johnson.

Para entonces llevamos casi una hora y media de martirio. Para entonces, aún restan otros cuarenta minutos de tortura. Para entonces, de la humanidad apenas queda la osamenta, a punto de ser desmenuzada a pisotones.

Llegados a este punto, Brawl in Cell Block 99 se despliega sobre la pantalla como una ristra de embutidos grasientos sobre un mantel de hule a cuadros. El gore se vuelve pretendidamente chabacano, tan desagradable que acaba convirtiéndose en paródico. Los villanos adquieren la plasticidad cartoon de un macabro sketch de El Coyote y El Correcaminos, a manos de un héroe que inflige daño con la ferocidad de un Ricky-Oh alopécico.

Tiene todo el sentido. En ausencia de cualquier atisbo de sensibilidad, el cuerpo deviene en mero objeto, en un recipiente para las asaduras. Un recipiente sin otra utilidad o sentido que servir a su propia y catártica destrucción.

Narrativas reincidentes y con mala conducta

Bien es cierto que la pelea que se nos anuncia se hace de rogar y, salvo destellos, no acontece hasta el último acto. Pero no conviene hacer juicios precipitados cuando en el banquillo se sientan películas como esta. La dilatación del tiempo no es gratuita, ni mucho menos una estafa urdida inflando expectativas. Zahler no requiere de esas artes de trilero, no.

Todo lo que hemos visto hasta el momento en que los puños impactan es necesario para compartir el estado anímico del protagonista, para sumirse en esa oscura posición psicológica. La "bronquita" en cuestión, cuya magnitud resulta inabarcable para la palabra empleada para definirla, es el cénit del viaje. Uno que escapa del marco establecido en el enunciado. Como Bone Tomahawk, estamos ante una obra mutante en su concepción, puesto que desatiende cualquier empeño por una clasificación más sencilla y evidente.

Por más que vista el uniforme naranja propio del cine carcelario, Brawl in Cell Block 99 se inserta en el pabellón del horror. El escenario donde nos convoca resulta angustioso, pues una vez dentro parece imposible salir de él. Los personajes que lo pueblan, da igual el bando que defiendan, repugnan por su corrupción e indecencia.

Las coreografías de la acción, de una suciedad hemorrágica, se ensañan en chasquidos, sin cortes de montaje que maquillen no ya la técnica, sino la propia crueldad que se dispensa al otro. El ambiente que sugiere es irrespirable, porque como dice Bradley, aquí huele a mierda.

A menudo, tiende a emparentarse en espíritu a S. Craig Zahler con lo que identificamos, desde que Tarantino y Rodríguez jugaran a resucitar las sesiones dobles, como el grindhouse estadounidense. Ciertas estéticas visuales y musicales, así como el propio espíritu libre que basaba su producción, remiten a cierto cine de derribo producido en los setenta. Pero lo que ha aportado hasta la fecha trasciende esta apreciación, pues no hay trazas de nostalgia en su discurso.

Su creación, germinada por corrientes diversas (de Peckinpah a Melville, con escala en Corea del Sur), rehúye la cita directa, el guiño cómplice. Si la explotation era considerada como cine de bajos instintos, una cinta como esta habrá de entenderse, en todo caso, como cine de bajo vientre, que revienta desde las tripas.

Esquinada como un reo en la oscuridad de su letrina, misántropa como solo puede serlo quien habita incomunicado, Brawl in Cell Block 99 posee una cualidad extemporánea que hace de ella un objeto extraño y único. También revalida los méritos precedentes en la prosa de Zahler.

La habilidad para definir personajes en un par de trazos nos introduce algunos fascinantes aunque no tengamos más que un breve encuentro con ellos: mírense el parsimonioso funcionario encarnado por Fred Melamed, embebido en preservar alienantes códigos de conducta en prisión; o el inquietante abortista coreano, siempre al fondo del plano, en segundo término, al que basta un gesto -de desilusión- para hacer que nos despierte una carcajada en el momento más imprevisible.

Ese es otro de los valores que fundan el magisterio este cineasta: un humor cáustico, lacerante por imprevisible, que hará al espectador retorcerse sobre sí mismo al reconocerse riendo ante ciertas maldades. Un golpe bajo tan contundente como cualquiera de los que el inmenso Bradley pueda propinar.

Eso solo lo hace un criminal. Uno que no se esconde, que nos desafía. Sus huellas están por todo Brawl in Cell Block 99. No podemos esperar a que vuelva a delinquir

¿Hacía falta un festival de cine hecho solo por mujeres? Siete películas que demuestran que sí

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Es un debate peliagudo. Para algunos, la segregación por género en los festivales es una tirita ridícula que nos distrae de la desigualdad endémica del sistema. Para otros, es cuestión de justicia poética tras años de oportunidades arrebatadas para las mujeres. Esta duda también asaltó a los organizadores de Cine por mujeres, pero finalmente se decidieron a crear el único festival de nuestro país que destaca solo el trabajo de las profesionales femeninas.

Del 3 al 8 de abril, la capital española acogerá este evento neófito y proyectará 28 películas realizadas en los últimos tres años. En su presentación en la Casa de América, los organizadores han insistido en la excepcionalidad de la cita, que se diferencia de las muestras que ya existen sobre cine realizado exclusivamente por mujeres, como la Mostra de Dones de Barcelona o la internacional de Huesca.

"No quisimos subirnos a la ola del me too y de la problemática del cine y la mujer. Cine por mujeres surgió hace años para poner en valor el rol de la mujer en toda la cadena cinematográfica, no solo delante y detrás de la cámara. Nos olvidamos de que existen guionistas, productoras, realizadoras y comerciales", ha dicho la codirectora Carlota Álvarez Basso.

Su necesidad de sumarse al festival surgió, según ha contado, tras un almuerzo con la ministra de cultura de Suecia. Desde 2015, el 70% de la representación sueca en los festivales más importantes del mundo es femenina, y los proyectos liderados por mujeres se han multiplicado hasta alcanzar la mitad de la producción del país

"Como dijo el primer ministro sueco en una cumbre internacional, la igualdad de género no es solo una cuestión fundamental de derechos humanos, sino también una apuesta económica inteligente. Dando las mismas oportunidades a la otra mitad de la población, el talento se duplica", ha citado Álvarez.

Por todo esto, y por haberse convertido en el buque insignia de la paridad en el cine, Suecia será el país invitado en esta primera edición de Cine por mujeres. Las apuestas nórdicas contarán con su propia sección, Focus on Suecia, compuesta por seis títulos que se proyectarán en la Academia de las Artes Cinematográficas.

Este es el otro atractivo del festival: no se celebra solo en una sede, sino en más de cinco donde se ofrecerán las películas en competición, pero también los muchos debates y master class que impartirán diversas personalidades de todo el mundo.

Una de las más esperadas es la estadounidense Debra Zimmerman, directora ejecutiva de la Women Make Movies desde 1983. Pero también tendremos la ocasión de escuchar y aprender de otros talentos nacionales como la ganadora del premio honorífico, Belén Atienza, productora de Jurassic World y un Monstruo viene a verme o "la mujer más poderosa del cine español".

Sin embargo, no podemos olvidar la razón última de los festivales de cine, la de coronar a una película por encima de todas las demás. El jurado de Cine por mujeres lo va a tener difícil porque, como ha recordado su otro codirector, Diego Mas Treller, "las tramas son variadas ya que las mujeres han demostrado y seguirán demostrando que pueden hacer dramas, thrillers, acción, animación o lo que se propongan".

Entre las siete seleccionadas se encuentra una película nominada al Oscar y producida por Angelina Jolie, el debut como productora de Alicia Vikander, y el documental más salvaje de Grace Jones. Todas ellas estarán disponibles en la sala del Círculo de Bellas Artes por tres euros la entrada. No hay excusas.

Tower, A bright Day

El cine polaco contemporáneo ha dejado grandes títulos en los últimos años, como la oscarizada Ida, que muchas veces no llegan siquiera a las salas españolas. Esta cinta seleccionada en la Berlinale podría ser uno de esos ejemplos. Roger Ebert describió a su directora como un talento soberbio "que capta profundamente lo mundano para descubrir su secreto, su apuntalamiento espiritual".

Tower, a bright day muestra la difícil relación entre Mula y su hermana Kaja, que aparece tras seis años sin dar señales de vida para acercarse de forma extraña a su hija pequeña. 

Euphoria

Producida por la actriz de moda sueca y última Lara Croft, Alicia Vikander, y con un cartel de excepción formado por ella misma, Eva Green y Charlotte Rampling, esta cinta parte como una de las favoritas. La dirección corre a cargo de Lisa Langseth, una joven premiada doblemente en los Goya suecos por sus guiones Pure (2019) y Hotell (2013). En este caso, Euhoria "cuenta la historia de dos hermanas que se reencuentran tras años separadas y emprenden un profundo camino juntas". 

Darling

Una bailarina danesa de fama mundial, Darling, y su marido Frans regresan a Copenhague por primera vez en años, donde realizarán juntos el montaje del ballet clásico Giselle. La apuesta danesa es un drama conmovedor sobre los altibajos de una mujer independiente y moderna, y el coraje que demuestra en el ocaso de su carrera cuando todo se derrumba a su alrededor. 

Western

Como muestra de que el público del cine realizado por mujeres es universal, la directora Valeska Grisenbach ofrece la única película en competición interpretada mayoritariamente por hombres.

Un grupo de obreros alemanes empieza a trabajar en una planta hidroeléctrica de la campiña búlgara. La tierra lejana despierta el sentido aventurero de los hombres, pero también tendrán que enfrentarse a sus propios prejuicios debido a las barreras lingüísticas y culturales. Western fue seleccionada en Cannes y Venecia, y ganadora en Sevilla y Mar de Plata. 

El futuro que viene

¿Qué es la amistad? Una pregunta, aparentemente sencilla, que no tiene respuesta fácil y universal. El futuro que viene propone un viaje para conocerla desde el interior de Romina y Flor, dos compañeras de travesía que juntas enfrentarán distintas etapas de la vida con sus consecuentes dificultades. Desde el primer amor hasta el primer divorcio, todo ello sin perder la esencia de lo que a ambas le define: su compañerismo.

The Breadwinner (El pan de la guerra)

La cinta de animación producida por Angelina Jolie recuerda en cierto modo a la mítica Persépolis. En este caso cuenta la historia de Parvana, una niña de once años que vive bajo su familia bajo el régimen talibán. A pesar de ello, un día todo cambia. Tras el arresto de su padre experimenta un giro de los acontecimientos que le lleva a convertirse en el principal sustento de la familia, no sin enfrentar los problemas de una sociedad machista. ¿La solución? Disfrazarse de hombre para intentar trabajar y buscar una forma de salvar a su padre. La película fue nominada al Oscar y a los Globos de Oro 2018.

Grace Jones: Bloodlight and Bami

La cantante y supermodelo estadounidense Grace Jones es conocida por sus múltiples facetas. Ha interpretado la desmesura, lo salvaje, lo andrógino, lo aterrador y, a pesar de todo ello, en esta película logra descubrirnos nuevas vertientes de su camaleónico personaje. Aquí aparece en calidad de amante, hija, madre, hermana e incluso abuela, otras miradas necesarias para comprender qué se esconde tras su máscara.

El Gobierno continúa con su portazo al cine y al teatro en los PGE 2018 pese a la bajada del IVA

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El Gobierno Mariano Rajoy tiene enfilados al cine y al teatro desde que ganara sus primeras elecciones en noviembre de 2011. En todos los ejercicios, estas disciplinas artísticas siempre  han recibido muy pocos mimos por parte del departamento que dirige Cristóbal Montoro. En esta ocasión, en el proyecto de los Presupuestos del Estado de 2018 el cine se ha quedado en 86 millones de euros, solo un millón más que en 2017, y el teatro en 51 millones, la misma cifra que el año pasado. Eso sí, el Gobierno ha querido sacar pecho al señalar que bajará el IVA de las entradas del cine del 21% al 10%. Entrará en vigor en cuanto se apruebe la Ley de Presupuestos, si se aprueba, porque no tiene los suficientes apoyos.

Sin embargo, tanto a la oposición como al propio sector la cacareada merma en el IVA sabe a poco. Como casi todo lo demás. Cultura, en términos generales, vuelve a ser uno de los patitos feos del Libro Amarillo de Montoro. Su presupuesto se queda en 838 millones de euros, que aunque suponen una subida del 4,4% con respecto al ejercicio anterior (801 millones, que habían supuesto un 0,7% menos que en 2016), todavía no se acercan ni de lejos a la peor partida en Cultura del último Gobierno socialista, que fue la de 2011 cuando se presupuestaron 1.050 millones de euros.

"Son unos presupuestos continuistas con respecto a la dinámica de estos años, ya que es una subida similar a la que tienen los presupuestos en total. Si volvemos a tener como referencia el presupuesto más bajo del PSOE, el de 2011, este estaba por encima de los mil millones. Eso da la medida de la situación de la Cultura para el PP. Hay una subida de las Colecciones Reales, pero es puntual, no estructural", explica a eldiario.es Iban García del Blanco, secretario de Cultura del Partido Socialista. 

Desde Podemos, la valoración es muy parecida: "Aumentan un 4,4% en cucharas pero no dan ni un solo euro a cuchillos y tenedores, y con eso no se puede llegar a fin de mes. Son unos presupuestos alarmantemente discretos, porque no compensan la merma que vemos desde 2009 [la partida más alta durante el gobierno de Zapatero con 1.226,16 millones de euros]. Salen datos alarmantes como ese 63% menos que hay en promoción; o un 11% menos en museos desde aquel año", comenta Eduardo Maura, responsable de Cultura Estatal de la formación morada.

Si se afina en el área del cine, la situación es más calamitosa, y hasta un tanto surrealista. Desde que, en septiembre de 2012, el primer Gobierno de Mariano Rajoy decidiera subir el IVA de las entradas del 8% al 21%, los encontronazos entre Hacienda y el sector cinematográfico han estado a la orden del día. De las promesas se pasó hasta a la negación por parte de Íñigo Méndez de Vigo, ministro de Educación y Cultura, de que ese IVA existiera.  Más tarde hubo acercamientos, como cuando el Gobierno decidió bajar el IVA de las entradas de los espectáculos en vivo en junio de 2017. Sin embargo, la confirmación para el cine nunca llegó.

Hasta ahora, pese a lo cual se sigue viendo como casi unas migajas de Montoro, si se compara con ese aumento de apenas un millón de euros en el presupuesto (en él se incluye el Fondo para la protección de la cinematografía con el que se financian las ayudas a largometrajes, cortometrajes etc). "Rebajar el IVA es una excusa para congelar las ayudas. Es una contrapartida para congelar. Pero además es que hay partidas que siguen sin existir como la de ayudas al guion", insiste Maura.  "Hay una Ley del Cine que prevé 100 millones y que este Gobierno no la está cumpliendo. Es la pariente pobre del ministerio de Cultura, a mí me parece que es un  sector que el PP considera que le debe algo, está en términos de vendetta y no entiende que es un sector estratégico desde el punto de vista industrial. No hay ayudas financieras para rodajes, que incluso en algunas Comunidades Autónomas tienen", apostilla García del Blanco. Además, hay que tener en cuenta que, aunque baje el IVA, los responsables del precio de las entradas del cine son los exhibidores, que tendrán que decidir si aplican o no la bajada.

Dentro del gremio, tampoco hay aplausos. El actor y director Alberto San Juan indica que aunque el incremento en Cultura "es positivo", le parece "insuficiente", pero, además, valorado en su conjunto que "aumente el presupuesto para Casa Real y que la mayor subida sea para Defensa hace que mi valoración sea profundamente negativa".  Juan Carlos Tous, uno de los fundadores de la plataforma Filmin, señalaba en Twitter: "En los PGE que ha presentado hoy el PP, la partida destinada al cine pasa de 84,86 a 86 millones para 2018, es decir un incremento del 1,6%. Su apuesta es clara... #GraciasPP". La Unión de Actores, preguntada por eldiario.es, se reserva su opinión hasta que los PGE se aprueben en el parlamento.

Bien para el Prado y el Museo de las Colecciones Reales

De estos Presupuestos de 2018, los únicos ámbitos que han salido algo más beneficiados son los Museos y el Patrimonio Histórico, ya que las Bibliotecas y Archivos se quedan en 75 millones de euros.

El programa museístico aumenta sus gastos en un 4.1% hasta llegar a los 160 millones de euros, aunque buena parte va para el Museo del Prado, que este año celebra su bicentenario. Por su parte, Patrimonio recibirá 155 millones, un 9,4% más, con el que se pretende dotar en gran parte al magno proyecto del Museo de las Colecciones Reales. Política cultural de inauguraciones, eventos y muchas luces de neón.

Las oscuras entrañas de Amanecer Dorado a través de sus mujeres

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Dafni es una abuela que tan pronto le dice a su nieta que el amor mueve el mundo, como le pone un fusil en sus diminutas manos para que juegue a disparar a los pájaros del campo. También es la madre de Panayiotis Iliopoulos, un diputado de Amanecer Dorado que en 2013 ingresó en prisión preventiva por pertenencia a una banda criminal.

El griego es famoso por sus arrebatos violentos en el Parlamento heleno, por sus declaraciones racistas y por un tatuaje que reza Sieg Heil, el eslogan de los nazis. Pero él no es el protagonista de este documental, tampoco el líder de la formación de ultraderecha, Nikolaos Michaloliakos, ni el también diputado Giorgos Germenis. Las protagonistas de Las chicas de Amanecer Dorado son ellas: la madre del primero, la hija del segundo y la esposa del tercero. 

El director noruego Håvard Bustnes se coló en las entrañas del partido de la mano de estas tres mujeres y tomó unas imágenes sin precedentes sobre su ideología radical y su ascenso en las urnas. Era 2013 y su equipo se desplazó, en principio, para cubrir el encarcelamiento de catorce miembros de Amanecer Dorado. Pero lo que estaba ocurriendo al otro lado de las rejas les interesó todavía más.

De repente, las mujeres tomaron las riendas de la campaña y ayudaron a que, en 2015, se convirtiesen en la tercera fuerza política de Grecia. Las chicas de Amanecer Dorado es la apuesta de Docs del Mes para este abril y se podrá ver en diversas salas de toda España. El resultado es tan impresionante como aterrador, aunque es obvio que no es lo que ellas pretendían al abrir las puertas a Bustnes. 

"Son noruegos y han dicho que querían rodar un documental mostrándonos como gente normal, con familias. La gente debe saber nuestra versión también, porque en la televisión nos muestran como demonios o monstruos. Me han apodado la Esposa del Odio", explica Jenny a los militantes en la sede de Amanecer Dorado. Su "apodo" le viene por ser la mujer de Germenis, miembro del comité central del partido, y en ese momento encarcelado al igual que sus doce compañeros y su líder.

Jenny es joven y tiene un Máster en Política y Relaciones Internacionales. También muestra mucha más elocuencia a lo largo del documental que su marido, a pesar de vivir a la sombra política de este. Todas ellas lo hacen: defienden a sus hombres en segunda fila y, cuando por fin toman los micrófonos, también hablan en su nombre. Para pedir su libertad, diseñar la imagen de mártires que les da votos y ganar tiempo de descuento hasta las siguientes elecciones.

"Me interesa mucho cómo construyen un discurso en el que sus hombres son héroes de la patria", explica el director a eldiario.es. El ejemplo más llamativo de esto toma forma en Urania, la hija de 26 años del líder supremo de Amanecer Dorado. Desde el primer momento manifiesta una debilidad total por su padre, a pesar de ser quien le ha arrebatado su sueño profesional de estudiar Psicología en Reino Unido. 

"El sistema patriarcal es un elemento importante de la cultura de Amanecer Dorado. Dafni, Jenny y Urania son mujeres fuertes, pero se han adaptado a estar a la sombra de los representantes masculinos", contesta el que logró colarse en sus hogares. 

Durante las primeras entrevistas con el noruego, la benjamina es la que se muestra más reticente a contestar. También es la que más tiene en juego, ya que se convirtió en la cabecilla del movimiento en cuanto el patriarca entró en la cárcel. Urania es fría, sarcástica y con una facilidad pasmosa para cambiar de careta a su antojo. No se permite un traspiés. 

"Aquí está mi colección de películas de Disney y mis discos. El principito, uno de mis libros favoritos", dice con una sonrisa mientras apretuja a su perrito pomerania para calzarle un incómodo jersey. "Y aquí una foto de nuestros compañeros de lucha, que fueron asesinados vilmente por unos bárbaros antisistema", y lo suelta con furia. Ya no hay sonrisas, ni canes, ni princesas de Disney; solo una joven comprometida con la ideología neonazi que le han inculcado.

"Creo que le gustaría vivir alejada de la política, y que no está a gusto con su rol de persona infame. Pero se siente obligada a apoyar a su padre, sobre todo después de su arresto", piensa Bustnes.

Durante el documental, el cineasta no pierde la esperanza de sacarle un ápice de arrepentimiento o de rechazo hacia los actos de su padre, pero al final se resigna. No en vano, ella personifica la violencia de Amanecer Dorado tanto como cualquiera de sus militantes: en 2012 fue detenida por darle una paliza a un pakistaní que se cruzó en su camino durante una manifestación.

Ese es otro de los asuntos que las tres se esfuerzan en maquillar: el de la violencia irracional del partido que apoyan y la razón real por la que son conocidos fuera de las fronteras helenas. Como cuando acudieron con mazas al mercado de Rafina y destrozaron los puestos de varios inmigrantes, cuando el portavoz del partido abofeteó a una tertuliana en un debate televisivo, cuando les acusaron del asesinato del rapero de izquierdas Pavlos Fyssas o cuando entonan cánticos racistas mientras portan antorchas amenazantes. Ante esas imágenes no bastan las palabras.

"Cuando les pregunto sobre los ataques a personas migrantes, niegan que Amanecer Dorado sea un grupo violento. En su mente, es siempre culpa de los rivales políticos o de los medios. Dafni incluso llega a decir que las imágenes que circulan en Internet de sus miembros entrenando con armas están manipuladas", cuenta el director.

Después de todo, su misión es la de ofrecer la cara amable y familiar del partido, y en esa estrategia política han demostrado ser un cerebro peligroso. Cuando su discurso hubo calado en el 7% del electorado, hubieron obtenido 17 escaños en el pleno y los hombres salieron de la cárcel, ellas volvieron a sus quehaceres en segunda fila. Sin rechistar.

Cada una de ellas cumple una labor: Jenny es la esposa amantísima, madre ejemplar de su hija y sustento de su marido; Urania es el futuro y la visceralidad que mantiene candente una formación con ideas tan arcaicas; y Dafni es la madre que alienta a sus pequeños hasta convertirlos en los hombres intolerantes y peligrosos que son hoy. De hecho, su caso es especialmente paradójico.

Fue ingeniera de submarinos, directora de hospitales y militante socialista, pero hubo un momento en el que su balanza cayó hacia el otro extremo. "Cuando era joven tenía unas ideas políticas totalmente distintas. Fui militante del PASOK muchos años. Con todos los ideales que inspiran a la gente joven: democracia, libertad y esas bellas ideas que al final descubres que son mentira", dice la veterana.

Ese sentimiento de fatiga es el que hizo fuerte a Amanecer Dorado tras la crisis, y el que convirtieron en dardo político para atacar al establishment griego y ofrecer un cobijo de odio a los desamparados (eso sí, solo a los "griegos puros", como les llaman en la sede).

Ellas son las que explotan este discurso escalofriante con eufemismos, por encima de las declaraciones abiertamente xenófobas de los hombres, de sus alardes de brutalidad y del lado más depravado del partido. Es demasiada porquería que limpiar, pero como compañeras y mujeres simpatizantes de una banda misógina y neonazi, dan un paso atrás, bajan la mirada y lo hacen con convencimiento. "No son víctimas", como pensaba Bustnes al principio, "son eslabones clave para perpetuar las ideas de la ultraderecha y criar a sus nuevas generaciones". Y eso las convierte en un miembro tan peligroso como los demás .

La filosofía tras 'Ready Player One', el mito de la caverna en tiempos de Instagram

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Es el año 2045, una nueva era que se divide en dos mundos: el terrenal y el virtual. Wade Watts, como cada día, se desliza entre la basura y los coches oxidados hasta llegar a una vieja caravana que utiliza como refugio. Una vez allí, se pone un casco de realidad virtual que le abre la puerta a OASIS, un lugar lleno de posibilidades y fantasía al que todo el planeta es adicto. Porque, al igual que ocurre con el mito de la caverna de Platón, a veces es más fácil mirar una sombra que el objeto que la proyecta.

Del mismo modo que películas como Matrix, Origen o incluso El show de Truman, el último taquillazo de Spielberg esconde un mensaje existencialista sobre la pertenencia a distintas realidades, una aparente y otra verdadera, que en ocasiones ni siquiera pueden distinguirse con claridad. Si bien el discurso puede tener diferentes formas, al final todas las obras señaladas toman su base de la alegoría desarrollada por Platón en su libro República.

"Imagina unos hombres en una habitación subterránea en forma de caverna con una gran abertura del lado de la luz. Se encuentran en ella desde su niñez, sujetos por cadenas que les inmovilizan las piernas y el cuello", explica el filósofo griego en la obra original. Lo que estos individuos han visto durante toda su vida son sombras de objetos proyectadas por un fuego y, al ser lo único que conocen, estos crean su realidad en torno aquellas imágenes: las sombras son las reales, y no el objeto.

"Liberamos a uno de estos prisioneros. Le obligamos a levantarse, a volver la cabeza, a andar y a mirar hacia el lado de la luz: no podrá hacer nada de esto sin sufrir", continúa Platón en el fragmento de República. Cuando aquel reo sale y conoce la verdad, según la alegoría, volvería a la caverna para contárselo a sus amigos e intentar liberarlos. Sin embargo, nadie le escucharía, le llamarían mentiroso, e incluso lo condenarían a muerte. Nadie puede desconectar de aquella sombra, del mismo modo que nadie puede desconectar de OASIS.

"Los paralelismos son muchos, aunque también las diferencias", explica a eldiario.es Diego S. Garrocho, profesor de Filosofía de la Universidad Autónoma de Madrid (UAM). El docente continúa diciendo que "en el mito de la caverna de Platón el punto de partida es el mundo de las sombras y de las apariencias del que debemos liberarnos". Mientras, en Ready Player One es lo contrario: "Partimos de un mundo real del que queremos escapar y por ello creamos otra realidad alternativa que nos resulta más atractiva", aclara.

A pesar de que en la película de Spielberg se plantea de forma inversa, el trasfondo de esta, afirma el filósofo, tiene evidentes resonancias platónicas. "La existencia de dos mundos, uno aparente y otro verdadero; la urgencia que sentimos los seres humanos por negar lo inmediato y aspirar a que exista otra realidad mejor de la que conocemos", mantiene. Los habitantes del universo creado por Ernest Cline utilizan OASIS para evadirse de la miseria en la que viven. No importa si esa persona reside en un suburbio o en un gran rascacielos de oficinas. Al final lo "real" no es Wade Watts, sino el nombre de su avatar, Parzival.

Según Garrocho, "la lección de Ready Player One pretende ser, de nuevo como en Platón, mucho más moral que epistemológica. Las razones para preferir la verdad a la mentira acaban por ser de índole ética". El coche de Regreso al futuro, las canciones de Depeche Mode y los disfraces de Street Fighter son maneras de aludir a un pasado donde todo fue mejor y en los que, aparentemente, no existían los problemas del presente. "El futuro, tanto en la película como en nuestra vida, no se plantea ya como un tiempo de esperanza utópica, sino que miramos al pasado desde la nostalgia", considera el docente.

El filósofo de la Antigua Grecia sostenía que los sentidos no eran fiables, ya que estos tienen un carácter temporal y cambiante. Por eso hace dos divisiones: el mundo sensible (el interior de la caverna, donde la gente ignora el exterior), y el mundo inteligible, de las ideas (que sería la auténtica realidad). ¿Cómo se representan en Ready Player One?

"Inmediatamente podríamos pensar que OASIS es la apariencia, falsa y atractiva, y que la realidad ordinaria, tangible y no virtual, es el mundo de las ideas", mantiene el profesor de la UAM. Aun así, la respuesta puede que no sea tan evidente. Para Garrocho, los dos mundos no solo estaban dentro del largometraje, sino también a un lado y al otro de la pantalla. "Aquellos que veían la película estaban sentados en una butaca de cine, conmovidos por una imagen que salía de un proyector… los más parecidos a los encadenados en la caverna platónica, tal vez, seríamos nosotros mismos", matiza.

OASIS, una caverna platónica en construcción

Una de las grandes diferencias entre Ready Player One y el mito de Platón es que en el segundo los prisioneros no saben que son víctimas de una ilusión, mientras que en la obra de Spielberg los jugadores eligen libremente adentrarse esa realidad alternativa. "La estrategia escapista de ese mundo virtual creo que adquiere un componente adictivo que estaría del todo ausente en la caverna platónica", aclara Garrocho.

En Matrix es diferente. En la trilogía de las hermanas Wachowski, los humanos no tienen otra opción que aceptar la dominación de las máquinas y del programa informático al que son recluidos. Como considera el filósofo, "Matrix podría asemejarse más a una teoría de la conspiración y Ready Player One se atreve a preludiar una realidad futura y virtual de la que, ciertamente, no estamos tan distantes". Añade que la película de Spielberg le parece "más esperanzadora", aunque no por ello con un final "feliz ni alegre".

Ready Player One plantea una conclusión buenista y tranquilizadora, donde "la realidad es lo único real" porque es el único sitio donde se puede comer y amar sin trajes hápticos que valgan. Pero OASIS sigue existiendo, y el mundo terrenal continúa siendo un lugar desastroso en el que no merece la pena vivir. Por mucho que desconecten el sistema un par de veces a la semana, aquella cueva digital aún es imprescindible.

Parzival tiene la oportunidad de apretar el botón rojo, aquel que acabaría con OASIS, pero es algo que ni siquiera se plantea. "Podría ser semejante a la reacción de los prisioneros de la caverna que no quieren ser liberados. Nadie quiere que le despierten del sueño, aunque éste no sea necesariamente feliz", considera el profesor de filosofía.

Sí que se aprecia algo de esta "liberación", al menos en parte, cuando después del enorme despliegue de acción y efectos especiales la película acaba siendo una oda a la amistad. "Parecería que Spielberg nos quisiera decir que, después de todo, deben prevalecer los viejos valores", afirma Diego S. Garrocho. De lo contrario, aquella imagen de Mark Zuckerberg caminando por el Mobile World Congress de 2016 podría convertirse en nuestro OASIS. 


'2001: una odisea en el espacio', así nació la película que cambió la historia de la ciencia ficción

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De Kubrick se han dicho y escrito muchas cosas. Demasiadas, tal vez. Se ha dicho que era insoportable en los rodajes, que maltrataba psicológicamente a los actores y a los colaboradores de sus films. Que repetía tomas hasta exasperar a quienes trabajaban con él, bien lo sabe Shelley Duvall, que sufrió una crisis nerviosa en el rodaje de El resplandor  tras repetir 127 veces la misma toma.

También se ha dicho que sostenía la teoría de que le iban a asesinar en cualquier momento, que le espiaban. Le aterraba volar y nunca, jamás, se subía a un coche que fuese a más de 40 kilómetros por hora. Escapaba constantemente del objetivo de una cámara de fotos aunque la fotografía fue una de sus primeras pasiones. 'Perfeccionista' y 'misántropo' son adjetivos que se suelen leer acompañando a su nombre.

No hay más que pasear la mirada por la estantería de cine de cualquier librería para comprobar los árboles que se han destruido en su nombre. John Baxter escribió una fascinante biografía reeditada en varias ocasiones, J. Abrams descifró su filosofía, Michael Herr -coguionista de La chaqueta metálica- reunió vivencias y artículos en una crónica de una forma de entender el cine hoy desaparecida, Paul Duncan desgranó su obra película por película...

De todas ellas, El resplandor y 2001: una odisea en el espacio son, posiblemente, sus dos films más crípticos y por tanto los que más gente se ha aventurado a descifrar. No es el objetivo de este artículo. De la primera se estrenó un entretenido documental hace escasos años, tras el cual la editorial Alpha Decay publicó un ensayo brillante. La segunda cumple ahora medio siglo de existencia y sigue perdurando más como una experiencia audiovisual en sí misma, que como film narrativo al uso. Eso no significa que no tenga un discurso, una lectura textual de su trama, pero como él mismo decía: "Una de las cosas que me resultan más difíciles al terminar una película es que los periodistas y los críticos me pregunten qué he querido decir. Me gusta recordar lo que T.S. Eliot dijo cuando le preguntaron qué quería decir con su poema La tierra baldía 'Quería decir lo que he dicho y si hubiera podido decirlo de otra manera, lo habría hecho'". Nada más.

Por eso y porque creemos que cada uno la entenderá a su manera -es parte de su magia -, vale la pena dejar de lado la relectura del trabajo de Kubrick y rescatar la historia del nacimiento de un film que lo cambió todo. Era el 17 de mayo de 1964…

2001: una comedia con OVNI incluído

La idea de hacer una película de ciencia ficción rondaba la cabeza de Kubrick antes de hacer 2001: una odisea en el espacio. Acababa de pasarse ocho meses encerrado montando Télefono rojo. ¿Volamos hacia Moscú?, y veía como el film andaba recaudando tres millones de dólares más de lo que había costado y era recibida con alabanzas por la crítica -Robert Brustein dijo que era una sátira digna de Juvenal en un famoso artículo llamado Out of this World-.

Sin embargo, aquella comedia antibelicista no había resultado ser exactamente lo que pensaba: él la imaginó, desde el principio, como un documental rodado por extraterrestres. Así, como suena. La idea fue desestimada por todos los productores a los que se la planteó pero se le había quedado dentro. Entonces empezó a reciclarla y a buscar referentes que le pudiesen ayudar.

En febrero de 1964 descubrió a un autor llamado Arthur C. Clarke, cuya obra El fin de la infancia -historia sobre una raza superior alienígena que hacía evolucionar a la humanidad- le había dejado profundamente trastocado. Durante dos meses intercambiaron una intensa correspondencia que les llevó a resolver que tenían que trabajar juntos.

El 17 de mayo del mismo año, Clarke y Kubrick celebraban su feliz encuentro en el ático neoyorquino del primero cuando, tal como cuenta Piers Bizony en su libro sobre el making of de la película, avistaron un OVNI. Brindaron por aquella casualidad. Según la NASA, lo que debieron ver fue el satélite Echo 2 que por entonces pasaba por encima de la Gran Manzana, pero ambos lo interpretaron como una señal: iban a crear una historia de ciencia ficción que no quedaría obsoleta por la ciencia, esa carrera espacial que llevaría al Apolo 11 hasta la luna en 1969. Había que darse prisa.

Internet y un 'Tesla' del pasado

Poco después, Clarke se encerró en el Chelsea Hotel, hogar habitual de autores de la generación beatnik, para escribir la versión novelada de la obra mientras intercambiaba constantemente ideas con Kubrick. En un principio, el director de Espartaco insistió en su fijación con El fin de la infancia, hasta que se rindió a la evidencia de que los derechos de esta ya estaban vendidos. Los de El centinela, en cambio, estaban libres: era un relato corto que Clarke había escrito unos años atrás y que el autor y científico creía que podía servir como punto de partida.

Narraba el hallazgo de un tetraedro que, al ser descubierto por la humanidad, alertaba a los extraterrestres emitiendo una señal. Kubrick unificó el argumento de su obra fetiche entorno a seres superiores, con el asunto del hallazgo del artefacto… que se reformuló como un monolito.

Otras ideas, en cambio, fueron desapareciendo en los borradores previos al que terminó rodando. Michael Benson cuenta en Space Odyssey: Stanley Kubrick, Arthur C. Clarke and the Making of a Masterpiece que para Kubrick era muy importante la presencia de una tecnología que implicase cambios en los hábitos humanos. Describía actividades mundanas que en película ya no se realizarían ni se entenderían como las hacían ellos en 1964.

La primera vez que el personaje del Doctor Dave Bowman aparecía en pantalla -interpretado por el Keir Dullea que terminaría apagando a HAL 9000-, conducía un Rolls Royce pilotado por un ordenador y sin necesidad de mantener las manos en el volante.

Además, a bordo de la nave Discovery, el realizador había imaginado que la gente leía el periódico en una pantalla de televisión táctil en la que podía uno pasar páginas tranquilamente. Según Benson, "los astronautas leían cosas de la actualidad en tablets muy parecidas a los iPad. Si Kubrick hubiera mantenido aquella idea, no cabe duda de que su película sería recordada hoy como un presagio de Internet". Lo que sobrevivió, y sí podemos apreciar en el film, fue la videollamada que el Doctor Haywood -interpretado por William Sylvester- realizaba para felicitar el cumpleaños a su hija.

Hal 9000, una fábrica de sujetadores y un infarto

En verano de 1964, ambos se encontraban trabajando simultáneamente en las dos versiones de 2001: una odisea en el espacio, cuando asistieron al estreno de La conquista del Oeste. Fue entonces cuando Clarke decidió titular su proyecto como La conquista del universo. Aunque no fue el único nombre que se barajaron: entre la correspondencia de ambos se pueden encontrar títulos como Star Gate, Jupiter Window o Universe: Tunnel to the Stars.

Por entonces, uno de los debates fundamentales que afrontaban era el del tratamiento de la parte central de la obra: la que planteaba el nacimiento de Inteligencia Artificial y su rebelión contra su creador, el ser humano.

En un primer borrador, HAL 9000 se llamaba Sócrates y era una especie de asistente robótico de la nave Discovery. Pero con el debate, aquello pasó a ser Athena y luego las siglas que conocemos. Cada vez que reescribían, la inteligencia y el poder de HAL 9000 se incrementaba con creces hasta que llegó a convertirse en ese amenazante y educado punto rojo que cantaba Daisy.

El tiempo pasaba pero la idea de crear la novela y la película al mismo tiempo hacía que el guion fuese un eterno work in progress. Debate tras debate, Kubrick tomó la delantera de su compañero de correrías y empezó a filmar sin tener la obra terminada, aludiendo que así dotaría de mayor profundidad a una historia en ciernes.

Aquello levantó sospechas entre los ejecutivos de la Metro Goldwyn Meyer, que barajaron nombres como el de David Lean o Billy Wilder a sus espaldas por si estimaban que no era capaz de realizar el film. Demostró lo contrario y, ajeno a las habladurías, un buen día el director de Senderos de Gloria montó un set en una fábrica de sujetadores abandonada de Nueva York para rodar lo que serían los primeros planos de 2001: una odisea en el espacio.

Durante cuatro años, Kubrick se obsesionaría con un film que, según él, iba a cambiarlo todo. Por el camino también embarcó a la Metro en sobrecostes y se enemistó con gran parte de su equipo de producción que había contratado tras verles en los créditos del documental Universe, una de las principales inspiraciones del film. El narrador de este, de hecho, se convirtió en la voz de HAL 9000, que por entonces ya tenía ese nombre.

En diciembre de 1965, el realizador trasladó el rodaje a los estudios de la MGM en Londres y empezó de nuevo rodando el descubrimiento del monolito en la luna. A mediados de 1967, si le preguntaban, contestaba que estaba metido en una durísima postproducción. Se callaba que en ella sometió a sus subordinados a maratonianas jornadas de 24 horas sin relevos y que a punto estuvo de acabar con la vida del compositor Alex North, que sufrió un infarto por la presión del realizador. North, al final, ni siquiera podría escuchar su melodía en el cine, pues Kubrick la sustituyó por Richard y Johann Strauss.

Cincuenta años, un OVNI, un brindis, una fábrica de sujetadores y cientos de versiones del guion después, Kubrick sigue dejando boquiabiertos a generaciones de nuevos cinéfilos. 2001: una odisea en el espacio demostró que la ciencia ficción era capaz de elevar el arte cinematográfico a niveles expresivos e intelectuales. Cambió las reglas del juego porque, como decía el crítico del The New Yorker David Denby, él fue el auténtico monolito: una "fuerza de inteligencia sobrenatural que aparece a grandes intervalos en medio de agudos chillidos y que propina al mundo una buena patada en el trasero para forzarle a subir un peldaño más en la escala evolutiva".

Muere el director nipón de animación Isao Takahata, cofundador de Ghibli

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El aclamado realizador nipón de animación Isao Takahata, cofundador de Studio Ghibli junto a Hayao Miyazaki, y conocido por filmes como La tumba de las luciérnagas, ha fallecido a los 82 años, confirmó a Efe la productora nipona.

Takahata, nominado al Oscar por la última película que dirigió, El cuento de la princesa Kaguya, (2014), murió este jueves en un hospital tokiota de cáncer de pulmón, según una portavoz de Ghibli.

El realizador nipón fundó Ghibli en 1985 junto a Miyazaki, su entonces compañero en el estudio Toei, y juntos iniciaron una andadura creativa aplaudida por la crítica internacional.

Un año antes, en 1984, Takahata produjo Nausicaä del Valle del Viento, dirigida por Miyazaki y basada en un manga de este sobre una joven princesa que trata de evitar un desastre ecológico en un planeta tierra postapocalíptico y en medio de guerras entre diferentes reinos.

Takahata logró el reconocimiento internacional al dirigir La tumba de las luciérnagas (1988), basada en una novela homónima de Akiyuki Nosaka sobre dos pequeños hermanos que tratan de salir adelante en una Kobe (oeste de Japón) completamente devastada durante los últimos meses de la II Guerra Mundial. Posteriormente, dirigió filmes como Pom Poko (1994),  Recuerdos del ayer (1991) o Mis vecinos los Yamada (1999).

Desde Heidi hasta La tortuga roja

Antes de dar el salto a la gran pantalla, dirigió diversos trabajos para televisión entre los que destaca la popular serie Heidi, en la que también trabajó junto a Miyazaki. Su último filme como productor fue La tortuga roja (2016), el primero de Studio Ghibli dirigido por un realizador no japonés.

Desde entonces, Takahata redujo sus actividades en la productora sin llegar a anunciar que se retiraba, como sí hizo Miyazaki a finales de 2013, aunque el realizador desveló el año pasado que volvería a dirigir una película de animación.

Su trayectoria ha sido reconocida con, entre otros galardones, el premio del Festival de Cine Infantil de Chicago (Estados Unidos), el premio del Festival de Animación de Annecy (Francia) o la Orden de las Artes y las Letras de este país, esta última por su trayectoria cinematográfica y por sus traducciones al japonés de poesía francesa.

Nativo de la prefectura de Mie (centro de Japón) y superviviente a los bombardeos estadounidenses sobre esta zona cuando era un niño, Takahata estudió filología y literatura francesa en la Universidad de Tokio, e inició su carrera en el estudio Toei Animation, donde dirigió su primer largometraje animado en 1968.

'Have a Nice Day', un buen día para el cine de animación chino

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Hablamos mucho del thriller surcoreano, de su habilidad para cargar de belleza la violencia y sacudírsela a martillazos. Nos encandila el delirio japonés, su talento para la perversión y el estímulo adverso, sus temerarios coqueteos con la locura. Pero se habla poco de los chinos cuando nadie es tan sucio y avieso a la hora de pergeñar malicias, cuando se trata de entregar cine turbio y más que negro, negrísimo, incluso si hablamos de dibujos animados y de colores rotundos como Have a Nice Day.

En una pequeña población del sur de China, el chófer de una banda ha despistado una bolsa con un dinero que ha de servirle para llevarse a su novia a Corea del Sur, donde corregirán la operación fallida de cirugía estética que ahora la mantiene enclaustrada y demora la boda, la fundación de la familia y, en fin, el transcurso natural de las cosas. La noticia del robo corre como la pólvora y moviliza a propios y a extraños, cada uno movido por su Shangri-La particular, detrás del joven ladrón.

Firmados el guión, la dirección y un puñado de créditos más por Liu Jian, que en 2010 debutó con otro neonoir sobre lecho social titulado Piercing I, la película ha sido confeccionada a lo largo de tres años de trabajo prácticamente artesanal y se presenta con una animación limitada (la que se sirve de un reducido número de imágenes por segundo) donde lo inmutable es expresión.

Se trata de una decisión técnica que acerca la propuesta al lenguaje seductor del cómic, donde podría situarse entre la serenidad angustiada de Adrian Tomine y el estilo desapacible de un Geof Darrow. Y es ese estatismo decadente y  fatigado lo que define a los personajes que habitan una película que se hace ágil en su sencillez y que sin duda atraerá a los amantes del dibujo, de la estampa compuesta, queda y ajena a esa ruidosa animación comercial pensada para aturdir tanto a niños como a progenitores.

Lluvia sobre mojado

Have a Nice Day transcurre en la otra punta del globo pero no deja de ser cine negro somero y de proximidad. Un relato de pringados e infelices que van tejiendo como ratas a la carrera una trama reconcentrada que podría darse en cualquier otra parte. Pero aunque el desencanto es global, fue el gobierno chino quien protagonizó la anécdota cuando pidió repetidas veces al festival especializado de Annecy que retirase la película de su programación de 2017, algo a lo que el festival se negó en rotundo hasta que fue el propio productor de la película, en una maniobra sospechosa, quien solicitó la retirada del filme.

La anécdota sumó popularidad a un título que previamente había formado parte de la sección oficial del festival de Berlín y de otros cuantos de todo el mundo. La censura no solo se ejecutaba tarde y mal sino que se limitaba a subrayar la vergüenza de un país con motivos para sentirse avergonzado. Que acusaba el mismo bochorno retratado en la película, el de una sociedad esclerótica donde donde nadie quiere ser quien es, donde nadie quiere estar y donde el único sinónimo de libertad es el dinero y la huida.

Have a Nice Day se abre con una cita de Leon Tolstoi que habla del predominio de la naturaleza y su curso sobre la capacidad aniquiladora del hombre. Tolstoi fue autor de El billete falso, el relato que Robert Bresson adaptó en El dinero. No es la comparación más precisa para hablar un noir posmoderno y contaminado de pulp que estaría más cerca del cine de los Coen o de las historietas de autores como Mezzo y Pirus, pero la película de Liu Jian rima en algo con el clásico francés en su gusto por el pormenor y la circunstancia de bolsillo, en su resumen del dinero como dios visible y sangre social, papel sucio que activa y pone en circulación a todos los integrantes del sistema. Y lo hace también en su hilván de pequeños imprevistos, mariposillas del caos que, sosegados, se van posando sobre una historia que se templa a fuego lento hasta lograrse mucho más violenta en lo que calla que en lo que muestra.

La historia de 'Paterno' y los 45 menores violados de los que "nadie sabía nada"

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El caso Harvey Weinstein no solo sirvió para destapar su largo historial de abusos. También mostró cómo prácticamente todo su entorno permaneció en silencio durante tres décadas cuando, según un guionista de su productora, "todo el puto mundo lo sabía". Pero esta tendencia no es ni mucho menos reciente. Ocurrió algo parecido con uno de los escándalos deportivos más importantes destapado en 2011, el del equipo de fútbol americano de la Universidad de Pensilvania.

La película Paterno, dirigida por Barry Levinson y estrenada el pasado 7 de abril en HBO, se centra en una trama de abusos a menores que aún genera controversia. Ya no solo por todo lo que se descubrió entonces, como detalladas denuncias de agresiones sexuales a niños de 10 años, sino por el gran número de personas a priori etiquetadas como filántropas que al final terminaron permitiendo que aquello ocurriera.

"Debería haber hecho más de lo que hice", indicó Quentin Tarantino sobre Weinstein una vez que estalló la burbuja. Pero, hasta entonces, nadie quiso ver que el emperador no llevaba un traje de seda invisible, sino que iba desnudo.

Del mismo modo, Al Pacino se enfunda en el traje de alguien preocupado por disfrazar el escándalo de normalidad. Se trata de Joe Paterno (apodado JoePa), uno de los mejores entrenadores del Penn State y de toda la Asociación Nacional Atlética Universitaria. Su historial está lleno de récords, premios y distinciones que van más allá del ámbito deportivo.

Debido su trayectoria, también fue considerado un gran educador y filántropo, entre otras cosas por sus contribuciones económicas a museos y bibliotecas o por ayudar en eventos benéficos para niños con cáncer. A pesar de ello, y por mucho que a sus aficionados les costara verlo, también fue culpable de encubrir uno de los casos más graves de la historia del deporte. ¿Su mayor delito? Pasarlo todo por alto.

Si Spotlight mostraba el horror tras Iglesia católica de Massachusetts y sus sacerdotes, responsables de ocultar múltiples casos de abusos sexuales, Paterno pone la mira sobre las élites deportivas y un depredador sin escrúpulos con nombre y apellidos: Jerry Sandusky, entrenador asistente del Penn State y discípulo de JoePa, destinado a ser el relevo de su mentor.

Una ONG utilizada para abusar de niños

Sandusky abusó de todas sus víctimas gracias a Second Mile, una organización benéfica fundada por él mismo en 1977 para niños procedentes de hogares rotos y en riesgo de exclusión. De nada sirvieron los reproches de algunos afectados, ni las denuncias de sus familiares. Policías, ayudantes, fiscales… Todos colaboraron para ocultar unos "rumores" que en realidad eran hechos.

La politóloga Noelle Neumann estudió la opinión pública a través de teorías como la espiral del silencio, con la cuál intentó explicar por qué los individuos adaptan su comportamiento a la actitud predominante. Lo que está bien o mal ya no queda definido por la ética, sino por lo que manifiesta la mayoría. Es más fácil sumarse a la corriente que arriesgarse a ser aislado y tachado como disidente, a veces incluso si va en contra de cualquier principio humanístico. "¿Qué iba a hacer, lidiar con algo que no sabía si era cierto?", se pregunta JoePa. En realidad, sí lo sabía.

Todo salió a la luz el 4 de noviembre de 2011, cuando alguien subió los cargos presentados contra Sandusky a Internet. No duraron demasiado, pero fue suficiente para que Sara Ganim (Riley Keough), periodista de The Patriot News, pudiera contemplar estupefacta las denuncias. Poco después, el entrenador fue arrestado y acusado de abusar sexualmente de ocho niños, una cifra que aumentó hasta 45 a medida que avanzó la investigación.

Mientras todo se desmoronaba a su alrededor, Joe Paterno hacía caso omiso a la investigación porque, según creía, "no iba con él". Lo único que le importaba, quizá como forma de evasión, quizá como instrumento para protegerse no aceptar la realidad, era prepararse para el próximo partido del Penn State. Sus intervenciones ante los medios, las pocas que hubo, tenían un claro objetivo: preservar su propia dignidad.

"He dedicado toda mi vida para que mi nombre significara algo y ahora se ha esfumado", mantiene el protagonista de Paterno. Su nombre, desde entonces, acabó siendo el sujeto de una pregunta que continúa sin una respuesta clara: ¿Qué sabía Joe Paterno de los abusos sexuales?

En un principio JoePa reconoció escuchar las acusaciones contra Sandusky en 2001, momento en el que avisó a sus superiores. Sin embargo, como también aparece en la recreación de Levinson, el entrenador era consciente de dicho comportamiento desde 1976.

Si bien algunos continuaron apoyando a Paterno de forma incondicional, la única consciente del problema parecía ser Sara Ganim, ganadora del premio Pulitzer por dicha investigación. Se refleja entonces la diferencia entre apasionados del deporte y fanáticos, los cuales hacen caso omiso de cualquier razón no alineada con sus ideales.

Según el Washington Post, el FBI concluyó que Paterno y gran parte de la directiva ocultaron los hechos en 2001 para "evitar mala publicidad". El entrenador murió por metástasis en el pulmón izquierdo dos meses y medio después de que se hiciera público el escándalo. De no haber sido así, probablemente también habría sido declarado culpable por encubrir actos de pedofilia.

"Jerry es una buena persona y no se debe decir eso de una buena persona", fue lo que el entrenador contestó a una de las víctimas. Quizá no sepamos exactamente qué conocía del caso. Lo único claro es que, a pesar de todo, sabía lo suficiente.  

'La casa torcida': oligarcas psicópatas para consolidar el retorno de Agatha Christie a los cines

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Sus novelas de misterio han sido una iniciación a la lectura adulta para multitud de lectores de varias generaciones. Agatha Christie nos habló de envenenamientos, apuñalamientos y todo tipo de muertes. Y colocó a dos de sus creaciones, Hércules Poirot y Jane Marple, en el panteón de los detectives de ficción más populares del mundo, junto con el Sherlock Holmes de Arthur Conan Doyle o el Jules Maigret de Georges Simenon.

Christie es, además, una de las escritoras más traducidas del mundo. Las cifras que rodean su legado llegan a resultar mareantes. Se calcula que se han venido más de 1.000 millones de ejemplares de sus títulos. En España, las reediciones de su obra son periódicas y llegan por oleadas a librerías o quioscos. Sus creaciones literarias han sido trasladadas más de un centenar de veces al cine y la televisión.

La autora ha vivido dos épocas de especial presencia en el medio fílmico. En los años 60, la actriz británica Margaret Rutherford encabezó cuatro películas centradas en investigaciones de la señorita Marple. En 1974, los productores británicos John Brabourne y Richard Goodwin abrieron un camino exitoso con Asesinato en el Orient Express, y perseveraron con tres películas más (Muerte en el Nilo, El espejo roto y Muerte bajo el Sol).

En los últimos tiempos, los personajes de Christie acostumbraban a cobrar vida en la pequeña pantalla. Quizá ahora contemplamos una nuevo auge de la reina del crimen en las salas cinematográficas. Al éxito de la nueva Asesinato en el Orient Express, de la que ya se ha anunciado una secuela, se añade ahora el estreno de La casa torcida. Ambos filmes muestran, además, dos maneras bastante diferentes de acercarse a la narrativa de misterio.

Un posible universo Christie

Disney partió del modelo fijado por los mencionados Brabourne y Goodwin para explorar la creación de una especie de universo Christie, iniciado con la reciente Asesinato en el Orient Express. De momento, ya está anunciada una visita a Egipto con Muerte en el Nilo. Y se mantiene abierta la posibilidad de más aventuras de Hercules Poirot, del retorno a la gran pantalla de miss Marple... o, quizá, un crossover de ambos personajes.

Dirigida y protagonizada por Kenneth Branagh (Hamlet), Asesinato en el Orient Express partía del modelo fijado por Brabourne y Goodwin, con el consabido reparto coral repleto de rostros conocidos (Willem Dafoe, Judi Dench, Michelle Pfeiffer) y la confianza en el carisma y la popularidad de uno de los dos detectives más famosos de Christie. Esta vez, eso sí, aparecían unas cuantas imágenes generadas por ordenador que reforzaban el aire anacrónico, retro y a la vez muy actual, del proyecto.

Poirot aparecía representado como un detective obsesivo y brillante, susceptible de generar situaciones cómicas en momentos dramáticamente poco comprometidos (básicamente, el prólogo y el epílogo del filme). Por otra parte, Branagh y compañía ensayaban una disneyización de la historia con minúsculas (el despliegue de la trama incluye varios gags y algunos trabajos actorales más bien histriónicos) y con mayúsculas. Porque el mundo de entreguerras que empieza a vislumbrar la II Guerra Mundial se convertía en algo pintoresco y caricaturizado. Este simulacro del pasado tenía su correspondencia en el paripé de un personaje que finge ser nazi.

En paralelo, se incluían algunas pinceladas interesantes sobre la estrecha noción de normalidad que maneja Poirot, su búsqueda de las desviaciones de la norma. La idea resultaba interesante al situarse el relato en pleno auge de los totalitarismos, de la persecución del otro (por su ascendencia étnica, condición sexual, pensamiento político...) por parte del régimen nazi, pero quedaba enterrado bajo el entretenimiento light que buscaban los responsables del filme.

Ricos que (se) matan

Tras esta producción de Disney, ambiciosa sin llegar a la categoría de superproducción, llega a nuestras pantallas una propuesta británica más sobria, con menos caricatura, más veneno (en más de un sentido) y menos presupuesto: La casa torcida. Siguen compareciendo varios actores conocidos, pero no se juega la carta del protagonista carismático. El director, Gilles Paquet-Brenner (La llave de Sarah), cuenta con un detective más gris que el genial y prepotente Poirot. Eso permite un enfoque más coral, menos rendido al carisma del personaje principal.

Visualmente, Paquet-Brenner, Glenn Close y compañía aportan una pátina de vistosidad a la película. Y ofrecen una colección de planos atractivos aunque quizá no del todo bien engarzados, a menudo con el cine negro clásico en el retrovisor. El núcleo dramático del filme, con su detective correctísimo que cree en el sistema y su investigación criminal en una mansión, tiene más que ver con las historias de misterio y con unas tendencias conservadoras opuestas al talante crítico de algunos gigantes del noir.

Eso sí, nos encontramos ante una obra de misterio en su versión más cáustica. Se trata de una inmersión, quizá algo rutinaria pero potencialmente entretenida, en la cruel cotidianidad de la familia de un millonario. La sospechosa muerte de Aristide Leonides agita un avispero de pretendientes a la herencia: fracasados intentos de empresario, actrices decadentes, jóvenes malcriados... La nieta del magnate, Sophia, contrata a un detective privado para investigar ese probable asesinato cuyo responsable sería alguno de los parientes de Leonides.

La narración toma la forma de juego cruel. Entre cenas incómodas, discusiones y silencios tensos, se producirá otro crimen. El detective, investigador-intruso, se sorprende por la atmósfera tóxica de la casa pero no la dota de dimensión política. La joven viuda de Leonides, una segunda esposa mal vista por el entorno familiar, se muestra más confrontativa al vincular la petulancia de los Leonides con su fortuna ("ellos nacieron ricos y creen que nadie está a su altura", afirma).

Al final, aparece la constatación: entre los oropeles de la mansión se esconden monstruos de alta cuna. Ante las inercias clasistas y anglocéntricas de Christie, la audiencia puede plantearse si parte del problema puede ser la mezcla matrimonial de una aristócrata británica y un arribista venido de Grecia. Sea como sea, la preservación del sistema social es lo principal para Christie, sean quienes sean los elementos disruptores. Aunque esto suponga, en La casa torcida o en la misma Asesinato en el Orient Express, tomarse algunas libertades respecto a la ley. Paradojas del conservadurismo.

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